viernes, 29 de enero de 2016

Carnaval en Caracas. Evolución desde la Colonia hasta el siglo XXI.



Gerónimo Alberto Yerena Cabrera.
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En el siglo XVII, ya la ciudad de Caracas en función de Capital de lo que más tarde fuera la Capitanía General de Venezuela disfrutaba de las costumbres carnavalescas. Esto fue evolucionando conjuntamente con los cambios de las autoridades,
fundamentalmente la de Gobernadores y Obispos. En el siglo XVII y mediados del XVIII ya se jugaba con agua, negro humo, almagre, huevos, se embadurnaban con harina, azúcar o pinturas; y aprovechaban los jóvenes, y algunos no muy jóvenes, para dar riendas sueltas a los impulsos propios de la liberación de sus hormonas. Esto ocurría, según la zona y estratos sociales, desde la forma más inocente hasta las más bárbaras posibles. Estas costumbres desde la Colonia hasta el siglo XX, se fueron alternando “sus modalidades” entre la diversión, la molestia y el abuso, en diferentes épocas, según las circunstancias y los Gobiernos de turnos.

Narra Don Arístides Rojas (1), que en la época del Obispo Diez Madroñero, en el siglo XVIII (1757-1769) cuando Caracas era una ciudad en que prácticamente no existía diversión alguna y con ansia esperaban el Carnaval para festejarlo; el Obispo, el cual ya había impuesto una series de modificaciones de índole religiosas en las costumbres y en la nomenclatura de la ciudad, decreto la prohibición de los juegos de carnaval y estableció el rezo del rosario todos los días de carnaval. Al morir el Obispo, el rezo del rosario fue desapareciendo en el carnaval y volvieron nuevamente las viejas costumbres, para beneplácito de la gran mayoría de sus habitantes.

Carnavales de febrero de 1894
Ya en el siglo XIX, los tres primeros tercios, había el carnaval invadido nuevamente la ciudad con todas sus modalidades, llegando al extremo en la segunda mitad del siglo, que pocas casas y edificaciones se salvaran de manchas de pinturas que se iban acumulando de cada carnaval, dando un aspecto grotesco.

Graciela Schael Martínez (2), en su artículo: Primer carnaval organizado, narra en forma genérica las mismas costumbres hasta la fecha del centenario del nacimiento del Libertador, cuando el general Antonio Guzmán Blanco, había insinuado la conveniencia y su deseo de ver sustituido el bárbaro juego “que echaba por tierra todo miramiento culto y de respeto, por diversiones dignas de una ciudad civilizada”.
Como por encanto, al amanecer del domingo se vieron flotar en las ventanas gran número de banderas. En lugar del agua e inmundicias como en años anteriores, caía sobre el transeúnte una lluvia de flores, dulces y perfumes. Máscaras de aspecto que recorría toda la escala de lo grotesco paseaban la ciudad.


El Cojo Ilustrado,1901. Fotos tomadas del blog Caracas en retropectiva.

Sin embargo el juego con agua el martes de carnaval no fue desterrado completamente; cuenta Lucas Manzano (3), que un General muy mandón él, ante una situación que se había presentado en la Calle Real de La Candelaria, donde mojaron a la tropa, fue el mismo a poner el orden y al llegar al sitio, bellas damas lo bajaron del caballo y le dieron un baño completo; éste sonriendo y celebrando el atrevimiento de las muchachas dio la orden de alejarse y que las chicas siguieran con su juego.
Uno de los mejores costumbristas
Don José García De la Concha
“Reminiscencias: vida y costumbres de la vieja Caracas” libro del cronista José García de la Concha fue publicado en Caracas por Ernesto Ermitaño, Editor en 1973.
 
Don José García De la Concha (4), contemporáneo de Don Lucas Manzano y quien fue testigo presencial de la celebración del carnaval a principios del siglo XX, cuenta que era una fiesta donde se podía apreciar claramente el grado de cultura y de ingenio de un pueblo, y Caracas en esto se iba superando y continuaba celebrando el carnaval de una manera decente y elegante. En la ciudad con suficiente antelación se formaba la junta directiva, y de su seno se elegía un presidente y se formaban juntas subalternas para las parroquias. Se organizaban los desfiles compuestos por carrozas, coches y faetones; estos salían el sábado por la tarde del Capitolio prestos a la batalla de serpentinas, flores, confetis y caramelos; subían al Principal, doblaban hacia la Torre y tomaban la Calle Real de La Candelaria. Las dos primeras cuadras no representaban resistencia, pero de la Marrón para abajo la cosa era seria, desde allí comenzaba la guerra de papelillos y serpentinas; al llegar a la esquina de la Romualda se detenían para compartir el jolgorio en el gran templete situado alrededor de esa esquina; luego continuaban hasta la Cruz de la Candelaria ,bajaban a Miguelacho, desde allí se devolvían pasando por el templete de Socarras y cruzaban a Salvador de León (recuerden que la esquina de Socarras esta al sur de Romualda, situadas ambas en lo que hoy es la Avenida Fuerzas Armadas). De Salvador de León bajaban siete cuadras hasta Peláez; en la época de Castro se hizo famoso en esa esquina el templete del Gobernador Tello Méndez, según narra De la Concha. De las Peláez seguían al oeste, posiblemente hasta la esquina de Monzón y de allí subían directo hasta el Principal donde terminaba el desfile ese día. La fiesta se prolongaba hasta el Martes de Carnaval, tanto en el colectivo como en las residencias particulares.

