Raúl Sanz Machado
El 14 de julio de 1816, a la 1.05 de la madrugada,
Pedro José Morán, fiel ayudante del Generalísimo Sebastián Francisco de Miranda
y Rodríguez, comunicaba a los Señores Duncan Shaw, en Londres, la noticia de su
muerte, tras una penosa agonía, en el Fuerte de las Cuatro Torres, del arsenal
de La Carraca, cercano a San Fernando de Cádiz. Morán agregaba en su nota: “No se me ha permitido por los curas y
frailes se le hagan exequias ninguna, de manera que en los términos que expiró,
con colchón, sábanas y demás ropas de cama, lo agarraron y se lo llevaron para
enterrarlo; de seguidas se llevaron todas sus ropas y cuanto era suyo para
quemarlo”. Sus restos fueron depositados en fosa común. Triste ocaso para
un venezolano de excepción cuyo leitmotiv,
fue su apasionante obsesión por la emancipación hispanoamericana, a través de su
trashumante deambular por tierras de Europa, Rusia y América durante cuarenta
años.
La víspera del
bicentenario de su fallecimiento, el año próximo, es oportuna para conocer o
rememorar, algunos de los aspectos más o menos relevantes de la fiel realidad
de su vida, despojándolo de la reiterada manía de encumbrar en el Olimpo de la
perfección, a los pro-hombres de la independencia según quiere la
historiografía de aquellos y de estos
tiempos, dejando de lado que Francisco de Miranda fue un ser humano, de
carne y hueso, con fortalezas, debilidades, aciertos, errores, virtudes,
triunfos y derrotas, así como de diversos períodos de persecuciones y
prisiones, a veces prolongadas, en España, en Francia bajo la garra cruenta del
inmisericorde Robespierre, en la Revolución Francesa y en la naciente Venezuela de 1812, con la
capitulación de San Mateo, frente al aguerrido Domingo Monteverde, que implicó
la perdida de la primera república con la privación de su libertad y su
deportación a España, episodios entretejidos entre los azares de la buena o
mala suerte. Aunque en suma, a Miranda, El
Precursor”, bien le caben las
palabras del escritor francés Antoine Rivarol: “El hombre es el único ser capaz de encender el fuego y ello le ha dado
el imperio del mundo”.
Francisco de Miranda, Precursor de la Emancipación
Americana, y Primer Venezolano Universal,
suerte de embajador vitalicio y relacionista mundial de su lar nativo, supo
encender el fuego de la antorcha
libertaria en su memoria, corazón y sangre, con su perseverante y preocupada obsesión
emancipadora, con la idea hecha fiebre por lograrla, sin conseguir, no obstante
el fruto anhelado, en su andar trotamundos con incansable y sufrido empeño, aún
en su patria venezolana, donde frente la amenaza inminente del canario Domingo
de Monteverde al comando de las fuerzas realistas fue reconocido hasta por los
mantuanos que humillaron a su familia, por considerarla gente blanca de “orilla”, como Dictador Plenipotenciario y Jefe Supremo
de la naciente república de 1811-1812 cuyo elevado precio habría de costarle la
vida. No obstante la Idea, habría de
cobrar realidad gracias al procerato patriota que lo siguió en los siguientes
lustros, con Bolívar y Sucre a la cabeza.
A los padres del Precursor, Sebastián de Miranda y
Ravelo y Francisca Antonia Rodríguez de Espinoza, oriundos de la modesta
población de La Orotava, en Santa Cruz de Tenerife, fueron tenidos por gente “distinguida e
ilustre”, aunque el mantuano Cabildo de
Caracas, acusó a Don Sebastián, de “mulato,
mercader, aventurero e indigno de desempeñar puestos de categoría”
habiendo, sin embargo, recibido sus hijos educación universitaria, lo que
demuestra que eran “blancos”. El
primogénito de 9 hermanos, Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez, adquirió
su formación educativa básica en latín e historia de los clásicos, como Cicerón
y Virgilio, en la UCV y al parecer obtuvo el título de médico a los 17 años, pero
ante el acoso racista a su padre,
considerado de “segunda” por hacer
fortuna como comerciante y hasta de alcanzar el rango de Capitán del Batallón de Milicias de Blancos,
de Caracas, su condición de isleño de
Canarias le ocasionó un severo rechazo de la clase social mantuana.
