domingo, 25 de mayo de 2008

Dos Pequeñas Historias de la Casa Natal del Libertador

Gerónimo Alberto Yerena Cabrera






Juan Röhl (1892-1974)

Detalles de Juan Röhl con la Casa Natal del Libertador

A.- Los errores en la reconstrucción de la Casa Natal del Libertador.

Entre los muchos errores que se cometieron hace medio siglo cuando se efectúo la reconstrucción de la Casa Natal del Libertador, los más resaltantes son los siguientes:
1º. Haberle puesto escalones de mármol en el zaguán, en vez de piso de huesitos y pequeñas piedras en rambla, para que pudiera entrar las cabalgaduras, que tuvo originalmente.
2º. No haberle pintado de color verde las ventanas exteriores y el portón.
3º. Poner en los corredores mosaicos rojos de manufactura extranjera en vez de simple ladrillos criollos.
4º. Colocar en la entrada unos pilares cuadrados de mármol negro con cabeza de animales, que jamás se usaron en las casa coloniales de Caracas.
5º. No haber dejado el patio principal de tierra, sembrado de toda especie de plantas medicinales y de árboles frutales para servir de sombra y refrescar el ambiente de la casa.
6º.No haber colocado el farol en la parte sur de la fachada, en el mismo sitio donde se encontraron, enclavados en la pared, los restos de los hierros antiguos originales.
7º. Haber colocado en el patio principal unos sobrecargados faroles de hierro, sin estilo definido, que según tengo entendido fueron traídos de Italia.
8º. No haber vuelto a techar el mal llamado “Patio de los Granados, y volver a poner allí el oratorio familiar con la reja torneada original, que guardó por muchos años don Fernando bolívar en su habitación en la esquina de la Santa Capilla, y que hoy tiene colocada en su casa particular el autor de esta gacetilla. Y pare usted de contar para no alargarla indefinidamente.
En próxima ocasión hablaremos sobre el llamado “Lecho donde nació el Libertador”, y que fue motivo de polémicas hace algunos años, promovidas por la publicación del autor de esta nota.

B.-Ubicación del oratorio de la Casa Natal del Libertador

El llamado Patio de los Granados, en la Casa Natal del Libertador, cuya utilidad práctica nadie se explica, es en realidad el sitio donde estaba situado el oratorio familiar. Era, por lo tanto techado y tenía como puerta una bella reja torneada de madera de corazón, del siglo XVIII, que existe todavía, pero colocada en la casa del autor de estas líneas. Esta reja fue propiedad de don Fernando S. Bolívar, sobrino del Libertador, y la guardaba en su casa de habitación situada entre las esquinas de Santa Capilla a Mijaes. En El dintel de esta casa había una lápida de mármol de forma romboidal con el siguiente letrero: Fernando S. Bolívar. Domus y una fecha que no recuerdo.

Tomado del libro 501 Pequeñas Historias de Juan Röhl.
Elaborado por Gerónimo Alberto Yerena Cabrera para la Sección de Pequeñas Historia del Blog Venezuela de Antaño y para la Sección de Historietas del Blog Venezuela Libre

yerena.geronimo@gmail.com

Un curioso duelo entre Tomás Montilla y el inglés Hippisley

Pequeñas Historias*

Juan Röhl (1892-1974)

A su arribo a Angostura en 1817, el coronel inglés Hippisley tuvo un grave desacuerdo con el general Tomás Montilla, Comandante de la Plaza, quién influido quizás por generosas libaciones, lo mandó arrestar diz que por falta de respeto. Aunque la cosa no pasó de ahí, y la sangre no llegó al Orinoco, Montilla, que era muy chusco, refería años después el incidente diciendo que por ese motivo, Hippisley lo desafió a un duelo a muerte y que él se había dirigido al “campo de honor” con un esclavo portando una gran tazuela de plata recubierta por rico manto de terciopelo rojo.
Allí, haciendo valer su derecho a escoger las armas, le había dicho a su contendor con gesto de gran señor:
-“Coronel en esa taza hay dos píldoras, una de estricnina y la otra de migajón de pan. Tráguese usted una, yo me trago la otra y santa paces”.
Como el inglés se negara, lleno de británica indignación, a batirse en semejantes condiciones, Montilla tomó las dos píldoras y le dijo:
-“No tiene usted razón, Coronel, pues las dos son de migajón de pan”. Y habiendo dicho eso, se las comió tranquilamente.

*501 Pequeñas Historias. Monte Avila Editores. 1971.

Apéndice.

Tomás Montilla (1787-1822).
Oficial del ejército de Venezuela en la Guerra de Independencia. Participó en los movimientos del 19 de abril de 1810 y 5 de julio de 1811. Se sumo al Libertador en la Campaña Admirable (1813). En 1817 tomó parte en las operaciones para la liberación de la provincia de Guayana. En 1819 fue diputado por la provincia de Cumana ante el segundo Congreso de Venezuela, instalado en Angostura.

Hippisley, Gustavus Mathias (Inglaterra 1766- Guernesey (islas anglonormandas) 1831.
Oficial del ejército inglés al servicio del de Venezuela en la Guerra de Independencia. Fue de los primeros en firmar contrato con el agente del Gobierno de Venezuela en Londres, Luis López Méndez, el 14 de marzo de 1817, para prestar sus servicios en el ejército patriota venezolano con el grado de Coronel; con la obligación de organizar un regimiento de caballería que fue llamado el Primero de Húsares de Venezuela.
Por no ser ascendido a General de Brigada, renunció y se embarcó para Inglaterra el29 de agosto de 1818.

Fuente: Diccionario de Historia de Venezuela. Fundación Polar

Elaborado por Gerónimo Alberto Yerena Cabrera para la Sección de Pequeñas Historias del Blog Venezuela de Antaño y la Sección de Historietas del Blog Venezuela Libre.

sábado, 24 de mayo de 2008

Una desconocida descripción de Bolívar en 1817.

Gerónimo Alberto Yerena Cabrera

Una de las "Pequeñas Historia de Juan Röhl (1892-1974)
sobre El Libertador, comenta el autor:
"He aquí el retrato del Libertador hecho por el coronel inglés B. Hippisley en 1817. Hippisley se encontraba amargado por las desavenencias surgidas en Angostura entre él y el general Tomás Montilla.
“El General Bolívar tiene un aspecto insignificante y aparenta tener (aunque sólo tiene treinta y ocho) cuarenta años de edad. Es de cinco pies y seis pulgadas de altura; delgado, de semblante pálido, cara alargada, marcada con todos los síntomas de la ansiedad y las preocupaciones y casi podría agregar del abatimiento. Parecía haber sufrido grandes fatigas. Sus ojos oscuros, y según se dice brillantes, estaban ahora apagados y pesados, aunque puedo conceder que poseen más fuego y animación cuando su faz está menos cansada. Pelo negro, atado con soltura por detrás con un trozo de cinta, largos bigotes, pañuelo negro alrededor del cuello, saco largo azul y pantalones azules, botas y espuelas completaban su indumentaria. A mis ojos hubiera podido pasar por cualquier otra persona menos lo que era realmente”.

501 Pequeñas Historias de Juan Röhl.Editorial Monte Avila Editores. 1971.

Elaborado por Gerónimo Alberto Yerena Cabrera para la Sección Historietas del Blog Venezuela de Antaño y Venezuela Libre.

Pequeñas Historias de Juan Röhl

Gerónimo Alberto Yerena Cabrera

Juan Röhl (1892-1974), insigne caraqueño de una amplia cultura, con conocimientos profundos de historia, arte, y destacado crítico en pintura y escultura. Contribuyó a los conocimientos de historia y de crónica a su país y al mundo latino con sus libros: Historias viejas y cuentos nuevos, Editorial Elite; Letras y Colores, Editorial Mundial, México; La Pequeña Historia, Editorial Arte; Polémicas Agridulces, Editorial Vaher, Madrid; 501 pequeñas historias. Editorial Monte Avila Editores C. A., y biografías sobre Arturo Michelena y Ricardo Zuloaga.
En su destacado currículum vitae* podemos mencionar lo siguiente:
Académico correspondiente de la Real Academia de San Fernando en Madrid (1960); fundador de la Sociedad Amigos del Arte Colonial; fue el segundo Presidente del Museo de Arte Colonial en el año 1943; 18 años como jurado del Premio Nacional de Pintura y Escultura del Museo de Bellas Artes (1935-1953); Embajador en Suiza, Austria y Yugoslavia (1955-1958), y lo que fue más importante para él, laboró en la Electricidad de Caracas por 34 años (1920-1954).

Su propio relato en el inicio de las publicaciones de sus pequeñas historias, lo describe muy bien en su comentario al lector de su libro “La pequeña historia”
“La pequeña historia” tiene su pequeña historia. Removiendo viejos papeles, me topé hace cosas de dos años, con unos cuantos escritos relativos a episodios, hechos y sucesos curiosos, relacionados de cerca o de lejos con Venezuela, que había reunido anteriormente por juzgarlo de interés especial o simplemente por ser temas no muy conocidos y algunos ignorados de un todo.
Cierto día se me ocurrió llevar gacetillas de marras a “El Nacional”, no sin cierto recelo, por si los señores directores y redactores tenían a bien considerarlas dignas de publicación. Los censores se mostraron benévolos y los articulejos comenzaron a salir, casi a diario, suscritos con las iniciales J. R. Pero he aquí que a los pocos días, se me pidieron nuevos originales con carácter apremiante por estar a punto de agotarse los ya entregados. Aunque no había sido mi intención seguir ocupándome de ese asunto, puse sin tardanza manos a la obra, y sin darme cuenta, a tropezones, alcancé a lucubrar en los meses siguientes más de quinientas gacetillas, publicadas hoy en su totalidad en esta edición de Monte Avila Editores.