Sin embargo a comienzo del segundo cuarto de siglo XX en los carnavales de 1928 fue diferente a todos los anteriores; comenta Guillermo Meneses (5), que con motivo de la elección de la Reina de los Estudiantes: “Beatriz Peña se llama y es preciosa como tienen que ser las Reinas de entusiasmo y juventud”; Pio Tamayo, un personaje que se incorpora por entonces a las conversaciones y a los espectáculos moderno y rebelde en su descuidada altanería, en homenaje a la Reina dijo las siguientes palabras: “ Una Reina, pero sucede que, (¡cómo se cuaja la ira en el corazón de algunos gobernantes!) un moscardón de rebeldía se ha juntado a la algazara de los estudiantes”; Antonio Arraiz, quien andaba en la misma línea de Pio Tamayo comentó que esas palabras fueron candentemente sospechosas; sumado a esto los estudiantes en camiones adornados de colorines con un distintivo que no puede confundirse con disfraz alguno gritan:
¡Ajá,ajá!
Mariquita ya se va
¡Ejé, ejé!
Mariquita ya se fue…

Los festejos del reinado de Beatriz terminan con el arresto de todos los estudiantes y sus compinches que participaron en la celebración, además de Pio Tamayo y Antonio Arraiz. Estos fueron los famosos carnavales de La Semana del Estudiante en el 28.
Sonora Caracas,1933. En plena época del "Benemerito"
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Niños jugando con agua a principio de los años cincuenta
Luego a finales de los años 40 y en los 50, el carnaval se traslado a los clubes privados. Juan J Valverde M (6) y Marisa Vannini (7), comentan que comenzaron a celebrarse en el Casablanca Tennis Club (hoy La Hermandad Gallega); el Club Paraiso (después Las Fuente); el Centro Asturiano; el Star Light del Hotel Madrid, situado en la esquina de Cipreses; el Monumental, debajo del puente 9 de Diciembre en el Paraiso; el Hotel Ávila y el Hotel Tamanaco.
El dominicano de nacimiento y caraqueño de corazón, que le pidió a Juan Vicente Torrealba, que por favor le compusiera algo a Caracas. A diferencia, él fue el que más le compuso canciones a nuestra capital, Juan Vicente no lohizo...¡! 

 En el puente 9 de diciembre se veían a los curiosos observando desde las barandas a las personas bailando en el Monumental, incluso en fechas distintas al carnaval. En mi infancia, los fines de semana cuando íbamos al pueblo de El Junquito y aún no habían construido la actual Avenida Morán, se subía  generalmente por lo que se llama: La Subida del Atlántico, en la urbanización Artigas para evitar ir por la Plaza de Catia, ruta que era más lejos para los que veníamos del sur, muy a menudo nos parábamos en el Puente 9 de Diciembre y observabamos  los bailes y el tremendo jolgorio que allí se formaba. Recuerdos alegres de un pasado más alegre.
Los templetes volvieron a alegrar el carnaval, estaban bajo el control de la Gobernación del Distrito Federal y las diferentes Juntas Parroquiales. Como estaba prohibido el consumo de alcohol, la gente se sentía más estimulada a asistir y confiada en la conducta de todos los asistentes a los templetes. Muy populares y famosos fueron los de San Juan, La Pastora y el de San José, pero también los hubo en otras parroquias y barrios caraqueños.

Luego de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, los festejos se limitaron nuevamente a los clubes, colegios y residencias particulares. Para el año 1961 se reactivó el carnaval en la UCV y hubo más entusiasmo ese año; aunque a nivel popular colectivo el carnaval nunca más volvió a ser lo que era antes.

