FRANCISCO AGUANA MARTÍNEZ*, **
EN
1940 COMENZÓ EN CATIA UNA HISTORIA ESCRITA CON CAÑA, CON TINTA CAÑA DEL
CORAZÓN. LAS CARICIAS, LA MERCANCÍA Y ALCOHOL SE DIERON LA MANO.
ENTÉRESE AQUÍ DE LOS DETALLES
Cuando
se inaugura la avenida Sucre, en 1922, el trayecto serpenteado de la
estrecha vía comenzó a ser transitado por las damas de la noche, mujeres
de la vida alegre o mujeres de la mala vida, que eran tres de los
apelativos con que se designaban a las féminas que se dedicaban a la
prostitución. Sus figuras espectrales le hacían compañía a los fantasmas
y aparecidos, paridos por la imaginación de una población aún en
penumbras por las deficiencias del alumbrado público. Así, envueltas
entre las sombras, las chicas ofrecían su cárnica mercancía con su menú
de tres platos y su típico ¡psss¡, ¡psss¡ para atraer clientes. Ya para
1931 dos bares marcan el principio y el fin de la vía: el bar Florido en
Pagüita y el Tres Lunas, cerca de la plaza Juancho Gómez (hoy, plaza
Sucre), donde se encontraban Los Cosacos y el Bar de Amigos. Hacia
arriba, por la incipiente urbanización Nueva Caracas, estaba El Tabarán
con su extraña promoción de cenas, jazz y boxeo. Cerca se hallaban los
bares La Laguna y el Pulmonía. Estos son los de la primera época, o
bares de ambiente familiar, de los que se hacía mención hasta en los
avisos de la entrada de cada uno. Estos negocios eran complementados por
lugares de recreación familiar esparcidos por la ciudad y que
constituían una moda para la época: los clubes sociales. En Catia hubo
tres de estos: el Altavista, La Rochela (en la carretera vieja a La
Guaira) y El Moro (entre calles Bolívar y Washington).
A este bar de tipo familiar van agregándose otras ofertas de diversión nocturna como los night clubs, cabarés y dancings dispersos por toda la ciudad de Caracas; y bares de borrachitos o tugurios a los que llamaban despectivamente botiquines y a sus usuarios los descalificaban como botiquineros. En los años 40 se inauguran los cabarés Tropicalia y el Charlemos. Los dancings eran sitios para presentar artistas en vivo y tenían pistas de baile. En Catia se inauguran El Gran Botellón en 1951 (Av. Sucre) y El Canario en 1952 (La Cortada).
A este bar de tipo familiar van agregándose otras ofertas de diversión nocturna como los night clubs, cabarés y dancings dispersos por toda la ciudad de Caracas; y bares de borrachitos o tugurios a los que llamaban despectivamente botiquines y a sus usuarios los descalificaban como botiquineros. En los años 40 se inauguran los cabarés Tropicalia y el Charlemos. Los dancings eran sitios para presentar artistas en vivo y tenían pistas de baile. En Catia se inauguran El Gran Botellón en 1951 (Av. Sucre) y El Canario en 1952 (La Cortada).
EL INVENTARIO DEL NEGOCIO
Cuando
llega la década de los 40, Catia es una zona industrial y comercial de
relevancia, donde circula mucho dinero pero en la que, en contraste, hay
bastante pobreza. La población aumenta enormemente con la llegada de
gente venida de todo el país, y parte de su componente femenino se
dedica al ejercicio de la prostitución utilizando sus gentilicios como
nombres de batalla (La Maracucha, La Llanera, etcétera). Le hacen
compañía un contingente de damas europeas llegadas, aventadas por la
tragedia de la guerra y sus consecuencias. Más adelante se incorporan al
negocio cubanas y dominicanas camufladas como bailarinas exóticas del
teatro burlesque, o mamboletes cuando se pone de moda el cine de
rumberas y el país se prende en la fiebre del mambo. De Colombia nos
llega una gran cantidad de mujeres que van a asumir como suyo el oficio
de mesoneras. En 1941 se inauguran en Catia el principal cuartel de la
ciudad (el Urdaneta) y la principal cárcel (la Modelo); se impone como
una necesidad darle a los muchachos su complemento alimentario, así como
proporcionar consuelo a los presos. Para completar este inventario hay
que agregar a las muchachas provenientes de los 24 burdeles derribados
en El Silencio.