Nada mejor para una biografía sobre un gran historiador como Juan Röhl, es el prólogo que en este caso hace un notable hombre como Mauro Páez-Pumar, de una de sus obras: “Quinientas y una pequeñas historias”, el cual se cita a continuación.
“Aparece hoy una nueva recopilación, aumentada a la vez que cernida, de “La Pequeña Historia”, por Juan Rol. Este escritor, cuyo apellido germano escuda a la par que la metodicidad de la raza paterna, el chispeante tajar de una pluma peregrina, criollísima y erudita.
A lo largo de casi cuarenta años vengo oyendo cosas acerca de las ocurrencias de Juan Rol. Primero en aquel cenáculo de coleccionistas y anticuarios de que formaba parte mi padre y el personaje a quién va dirigida estas líneas. Aquí se relataba la caricatura en dos cuadros que el lápiz travieso de Rol había plasmado para zaherir graciosamente a un colega que gustaba de “lujosear” los sencillos muebles del siglo XVII venezolano. Allá la historia de las polémicas surgidas con su teoría del origen criollo de las butaca venezolana, suficientemente probada en nuestros días; o sea, que en los campos del gracejo anecdotario o en el camino de las Palmas Académicas, siempre conocí un Juan Rol experto, polémico y multifacético. Todavía conservo en la memoria aquella charla que a la luz de las velas dictara cierta noche acerca de la vida y costumbres de las gentes de la Colonia, en el gran salón del Museo de Llaguno, donde los asistentes nos sentimos tan embriagados con el ambiente, que aquel recinto se fue llenando de repiques de campanas, efluvios de ricos chocolates y cadenciosas alegres notas de violines, que repetían ante nuestros oídos asombrados, las melodías de la Escuela de Chacao.
Más tarde, nuestro personaje gustó de asomarse a las grandes ejecuciones. Por sólo citar dos, básteme mencionar la Biografía de Ricardo Zuloaga y la de Arturo Michelena, temas ambos criollos pero a la vez disímiles.
Poco tuvieron en común el pionero industrial y el artista valenciano, tan sólo su voluntad y espíritu de lucha en caminos diferentes. Y es en estas dos biografías donde vuelve Juan Röhl a plasmarnos con su pluma maestra su espíritu aventurero que salta desde las usinas eléctricas hasta la melancólica figura del General Miranda en espera de un destino fatal en la Carraca. Ciencia y Arte medido magistralmente con la misma vara. Pruebas ineludibles del carácter acucioso y polémico de don Juan que cuando no rivaliza con los demás, se complace a paladear el néctar que muy pocos saben gustar de antagonizar consigo mismo, dentro de sí, sin perder nunca el temple que lo ha llevado, durante casi medio siglo, a escribir con devota unción libros, poesías, artículos, o a echar manos de pinceles para dejar a la posteridad hermosos lienzos. Las “pequeñas historias” que siguen donde su autor ha introducido entre nosotros un nuevo género literario, traen, cual sorbo de café, un evidente mensaje para muchos venezolanos; serán bocado apetitoso para aquellos que nos deleitamos con viejas historias, mundo nuevo para periodistas y estudiantes, quienes en cada uno de sus temas, prolija y a la vez concisamente, extractados de amarillentos manuscritos o de grueso y arcaicos tomos, encontraban la fragancia de esta tierra y de otras, que su autor ha dejado en ellas para que cada una sea a la vez historia, episodio, escena o notícula.
Puerta abierta hacia muchos horizontes, caminos de llano o de mar, donde el picar de una espuela o el golpear de un canalete permite variar la ruta y otear nuevos y desconocidos panoramas”.
Mauro Páez-Pumar
Caracas abril de 1972.

Mi aspiración al hacer este artículo, además de recordar a Juan Röhl, es tener la oportunidad de publicar varias de sus pequeñas historias, para que sean conocidas y recordadas por todos, bien sea, dependiendo del tema, en las secciones de Caracas de Antaño o de Historietas.
“En memoria de Juan Röhl Arriens”
* La información sobre su currículum me fue suministrada por su hijo el Arquitecto Juan Röhl Uztáriz
Elaborado por Gerónimo Alberto Yerena Cabrera para el Blog Venezuela Libre en sus secciones Caracas de Antaño e Historietas.
yerena.geronimo@gmail.com

viernes, 23 de mayo de 2008

Culto al Nazareno de San Pablo

Tres leyendas sobre el Nazareno de San Pablo

Gerónimo Alberto Yerena Cabrera


Tres leyendas sobre el Nazareno de San Pablo (SEGUNDA REVISIÓN)*


Gerónimo Alberto Yerena Cabrera

El culto al Nazareno, constituye la tradición emblemática caraqueña en la Semana Santa. Desde la colonia fue la principal procesión, en todas las iglesias había una imagen del Nazareno, pero la del Nazareno de San Pablo, junto a la de San Jacinto fueron las más venerada.
En el año 1674, cuando Caracas sólo tenía seis iglesias, el Arzobispo Fray Antonio González y Acuña, dispuso que el Miércoles Santos fuese dedicado al culto del Nazareno, cuya imagen desde entonces, en tal día debería ser llevada solemnemente en procesión por las calles de la capital.
Esta dedicación al Nazareno aún se conserva religiosamente en la Basílica de Santa Teresa, lugar donde, desde el año 1876, se encuentra la imagen. Una gran mayoría de fieles, de todas las edades, concurren vestidos con el atuendo morado del Nazareno, muchos de ellos como pago de promesas y en acción de gracia. En el siglo XVII cuando aún no se había construido la Iglesia de la Candelaria, la procesión que salía del templo de San Pablo, era pagada por las personas nacidas en las Islas Canarias.

Tradicionalmente han existido tres leyendas sobre el Nazareno, las cuales han sido motivo de comentario casi obligado en esta época, las dos primeras ocurridas durante la colonia y la última a finales del siglo XIX.

1º.- ¿Dónde me has visto que me has hecho tan perfecto?

La tradición caraqueña sostenía una leyenda muy difundida, la cual decía lo siguiente:
El artista que hizo la imagen del Nazareno al terminar su brillante obra, muy emocionado por lo bien que la había hecho, le preguntó:
-¿Qué te falta mi Dios? el Nazareno le respondió:
-¿Dónde me has visto que me has hecho tan perfecto? al instante el artista, un tallador anónimo del siglo XVII, cayó muerto.
Realidades sobre la leyenda de la talla de la imagen del Nazareno.
Monseñor Juan Francisco Hernández, sacerdote insigne y relevante durante la década de los cincuenta, declaró, como consecuencia de la restauración realizada al Nazareno, por el sevillano Manolo Díaz, que la obra realizada en pino de Flandes, fue traída de Sevilla, y que perteneció a la escuela sevillana del siglo XVII.
En artículo de Tarim Gois: El Nazareno de San Pablo mito e historia**,  relata la cita de Carlos F. Duarte, en su folleto Los maestros escultores de la época colonial en Venezuela, atribuye la pieza por comparación de estilo al escultor español Felipe de Ribas (activo entre 1609 y 1648), discípulo de Alonso Cano. Dice la articulista, a igual que Monseñor Juan Francisco Hernández,  que lo que sí está comprobado es que la madera utilizada para esta escultura es pino de Flandes, descartando la posibilidad de que la pieza fuera realizada en Venezuela, pues la imaginería criolla de esa época fue hecha en su mayoría de cedro amargo. Como verán podemos seguir creyendo esto, si así lo deseamos, pero la leyenda es falsa, tal como lo demostró el Monseñor.

2º.- El Limonero del Señor.

En Caracas en 1696 una epidemia de Fiebre Amarilla o “Vomito Negro” azotó a la población, que ya estaba diezmada por la viruela. Esta nueva afección causó muchas víctimas, resultando ineficaces para contrarrestarla los escasos recursos terapéuticos de la época. La ciudad invocó la protección de Santa Rosalía de Palermo, pero al año siguiente, motivado a que aún persistía la epidemia, el nuevo Gobernador de la Provincia de Venezuela, Maestre de Campo Don Francisco Berroterán  junto al Obispo y los representantes del los dos Cabildos convocaron una procesión con el Nazareno de San Pablo, para pedirle que cesara la epidemia de Fiebre Amarilla.
Cuando la procesión pasaba por la esquina de Miracielos, al desviarse la imagen hacia un costado para evitar un lodazal, uno de los brazos de la Cruz tropezó con el ramaje de un limonero que asomaba sus dorados frutos por encima de una tapia del corral de una vivienda. Allí ocurrió lo que escribió el gran poeta Andrés Eloy Blanco:

En la esquina de Miracielos
hubo una breve oscilación;
los portadores de las andas
se detuvieron; Monseñor,
el Arzobispo, alzó los ojos
hacia la Cruz; la Cruz de Dios,
al pasar bajo el limonero
entre sus gajos se enredó.

Sobre la frente del Mesías
hubo un rebote de verdor
y entre sus rizos tembló el oro
amarillo de la sazón.

De lo profundo del cortejo
partió la flecha de una voz:
¡Milagro! ¡Es bálsamo, cristianos,
el limonero del Señor.

Y veinte manos arrancaron
la cosecha de curación
que en la esquina de Miracielos
de los cielos enviaba Dios.

Y se curaron los pestosos
bebiendo el ácido licor
con agua clara de Catuche,
entre oración y oración.


3º.- ¿Qué has hecho con mi templo?

La tradición popular sostiene que, en la inauguración del Teatro que se edificó donde estaba la Iglesia de San Pablo, hoy Teatro Municipal, el día 4 de enero de 1881, con la interpretación de la opera “El Trovador”; sucedió lo siguiente: Antonio Guzmán Blanco, sentado cómodamente en su palco presidencial, de repente se paró y se retiró en forma repentina, con la cara muy pálida, al cabo de cierto tiempo volvió al teatro.
El pueblo le atribuyo este accidente, a que fue el Nazareno de San Pablo que se le apareció y le dijo:
-¿Qué has hecho con mi templo?
La historia desmiente este relato de manera muy simple; la fachada oeste (Santa Ana) de la Iglesia de Santa Teresa fue inaugurada el día 27 de octubre de 1876, y reinagurada el 27 de abril de 1880, fecha cuando se trasladó la imagen del Nazareno; para la fecha mencionada del año de 1881, ya allí se encontraba la imagen del “Nazareno de San Pablo”, por lo cual el Nazareno sabía que Guzmán le había construido otro templo, y más grande aún, sólo que le puso el nombre de su esposa Ana Teresa.
Lo que le pasó en realidad a “guzmancito” fue que el día antes había estado en un “jolgorio” y tuvo una emergencia digestiva, que si no hubiese salido apurado, ya ustedes se podrán imaginar que hubiese sucedido.
Estos cólicos parece que son frecuentes en ciertos gobernantes en la historia presidencial venezolana.

Gerónimo Alberto Yerena Cabrera
Correo:
yerena.geronimo@gmail.com
*Primera publicación:
viernes 23 de mayo de 2008

Bibliografía revisada.
**actualización sobre la talla del Nazareno. fecha 6 junio 2012: Tarim Gois. El Nazareno de San Pablo: mito e historia. El desafío de la historia.Editorial MACPECRI. Año 5, revista 32.p 74.
1º Relatos de Don Lucas Manzano.
2º Caracas Física y Espiritual. Aquiles Nazoa.
3º Nomenclatura Caraqueña. Rafael Valery.
4º Recuerdos de charla en La Televisora Nacional Canal 5 de Monseñor Juan Francisco Hernández.
5º La Ciudad de los techos rojos. Enrique Bernardo Nuñez.
6º Historia de Caracas. Tomás Polanco Alcántara.
7º Apuntes y artículos periodísticos de Juan Ernesto Montenegro. Cronista de la Ciudad.

