jueves, 16 de julio de 2015

Una laguna entre bares y cantinas

FRANCISCO AGUANA MARTÍNEZ*, **
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EN 1940 COMENZÓ EN CATIA UNA HISTORIA ESCRITA CON CAÑA, CON TINTA CAÑA DEL CORAZÓN. LAS CARICIAS, LA MERCANCÍA Y ALCOHOL SE DIERON LA MANO. ENTÉRESE AQUÍ DE LOS DETALLES
Cuando se inaugura la avenida Sucre, en 1922, el trayecto serpenteado de la estrecha vía comenzó a ser transitado por las damas de la noche, mujeres de la vida alegre o mujeres de la mala vida, que eran tres de los apelativos con que se designaban a las féminas que se dedicaban a la prostitución. Sus figuras espectrales le hacían compañía a los fantasmas y aparecidos, paridos por la imaginación de una población aún en penumbras por las deficiencias del alumbrado público. Así, envueltas entre las sombras, las chicas ofrecían su cárnica mercancía con su menú de tres platos y su típico ¡psss¡, ¡psss¡ para atraer clientes. Ya para 1931 dos bares marcan el principio y el fin de la vía: el bar Florido en Pagüita y el Tres Lunas, cerca de la plaza Juancho Gómez (hoy, plaza Sucre), donde se encontraban Los Cosacos y el Bar de Amigos. Hacia arriba, por la incipiente urbanización Nueva Caracas, estaba El Tabarán con su extraña promoción de cenas, jazz y boxeo. Cerca se hallaban los bares La Laguna y el Pulmonía. Estos son los de la primera época, o bares de ambiente familiar, de los que se hacía mención hasta en los avisos de la entrada de cada uno. Estos negocios eran complementados por lugares de recreación familiar esparcidos por la ciudad y que constituían una moda para la época: los clubes sociales. En Catia hubo tres de estos: el Altavista, La Rochela (en la carretera vieja a La Guaira) y El Moro (entre calles Bolívar y Washington).
A este bar de tipo familiar van agregándose otras ofertas de diversión nocturna como los night clubs, cabarés y dancings dispersos por toda la ciudad de Caracas; y bares de borrachitos o tugurios a los que llamaban despectivamente botiquines y a sus usuarios los descalificaban como botiquineros. En los años 40 se inauguran los cabarés Tropicalia y el Charlemos. Los dancings eran sitios para presentar artistas en vivo y tenían pistas de baile. En Catia se inauguran El Gran Botellón en 1951 (Av. Sucre) y El Canario en 1952 (La Cortada).
EL INVENTARIO DEL NEGOCIO
Cuando llega la década de los 40, Catia es una zona industrial y comercial de relevancia, donde circula mucho dinero pero en la que, en contraste, hay bastante pobreza. La población aumenta enormemente con la llegada de gente venida de todo el país, y parte de su componente femenino se dedica al ejercicio de la prostitución utilizando sus gentilicios como nombres de batalla (La Maracucha, La Llanera, etcétera). Le hacen compañía un contingente de damas europeas llegadas, aventadas por la tragedia de la guerra y sus consecuencias. Más adelante se incorporan al negocio cubanas y dominicanas camufladas como bailarinas exóticas del teatro burlesque, o mamboletes cuando se pone de moda el cine de rumberas y el país se prende en la fiebre del mambo. De Colombia nos llega una gran cantidad de mujeres que van a asumir como suyo el oficio de mesoneras. En 1941 se inauguran en Catia el principal cuartel de la ciudad (el Urdaneta) y la principal cárcel (la Modelo); se impone como una necesidad darle a los muchachos su complemento alimentario, así como proporcionar consuelo a los presos. Para completar este inventario hay que agregar a las muchachas provenientes de los 24 burdeles derribados en El Silencio.
Laguna de Catia.
EL ARCHIPIÉLAGO DE LA PUTERÍA
Con criterios estrictamente capitalistas, había que darle acomodo a quienes ejercían el oficio de la prostitución. Es así como va creciendo exponencialmente la cantidad de bares, burdeles y botiquines, quedando inaugurada la etapa del bar-burdel: mampara del negocio de las caricias, el alcohol y el novedoso vicio del consumo y tráfico de drogas que comienza a registrarse en esa cuarta década. Este tipo de bar, además de servir de refugio a los despechados y solitarios que buscaban compañía y consuelo en la semioscuridad maloliente, envueltos en el humo de esos establecimientos estéticamente uniformados con cortinas de pepitas, puertecitas de “película vaquera” y rocolas con su ración de guarachas, porros y boleros —alegría y tristeza, concupiscencia y dolor a ocho canciones por un “bolivita”—; servían también de centro de recepción y distribución de los clientes que traían de la calle las caminadoras para “fichar”, para luego distribuirlos en los numerosos burdeles que llegaron a crearse en Catia de manera legal o clandestina (disfrazados de pensiones y casas de vecindad). Cuando el lenocinio funcionaba en el mismo bar, las habitaciones para el connubio se situaban, generalmente, al fondo: “Allá, detrás de las cajas de cerveza”. La Cueva del Humo, El Mantecón, El Mundial, El 17, El Canario, Villa Lourdes, La Mata de Plátano, El Caricari, El Puente, Costa Azul y La Casa de la Gata (burdel al que Salvador Garmendia en su cuento “El Inquieto Anacobero” llama Tibiritábara, y ubica como amo y señor al mismo a Daniel Santos) son unos pocos nombres de los numerosos burdeles regados por toda la parroquia.