EL ARCHIPIÉLAGO DE LA PUTERÍA
Con
criterios estrictamente capitalistas, había que darle acomodo a quienes
ejercían el oficio de la prostitución. Es así como va creciendo
exponencialmente la cantidad de bares, burdeles y botiquines, quedando
inaugurada la etapa del bar-burdel: mampara del negocio de las caricias,
el alcohol y el novedoso vicio del consumo y tráfico de drogas que
comienza a registrarse en esa cuarta década. Este tipo de bar, además de
servir de refugio a los despechados y solitarios que buscaban compañía y
consuelo en la semioscuridad maloliente, envueltos en el humo de esos
establecimientos estéticamente uniformados con cortinas de pepitas,
puertecitas de “película vaquera” y rocolas con su ración de guarachas,
porros y boleros —alegría y tristeza, concupiscencia y dolor a ocho
canciones por un “bolivita”—; servían también de centro de recepción y
distribución de los clientes que traían de la calle las caminadoras para
“fichar”, para luego distribuirlos en los numerosos burdeles que
llegaron a crearse en Catia de manera legal o clandestina (disfrazados
de pensiones y casas de vecindad). Cuando el lenocinio funcionaba en el
mismo bar, las habitaciones para el connubio se situaban, generalmente,
al fondo: “Allá, detrás de las cajas de cerveza”. La Cueva del Humo, El
Mantecón, El Mundial, El 17, El Canario, Villa Lourdes, La Mata de
Plátano, El Caricari, El Puente, Costa Azul y La Casa de la Gata (burdel
al que Salvador Garmendia en su cuento “El Inquieto Anacobero” llama
Tibiritábara, y ubica como amo y señor al mismo a Daniel Santos) son
unos pocos nombres de los numerosos burdeles regados por toda la
parroquia.
Fue tal el impacto social de los bares y el negocio de la prostitución que, para 1941, las autoridades reconocen que había en la ciudad de Caracas más de 2.000 prostitutas: 90% infectadas y 45% menores de edad. Cifra que aumenta a 10.000 en 1966. Era de tal persistencia el negocio de los bares que las mismas autoridades se vieron en la obligación de crear una polícia especial, en 1952, para protegerlo de los borrachitos. Para 1956 ya existían más de 80 bares (legales) en la parroquia que, de acuerdo a una decisión de la Prefectura, debían pagar un servicio de vigilancia especial. La parroquia quedaba dividida en varias zonas de tolerancia: calles México, Perú, Bolivia; La Cortada, la urbanización Colón y La Laguna.
Fue tal el impacto social de los bares y el negocio de la prostitución que, para 1941, las autoridades reconocen que había en la ciudad de Caracas más de 2.000 prostitutas: 90% infectadas y 45% menores de edad. Cifra que aumenta a 10.000 en 1966. Era de tal persistencia el negocio de los bares que las mismas autoridades se vieron en la obligación de crear una polícia especial, en 1952, para protegerlo de los borrachitos. Para 1956 ya existían más de 80 bares (legales) en la parroquia que, de acuerdo a una decisión de la Prefectura, debían pagar un servicio de vigilancia especial. La parroquia quedaba dividida en varias zonas de tolerancia: calles México, Perú, Bolivia; La Cortada, la urbanización Colón y La Laguna.
THE GUARRAPITAU IS MADE IN CATIA
A
finales de los 50, enmascarado bajo el pseudónimo de un popular
luchador (El Médico Asesino), emerge desde Catia el alquimista de la pea
nacional: Ricardo Carvajal. Su elixir, sin pago de patente alguna ni
registro de derecho de autor, va a ser incorporado a la curda del país
entero: la Guarapita que, junto a un coctel del mismo autor (el
Zamurito), preparaba en el bar Canaima. Guarapita es diminutivo de
guarapo, pero no eran diminutas, para nada, las peas, rascas o curdas
que provocaba su consumo. Sobre todo el primero, el del bautizo, que
quedó asociado a ritos iniciáticos que marcaban el paso de la niñez a la
adolescencia, que difería de épocas anteriores, cuando para dar el
mismo salto había que “echarse los largos” —alargarse los pantalones. En
esta ocasión se trataba de “echarse los palos”. Ambas bebidas se
sumaron al aporte que hacían los catienses, con su laboriosidad, al
paladar de los venezolanos, puesto que en sus predios se producían
varios productos para la degustación: las mejores marcas de café, el
chocolate más popular
—La India—, los helados EFE, los caramelos Fruna y la leche Silsa. Porque no crea, lector, que todo era caña y mujeres.
—La India—, los helados EFE, los caramelos Fruna y la leche Silsa. Porque no crea, lector, que todo era caña y mujeres.
“TE VAS PORQUE YO QUIERO QUE TE VAYAS”
Lentamente
se fue extinguiendo el negocio de los bares. Los descendientes de los
portugueses —que monopolizaban ese tipo de comercio— montaron bebederos
de caña al aire libre que dieron en llamar licorerías. La “pulitura de
hebillas” y el rascabuche sexual, al son de la guaracha y el porro, se
mudaron para otros lugares: cervecerías en el Centro Comercial
Propatria; tascas como La Caneca, en la avenida Sucre; fuentes de soda,
discotecas, etc. El dolor y la desesperanza de los despechados quedaron
para la casa, porque quien prodigaba consuelo a los que padecían el mal
de amores, la rocola, dejó de sonar y ha sido sustituida por el DJ y
aparatos más, mucho más ruidosos. Ya ni el nombre de bar se usa. Son
como cinco los locales que aún utilizan en Catia esa denominación. Las
prostitutas ya no salen de las sombras: en su lugar están los malandros
que, pistola en mano, salen para atracar a sus víctimas, no para
ofrecerles placer. Además, ya no necesitan —las prostitutas— de la
clandestinidad: pueden anunciarse en las páginas de cualquier periódico.
Burdeles quedan alredecor de dos. A nadie le aplican la Ley de Vagos y
Maleantes por andar con zoquetes —ahora les dicen transformistas. Desde
los años 80 comenzó el desmantelamiento del vil negocio que reportó
grandes ganancias a sus manejadores y nada para las mujeres que lo
ejercían. Junto con el bar y el burdel se fueron los chulos, cabrones,
vividores, mesoneras, madamas, policías y jefes civiles matraqueros,
borrachitos, prostitutas y el señor cura a su misa. Definitivamente las
cosas cambiaron: ahora se sigue bebiendo caña. ¡Saaalud¡, ¡jip¡
* Tomado de:
http://www.entornointeligente.com/articulo/6010574/VENEZUELA-MIRADAS-Una-laguna-entre-bares-y-cantinas-24052015
** Con autorización del autor.
Francisco Aguana <fcoaguana@gmail.com>
** Con autorización del autor.
Francisco Aguana <fcoaguana@gmail.com>
3 comentarios:
La Caneca....
Trampolín para muchos músicos venezolanos en el ritmo llamado Salsa ...y zona de descarga de todos los músicos de la ciudad Capital...ahí tocos con el Grupo Semilla del Amigo Jesús Gomez Aleas Care a Chivo..músicos de Catia....uien le colocacmas nombres. Yo mencionaré algunos....Pedro Santana ( hoy di radicdo en Grecia con su orquesta) Remy Carvajal (aún activo con du orquetas) Toño y Carmelo 2do y 1er trombón ...el amigo de todos Gerson en las tumbadoras luego se incorpora José León en las congas Eddie Moreno en el Bajo y este servidor Antonio Pelayo Voz Leder en la percusión menor...Viva la Caneca
.
Si todavía recuerdo mis caminatas por Catia todavía avian bares con rocolas,entre los años 75 y finales de los ochenta.
Yo estuve tocsndo piano una o dos temporadas con Jesús Gómez ahí en la Caneca. A Jesús le decían "Cara de Burro" su hermano tocaba la bateria/timbal, Toño y Carmelo en los trombones y el bajista que según supe murió años despues olvide su nombre pero era uno bajito y un poco gordito que también cantaba.
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