Influencia española en el teatro, música y baile en la Caracas de principio del sigloXX

Gerónimo Alberto Yerena Cabrera
Guillermo Meneses (1911-1979), escritor venezolano, cronista de Caracas 1965-1967, Premio Nacional de Literatura 1967, fue una de las figuras más representativas de la nueva narrativa venezolana, autor de varias novelas y cuentos, entre ellas, el cuento La Balandra Isabel llegó esta tarde, la cual se llevó al cine y fue Premio de Cinematografía en Cannes en 1951. Con ocasión de preparar la celebración del cuatricentenario de Caracas, el Consejo Municipal del Distrito Federal le encomendó la preparación del “Libro de Caracas”, el cual fue publicado en una bellísima edición de lujo en el año de 1967 cuando se celebró el cuatricentenario de nuestra capital.
De este maravilloso libro, una joya de contenido narrativo, he recopilado, textualmente, fragmentos relacionados con el teatro, música y baile en la Caracas de principio del siglo XX, y así elaboré este artículo al cual le puse el título de Influencia española en el teatro, música y baile en la Caracas de principio del siglo XX.

“El españolismo tiene sus bases en evidentes raíces culturales y es indudable que aún conserva mucho de costumbres coloniales: la fiesta de toros y su versión de “coleo” a la criolla.
También ha de intervenir la presencia española en la vida nocturna. Bailarinas y cantantes figuran en anuncios publicados en “El Universal” de 1909. Pero ya dentro de los tiempos que podemos llamar modernos son los cupletistas (amas del cantante flamenco y de la canción sentimental) las que acaparan la atención del público. En cierto momento Paquita Escribano y Carmen Flores coinciden en Caracas (1922).
Carmen Flores actúa en el Teatro Olimpia**; Paquita Escribano primero en el Teatro Nacional y luego en el Nuevo Circo. Carmen Flores es castiza y cañí conforme diría cualquier cronista de la época. Canta cosas como “De noche cuando me acuesto” o “Cruz de mayo”. Tiene voz suficiente como para que se le escuche fuera del teatro. Pero bueno es pensar que no era escasa la de Escribano, y prueba suficiente es la de que cantaba en el Nuevo Circo en tablado puesto sobre la puerta de los toriles. Paquita Escribano cantaba cuplés como “Besos Frios” o “No me beses” y se atrevía con la osada letra de “Mi hombre”. Ambas tenían canciones como “El relicario”.
La rivalidad entre Carmen Flores y Paquita Escribano produjo pública controversia y los periódicos de la época traen abundantes colaboraciones y correspondencia destinadas a alabar y zaherir a una u otra de las artistas.

En 1921 visitó a Venezuela el príncipe español Fernando María de Baviera y Borbón** (1884-1958)*. Hubo desfiles militares, bailes, corridas. Los caraqueños repitieron mucho tiempo la falsa anécdota del encuentro del infante con el General Gómez, la supuesta presentación: “Fernando María de Baviera y Borbón”-“Juan Vicente Gómez de Tacarigua y Tocorón”. La España de entonces hacía esta menuda diplomacia para los países suramericanos. Venezuela (como las otras repúblicas hermanas) correspondía a esos trueques de hispanidad con diversos gestos. Uno de ellos fue el de la llegada de Francisco Villaespesa (1877-1936, poeta, dramaturgo y novelista español)* con su compañía teatral con la que estrenó su drama “Bolívar” (1921). Villa Espesa era, sin duda, uno de los más brillantes poetas españoles dentro del modernismo. Había hecho dramas en verso, reverberantes de pintorescos, abigarrados, sensuales ambientes de reyes moros y dulces amores antiguos. La gente interesada en estos menesteres de poesía: las muchachas y los jóvenes que todavía se encantaban con Andrés Mata, con Amado Nervo, con Rubén Darío y hasta con el padre Borges, encontraban en Villa Espesa un ejemplo magnífico. Los que no habían salido de Caracas podían entrar en el terreno de la delicuescencia sentimental para escuchar o para decir:
“¡Las fuentes de Granada!
¿habéis sentido
en la noche de estrellas perfumada
algo más doloroso que su triste gemido?”
Eso era de “Abenhumeya (Rodolfo Gil Benumeya: periodista, ensayista e historiador andaluz nacido en Andújar (Jaén) en 1901 y fallecido en Madrid en 1975.)*.
Lo del drama de “Bolívar” fue mezcla de éxito y de envenenadas protestas. Alguna actriz no obtuvo aprobación de críticos. Villaespesa trajo otro comediante que ya había asegurado en anterior oportunidad franca relación de simpatía caraqueña: Julia Delgado Caro. El drama de Villa Espesa probablemente no interesó excesivamente a los literatos pero gustó mucho a la gente común.

“La patria que yo soñé
para siempre la perdí,
¿Por qué tan bajo caí
yo que tan alto volé”
Malos versos puede decir quién así lo desee, pero la historia hecha espectáculo sensible servía para la celebración de la gesta independiente: para el centenario de la Batalla de Carabobo (1921)*
Villaespesa encontraba en Caracas, para tratarlo de quien a quien, a un poeta que asomaba su triunfante juventud: Andrés Eloy Blanco que va a ganar con su “Canto a España” (1923) uno de los concursos más importantes de entonces.
“Yo me hundí hasta los hombros en el mar de Occidente
yo me hundí hasta los hombros en el mar de Colón
contra el sol las pupilas contra el viento la frente
y en la arena sin mancha sepultado el talón”
Para esa época también llega a Caracas la compañía de Gregorio Martínez Sierra (1881-1927)* La primera actriz es gloria de los escenarios españoles. Se llama Catalina Barcena. La compañía presenta algunas obras modernas. Ha hecho “Seis personajes en busca de autor” de Pirandello y “Pigmalión” de Bernard Shaw.
Todas estas cosas alguna relación guardan con lo que sucedió en 1928...El movimiento de Vanguardia surgido en la generación del 28.”

En memoria del gran escritor y cronista de Caracas Guillermo Meneses

*Las notas con un asterisco, no forman parte del trabajo textual de Guillermo Meneses.
** En relación con la Caracas de Antaño y con el tema que hacemos referencia, sobre el “Teatro Olimpia” y con “Fernando María de Borbón” ver publicación en Venezuela Libre, sección Caracas de Antaño, el trabajo de”El Duque de Rocanegras” realizado el 15 de febrero por Gerónimo Alberto Yerena Cabrera.

Bibliografía
Guillermo Meneses. Libro de Caracas. 2º edición. Fundate, 1955. Paginas: 142,143,146,149,150 y 151.

Trabajo realizado por Gerónimo Alberto Yerena Cabrera para el Blog Venezuela Libre.

El elemento vasco en la historia de Venezuela

Gerónimo Alberto Yerena Cabrera
Familias vascas en Venezuela desde la colonia hasta la primera mitad del siglo XIX.

El elemento vasco en la historia de Venezuela forma parte de una de las nueve narraciones históricas que constituyen el libro de Arístides Rojas (1826-1894) titulado Estudios históricos: orígenes venezolanos, publicado en el año de 1891.
Este estudio fue la ofrenda que presentó la Universidad Central de Venezuela al Libertador, el día de la inauguración de su estatua ecuestre, el 7 de noviembre de 1874. El Instituto tuvo a bien laurear al autor, quien dedicó su trabajo al ilustrísimo señor don Miguel Rodríguez Ferrer (1815-1889), autor del libro Los Vascongados.

La dedicatoria fue honrada con la siguiente contestación (fragmentos):Madrid: 24 de enero de 1875,Señor don Arístides Rojas Con la sorpresa del agrado, y también con la de la honra, he recibido, por conducto de los señores D.J. y P.V. el precioso opúsculo que usted ha publicado en Caracas cual ofrenda de esa Universidad para cierta fiesta nacional. Lo he leído con afán y pronto he visto cómo sobresalen en él, no sólo sus conocimientos históricos, sino una crítica tan reposada y serena (no común en semejantes escritos), por todo lo que me apresuro a tributarle el mérito de su justicia y el abandono de su pasión. Usted proclama en sus páginas la influencia moral que han tenido los vascos en esa particular patria, como hombres de moralidad y trabajo. Pero al reconocerlo así, lógico es admitir también la no menos santa que tuvo esta metrópoli con tales hijos y los demás de sus provincias para roturar esos desiertos, para cultivar esos campos, multiplicar esos cuerpos, levantar sus monumentos civiles y religiosos, y enviar exploradores españoles que, como usted mismo dice,"debían servir de sólida base a las lucubraciones del gran Humboldt".
En la preparación de la obra, Arístides Rojas apelo a la erudición de un distinguido escritor español don Antonio Trueba (1819-1889), que versado en cuestiones de orígenes históricos, podían conducirnos hasta las fuentes más remotas de la familia Bolívar, Trueba con gallarda cortesía, supo corresponder a lo exigido, con un estudio que versa sobre los orígenes de la familia Bolívar, en la bella región de España que bañan las olas del mar Cantábrico.En su libro Venezuela y los Vascos. Estudio de don Antonio de Trueba, publicado en la Ilustración Española y Americana, dos años más tarde (1786) dice lo siguiente (fragmentos):"Cuando aparece en la América latina un libro en castellano correcto y puro, y no viciado con los galicismos indisculpables y los modismos locales mucho más digno de disculpa, que por regla general se advierten en la literatura moderna de aquellos países, cuando este libro tiene por principal objeto la resolución de cuestiones históricas que interesan lo mismo a los americanos que a los españoles, cuando su autor, a la par que de un gran fondo de instrucción, de buen gusto literario y de sano y profundo criterio, ha hecho noble alarde de otro gran fondo de imparcialidad y aun de amor al pueblo que llevó la fe religiosa, el idioma y la civilización a América …"Este escrito de don Antonio de Trueba, junto al de don Miguel Rodríguez Ferrer, refleja el concepto que tenían los hombres cultos de la Madre Patria sobre don Arístides Rojas, en esa época.
En 1907 José María Rojas publicó en Paris Obras Escogidas de Arístides Rojas (I. vol. Granier Hnos) donde destaca en orígenes venezolanos El elemento vasco en la historia de Venezuela. Luego la Editorial América publicó en Madrid un volumen (1919) bajo el título de Capítulos de historia colonial de Venezuela, donde aparece el estudio El elemento vasco en la historia de Venezuela. Recientemente la Editorial Los Libros de El Nacional en su vol # 47 publica nuevamente Orígenes venezolanos, y el editor hace una descripción de Arístides Rojas que reafirma en forma clara, lo que ya se ha dicho de este gran escritor: "Creó un concepto singular de Libros de historia, con la ingeniosa mezcla de realismo histórico y recreación literaria que caracteriza su obra".
El artículo consta de tres partes, reproduzco textualmente la primera parte por ser imposible fragmentarla motivado a que perdería su valor y belleza literaria, la segunda y tercera parte la resumo comentando y citando los fragmentos más destacados.
Primera parte.Hay un pueblo cuya historia remonta a la noche de los tiempos; cuyos hábitos, tradiciones y lenguaje no se han perdido al través de los cataclismos humanos; cuya nacionalidad, como un fuero de los antiguos privilegios, se ha conservado en el transcurso de los siglos, después de luchas sangrientas y de episodios sublimes que los anales del mundo registran, como los puros blasones de la raza primitiva que pobló en remotas épocas el suelo ibero. Ese pueblo es el vasco.Indómito, guerrero, generoso y altivo, con sus tradiciones seculares, con sus costumbres austeras, con sus luchas escritas con la sangre de sus hijos en las rocas de sus montañas, él representa en todos los tiempos de la historia, a la luz o a la sombra, la nacionalidad por excelencia, la independencia sin trabas, el espíritu de la libertad civil y de la voluntad popular.Al levantarse los pirineos, límite de los dos pueblos a quienes por muchos años debía de pertenecer el imperio del mundo, se formo el Golfo Cantábrico, donde el Océano Atlántico está rechazado por una masa de rocas que se opone desde entonces a la conquista de las aguas. La naturaleza parece que destinaba esta región inaccesible, pobladas de picos almenados, de riscos y sitios escondidos, para último baluarte de la raza oriental que, en sus excursiones al Oeste , debía poblar, en los primitivos días de la historia del hombre, el suelo ibero. En aquel baluarte de trincheras inabordables debía reposar el vasco indómito, después de su peregrinación de siglos para fundar los gérmenes de esa civilización que se conserva aún a pesar de la labor de los siglos.¿Cuál es la cuna de ese pueblo sin mezcla que ha resistido a la acción absorbente del tiempo, que domina la Nación española, que combate desde su origen, y que altanero levanta su erguida frente a la alturas de sus Pirineos para decir a cada generación que viene: "Soy tan antiguo como el mundo". Buscadlo en las regiones del Cáucaso donde vivieron los antiguos iberos del Asia; seguidlo en sus excursiones de este a oeste en las regiones de Europa y contempladlo finalmente en los declives del Pirineo Occidental a orillas del mar Cantábrico, su última estación. Ahí está, después de haber rechazado el yugo de Cartago y de Roma. Cuando Pompeyo lo somete en parte y Augusto lo abandona; cuando la Europa sucumbe ante la ciudad de Tíber, el vasco se inclina aparentemente ante el vencedor, como para rendir su homenaje a la gloria. Lucha después con el celta, con el visigodo, con el sarraceno, y orgulloso de sus triunfos tramonta sus cordilleras y se establece en el antiguo país de Ausai donde funda la Gascuña francesa y domina pueblos extranjeros. Desde entonces, está sólo, incrustado en el suelo de España, e independiente y libre, porque ante que español el vasco es vasco. Cuando llega el derrumbe de los antiguos privilegios y la pluralidad de los reyes desaparece como fantasmas que se evaporan; cuando cada reino de la España caballeresca se hunde en el polvo con sus fueros, sólo el vasco, que tiene sus montañas por broquel y el océano inmenso que le pertenece por campo de conquistas, se pone en pie para conservar en toda su plenitud su historia de siglos. "Debéis saber que nosotros datamos de mil años atrás", decía un Montmorency a uno de los vascos. "Y nosotros, respondió el vasco, nosotros no datamos".Pero lo que más sorprende, no es tanto su amor a la libertad, su altivez, su carácter, como su lengua que ha podido conservar después de tantos siglos. Con raíces semejantes en todos los pueblos de uno a otro extremo de la tierra, la lengua vasca es única; y derívese de las lenguas célticas, de las tártaras o de las fenicias, ella es el tormento de los etnólogos que aún no han podido descifrar el enigma. La lengua vasca, como el pueblo que la habla, parece ser un extranjero en el suelo de España.El vasco es la nacionalidad triunfante: es el Araucano de los Pirineos, siempre vigilante, siempre atento al rugido de la tempestad. No hay aldea, no hay roca, no hay árbol que no haya sido testigo de sus proezas desde las más remotas épocas. Diecinueve siglos han pasado, y ahí está como atalaya del mar Cantábrico, inmutable, sereno y temible en su lucha, si ve en peligro su nacionalidad y sus fueros, que él está dispuesto a sostener a costa de la sangre de sus hijos. ¿Quién nos contara la historia de aquella madre que prefiere sacrificar a su hijo ante que dejarle prisionero en la garras del romano? ¿Quién nos relatará la historia de aquel padre que ordena la muerte de uno de los suyos para salvar a sus primogénitos encadenados? Cuando en Aljubarrota el rey Don Juan se ve cercado de enemigos y en momento de sucumbir, un vasco se apea del caballo que monta y se lo presenta al soberano para que escape, y poniéndose de blanco a los enemigos y ofreciéndose como víctima, salva con su vida la del Monarca.¡Cómo podríamos multiplicar los ejemplos de heroísmo patrio y de abnegación sublime de este pueblo sin rival para quien su independencia es su talismán y su gloria! Cuando suena la trompeta guerrera y el estandarte de Castilla flamea en las altas cimas, todas las aldeas echan a vuelo sus campanas, y como hilo telegráfico, el sonido va anunciando de pueblo en pueblo la hora del peligro. Entonces las familias se aprestan al combate, estremécense las montañas y se ven desfilar, por los collados inaccesibles, legiones humanas que solicitan el sacrificio; el movimiento bélico es entonces la vida de esos pueblos del mar Cantábrico, y los apóstoles de la nueva cruzada, como los antiguos vascos reunidos bajo la sombra del viejo árbol de Guernica, evocan los recuerdos de lo pasado y alientan con su ejemplo la falange joven que deja el arado por los arreos del militar.¿Quién ayudará a los nuevos combatientes? ¿Quién los socorrerá en sus horas de peligro? Están solos; pero tienen por escudo la gloria de sus progenitores, por divisa su nacionalidad, y por retirada sus montañas. La memoria no los abandona, y al registrar las páginas inmortales de España recordarán que el vasco que el vasco pertenece a todas las glorias y a todos los lugares. Recordarán que estuvo en las Navas de Tolosa, y en el Salado, y en Lepanto. Vasco es el que vence a Carlo Magno en Roncesvalles y vasco el que conduce la enseña glorioso en el puente roto de Castilla. El vasco figura en los muros de Gibraltar y en los de Granada; vasco, en fin, es el que hace prisionero a Francisco I en los muros de Pavía.Sacadlo del campo de batalla, y lo encontraréis como el primer explorador de la ballena en los mares de Groenlandia y de Terranova, y conocedor de todos los océanos. Dueño del mar Cantábrico, fueron ellos los que inspiran a Colón el descubrimiento de América, y cuando el celebre genovés endereza sus naves en dirección del nuevo Mundo, vascos le acompañan. Bien merecían seguir en solicitud de América los dominadores de las olas, los roedores del mar, como los llama Michelet. Otro hubiera sido el destino de aquella "armada invencible" de Felipe II, si los almirantes vascos que la mandaban no hubieran sido retirados para confiarla a un almirante de Castilla. Cuentan que cuando éste, consternado y abatido, se presenta delante del Monarca, "Duque, le dice el Rey, yo os lo había enviado a pelear contra los ingleses y no contra los elementos".El pueblo vasco ha tenido hombres notables en todos los episodios de España, en todos los países del globo. Vasco hubo en el descubrimiento de América, y en las conquistas de España en Asia, vasco finalmente es aquel Sebastián de Elcano, el primero que da la vuelta al mundo. Compañero de Magallanes, a él sólo estaba reservada la gloria de llevar en sus armas aquella divisa que le concedió el Rey: Primun me circumdedisti. Ninguna gloria más completa para España, que ser la primera en dar la vuelta al mundo que ella acababa de complementar con el descubrimiento de América.¡América! Hemos escrito este nombre tan glorioso en toda época ¡Cuánta honra para España y cuánta honra para los vascos que tuvieron parte en la conquista y continuaron después en la colonización del continente! No es sólo en Perú y en México donde el vasco se inmortaliza con sus hechos. Existe también una hermosa sección del continente, done a las aventuras dramáticas se hermanan las ideas civilizadoras; donde numerosas familias de origen vasco se conservan como heredera de grandes virtudes cívicas y privadas, y donde la más pura gloria irradia sobre España de una manera admirable. Nos referimos a Venezuela.He aquí el tema de este estudio: el elemento vasco en la historia de Venezuela, en nuestra conquista y en los días de la Colonia; la virtud austera en el corazón de nuestros hogares; el elemento vasco como heredero de los grandes hechos, contribuyendo a la emancipación de Venezuela, a la celebridad de sus hombres, a la independencia y sostén de la patria y a la gloria inmortal del primero y más grande de sus hijos.Al terminar aquí la primera parte de su narración, Don Arístides Rojas agrega un apéndice bastante completo sobre la "Oveja Negra" que nunca puede faltar, el cual fue El Tirano Lope de Aguirre. Dado que no es la esencia de este maravilloso trabajo, tal como lo da a demostrar el autor, pasamos a reproducir fragmentos de la segunda y tercera parte de esta narración.

Segunda parte (fragmentos)
Arístides Rojas comienza esta parte, haciendo énfasis en la "Compañía Guipuzcoana", dice lo siguiente: La Compañía Guipuzcoana que a principio del siglo XVIII, siembra los gérmenes de la riqueza venezolana e interviene durante media centuria, como principio político, en la suerte de Venezuela. La Historia será siempre justiciera para conceder a los vascos establecidos en Venezuela la gloria de haber sido los primeros innovadores y los verdaderos creadores de la industria agrícola. Más adelante comenta que era la primera aristocracia mercantil fundada en el Nuevo Mundo. Pero no fue sólo en el cultivo de la tierra y en el incremento del rebaño donde ostentó el vasco su pujanza. Puerto Cabello, refugio de los piratas, sitio de chozas de pescadores, por donde se efectuaba el comercio clandestino, se transforma de pronto, y el vasco, construyendo hermosas casa y almacenes espaciosos, hace de un lugar despreciable el primer puerto de Venezuela: desde entonces data su importancia mercantil. No fue Puerto Cabello el único pueblo que estos levantaran; en los ricos y pintorescos valles de Aragua, las aldeas ascendieron al titulo de villas, y caseríos que apenas eran chozas pajizas, en la dilatada zona de bosque que se extiende desde el lago de Valencia hasta la orilla del Portuguesa y del Apure, recibieron el impulso asombroso que debía convertir regiones selváticas en centro de movimiento y de lucro.A pesar de tantos males como se imputan a la Compañía Guipuzcoana, produjo bienes inestimables. Los escritores que tan mal la juzgan no se remontan a las causas políticas y naturales que imposibilitaban a España a entrar de lleno en el camino de las sabias reformas.
Al juzgar el elemento vasco durante los cincuenta años que dominó a Venezuela, participamos del juicio formado por uno de nuestros más distinguidos publicista:"La Compañía Guipuzcoana a la que tal vez podrían atribuirse los progresos y los obstáculos que han alternado en la regeneración política de Venezuela, fue el acto más memorable del reinado de Felipe V en la América. Sean cuales fueren las increpaciones que dirigió la opinión del país contra este establecimiento, no podrá negarse nunca que él fue el que dio gran impulso a la idea que planteó la conquista, y organizó el celo evangélico. Los conquistadores y los conquistados reunidos por una lengua y por una religión, en una sola familia, vieron prosperar el sudor común con que regaban, en beneficio de la madre patria, una tierra tiranizada hasta entonces por el monopolio de la Holanda"Andrés Bello: Recuerdos de la historia de Venezuela.

Tercera parte (fragmentos)
En esta última parte, Arístides Rojas resalta a la familia vasca desde la fundación de la Provincia de Venezuela, y refiere que con un vasco, el mariscal Emparan, termina en aquel memorable día (19 de abril de 1810) la larga serie de capitanes generales que, desde Alfínger en 1528, se había sucedido sin interrupción por espacio de tres siglos. Comenta la entrada en la sala capitular del canónigo Madariaga, de origen vasco: carácter definido, audaz, hombre de acción, que deshace con sus palabras todas las promesas de Emparan y lleva a feliz término los acontecimientos iniciados. Así comienza la Revolución de 1810.Narra en forma magistral la ascendencia vasca del Libertador, y todos los lugares del País Vasco que llevan el nombre de Bolívar. En el caso de los nombres vascos, como dice Don Antonio de Trueba: " El apellido bolívar, que es clásicamente éuscaro equivale a Pradera de molino , como compuesto de bol , radical de bolu, bolu-a, molino, y de ibar, ibarr-a, pradera, la pradera"Bolívar se escribe con b la última sílaba y no con v, porque la v, es puramente latina y extraña al éuscaro. Recuerda al vasco que salvará a Bolívar en los momentos de peligro: Francisco Iturbe, se presentará a Monteverde y exigirá el pasaporte para el vencido de Puerto Cabello. Era Iturbe uno de aquellos espíritus rectos, pacíficos y pundonorosos, de nobilísima alma y para quienes la amistad es culto."He aquí el más grande de los descendientes vascos en ambos mundos"Familias vascas en Venezuela desde la colonia hasta la primera mitad del siglo XIX.Entre las familias de origen vascongado que hay en Venezuela, la más antigua parece ser la de Bolívar (1588). Inserta una lista de patronímicos vascos con sus significados en español que datan de los siglos XVI, XVII y muchos del siglo XVII, en los días de la Compañía Guipuzcoana, 1730 a 1780: otros pocos pertenecen a la primera mitad del siglo XIX. Al publicar esta lista. Don Arístides Rojas da las gracias al señor don J. M. Echeverría, vicecónsul de la nación española en Puerto Cabello, quién tuvo la cortesía de corregir y ensanchar la lista que fue sometida a su examen.

Patronímicos Significado en español
Aguerrevere o Aurrevere Quemar eso arriba también
Aguirre o Auerre Quemar eso
Albizu o Albezu Si le es posible
Altuna Lo posible
Alustiza Parece que es así
Alzuru (corrupción de Aitzburu) Cabeza de peña
Amiana o Arriana Araña
Amundarai (contracción de Amaondara) Al lado de la madre
Anzoátegui o Aunzategui Lugar de las cabras
Anzola (corrupción de Anzuela) Que tenían allá
Arambarri Ciruelo nuevo
Aramburu Cabeza de ciruelo
Aramendi He allí el monte
Aranguren Antojadizo de ciruela
Aranzadi Lugar de abrojos
Aranzamensi Monte espina (espinar)
Aranzazu Tu en las zarzas
Arbide Camino de piedra
Arguindegui o Argiendegui Hágase la luz
Arismendi Monte de robles
Aristeguieta Lugar de robles
Ariza Roble
Arostegui Carpinteria
Arrameide o Arraibide Camino del pescado
Arrechedera He ahí casa hermosa
Arregui Paraje de gusanos
Arrieche Casa de piedras
Arrieta A las piedras
Arriaga Pedregal
Arrillaga (de Arriaga)
Arrobarrena Fanfarrón para dentro
Arteaga Rama de encina
Ascune Tiene mucho
Aurrecoechea Casa de enfrente
Azparren Mediante la hermana
Baraciarte Entre la huerta
Barrenechea Casa de adentro
Berrío De nuevo
Berrizbeitia Otra vez abajo
Berroterán (Berrateran) ¿si será el mismo?
Betesagasti Siempre manzanal
Bolívar. Pradera de molino
Cegarra ¡Qué llama!
Cosgaya ¡Qué proyecto!
Chapellin Fabrica de sombreros
Echeandia Casa grande
Echeazu A tu casa
Echegarai Galán de la casa
Echegarreta Casa a las llamas
Echenagucia Amo de casa
Echenique No tengo casa
Echezuría Casa blanca
Echeverría Casa nueva
Egui Verdad
Eguzquiza Debajo del sol
Elitzecheaa Casa de la iglesia
Elizalde o Eleizalde Hacia o cerca de la iglesia
Elizondo Junto a la iglesia
Erazo Bebed
Erroteverea Propietario del molino
Escurra Bellota
Escute Escondido
Espelosín. Hecho de astilla
Esquiaga No es humo de palo
Galárraga Palo o vara
Garaicoechea Casa de la victoria
Garmendia (Garramendian) Llama en el monte
Gasteloarena Del castillo
Gavarain (Gavaorain) Es de noche ahora
Goenaga Estoy arriba
Gogorza Rigor
Goicoechea Casa de arriba
Goiticoa El de arriba
Gori (Gorri) Colorado
Gorrochategui Lugar para sordos
Gorrondona Lo mejor es ser sordo
Guruciaga. Cruz de palo
Herrequena Del riachuelo
Ibarra Valle o praderaIbarrolaburu (contracción de Ibarra) Jefe de la ferrería del valle
Illaramendi Monte de las arvejas
Insaustri Nogal
Insurrazi Hágase con frecuencia
Iradi Tu pariente
Iraegui Verdadera ciudad
Iriarte Hasta la ciudad
Iribarren o Uribarren Urbano
Irigoyen o Urigoyen Ciudad de arriba
Isava Tía
Isturi o IshIturbe (por Iturrigaba) Sin fuente
Iturbide Camino de la fuente
Iturralde Hacia la fuente
Iztueta Y tiene palabra
Jáuregui o Jáuregui Demasiado señor
Llanda Heredad
Landaeta A las heredades
Larrain De las zarzas
Larralde Hacia la zarza
Larraiscan Oferta dezarza
Larrazábal Zarza ancha
Lecumberri Lugar nuevo
Lecuna Buen lugar
Legorburu Cabeza seca
Leiziaga Casa de Leiza
Lizarraga Rama de fresno
Loiznaz. Soñoliento
MadariagaMartiarena De MartínMendía MonteMendiri Al monte
Michelena De Miguel
Miquelarena De Micaela
Mujica (Múxica) Durazno
Olaechea Casa de madera
Olaisola Así es la palabra
Olavarría Tabla nueva o ferretería nueva
Ortiz (Ortie) De ahí
Otamendi. Monte de argoma
Ovarzábal u Olazábal Cama ancha
Sagarzazu Toma la manzana
Salaberría Sala nueva
Sarría (contracción de Suarria) Pedernal
SistiagaSorazábal Heredad ancha
Sorondo Junto a la heredad
Ucelay-Urcelay Pradera con agua
Ugarte Isla
Unda ¿dónde está?
Urbina De dos aguas
Urdaneta En todas las aguas
Uriarte Hasta la ciudad
Uribe (por Urigabe) Sin agua
Urosa Agua fría
Urrecheaga Casa de avellanos
Urristazu Agua de mar
Urroz (Uroz) Agua fría
Urrutia Lejano
Uzcátegui Lugar en que se niega
Uztariz Abundancia de yugos
Veitía Abajo
Veracoechea Casa de abajo
Vizcarrondo Junto al hombro
Zabala AnchoZabaleta Y es ancho
Zaldua Vendido
Zárraga Palo viejo
Zubiburu Cabeza de puente
Zubillaga Puente de ramasZuloaga Hueco de la rama
Zuloeta A los agujeros
Zumeta Al lugar de mimbres
Para concluir, Arístides Rojas hace el siguiente comentario: De un pueblo de esclavos no salen los hombres de la revolución de 1810 a 1830, ni los ingenios que figuraron al frente de nuestros comicios y asambleas, ni los adalides que lucharon y vencieron en los campos de batalla. Ni el odio ni la venganza debía interponerse entre España y América, sino el océano, límite natural entre dos pueblos que conservan para uno y otro mundo iguales tradiciones, lenguajes, costumbres y comunes gloria. Lo que España había realizado en el siglo XV, lo complementaban sus descendientes en el siglo XIX: elocuente corolario de aquella época inmortal. La familia era la misma, pero en regiones distintas.Bolívar es también gloria de España. Mengua hubiera sido entregarse al extranjero, a nuevos invasores que hubieran ahogado al trabajo de tres siglos, haciendo desaparecer raza, costumbres, lenguaje y tradiciones. Pertenecía a América continuar la obra y conservar la historia de la familia.

Elaborado por Gerónimo Alberto Yerena Cabrera

Dedicado a todos los vascos que han vivido, o aún viven en Venezuela.

Correo: yerena.gerónimo@gmail.com.
Caracas 30 de marzo 2008

El Duque de Rocanegras

Gerónimo Alberto Yerena Cabrera

Recuerdos de la década de los veinte.
Palabras caraqueñas.
Vitoco,vitoquear,vitoqueado.


Caracas en la década de los veinte fue muy florida y rica en hechos, sucesos y personajes que bien vale la pena recordar, tanto por el crecimiento en sí de la ciudad, como por el inicio de su transformación, la cual, estando aún en la época gomecista, donde el control y la férrea censura que imperaba, limitaba la libertad de expresión, siempre se dieron oportunidades aprovechadas por los humoristas de esa época con personajes como el Duque de Rocanegras.
Quizá con la palabra vitoquear, (vitoco,vitoquear,vitoqueado, vitoquismo) -sustantivo, verbo o adjetivo- se designaba desde principios del siglo XX (1921) a las personas que vestían como un “dandy” y además presumían de eso, buscando la mayor notoriedad posible; o, como dijo Guillermo Meneses en su Libro de Caracas: “ con aspecto de superlativa elegancia”.
En los últimos veinte años del siglo pasado, han sido muy pocas las veces que he oído esta palabra, a pesar de haber sido usada frecuentemente en mi juventud (década de los cuarenta,cincuenta e incluso en los sesenta); es una más de las expresiones caraqueñas que tiende a caer en el olvido, como casi sucede con las vivencias de esa década, que de no ser por el testimonio de personas como Aquiles Nazoa, así como de un grupo de reconocidos cronistas que cito más adelante, no tuviésemos ninguna oportunidad de recordarla.

Aquiles Nazoa, quién nació en 1920, en su libro Caracas Física y Espiritual presenta un artículo: Memorias del Duque de Rocanegras, en el cual describe a perfección y en forma magistral la historia de este personaje, y como surgió la palabra “vitoqueado”. Debido a lo excelente del trabajo, y a que en él hace un repaso y un recordatorio de las costumbres, las vivencias y el buen humor de los caraqueños, y retrata “La Caracas de Antaño” la cual aún muchos recordamos; me motivó a presentarles un resumen del mismo, por considerar éste lo más completo que se haya escrito sobre Vito Modesto Franklin y el significado de la palabra “vitoqueado”. La mayoría de los párrafos tomados del libro de Aquiles son transcritos textualmente, y en los casos que he considerado necesario, he intercalado algunos comentarios y referencias de otros autores, en el contexto del mismo tema, sobre la crónica de la ciudad en esa década. Recuerdo aún, que en mi juventud era casi como una obligación familiar ver el programa de Aquiles Nazoa por la Televisora Nacional canal cinco, y es por eso que he tenido el atrevimiento de tomar como base su artículo en el desarrollo de esta exposición.

Relata Aquiles Nazoa: Vito Modesto Franklin, alias “Duque de Rocanegras y Príncipe de Austracia”. Criatura insólita de la fantasía y del humorismo de la ciudad, en el esplendor físico de aquella figura y en la atmósfera de leyenda que respiraba su fascinante personalidad; conoció en la Caracas de los 20, al que fue su personaje más típico por más de diez años, y al mismo tiempo una estampa humana, mitad broma, mitad poesía, parte locura y parte ensueño.
Era natural de La Guaira donde en su juventud había figurado entre los recios caleteros que acarreaban sacos de café a los barcos. Su vida de aventuras comienza apenas a los 15 años, cuando Rodolfo, su amigo de la niñez, lo incorpora a la clientela un poco bandilesca de “El Gato”, famosa posada y garito guaireño que poetizaba la sólida reputación de su cocina criolla en sus anuncios versificados del periódico La Lira:

Es El Gato, en verdad un paraíso,
allí el talento del mondongo brilla:
la gracia virginal de la morcilla,
la sublime elocuencia del chorizo.

Iniciándose como el jugador afortunadísimo que fue siempre, en una de sus jugadas logró Franklin desbancar la ruleta de “El Gato”, dando lugar con su triunfo a un violento episodio de sangre del que le resultó un encarcelamiento por tres años. Cumplida su condena se trasladó a las tierras cacaoteras de Barlovento y allí se hizo de cuantiosos bienes, no siempre sin utilizar sus admirables mañas de picapleitos y abogado de afición, merced a las cuales se le llegó a conocer en aquella región como el Doctor Franklin. Pero cuando más prósperamente florecían sus negocios, sufre lo que el mismo describirá después como una de sus crisis de misticismo y decide ingresar en el Seminario. A punto ya de ordenarse sacerdote, y cuando ya casi todo Caracas lo conocía como el Padre Franklin, las autoridades eclesiásticas le impiden la ordenación luego de investigar las turbulencias de su vida pasada, y es entonces cuando Franklin comienza su carrera de “grand viveur” cosmopolita y elegante.
La época de su primer viaje a Europa es aquella en que Madrid celebra, con grandes corsos de flores, el cumpleaños del rey Alfonso XIII el día de San Pascal; es la época en que la literatura de Pierre Loti y las páginas de la revista L’Illustration habían puesto de moda los lujos de la mueblería oriental, los cigarrillos turcos y el turismo por los países exóticos. Es la época en que Europa se halla en plena efervescencia danunziana, y el ruidoso poeta impone en la literatura la moda de los amores raros; cuando París aún asiste con un entusiasmo robusto al espectáculo de los últimos duelos-vagido póstumo del romanticismo- y en que en la Costa Azul se oye sonar, de vez en cuando, el pistoletazo de un suicida mundano, galante e insolvente.
Trasladar a sus pequeñas ciudades de la América tropical un poco de ese mundo decadente, pero tan decorativo, fue el sueño de algunos suramericanos sensibles que por entonces viajaban por Europa; y así algunos renunciaban a su personalidad real para asumir otra más poética o al menos, más cónsona con aquel mundo del que se han hecho huéspedes para siempre, aun no viviendo ya en esa región.
A esta familia de criollos vuelto hacia lo exótico, perteneció nuestro Duque desde 1921 como el más vistoso y original de sus representantes. Para poder vivir la hermosa farsa que fue su vida durante diez años, adoptó un ropero de su propia creación, caracterizado principalmente por sus deslumbrantes ensamblajes de colores en que concurría el leonado y el verde Nilo, el carmesí y el negro, el esmeralda y el gris claro, el violeta y el rosa, todos ellos aplicados a las más curiosas formas que adoptaron jamás las ropas masculinas; como combinaciones de paltó-levita y calzón corto a lo chamberlán, chistera y camisa mosquetero de ancho cuello y bocamanga de encaje, tirolés con escarapelas de plumas, corbata de plastrón y zapatillas de raso con hebilla de plata.
Completaban la irrealidad de su figura no sólo sus pelucas que parecían de seda, sino el leve maquillaje de carmín y polvo de arroz con que avivaba su semblante, siempre realzado por un monóculo del que pendía una larga cintita del mismo color de la corbata. Famosos fueron también sus bastones de riquísima y complicada empuñadura, que excedían a veces el tamaño normal, y por la manera como él lo empuñaba le infundían el aire de un majestuoso maestro de ceremonias. En la muñeca izquierda llevaba invariablemente una soberbia pulsera adornada con tres bellotas de oro ,de las que él decía que representaba a sus antepasados: los tres infantes de Borbón; y de sus guantes, célebres también por sus colores, no prescindía sino en ciertas especialísimas noches de gran teatro, para mostrar, algunas de las sortijas que componían su rutilante colección.
Gozoso de la admiración que a su paso suscitaba entre los viandantes, salía todos los días a las diez de la mañana de su casa en la esquina de la Glorieta e iba a situarse en la Plaza Bolívar, donde pasaba casi todo el resto del día, con la mirada perdida entre los árboles, galanteando ceremoniosamente a las damas que pasaban o a veces charlando con sus numerosos amigos en el corrillo intelectual de “La Francia”.
Para 1922, y todavía sin llegar sus extravagancias a los extremos que alcanzó por el año de 1929, ya la figura del Duque era popularísima en Caracas. Y para confirmar apoteósicamente su caudaloso prestigio, en los carnavales de aquel año, un grupo de sus amigos formado por: Arístides Silva Pérez, Armando Carriles, Julio Coll Pacheco Magín, Enrique Silva Pérez, y Antonio José Santana, integraron una comparsa en la que todos iban disfrazados a la usanza del Duque y con la que el propio parodiado fue paseado en triunfo con acompañamiento de gran multitud, por las principales calles de la ciudad.
Hasta aquella época se le conocía popularmente en Caracas como el Doctor Franklin y también como el padre Franklin; pero a raíz de su apoteosis carnavalesca, y para halagarle el prurito nobiliario de que había vuelto contagiado desde su viaje a Europa, un grupo de amigos encabezado por el dibujante “Leo”, tuvieron la ocurrencia de hacerle llegar por trasmano un pergamino supuestamente expedido por el Rey de España, en el cual se le confería la dignidad de Duque de Rocanegras.
Nunca sabremos si Franklin, por ser también un humorista en el fondo, se prestó conscientemente a ser un elegante juguete en manos de sus amigos, o si, ofuscado por su incurable manía del esplendor, se sentía en verdad protagonista de la fábula ducal que le inventaron. El hecho fue que apenas recibido el pergamino se hizo entrevistar por todos los periódicos, despertando tal entusiasmo en la ciudadanía con la noticia de su ducado, que en 1924 para celebrarlo, se le organizó una fiesta en el Circo Metropolitano. Los organizadores de la fiesta –dice la reseña enviada desde Caracas a la revista madrileña “Sangre y Arena”- solicitaron de su excelencia el Duque de Rocanegras les hiciera el despejo de la plaza en una carroza preparada al efecto.
“La alta dignidad ducal cumplió su cometido, y después, gentilmente invitado para tomar una copa de champaña en el centro del ruedo, se le dio libertad inopinadamente a un hermoso novillo… Los invitados como por encanto desaparecieron del redondel; solamente el príncipe, el auténtico (teniendo sangre azul no podía ser de otra manera) aguantó con la mayor impavidez las embestidas del “morlaco”, y paso a paso, con toda la majestad que el caso requería, se retiró hasta el más lejano burladero, conservando intacta la virginidad de su línea”.
Aunque se aseguraba que en sus relaciones con las damas, nunca excedía el Duque los límites de un elegante platonismo castamente alimentado con flores y bombones ( Casto Varón de las Vestales le llamó la revista Elite en 1930), se desvivía S.E por las mujeres de teatro y especialmente por las bailarinas y coupletistas. Para tenerlas al alcance de su esplendidez y admiración, se compró el viejo Teatro Olimpia, y desde el palco central, en las noches de debut o de despedida, les arrojaba al escenario grandes cantidades de rosas. Eran los tiempos en que recorrían América, tonadilleras de fama mundial como: Rosita Guerra, Carmen Flores(amante de don Enrique de Borbón), Raquel Meller, Pastora Imperio y Lydia Ferreira “La Lusitana”.