En Caracas a decir verdad, en carnaval a igual que en Semana Santa,desde hace varios años, aunque hubiera seguridad, sus habitantes en la gran mayoría lo que hacen es viajar al interior y el jolgorio lo forman fuera de la ciudad,a Dios gracia...
¿Usted quiere estar en una ciudad tranquila?: quédese en Caracas en carnaval o Semana Santa y no se arrepentirá…

Bibliografía revisada.
1º.- Arístides Rojas. Crónica de Caracas. Fundarte. Colección Rescate.1994.p49.
2.- Graciela Schael Martínez. Estampas Caraqueñas. Concejo Municipal del Distrito Federal. 1975. El primer carnaval organizado. p 109.
3º- Cuadernos de Lucas Manzanos.
4.- José García de la Concha. Reminiscencias Vida y costumbres de la vieja Caracas. Ernesto Armitano, Editor. El carnaval de Caracas. p146.
5º.-Guillermo Meneses. El Libro de Caracas. Fundarte.1995.p145.
6º.-Juan J. Verde M. Caracas del Recuerdo a La Nostalgia. Impregraf C.A. 1997.p51.
7º.- Marisa Vannini. Arrivederci Caracas. Libros del Nacional. Nº 53. P122.

yerena.geronimo@gmail.com

lunes, 25 de enero de 2016

LA IMAGEN DEL LIBERTADOR


Carlos Alarico Gómez*

La imagen de Simón Bolívar vuelve a ser noticia de primera plana. La razón se debe a la orden del presidente de la Asamblea Nacional de remover del viejo Palacio Legislativo una iconografía que reposaba allí al lado de otra de Hugo Chávez Frías. En verdad, la retirada de la gigantografía de Chávez era conveniente, ya que su imagen se asocia con la de un partido y en la Asamblea debe privar una atmósfera de pluralidad ideológica. En cuanto a la de Bolívar debe aclararse con absoluto apego a la verdad histórica que ese retrato no es de Bolívar ni refleja su fisonomía. Como todos sabemos, el Libertador posó en varias ocasiones para artistas de gran fama, consciente como estaba de su compromiso con la historia. Sobre el particular el diputado Henry Ramos Allup expresó que “todos los venezolanos tenemos que respetar la imagen de Bolívar, pero eso sí, la imagen real”. Y agregó que esa no puede ser otra que la aprobada por el mismo Libertador, ya que ningún venezolano puede arrogarse el poder de cambiar lo ordenado por él.
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Ramos Allup se refería de manera específica al retrato pintado por el artista peruano José Gil de Castro en 1825, el cual le agradó tanto al Libertador que le envió una copia a su prima Fanny de Villards.
La distorsión de la imagen   
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 El problema no es nuevo, aun cuando Bolívar es ciertamente el venezolano de mayor trascendencia universal. Sin embargo, sus ideas y su figura han sido intencionalmente manipuladas por políticos interesados en crear una especie de mito, una suerte de culto religioso en  su entorno, convirtiendo en Judas a cualquier persona que haya diferido de sus puntos de vista o de alguno de sus proyectos, lo que es contrario al espíritu y razón de cualquier régimen que se considere democrático. Como si eso fuera poco, a la creación de una nueva imagen física de Bolívar siguió la proclamación de una tesis absurda que sostiene que fue asesinado. La aseveración, si bien peregrina, fue expuesta con pasión por el expresidente Hugo Chávez, a pesar de que existe una extensa evidencia documental suscrita por médicos que establecen la tuberculosis como causa de su muerte.
Esa tendencia a deformar la realidad ha deshumanizado a Bolívar, convirtiéndolo en una especie de héroe mitológico. Es difícil, por tanto, que un venezolano del común pueda analizar objetivamente la personalidad del líder de la gesta independentista. En consecuencia, es necesario que se comience a difundir de manera objetiva y profesional la realidad de su pensamiento, así como los sucesos en los que se vio envuelto durante su compleja e intensa existencia, especialmente en el lapso 1828-1830, tal como propone el historiador Germán Carrera Damas en su obra (El Culto a Bolívar (1973), con el fin de que se pueda lograr la captación de los valores que hicieron posible la independencia, así como la interpretación cabal de los errores en que incurrió.
La apoteosis de Bolívar
Los que han investigado este problema coinciden en señalar que el iniciador de esa mitomanía idolátrica fue Antonio Guzmán Blanco, de acuerdo a lo aseverado por historiadores de gran seriedad, como María Elena González Deluca (2007: 114) y Ramón Díaz Sánchez (1968, 5ta edic.: 115), en la que demuestran que el estadista venezolano, posiblemente motivado por el vínculo de parentesco que tenía con Bolívar, adelantó una intensa actividad destinada a enaltecer la figura del héroe, aprovechando el evento que organizó para celebrar el primer centenario de su nacimiento, al que le dio el nombre de “Glorias de Bolívar”. Como se sabe, Guzmán Blanco era pariente consanguíneo de Simón Bolívar, ya que su madre Carlota era prima de Dionisio Palacios y Blanco (hermano de María Concepción) y de su esposa Juana Bolívar y Palacios (hermana del Libertador).
La celebración del centenario fue aprovechada con gran habilidad por “El Ilustre Americano”, creando por decreto una Junta que hizo presidir por Antonio Leocadio Guzmán, su padre, de la cual formaron parte Fernando Bolívar -sobrino del Libertador-, Arístides Rojas, Agustín Aveledo, Pablo Clemente, Andrés Level de Goda y Manuel Vicente Díaz. La conmemoración, si bien ampliamente merecida  por el Padre de la Patria, fue llevada al extremo de crear una moneda con la efigie de Guzmán al lado de Bolívar, a lo que hay que sumar la obra Venezuela Heroica (1881), del escritor Eduardo Blanco, en cuyas páginas despliega una literatura épica en capítulos llenos de exagerado fervor, al estilo de La Ilíada de Homero, con el propósito de hacer ver que los generales de la Independencia eran titanes y que Bolívar era el propio Zeus, llegando incluso a inventar algunos episodios, como el de la dramática despedida de Pedro Camejo cuando herido de gravedad en el Campo de Carabobo, galopa moribundo para despedirse del general José Antonio Páez y, al estar frente a él, descubriéndose el pecho, le expresa balbuciente: “Mi general, vengo a decirle adiós porque estoy muerto”. El hecho nunca ocurrió, como se puede verificar en la Autobiografía escrita por Páez en Nueva York, donde narra con detalles lo acontecido durante la batalla de Carabobo (1869/1971: 338).
La opinión pública a favor del mito
    Guzmán Blanco fue apenas el comienzo. Gobiernos posteriores contribuyeron a aumentar la apoteosis, tal como ocurrió con los dictadores andinos Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, lo que culminó con un partido político bolivariano que fue creado por Eleazar López Contreras con el propósito de garantizar la permanencia de los hombres de la Causa Andina en el poder y su propio regreso a la Presidencia. Para lograr su cometido, utilizó los servicios de un asesor colombiano de nombre Franco Quijano, quien demostró sus amplias habilidades en el manejo de las actas electorales, permitiéndole a la Agrupación Cívica Bolivariana (ACB) el control del Consejo Supremo Electoral. Más adelante, con motivo de la celebración del segundo centenario del natalicio de Bolívar surgió un movimiento político llamado MBR-200 liderado por el comandante Hugo Chávez Frías. Tanto López Contreras como Chávez olvidaron lo expresado por el propio Bolívar en la Proclama que dictó el 9 de diciembre de 1830 para despedirse de sus compatriotas: “Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. Esta situación de adoración perpetua, como diría la prensa guzmancista, contraviene lo establecido en la Ley sobre el uso del nombre, la efigie y los títulos de Simón Bolívar (1968), ya que utiliza la figura del Libertador con propósitos partidistas.
 Reverend en tela de juicio
La conclusión es que la imagen de Bolívar ha sido distorsionada, de buena o mala fe, hasta el punto de haberse puesto en duda la autopsia que practicó Alejandro Próspero Reverend, el médico francés que atendió a Bolívar en los momentos finales de su existencia. Tanto es así que el 17 de diciembre de 2007 el presidente de la República de Venezuela -ahora Bolivariana por su impuesta voluntad- utilizó la tribuna de oradores en el Panteón Nacional para aseverar que Bolívar había sido asesinado en Santa Marta sembrando dudas sobre la autenticidad de los restos que el 17 de diciembre de 1930 fueron colocados en la urna de bronce diseñada por el escultor Chicharro Gamo por disposición del dictador Juan Vicente Gómez, quien hizo modificar la cripta del Libertador y colocar el ataúd en forma perpendicular a la estatua del escultor italiano Tenerani, ceremonia en la que se abrió el sarcófago y se cambió el pabellón nacional.
¿Cuál es la verdad?
Para conocer la verdad, es necesario remontarse a lo acontecido el 17 de diciembre de 1830 en Santa Marta. Ese día ninguno de sus moradores notó la belleza que irradiaban los intensos rayos solares sobre los jardines de la Quinta San Pedro Alejandrino. La razón no era atribuible a la indiferencia de la gente que allí se encontraba, sino más bien a los estertores de la muerte que se escuchaban inclementes en la residencia del coronel Joaquín de Mier. El enfermo era el hombre que creó a Colombia en 1819 y que había dirigido sus destinos hasta marzo de 1830. En aquel día memorable y triste, el médico francés Alejandro Próspero Reverend entraba y salía presuroso del cuarto donde se encontraba el paciente, a cuyo cuidado había estado desde el 1 de diciembre, fecha en la que Bolívar desembarcó del navío Manuel, que lo condujo desde Barranquilla hasta Santa Marta. Su experiencia médica le hacía ver que era inminente un desenlace fatal. Reverend había actuado muy profesionalmente desde que Bolívar fue confiado a su cuidado, a pesar de los pocos recursos de que disponía. Cuando supo que en el puerto de Santa Marta se encontraba la goleta de guerra Grampus, de bandera norteamericana, donde estaba el médico Michael Night, decidió hablar con él para consultarle sobre el caso de su paciente. El médico norteño lo escuchó con interés, lo ayudó en su diagnóstico y, como consecuencia de esta conversación, decidió no postergar más tiempo el traslado de Bolívar a la Quinta San Pedro Alejandrino y el 6 de diciembre fue llevado a ese lugar. La información aparece en el Boletín N° 2 de Reverend, emitido el 2 de diciembre de 1830 e insertado en el folleto La última enfermedad, los últimos momentos y los funerales de Simón Bolívar, que hizo editar en París en 1866, y aparece publicado en la compilación de Ildefonso Leal (1980:68). Pocos días después también ancló en el puerto de Santa Marta el navío británico Blanche que portaba al Dr. Michel Claire, enviado por el Gobernador de Jamaica para atender al Libertador, pero lamentablemente llegó cuando ya era demasiado tarde.