Fue tal el impacto social de los bares y el negocio de la prostitución que, para 1941, las autoridades reconocen que había en la ciudad de Caracas más de 2.000 prostitutas: 90% infectadas y 45% menores de edad. Cifra que aumenta a 10.000 en 1966. Era de tal persistencia el negocio de los bares que las mismas autoridades se vieron en la obligación de crear una polícia especial, en 1952, para protegerlo de los borrachitos. Para 1956 ya existían más de 80 bares (legales) en la parroquia que, de acuerdo a una decisión de la Prefectura, debían pagar un servicio de vigilancia especial. La parroquia quedaba dividida en varias zonas de tolerancia: calles México, Perú, Bolivia; La Cortada, la urbanización Colón y La Laguna.
THE GUARRAPITAU IS MADE IN CATIA
A finales de los 50, enmascarado bajo el pseudónimo de un popular luchador (El Médico Asesino), emerge desde Catia el alquimista de la pea nacional: Ricardo Carvajal. Su elixir, sin pago de patente alguna ni registro de derecho de autor, va a ser incorporado a la curda del país entero: la Guarapita que, junto a un coctel del mismo autor (el Zamurito), preparaba en el bar Canaima. Guarapita es diminutivo de guarapo, pero no eran diminutas, para nada, las peas, rascas o curdas que provocaba su consumo. Sobre todo el primero, el del bautizo, que quedó asociado a ritos iniciáticos que marcaban el paso de la niñez a la adolescencia, que difería de épocas anteriores, cuando para dar el mismo salto había que “echarse los largos” —alargarse los pantalones. En esta ocasión se trataba de “echarse los palos”. Ambas bebidas se sumaron al aporte que hacían los catienses, con su laboriosidad, al paladar de los venezolanos, puesto que en sus predios se producían varios productos para la degustación: las mejores marcas de café, el chocolate más popular
—La India—, los helados EFE, los caramelos Fruna y la leche Silsa. Porque no crea, lector, que todo era caña y mujeres.
“TE VAS PORQUE YO QUIERO QUE TE VAYAS”
Lentamente se fue extinguiendo el negocio de los bares. Los descendientes de los portugueses —que monopolizaban ese tipo de comercio— montaron bebederos de caña al aire libre que dieron en llamar licorerías. La “pulitura de hebillas” y el rascabuche sexual, al son de la guaracha y el porro, se mudaron para otros lugares: cervecerías en el Centro Comercial Propatria; tascas como La Caneca, en la avenida Sucre; fuentes de soda, discotecas, etc. El dolor y la desesperanza de los despechados quedaron para la casa, porque quien prodigaba consuelo a los que padecían el mal de amores, la rocola, dejó de sonar y ha sido sustituida por el DJ y aparatos más, mucho más ruidosos. Ya ni el nombre de bar se usa. Son como cinco los locales que aún utilizan en Catia esa denominación. Las prostitutas ya no salen de las sombras: en su lugar están los malandros que, pistola en mano, salen para atracar a sus víctimas, no para ofrecerles placer. Además, ya no necesitan —las prostitutas— de la clandestinidad: pueden anunciarse en las páginas de cualquier periódico. Burdeles quedan alredecor de dos. A nadie le aplican la Ley de Vagos y Maleantes por andar con zoquetes —ahora les dicen transformistas. Desde los años 80 comenzó el desmantelamiento del vil negocio que reportó grandes ganancias a sus manejadores y nada para las mujeres que lo ejercían. Junto con el bar y el burdel se fueron los chulos, cabrones, vividores, mesoneras, madamas, policías y jefes civiles matraqueros, borrachitos, prostitutas y el señor cura a su misa. Definitivamente las cosas cambiaron: ahora se sigue bebiendo caña. ¡Saaalud¡, ¡jip¡
* Tomado de:
http://www.entornointeligente.com/articulo/6010574/VENEZUELA-MIRADAS-Una-laguna-entre-bares-y-cantinas-24052015
** Con autorización del autor.
Francisco Aguana <fcoaguana@gmail.com>  

3 comentarios:

Pelayo dijo...

La Caneca....
Trampolín para muchos músicos venezolanos en el ritmo llamado Salsa ...y zona de descarga de todos los músicos de la ciudad Capital...ahí tocos con el Grupo Semilla del Amigo Jesús Gomez Aleas Care a Chivo..músicos de Catia....uien le colocacmas nombres. Yo mencionaré algunos....Pedro Santana ( hoy di radicdo en Grecia con su orquesta) Remy Carvajal (aún activo con du orquetas) Toño y Carmelo 2do y 1er trombón ...el amigo de todos Gerson en las tumbadoras luego se incorpora José León en las congas Eddie Moreno en el Bajo y este servidor Antonio Pelayo Voz Leder en la percusión menor...Viva la Caneca
.

Unknown dijo...

Si todavía recuerdo mis caminatas por Catia todavía avian bares con rocolas,entre los años 75 y finales de los ochenta.

José Avila dijo...

Yo estuve tocsndo piano una o dos temporadas con Jesús Gómez ahí en la Caneca. A Jesús le decían "Cara de Burro" su hermano tocaba la bateria/timbal, Toño y Carmelo en los trombones y el bajista que según supe murió años despues olvide su nombre pero era uno bajito y un poco gordito que también cantaba.

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