Según Guillermo Meneses: “Paquita Escribano, otra gran cupletista, coincidió con Carmen Flores en Caracas en el año de 1922; Carmen Flores actuó en el teatro Olimpia; Paquita Escribano primero en el Teatro Nacional y luego en el Nuevo Circo. Carmen Flores era castiza y cañí (de raza gitana) conforme diría cualquier cronista de la época. Cantó cosas como “De noche cuando me acuesto” o “Cruz de mayo”.Tenía voz suficiente como para que la escucharan fuera del teatro. Pero bueno es pensar que no era escasa la de la Escribano, y prueba suficiente es la de que cantaba en el Nuevo Circo en tablado puesto sobre la puerta de los toriles. Paquita cantaba cuplés como “Besos fríos” o “no me beses” y se atrevía con la osada letra de “Mi Hombre”. Ambas tenían en su repertorio canciones como “El Relicario”. La rivalidad entre Carmen y Paquita produjo pública controversia y los periódicos de la época traían abundantes correspondencia destinada a alabar y zaherir a una u otra de las artistas”.

Otra cupletista famosa fue Raquel Meller, una de las grandes cupletista de la “Belle Epoque”; se llamó Francisca Marques López, nacida el 10 de marzo de 1888 en Tarazona, Zaragoza y murió el 26 de julio de 1962 en Barcelona (España). Fue también una de las grandes interpretes de “El Relicario”, junto a Carmen Flores y Paquita Escribano. Creo que las tres, terminaron de enloquecer al Duque.

Comenta Guillermo José Schael que: el matrimonio de la Meller con el poeta Gómez Carrilo en el Teatro Olimpia fue un acontecimiento de singular relieve artístico y social. Reunió a las personalidades más destacadas del teatro y de las letras de su tiempo. Asisten además no pocos representativos de la aristrocracia española. Entre sus padrinos de boda figuró el Conde de Ramanones (y por supuesto el Duque de Rocanegras).

Sobre el “Relicario”, escribe Guillermo José Schael en su libro “Caracas La Ciudad que no vuelve” lo siguiente:
“No existe pianola sin los compases en su repertorio de tan alegre melodía. Diríase que todos los programas sociales bailables comienzan con este garboso pasodoble y cierran al compás de la inimitable “Alma Llanera” del maestro Pedro Elías Gutiérrez.


En el Rincón del pasodoble.com, E. Gómez García encontramos la letra completa de esta famosa canción.

I
“El día de San Eugenio
yendo hacia el Prado le conocí
era el torero de más tronío
y el más garboso de to Madrid…

Iba en calesa pidiendo guerra
y yo al mirarlo me estremecí
y él comprendiendo saltó del coche
y muy garboso se vino a mí
tiró el capote con gesto altivo
y muy mimoso me dijo así:
Estribillo
Pisa morena, pisa con garbo
Que un relicario, que un relicario me voy hacer
Con el trocito de mi capote
que haya pisado, que haya pisado tan lindo pié.
II
Un lunes abrileño
el toreaba y a verle fui.
Nunca lo hiciera aquella tarde
de sentimiento, creí morir.
Al dar un lance,
cayo en la arena;
se sintió herido
miró hacía mí.
Un relicario saco del pecho
y yo al instante reconocí
cuando el torero caía muerto
en su delirio decía así…
Estribillo
En youtube lo puedes oír cantarlo por Sara Montiel si copias esta dirección:

http://www.youtube.com/watch?v=Uwvaa-qZVy4

En mi experiencia, aunque nací al inició de la década de los cuarenta, tuve el privilegio de haber oído “El Relicario” en una pianola manipulada por mí, acompañada la música de un piano tocado por mi tía Hilda Rosa (hermana de mi madre) y por guitarra tocada por mi abuelo, y haber presenciado bailes tal como lo describe Shael. Esto fue en El Prado de María, a finales de los cuarenta, en la casa de mi abuelo materno Macario Isidoro Cabrera González mejor conocido como “El Cochero Isidoro”, y a quién inmortalizó Billo con su canción “Epa Isidoro”.

Continúa Aquiles:En el homenaje popular que en 1924 fue objeto el Duque para proclamarlo “El Hombre de las Línea Perfectas”, fue Carmen Flores quién fungió como sacerdotisa encargada de consagrarle. La ceremonia, que respiraba un paganismo de caricatura, consistió en tender al Duque semidesnudo en un lecho de rosas y verterle champaña en su vientre para que Carmen bebiera del cuenco (concavidad) de su ombligo. Ahora bien, siguiendo a la Flores, de quien estaba inútilmente enamorado, había llegado por aquellos días a Caracas don Enrique de Borbón, personaje de la realeza española y primo del rey Alfonso XIII, a quien le pareció excesiva aquella confianza del Duque con su amada; por lo que en un ruidoso encuentro que ambos tuvieron en los salones de “La Francia”, le arrojó un guante a la cara del Duque y lo retó a duelo. Al parecer a última hora se acobardó el Borbón, y cuando el Duque y sus padrinos fueron en su busca en la explanada de El Calvario, ya don Enrique iba camino a Colombia, siempre en seguimiento de su evasiva Carmen. En Caracas no ocurrían duelos desde los años románticos de 1850, cuando se libraron los últimos en los matorrales del lugar llamado La Matanza, donde hoy se encuentra el Nuevo Circo. Tampoco habían tenido los caraqueños desde la época de la colonia, muchas ocasiones de mirar de cerca de una persona de la nobleza; todo lo cual, sumado a la gran popularidad de que gozaba el Duque, le aseguró el esperado espectáculo del desafío una concurrencia digna de la mejor corrida de toros. Interpretada la fuga del Borbón como un triunfo por “forfeit” para su contendor, la enorme multitud de curiosos que se habían aglomerado en El Calvario para asistir al duelo, se echaron en hombro al Duque, y entre aclamaciones, aplausos y vivas a Venezuela lo trajeron cargado hasta la Plaza Bolívar.
Un nuevo elemento, acaso el más bellamente fabuloso de todos, vino por el año 24 a enriquecerle al Duque la materia novelística de su vida. Con procedimiento semejante al que había usado para hacerle llegar el pergamino con sus títulos, el círculo de amigos, entre los que siempre andaba metida la mano de redactores de “Fantoches”, fechándola en la remotísima villa francesa de Metz, le hicieron llegar como escrita por una supuesta princesa cautiva, una declaración de amor, para cuya firma eligieron el nombre de un conocido medicamento recomendado contra la dispepsia: se llamaba Princesa Piperazine de Midy.
“Estimado Duque-decía la carta-: tiempo mucho ha que os amo en secreto como bien consta a mi almohada, a la que comunico todas las noches las inquietudes de mi corazón, y en especial a mi loro particular con quien paso mis horas de ocio conversando acerca de vos. Estáis ceñido a mi amantísimo corazón como presa en mi corsé lo está mi cintura. Permitidme contar desde hoy con vuestra mano. La mía, vuestra fue desde siempre. Besos vuestros pies, Piperazine de Midy, Princesa cautiva de Austracia”.
Si creyeron sus amigos sorprender la inocencia del Duque con la invención de semejante princesa, lo que lograron en realidad fue proporcionarle un tema para demostrar todo lo poeta que era. No sólo admitió la existencia de tan lejana y fabulosa enamorada, sino de tanto mencionarla, de brindar por ella en sus fiestas y de salir en su defensa cuando se le aludía sarcásticamente en los periódicos, llegó a infundirle vida, llegó a darle corporeidad en el folklore de Caracas, llegó a asociarla a su nombre, a su aventura y hasta a su tragedia como lo está a la figura de Don Quijote la imagen de Dulcinea.

En Así son las Cosas, Oscar Yánez relata: “En ocasión de haberle señalado al Duque que su “Dulcinea” tenía el mismo nombre que un remedio, él explicó con burla que la plebe no sabía de remedios; además ella remedia todos los males de mi corazón…”

Cuenta Aquiles Nazoa, que después de lo ocurrido con lo de la princesa Piperazine, el Duque se declaró Consorte de la Cautiva, y adoptando el título de la desposada se proclamó Príncipe de Austracia. Coincidió esta situación con el auge de Rodolfo Valentino y sus éxitos cinematográficos: “Cobra”,”Sangre y Arena”,”El Gaucho”,”El Hijo del Sheik” y “El Aguila Negra”-los cinco títulos de oro que envuelven el nombre de Valentino en un fulgor de leyenda- y poco a poco la ciudad se fue rindiendo a la fascinación de la nueva “divinidad viviente”. Las películas de Valentino cada tarde congregaban a sus idólatras en las vespertinas del Teatro Princesa, o en las friolentas intermediarias del Circo Metropolitano.
Esto causó un celo exagerado en el Duque, e hizo un intento casi angustioso por rescatar el sitial de fama que con tan desiguales armas le arrebatara el extranjero; y para completar la situación, los humoristas de “Fantoches” le propusieron hacer una comparación pública entre sus proporciones corporales y las que se conocían de Valentino. El Duque en un rapto de sumo exhibicionismo aceptó el reto. Posó medio desnudo para un famoso retrato de la Fotografía Manrique, cuya exhibición en las céntricas vitrinas de la Bota de Oro, resultó el más gozoso espectáculo que se había ofrecido a la Caracas de aquellos tiempos. En el teatro Olimpia, días más tarde se celebró el acto donde se efectuó las mediciones de su cuerpo y fueron realizadas por un competente grupo de operadores de cine; el Duque recobró su popularidad, más ésta no descansaba ya como en otros tiempos en el prestigio de su persona, sino en el apoyo que le prestaba la radiante actualidad de su émolo cinematográfico. Esto se prolongó hasta el 23 de agosto de 1926 cuando murió Rodolfo Valentino en la ciudad de Nueva York.
Para terminar la década de los veinte, el seis de diciembre de 1930, el Duque asistió invitado por un amigo latonero a una prueba de una maquina de vapor que éste había inventado, la maquina explotó e hirió al Duque en la frente y le produjo la pérdida de una pierna… El Duque murió el 17 de julio de 1938.
Su vida en la década de los veinte (1921-1930) coincidió con el humor, la sátira y las costumbres de la Caracas de esa época. No se burlaron de él, sino que todos vivieron y compartieron su necesaria locura.


Gerónimo AlbertoYerena Cabrera
yerena.geronimo@gmail.com
Caracas 16 de febrero de 2004.

Bibliografía.

Aquiles Nazoa. Caracas Física y Espiritual Este libro nos sirve para recordar una pequeña parte de las famosas charlas de Aquiles por la Televisora Nacional Canal Cinco.
Charlas de Aquiles Nazoa por el canal cinco.
Guillermo Meneses. Libro de Caracas.
Guillermo José Schael. Caracas La Ciudad que no vuelve.
Juan J Verde. Caracas del Recuerdo a la Nostalgia.
E. Gómez García. elrincondelpasodoble.com.
Oscar Yánez. Así son las cosas. eluniversal.com
El Loro Estepario. Año II, número 22. Dic 2004.

"A llora pà El Valle"

Gerónimo Alberto Yerena Cabrera
Lucas Manzano ha sido uno de los cronistas que, a mi parecer, ha descrito con mayor entusiasmo y en forma insuperable, esta famosa expresión caraqueña que casi a diario seguimos oyendo en nuestra ciudad, así como en el resto del país e incluso estoy seguro que la hemos exportado….tuve el placer de conocer a Lucas Manzano, la mañana de un domingo, a principio de la década de los cincuenta; cuando este sui géneris personaje, gran cronista de la Capital, visitaba a su amigo el doctor Jesús Antonio Yerena, en su casa situada en la avenida Venezuela urbanización El Rosal quinta Aida.

Luego de revisar bibliografía sobre el tema, con el objeto de preparar un trabajo en donde narrara la historia de esta frase, llegue a la conclusión de que nada mejor podía hacer, que honrar a Lucas Manzano transcribiendo párrafos de su artículo: “A llorar a El Valle”, o como lo dice el pueblo “a llorar pa’ el Valle”. Este artículo lo presenta en su libro “Caracas de Mil y Pico”. Editorial Cultura, 1946 y como dice Pedro Sotillo, en el prólogo: “Lucas Manzano esclarece más de un punto y rectifica a más de uno de nuestro escritores de motivos históricos”.
Comienza Lucas Manzano así:
Rico en leyendas sentimentales y pintoresco por las coloraciones que le imprimen a su loada existencia las tradiciones vernáculas, este pueblo de “El Valle”, vecino a la ciudad capital, abusó como ningún otro villorrio caraqueño de una variada colección de nombres, impuesto por cada uno de aquellos que administraron su rebaño o se creyeron dueños y señores de sus destinos.
Pero ni los primeros ni los segundos merecerían epítetos denigrantes, a no ser que cada vez que se quiere hacer un chiste a costa de cualquier ciudadano que padezca privaciones, lo primero que nos viene a la boca es mandarlo “a llorar a El Valle”, frase despectiva con la cual despedimos al cliente, por la puerta grande. No dicen los maestros de la antigüedad si fue El Valle, al que los Fundadores de Santiago de León de Caracas eligieron como lacrimatorio para depositar los vasos en que vertían sus lágrimas los abuelos, cuando un deudo suyo emprendía viaje hacía la eternidad; pero, cada vez que se sufren penas por las cuales se impone llorar, es a El Valle adonde nos envían nuestros protectores.
No es por cierto inventiva de hoy, no, la leyenda viene desde el año de1555, cuando a la cabeza de 20 flecheros y un centenar de indígenas seleccionados por su madre, la celebre cacica doña Isabel, vino don Francisco Fajardo en compañía de sus hermanos por la parte materna y del portugués Cortez Rico. A El Valle, habitado por los indios “tumuses” llegaron y como de reformar se trataba, don Francisco Fajardo en premio a los servicios de Cortez Rico, hizo que se llamase aquel poblado “El Valle de Cortez”, nombre que llevó hasta el arribo de don Diego de Lozada, quien en recuerdo de haber pasado allí la Semana de Pasión sin contratiempos, mando a Cortez Rico a freír castañas y le puso por nombre El Valle de la Pascua.
Desde tan memorable fecha el remoquete de llorones no les abandonaba; más, no con la gravedad con que se intensificó a partir de diciembre de 1675, cuando por una broma del obispo don Fray Antonio González de Acuña, de gratísima memoria por su hombría de bien, éste sin intención aviesa hizo célebre la frase de “a llorar a El Valle”.
Era por entonces catequista de los indios tumuses que poblaban El Valle de la Pascua, fray Gregorio de Ibis, quien con el nunca bien recordado padre Trigueros, y cinco frailes más, vino a principios de 1674 a predicar los evangelios en los llanos de Caracas. Le asignaron a fray Gregorio la zona de El Valle para que ejerciese su apostolado, cuyo pueblo evangelizó; y fundo, además, la Capillita de El Calvario, que estuvo situada hasta 1896 en uno de los cerros cuya entrada tenía acceso por la Calle Real, y también otra ermita de horcones que prestaba los servicios del culto en el sitio en donde hoy está la Iglesia Parroquial. Desde entonces, el pueblo fue rebautizado con el nombre de Nuestra Señora de la Encarnación de El Valle de la Pascua.
Gobernaba la provincia el maestro de campo don Francisco Dávila Orejón y Gastón, quien dicho sea de paso, poco honor le hacía al último de sus apellidos ya que a la hora de gastar, Gastón no gastaba ni en el pienso (alimento seco que se le da al ganado) para su cabalgadura; no embargante lo cual don Francisco era bueno, caballeroso, gran señor y amigo de poner la fiesta cuando la oportunidad le decía: ¡ ábrete, Pancho!
El arribo a Caracas de fray Antonio González de Acuña, se reputa como unos de los acontecimientos en que los caraqueños echaron el resto. Con decir a ustedes que hasta el capitán Ladrón de Guevara, quien poseía el penco de mayor belleza que conocieron los caraqueños de aquellos tiempos, tuvo el Obispo, el singular honor de echarle la pierna, a pesar del estribillo que recitaba el Capitán cuando decía: “Mi caballo, mi litera y mi mujer no lo monta sino yo…”
Nueve de septiembre de 1674 marcaba el calendario cuando se publicó por bando, que haría su entrada en la ciudad el día 13 su Señoría Ilustrísima. El maestro de ceremonias de la Metropolitana que por entonces lo era don Pedro Lozano, informo al Ilustre Ayuntamiento, acerca de tan magno suceso. Cundía los preparativos y el escribano Fernando Aguado de Páramo, leía la carta en que se daba la noticia en la Plaza Mayor, donde por voz de pregonero anunciaban los regocijos que dispondría la ciudad en honor del Prelado. Para no perder tiempo se despacharon comisiones que trabajasen del campo, buenos toros para las corridas y caballos para las carreras; en tanto se haría desyerbar la Plaza Mayor para que estuviese digna del personaje y adornar las calles por donde había de hacer su entrada el jefe del rebaño. Además de los actos acostumbrados en aquellos casos, sonaría las guitarras y los “Diablitos de El Valle de la Pascua” bailarían “La Llora”- algo muy parecido a lo que vemos en las películas de indios y vaqueros- cerrando con ese acto las demostraciones permitidas hasta el toque de ánimas. (En este último párrafo, Lucas Manzano enuncia en forma brillante el “quid” del relato, como apreciaremos más adelante).
Al día siguiente se cumplió el programa, y fue entonces cuando ojos humanos vieron desfilar repantigado (arrellanarse y extenderse) en el asiento de lujosa silla de mano, pintada de verde perico con arabesco dorados y tapizada de damasco rojo, al Ilustrísimo, llevado por dos esclavos vestidos de hopalandas moradas. Así llego su señoría a las puertas del ayuntamiento, precedido de dos maceros (el que lleva la maza- insignia- delante de los cuerpos o personas autorizadas que usan esta señal de dignidad) y un ujier (portero, sirviente).
Tomaron asiento su señoría el Obispo y el Gobernador, teniendo a su diestra sentados, los alcaldes don Juan de Brizuela y el capitán don José Rengifo Pimentel y, los regidores por orden de antigüedad. En frases llenas de mansedumbre, el Obispo manifestó su gratitud por la manera de cómo lo habían recibido en la ciudad y dijo que sería a un tiempo pastor y un siervo de su rebaño. Luego que concluyó la visita, la escolta le hizo compañía hasta el Palacio Episcopal situado en el ángulo suroeste de las esquina de Las Gradillas.
Meses después el “Ilustrísimo Señor Obispo” excursionaba hacia El Valle en el caballo rucio del capitán Ladrón de Guevara, enjaezado (poner los adornos de cintas a los caballos), el caballo, no el Ladrón; las ancas del penco iban cubiertas con gualdrapa de terciopelo de color morado y las armas del señor Obispo grabadas en las puntas de la gualdrapa.
A continuación: como relata el famoso Lucas Manzano, la relación de fray Gregorio de Ibis y el obispo fray Antonio González de Acuña con el famoso dicho caraqueño “a llorar pa’ El Valle”.
Refiere Lucas Manzano que cierta mañana, cuando el prior del Convento de San Francisco visitaba al Obispo, con el propósito de invitarlo a una solemnidad, halló al padre Ibis, quién con idéntico fin solicitaba del Prelado su Pastoral visita a El Valle, con el propósito de que bautizase los indígenas tornados a la civilización. Como le hablase el Padre Ibis reiteradamente del baile de “La Llora” que harían en honor suyo los Diablitos de El Valle, el Prelado exclamó: dirigiéndose al prior de San Francisco – Hermano: aplace usted lo suyo para más lueguito, porque ahora vamos “a llorar a El Valle”…
Desde entonces hasta nuestros días se hizo popular la frase repetida por todos cuando para calmar un anhelo, o enrumbar un extraviado lo mandamos con armas o sin ellas “a llorar pa’ El Valle”.
Tendré el placer de citar nuevamente a don Lucas Manzano y al pueblo de El Valle con ocasión de mi próxima entrega sobre Crónica de Caracas, en relación a la historia de El Valle.

Gerónimo Alberto Yerena Cabrera
Yerena.cabrera@gmail.com
Bibliografía revisada
.- Todos los libros de Don Lucas Manzano.
.- Historia de Venezuela por Guillermo Morón.
.- Nomenclatura Caraqueña. Rafael Valery S.
.- La Ciudad de los Techos Rojos. Enrique Bernardo Núnez.

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