Consciente de lo delicada en que se hallaba su salud, Bolívar se confesó con el Obispo de Santa Marta, monseñor José María Estévez, y recibió la extrema unción de manos del padre Hermenegildo Barranco, párroco de la población de Mamatoco, la más cercana a San Pedro. Su testamento lo firmó el día 10, en el cual hizo un dramático llamado a la unión para preservar la paz. Siete días después, Pedro Briceño Méndez, Fernando Bolívar y José Laurencio Silva se encontraban conversando junto a un frondoso tamarindo ubicado al frente de la residencia. El tema no podía ser otro que la gravedad de su ilustre pariente. Era mediodía cuando observaron a Reverend que caminaba cabizbajo y ceñudo hacia donde ellos se encontraban y cuando estuvo cerca de ellos les expresó en alta voz, para que escucharan los que estaban más alejados: "Señores, si queréis presenciar los últimos momentos y el postrer aliento del Libertador, ya es tiempo" (Mijares, 1983: 382).   
           Todos los presentes fueron penetrando en la alcoba donde se encontraba el Padre de la Patria y, una vez allí, presenciaron su agonía y muerte en un silencio sepulcral solamente interrumpido por los constantes sollozos de José Palacios. En el momento del trance estuvieron presentes los generales Mariano Montilla, José Laurencio Silva, Pedro Briceño Méndez, Julián Infante, José Trinidad Portocarrero y José María Carreño; los coroneles Belford Hinton Wilson, José de la Cruz Paredes y Joaquín de Mier; el comandante Juan Glen; los capitanes Andrés Ibarra y Lucas Meléndez; los tenientes José María Molina y Fernando Bolívar Tinoco; los doctores Manuel Pérez Recuero y Alejandro Próspero Reverend; y su mayordomo José Palacios. Todos ellos fueron fieles al Libertador durante su vida y después de su muerte. El deceso de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios se produjo a la una de la tarde. Reverend lo informó al mundo a través de su reporte médico número 33 y, de inmediato, expresó que era necesario hacer una autopsia. Una vez que estuvieron todos de acuerdo, le correspondió al general Montilla transmitir la conformidad de los deudos.
La posibilidad de un crimen
        Las personas que acompañaron a Bolívar durante su enfermedad fueron todas de su más absoluta confianza, cercanía y probada lealtad. La vida de todos ellos se conoce al detalle y no hay la más mínima posibilidad de que alguno haya incurrido en un crimen contra la figura de aquel hombre por el que sentían devoción y aceptaban como su máximo líder. Varios de ellos tenían un lazo sanguíneo o colateral con el Libertador, tal como era el caso de Fernando Bolívar, hijo de Juan Vicente, su hermano mayor, al que consideraba su hijo; el general José Laurencio Silva, casado con Felicia Bolívar Tinoco, hija de Juan Vicente y hermana de Fernando; el general Pedro Briceño Méndez, casado con Benigna Palacios Bolívar, hija de su hermana Juana. La cocinera que preparaba la comida era Fernanda, enviada por Manuela Sáenz para atender la dieta y cuidar la vida de su amante. El que le servía la comida y le daba masajes era José Palacios, su mayordomo, quien era tratado como si fuera miembro de la familia Bolívar. 
Sólo hay un aspecto extraño que debe ser incorporado a la investigación: Ocurrió que el día 12 llegó a San Pedro el coronel francés Luis Perú de Lacroix con una carta de Manuelita para el Libertador, pero no se la pudo entregar dada la situación en que éste se encontraba. Su llegada coincidió con un mensaje que recibió Mariano Montilla, en la que le denunciaban que en la casa del Obispo Estévez se encontraba hospedado el Dr. Ezequiel Rojas, uno de los hombres que participó en el intento de magnicidio contra Bolívar el 25 de septiembre de 1828. Tan pronto lo supo, Montilla se presentó en la casa del prelado, procedió a detener a Rojas y lo envió preso a Bogotá bajo la custodia de Perú de Lacroix. No obstante, la posibilidad de que Rojas haya podido tener acceso a San Pedro Alejandrino para envenenar al Libertador es altamente improbable. Cualquier intento suyo para entrar en la residencia le habría costado la vida, dado que allí se encontraba el general de división Mariano Montilla, comandante general del Magdalena, región en donde estaba ubicada Santa Marta, quien disponía de una guardia que custodiaba el área. Además, el presidente de la República de Colombia era el general en jefe Rafael Urdaneta, amigo incondicional del Libertador, quien había asumido la primera magistratura después del golpe de Estado que perpetró el 3 de septiembre de 1830, deponiendo a Joaquín Mosquera, electo por el Congreso Admirable, argumentando la necesidad de restituir el poder a Bolívar, quien se negó a reasumir el mando. Los pasos de Ezequiel Rojas en Santa Marta fueron cuidadosamente investigados y el propio obispo de Santa Marta admitió que estuvo hospedado en su casa en condición de amigo.
La salud de Bolívar
        La documentación sobre la salud de Bolívar es abundante y no deja duda alguna sobre el pésimo estado físico en que se hallaba, pudiéndose notar que su enfermedad se comenzó a agravar desde su último viaje a Guayaquil en 1829, cuando tuvo que permanecer inactivo debido a debilidad extrema, según lo comprobado y expuesto por el médico Oscar Beaujon en su ponencia titulada El Libertador enfermo, la cual fue presentada en la mesa redonda La enfermedad causal de la muerte del Libertador organizada por la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina, celebrada en Caracas el 27 de junio de 1963. Beaujon dice textualmente (Leal, 1980: 471) que “A principios de agosto de 1829 el Libertador se encontraba en Guayaquil, donde sufrió… de un fuerte ataque de nervios y fiebre, cuya sintomatología puede concretarse en: ataque de nervios, cólera morbo y fuerte calentura”.

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Poco antes de iniciarse el viaje final de Bolívar a Cartagena, José María Espinosa le hizo un dibujo al carboncillo en Bogotá (1830)
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                Así lo pintó José María Espinoza en marzo de 1830: ¡Enfermo y agonizante!
La evidencia más exacta de su estado de postración la revela el artista José María Espinosa en el retrato que le hizo al Libertador en Bogotá entre enero y marzo de 1830, donde se ve claramente a un anciano enfermo y no a un hombre de cuarenta y seis años de edad. Además, en las cartas que dejó antes y después de su renuncia a la Presidencia hay claros indicios de lo mal que se encontraba, hasta el punto de que al llegar a Santa Marta tuvo que ser bajado del barco en los brazos de sus amigos, porque no era capaz de caminar. Esto lo obligó a permanecer en esa ciudad hasta el día seis, fecha en la que fue trasladado en una berlina hasta su destino final.
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Después del final
      La autopsia determinó que la causa de la muerte fue una tuberculosis diseminada de tipo fibro-ulcera-cavernosa. Al terminar su trabajo como patólogo, Reverend procedió a vestirlo con ayuda de Palacios, quien utilizó una camisa de José Laurencio Silva, pues la que sacaron de uno de los baúles del Bolívar estaba rota. Una vez cumplidos los honores que le fueron rendidos como Libertador, ex-jefe del Estado y general en jefe, fue colocado en una cripta ubicada en la nave derecha de la Catedral de Santa Marta, al pie del altar de San José, que era propiedad de la familia Díaz Granados. Los gastos del sepelio fueron pagados por colecta pública de los amigos presentes, la cual alcanzó la cantidad de doscientos cincuenta y tres pesos.
     El regreso a la patria
         Tres años después, el presidente José Antonio Páez solicitó al Congreso de Venezuela que ordenara la repatriación de sus restos y, en virtud de que su solicitud no fue oportunamente atendida, el presidente Carlos Soublette la renovó en enero de 1838, a pedimento de María Antonia, hermana del Libertador, pero de nuevo ese requerimiento fue pospuesto. No obstante, Páez fue más enfático durante su segundo gobierno y en esa ocasión se dirigió al Congreso el 9 de enero de 1842 exigiendo a los parlamentarios que aprobaran su solicitud debido a "...los grandes servicios hechos por el Libertador Simón Bolívar a su patria y a la América del Sur...". Esta vez el Congreso decretó el traslado de los restos el 29 de abril de ese año y Páez le colocó el ejecútese al recibir el documento del Poder Legislativo, procediendo de inmediato a designar una Comisión presidida por José María Vargas e integrada por José María Carreño y Mariano Ustáriz, quienes viajaron acompañados con el presbítero Manuel Cipriano Sánchez en el buque Constitución, propiedad de la Armada venezolana, bajo el mando del comandante Sebastián Boguier. 
Al llegar a Santa Marta fueron atendidos por una Comisión designada al efecto por el gobierno de la Nueva Granada, presidido entonces por el general Pedro Alcántara Herrán, quien ordenó la entrega de los restos el 4 de agosto. La Comisión estuvo integrada por el general Joaquín Posada Gutiérrez, gobernador de Santa Marta; monseñor Luis José Serrano, obispo de la Diócesis; el general Joaquín Barriga, Juan Francisco de Martín y Joaquín de Mier. El doctor Alejandro Próspero Reverend fue el encargado de abrir la cripta y preparar el informe de la entrega de los restos, excepto el corazón de Bolívar que permanece en un cofre guardado en la citada Catedral, con el visto bueno de la representación de Venezuela.
La exhumación tuvo lugar el 20 de noviembre de 1842 a las 5 de la tarde. El informe del doctor Reverend no deja lugar a dudas de que los restos que se estaban entregando eran en efecto los del Libertador y así se dejó constancia en acta. Se debe hacer notar que en 1838, debido al mal estado que se encontraba la cripta después del terremoto de 1834, los restos fueron trasladados temporalmente a la casa de don Manuel de Ujueta y restituidos cuando se efectuaron las refacciones correspondientes. Luego, en 1839, el general Joaquín Anastasio Márquez financió la construcción de un sepulcro más apropiado para la dignidad del fallecido y se le reubicó en la nave central, frente al presbiterio.