El joven Miranda, opta entonces por viajar a Madrid
con el apoyo económico de su padre, para completar su formación a fines de enero
de 1771; estudia los idiomas inglés y francés, además de las matemáticas y la
geografía y participa al servicio del Real Ejército Español, recibiendo su
bautismo de sangre en la defensa de Melilla, en el norte de Africa, donde se
hallaba de guardia, para continuar posteriormente su prolongado tránsito por
Inglaterra, Francia, Rusia y otros países de Europa y Estados Unidos donde es
ascendido a teniente coronel por su actuación en la toma y capitulación de
Pensacola, ocupada por los ingleses. Allí surge en Miranda, la concepción de una
gran patria libre, a la que llamaría Colombeia
o Colombia y aun más, la emancipación hispanoamericana, una de las tres grandes pasiones que colmaron su vida, aunque la
suerte no la tuvo consigo; las otras serían una insaciable sed por los libros,
la cultura y los viajes e innumerables documentos y papeles de notable valor
documental, recogidos con inquebrantable perseverancia, conservados en los 63
tomos del Diario de Miranda que hoy
reposan en la Biblioteca Nacional. La tercera pasión fue la del Miranda íntimo
de alcoba, por sus numerosos y variados sentimientos pasionales, aunque fue en
Londres en su casa de Grafton Street, que hizo hogar junto a su fiel compañera
Sara Andrews -¿esposa o amante?- con quien concibe a sus hijos Leandro y
Francisco.
En 1785 emprende un dilatado viaje de conocedor e
investigador por los principales países de Europa y de Asia Menor y a fines del
siguiente año llega a Rusia, donde traba amistad con el Príncipe Potemkin,
favorito de la Emperatriz Catalina a quien es presentado en Kiev. No tardó en
ganarse el afecto de la soberana, quien lo distinguió autorizándolo a vestir el
uniforme de coronel del ejército ruso. Luego visita a Finlandia y Estocolmo
donde es recibido por el Rey Gustavo III. Después Alemania, Bélgica,
Holanda, Suiza, para culminar en
Inglaterra.
Durante su estadía en Londres establece relaciones de
amistad con el Primer Ministro William Pitt y otras influyentes personalidades
en la búsqueda incesante, terca, obstinada, esperanzada, de apoyo a sus planes
de emancipación en Venezuela e Hispanoamérica, sin lograr resultados, sin
repuestas, sin promesas, ni siquiera por cortesía. Prevalecían los intereses
políticos entre Inglaterra y España. Cuando llega la hora de la Revolución
francesa, Miranda, el obsesivo, sueña que ese
nuevo pueblo que proclama principios afines a la revolución americana, puede ayudar a sus planes y se
marcha a Francia, para incorporarse a sus luchas, siendo recompensado con el
grado de General o Mariscal del Ejército Revolucionario, pero de nuevo la
suerte le dio la espalda, siendo víctima de intrigas y acusado de infidente,
hasta ser pasado al tribunal revolucionario, salvando la vida de la guillotina,
gracias a la reposada serenidad de quien se siente libre de culpa y a su
curtido talento para la defensa. Hasta el mismísimo Napoleón, con quien se
relacionó, lo veía con suspicacia y recelo por considerarlo un agente-espía
inglés, sin dejar de reconocerlo: “Ese
Quijote tiene fuego sagrado en el alma”, decía.
En Estados Unidos, se encuentra con los fundadores de
la república: George Washington,
Alexander Hamilton, Benjamin Franklin, Samuel Adams, Thomas Jefferson, Henry
Knox y a Thomas Paine notable promotor de la libertad y la democracia, gracias
a lo cual pudo organizar su fracasada invasión por Ocumare de la Costa, el 28
de abril de 1806, retirándose a
Trinidad, reorganizando sus fuerzas para la invasión y desembarcando 4 meses
después, el 3 de agosto en la Vela de Coro, donde toma el fortín e iza por
primera vez la bandera, siguiendo después a Coro, donde la población con la que
contaba, había huido. Resignado, días después, se refugia en las islas
caribeñas donde transcurre un año sin que los auxilios llegaran. Cuatro años
después, en diciembre de 1810, llega por fin a Venezuela. Investido de Teniente General de los Ejércitos de
Venezuela, impulsa la fundación de la Sociedad Patriótica, se incorpora, como
diputado por El Pao -Barcelona- y proclama la necesidad de declarar la
Independencia, de la cual fue firmante tras la declaración de 1811. Tras los
azarientos meses siguientes, Miranda, investido con poderes institucionales,
intenta en vano enfrentar las fuerzas españolas de Monteverde en Valencia y el
25 de julio propone y aprueba el convenio de capitulación, firmado en San Mateo.
Al siguiente día, se dirige a Caracas, encargando a su
edecán Pedro Antonio Lelaux embarcar su valioso archivo y libros con destino a
Curazao, incluyendo una supuesta suma de 200.000 pesos, presumiblemente del
erario público. El día 30, Miranda viaja
de Caracas a la Guaira pero en la madrugada del 31, Bolívar con Miguel Peña y
Tomas Montilla, apoyados por tropas del Comandante Manuel M. de las Casas lo
hacen prisionero siendo conducido por el siniestro oficial español Fernando
Xavier Cervériz quien lo internó con
cadenas, en las sombrías bóvedas del fortín de La Guaira. Comenzaba la hora
final del Generalísimo. En acertada opinión de la historiadora y académica Inés
Quintero, “La entrega de Miranda es uno
de los episodios más controversiales de los inicios de nuestra historia
republicana”. Con sus aciertos y fracasos, aún hoy El Precursor Francisco de Miranda, sigue siendo centro de
apasionados disensos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario