Las mañanas caraqueñas tienen su propio canto, al ruido del
tráfico mañanero se unen los cánticos de las guacharacas y las guacamayas, dos
especies de aves que se han “civilizado” y se adaptaron al trajín de la gran
ciudad. Una incorporación de la vida salvaje a la metrópoli. Es un
comportamiento animal digno de estudio por la zoología. Así como hay un
“encantador de perros”, ¿habrá un encantador de guacharacas y guacamayas?
A las guacamayas o papagayos, se les califica como
pertenecientes a la familia de los loros, son aves grandes y poseen hermoso
plumaje multicolor. Son sociables como pocas y fácilmente domesticables,
inclusive aprenden a decir palabras si les dedicamos mucha paciencia. Son aves
longevas y monógamas.
De guacamayas famosas siempre sale a colación una que tenía
Arturo Uslar Pietri y que fue declarada vecina non grata por la comunidad de la
Florida, por lo escandaloso de sus graznidos y la otra guacamaya famosa fue Lorena,
un ejemplar de hermoso color rojiazulada
que perteneció a mi familia. Lorena fue un ejemplar que la vi por primera vez
en manos de un indio warao a orillas de una carretera del sur de Monagas, la
ofrecía en venta a los conductores que transitaban la vía, me encantó ese
plumaje hermoso e intenté comprarla, después de un regateo de minutos el indio
me pedía 200 bolívares y yo ofertaba 150,
suma bastante grande para ese entonces, cuando ya me marchaba sin la
guacamaya el indio algo agresivo se paró al lado de la ventana de mi camioneta
y lanzó el animal adentro y me dijo “para ti 50 bolívares no es nada, para mí
50 bolívares es mucho”, que decir que no hubo palabras más contundentes que las
oídas, fue una frase que me enseñó mucho fue una clase de igualdad social, fue
la mejor expresión del necesitado y no tuve otra alternativa que pagar los 200
bolos y callar. Narrar el viaje hasta Caracas, en una camioneta con tres niños
y dos adultos y una agresiva guacamaya suelta, daría para llenar un
próximo artículo, dada toda la clase de percances que pasamos en ese
viaje inolvidable.
Al llegar a casa, pronto nos dimos cuenta que mantener una
ave de ese tamaño en un apartamento era casi imposible y Lorena fue a parar a
la casa de mi hermano mayor quien tenía una gran jaula en su jardín. La
guacamaya pronto se hizo dueña del patio y luego de toda la casa entera y
paseaba oronda por los diferentes cuartos, aprendió a hablar y a silbar
imitando a mi cuñada y cuando mi hermano regresaba del trabajo y preguntaba por
su esposa, Lorena respondía AQUÍ y desplegaba sus alas como para recibir un
abrazo. Lorena terminó sus días pelona porque se arrancaba las plumas con el
pico y el veterinario nos dijo que era por estrés, lo que nos confirmó
tardíamente que esas aves son domesticables, pero no deben perder su libertad.
Nos hemos acostumbrado a ver lindas guacamayas volando sobre
los cielos caraqueños y este es un fenómeno relativamente nuevo, se han dado
muchas versiones del nuevo hábitat de estas lindas aves, pero yo tengo mi
propia opinión, dado que los hechos se desarrollaron muy cerca de mi casa.
En la parte más alta
de Colinas de Bello Monte se construyó el primer edificio de la zona y que
alojaba al supermercado Diana, hoy Unicasa, es un edificio de tres pisos y en el
pent house vive Vittorio, un italiano de esos más criollos que nosotros mismos
y que tiene un raro don de amistad con los animales. Yo lo asocio a Francisco
de Asís. No hay animal que le pase al lado y que no se le pegue, siempre está
rodeado de perros, gatos, pájaros y todo tipo de bichos raros que
conviven en increíble solidaridad. No hay peleas. Le he preguntado cuál es su
secreto y responde: simplemente los quiero.
Entre los animales de Vittorio se distinguía un bellísimo
ejemplar de ARA ARARAUNA, el guacamayo amarillo y azul y lo llamaban PANCHO.
Famoso por su sociabilidad, volaba por nuestra zona y se paraba en nuestros
balcones exigiendo comida, siempre volvía a su casa y se posaba en la cabeza o
en los hombros de Vittorio y lo seguía a todas partes, recuerdo que cuando este
salía en moto Pancho volaba a una altura de un metro por encima del dueño. Era
un espectáculo increíble. Si el ave se espantaba por el ruido y se perdía,
Vittorio buscaba un sitio despejado para que la guacamaya lo divisara y rápidamente
volaba hasta sus hombros, imagínense este show en la Plaza Venezuela donde
causó más de un accidente. A Vittorio y Pancho le fue dedicado un programa de
la RAI Italiana, donde describían toda esa extraña amistad, la Televisora
Nacional cuando era buena, también le dedicó un programa.
Además de lo sociable Pancho resultó un gran reproductor y
todos esos guacamayos amarillos y azules del cielo de Caracas son su
descendencia. Hoy vemos volar hermosas sombras azules y amarillas en las
cercanías de Bello Monte, Los Caobos, el Jardín Botánico y el Parque del Este.
La gente se siente identificada con ellos y los acepta y
protege, fui testigo presencial de un incidente en que una persona intentó
cazar uno de estos animales con un rifle de aire y casi lo linchan, hasta
motorizados intervinieron en el improvisado tribunal de la condena. Fue una
bonita lección de protección y amor a los animales.
Según Wikipedia, los guacamayos pueden vivir hasta 70 años y
conviven con una sola pareja toda su vida, si pierden a la compañera es
adoptado por otra pareja. Una enseñanza para la sociedad actual, que después de
la primera discusión andan buscando abogados para que los divorcie.
Cuando estén en una cola de tráfico, vean hacia el cielo y
seguro que divisarán alguna guacamaya, sentirán paz y la felicidad de la
naturaleza. Desconozco si Pancho aún vive, pero estoy seguro que nos dejó un
bello recuerdo de su paso por la vida.
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