        Una vez comprobada la autenticidad de los restos por Pablo Clemente y Simón Camacho, quienes asistieron al acto en representación de la familia Bolívar, la Comisión salió rumbo a La Guaira el 22 de noviembre y llegó a su destino el 12 de diciembre de 1842, según el recuento que a tal efecto hace Camacho, reproducida en la obra Ha Muerto el Libertador, editado por la UCV (Leal, 1980: 127). Los gobiernos de Francia, Inglaterra, Holanda, Dinamarca y los Estados Unidos enviaron naves de guerra para escoltar los restos del héroe en La Guaira, que fueron desembarcados y llevados en caravana a Caracas el 16, de acuerdo a la descripción que redactó el artista Ferdinand Bellerman quien se encontraba en La Guaira durante la llegada de los restos del Libertador, documento que aparece insertado en la obra A los 150 años del traslado de los restos del Libertador (De Sola, 1992: 75). Desde que el ataúd entró en la ciudad natal de Bolívar, las demostraciones de afecto expresadas por sus compatriotas fueron inmensas. Sin distingos de clase, todos acompañaron la caravana funeraria hasta la Iglesia de la Santísima Trinidad, hoy Panteón Nacional.
El ataúd fue trasladado a la Iglesia de San Francisco el 17 de diciembre a primera hora. Era el mismo lugar donde recibió el título de Libertador en 1813 y la fecha era cabalística, pues fue la misma en la que el Congreso reunido en Angostura puso el ejecútese  a la creación de Colombia en 1819, a la vez que se cumplía el duodécimo aniversario de su muerte. Allí permaneció hasta el 23 en la mañana, cuando se le trasladó a la Catedral de Caracas,  donde recibió cristiana sepultura en la capilla de la familia Bolívar. Juana y Fernando, hermana y sobrino de Bolívar, asistieron a los actos fúnebres. Los restos fueron examinados cuidadosamente por el Dr. José María Vargas y luego colocados en una urna al lado de sus padres, de su esposa y de su hermana María Antonia, según consta en la documentación que existe al respecto. Allí permanecieron hasta el 28 de octubre de 1876, día de San Simón, ocasión en que fueron conducidos al Panteón Nacional, por disposición del presidente Antonio Guzmán Blanco.  
El doctor Pepe Izquierdo
        Por lo tanto, cuando en 1947 el Dr. José (Pepe) Izquierdo reveló que había encontrado una  calavera trepanada en la cripta de la familia Bolívar, que según dijo era la de El Libertador. Al trascender la noticia por los medios de comunicación social, la opinión pública reaccionó angustiada debido a que la gente se preguntaba de quién eran los restos que fueron trasladados al Panteón en 1876. Como era de esperarse, las autoridades actuaron con prudencia, especialmente el Congreso de la República, entonces presidido por el poeta Andrés Eloy Blanco, debido a que el doctor Pepe Izquierdo era muy conocido por su carácter impulsivo. El Congreso ordenó una investigación y designó una Comisión que procedió a abrir el sarcófago de Bolívar, el cual fue cuidadosamente inspeccionado, llegándose a la conclusión de que los restos que allí estaban eran los que colocó Vargas en la cripta de los Bolívar.
La prensa
La prensa le hizo un seguimiento al caso, ya que era muy difícil que alguien hubiera entrado a la Catedral de Caracas para profanar unos restos que no tenían ningún beneficio pecuniario que ofrecer. Además, en esa época la Catedral tenía el Seminario a su lado (luego Escuela Superior y más tarde la sede del diario La Religión) y a pocos metros la Casa Amarilla, que era el lugar donde funcionaba la Presidencia de la República, la cual fue trasladada a Miraflores en 1900. Por lo tanto, cualquiera que hubiese intentado entrar en la capilla con propósitos insanos habría corrido el gravísimo riesgo de ser inmediatamente detenido y sometido a prisión. 
Otro aspecto que fue publicado en los medios impresos fue el informe médico-social elaborado por los doctores Cristóbal Mendoza, Ambrosio Perera, Vicente Lecuna y M. Cruxent, en el que se deja constancia de que la calavera encontrada por Izquierdo correspondía a la de Josefa Tinoco, mujer de Juan Vicente, hermano del Libertador, cuyo cadáver fue autopsiado con trepanación de cráneo, de acuerdo a lo señalado en la investigación que efectuó al respecto el Dr César Planchart, publicada en el diario El Universal  (2008: 1-10). Sobre el mismo tema se pronunció la Academia de la Historia en un opúsculo titulado Integridad de los restos del Libertador (1947), en el que se establece que corresponden a los que se indican en el informe que redactó el Dr. José María Vargas cuando efectuó la preparación del cadáver del Libertador en 1843. 

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¿Qué ocurrió con la calavera de Josefa?
Una vez resuelto el problema de la identidad de los restos de Bolívar,  se hizo necesario precisar el destino de la famosa calavera. ¿Dónde fue a parar? La calavera que encontró Izquierdo y que creyó fuera la del Libertador permaneció en sus manos y, como suele ocurrir en Venezuela, al poco tiempo ocurrieron sucesos de tanta magnitud que ya nadie más se preocupó por saber su paradero. Es posible que el galeno la haya llevado a la Escuela de Medicina de la UCV y que allí se encuentre todavía; pudiera haber sido recolocada en la capilla de la familia Bolívar; también es factible que haya sido ubicada en la tumba del Dr. Izquierdo; o que permanezca en posesión de los descendientes del controversial médico. El autor estima que se le debe dar más peso a la primera hipótesis, debido a que el recientemente fallecido Dr. Francisco Plaza Izquierdo, sobrino de Pepe Izquierdo, dijo en muchas oportunidades que la había tenido en sus manos y que permanecía en la UCV. 
BIBLIOGRAFÍA:
BLANCO, E. (1971). Venezuela Heroica. Caracas: ME.
CARRERA DAMAS, G. (1973). El Culto a Bolívar. Caracas: UCV.
DE SOLA, R. (1992). A los 150 años del traslado de los restos del Libertador. Caracas: Banco del Caribe.
GÓMEZ, C. A. (2004). El origen del Estado democrático en Venezuela. Caracas: Batt.
HERRERA LUQUE, F. (1983). Bolívar de carne y hueso. Caracas: Gráficas Monfort.
LEAL, I. (1980). Ha muerto el Libertador (Compilación). Caracas: UCV.
LIÉVANO AGUIRRE, I (1974). Bolívar. Caracas: ME.
MIJARES, A. (1983). El Libertador. Caracas: PDVSA.
PÁEZ, J. A. (1987). Autobiografía. Caracas: PDVSA.
PUBLICACIONES OFICIALES:
Ley sobre el uso del nombre, la efigie y los títulos de Simón Bolívar (1968). Caracas: Sociedad Bolivariana.
HEMEROGRAFÍA:
PLANCHART, C. (2008). Las reliquias del Libertador. Caracas: El Universal  (2008: 1-10)
*PERFIL DEL AUTOR:
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Carlos Alarico Gómez es profesor universitario categoría titular, periodista y doctor en historia.  Realizó sus estudios superiores en Venezuela, Italia y Estados Unidos. En su tesis de licenciatura analizó los orígenes del periodismo en Miranda Periodista, habiendo logrado en su promoción la primera posición en su especialidad (UCAB-1977). La de maestría versó sobre El papel de los medios de comunicación en el bloqueo de Venezuela en 1902, lo que le permitió obtener mención de honor (Universidad de Wisconsin, USA). En su tesis doctoral disertó acerca del Proceso de Formación del Estado Democrático en Venezuela y se graduó cum-laude (UCAB, 2004), habiéndosele conferido el honor de solicitar los títulos correspondientes a la promoción 2004. Su labor profesional lo ha hecho acreedor a numerosos reconocimientos, tales como: Premio Municipal de Periodismo, Municipio Sucre (Mención Docencia e Investigación), 1990; Premio Municipal de Periodismo, Municipio Baruta (Mención Radio), 1991; Premio Iberoamericano de Periodismo, 1996. También ha sido condecorado con las órdenes Andrés Bello, Andrés Eloy Blanco, José Antonio Páez, Cacique Yare y Francisco de Miranda, entre otras. Sus libros han sido publicados en España y Venezuela. En la actualidad es el Director de Cultura del Club Médico de Caracas
 

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