El mundo
estuvo estático hasta que en 1610 un astrónomo italiano, nacido en Pisa y de
nombre Galileo Galilei, lo puso a andar diciendo su famosa frase "Eppur si
muove", desde ese día el mundo gira y gira en el espacio infinito, con
amores que comienzan, con amores que terminan como dice la famosa canción de
Jhonny Fontana IL MONDO. El mundo y la vida dan vueltas y muchas veces pasan
por la misma esquina, lo que hay que estar es mosca para darse cuenta que esa
vuelta ya había pasado por la esquina donde estábamos parados.
Esta
remembranza la hago porque esta semana pasada sucedió algo que me hizo
retroceder varias décadas. Llego a mi consultorio un antiguo paciente a quien
había operado en los años 80 y requería de mis cuidados, a pesar de que habían
pasados muchos años el paciente se mantenía fiel a mis capacidades quirúrgicas.
Esta
historia es necesaria relatarla desde el
principio. Conocí a un personaje muy singular en condiciones muy especiales, yo
era un joven cirujano plástico que trabajaba en el Hospital Pérez Carreño
cuando mi presencia fue requerida en los quirófanos de emergencia para que
interviniera en una operación de amputación de una pierna. Se trataba de un
joven que había recibido varias heridas por armas de fuego en un enfrentamiento
con la policía. Me uní al grupo de
cirujanos vasculares periféricos y traumatólogos que intentaron salvar la
extremidad de un muchacho y decidieron ya incapacitados en que había que
efectuar una amputación. Esta decisión es una derrota para todo el equipo
quirúrgico, pero hay casos en que no queda otra alternativa. La intervención se
realizó sin contratiempos y nos fuimos a dormir. Al día siguiente apareció el
amputado en una de las camas de mi servicio quirúrgico. Allí comenzó una
extraña relación médico-paciente, la afinidad de Gervasio González con su
médico pana, el cirujano que le había salvado la vida, según palabras del
paciente. El muchacho estuvo algunas
semanas hospitalizado y durante ese periodo me contó mucho de su vida que no era más que una
historia de amor y dolor como el de las telenovelas, salvo que en este caso era
total realidad. Era la historia de miles de venezolanos que la vida los llevo
por los destinos de la maldad, la razón era haber nacido en unos de los miles
de ranchos que coronan nuestra ciudad capital. Fue el quinto hijo de una madre
soltera que ya tenía 4 vástagos de padres distintos, ninguno de esos “hechores”
se sintió responsable de velar por el bienestar de su hijo, de modo tal que los
muchachos crecieron dando tumbos del timbo al tambo. Gervasio se hizo hombre a
los 10 años, cuando mató a un policía en un atraco a la panadería. Allí comenzó
su carrera delincuencial, su primer hijo le nació a los 14 y a los 17 ya tenía
una moto y era conocido como EL CHAMO VACHIO, vivía con su jeva de 15 que
estaba en su sexto mes de gestación, era especialista en robar joyerías del
este de la ciudad y las joyas que sustraía las llevaba a un apartamento del 23,
donde una señora que tenía un horno de fundición en su propia casa las
convertía en pequeños lingotes de oro en cosa de minutos, así desaparecía
rápidamente cualquiera evidencia. Eso me decía el chamo y yo asombrado lo oía
en silencio. Yo intentaba buscarle la lengua y él me desmadejaba el rollo de su
vida. Pasaron los días y el muchacho mejoró y fue dado de alta. Salió Gervasio
contento y dando saltitos en su única pierna, listo para abrazarse nuevamente
con la vida.
Meses
después, estando en Margarita lo encontré en la piscina del Hotel Bellavista en
Porlamar, cuando me mandó una ronda de cocteles de Piña Colada. Sorprendido me
acerqué a él y en broma le pregunté si pensaba tirar algún atraquito en la isla
y rápidamente me contestó: "nada de eso dóctor, yo estoy de vacaciones,
además la jeva y la niñita se respetan". Me despedí no sin antes oír esta
frase: “tranquilo mi galeno, que yo soy su pana, cualquier rollo yo se lo
desenrrollo”. Pasaron los años y le perdí la senda a Gervasio.
El mundo
siguió girando y girando, cuando el mes pasado y repentinamente el destino me
puso al frente otra vez al famoso Vachio, entró a mi consultorio cargado en
hombros de amigos porque tenía una fea herida en el muñón de su pierna mocha,
su razonamiento era muy claro, si yo le había salvado la pierna, yo debía
volver a salvarla en esta ocasión. Otra vez en quirófano volví a rotarle un
colgajo muscular con singular éxito y en los días posteriores de su
recuperación volvieron a aparecer las interesantes tertulias medico/paciente,
en este caso cuentos de Jesús/Vachio, me contó haber perdido facultades y con
la pérdida de su pierna también le cambiaron el nombre por la de EL MOCHO
VACHIO, ahora ya pintando canas pasaba sus días
en los alrededores de la Plaza de La India, en La Vega, donde formaba
parte de las milicias bolivarianas y se ganaba su sustento matraqueando a las
mujeres que hacían horas de cola para comprar productos regulados en los
Abastos Bicentenarios de la redoma.
Cansado de
la rutina el mocho pensaba en un futuro mejor mientras libaba una botella de ron
en una mesa de amigos, cuando llegó a la conclusión que el dinero estaba en la
política. Si, LA POLITICA, ellos fieles militantes del proceso servían de carne
de cañón mientras las grandes tajadas se las repartían los pesados, los que
hablaban por micrófonos y tenían guarda espaldas. Eso estaba listo, había que
montar un comando de campaña con los malandros que le acompañaban, conseguir un
micrófono y ofrecer alguna prebenda, lo demás era darle a la sin hueso y puro
bla blá. Quedaba un pequeño problema, ¿Cómo harían para reunir a la gente? La
solución vino pronto, uno de los presentes manejaba un camión de PDVAL y todos
los lunes lo llenaba de pollos congelados para distribuirlo en los Mercales.
Dijo suave, basta con “desviar” la ruta del camión, llevarlo a un cruce de
calles en La Vega arriba y ofrecer los pollos brasileños a precios solidarios
en medio de la calle, eso sí a nombre del MOCHO VACHIO, PRECANDIDATO A LA
ASAMBLEA NACIONAL y así comenzó la vida política de mi paciente.
El día del
acto proselitista, el plan se llevó a efecto con la precisión de un reloj,
pararon el camión cava en el cruce más importante, resonó el equipo de sonido
que pidieron prestado y se desplegaron dos pancartas hechas con una sábana rota
donde se leía EL MOCHO VACHIO P´A LA ASAMBLEA y la otra UH, AH EL MOCHO NO SE
VA. Las mujeres acostumbradas a las colas, pronto comenzaron a arremolinarse
alrededor del camión y comenzó la rebatiña. El mocho se montó en el techo de la
cava y revoloteaba una bandera nacional y la multitud rugía: ¡¡Mocho, Mocho,
Mocho!! Todo estaba saliendo como lo habían planeado, pero la alegría dura poco
en la casa del pobre. El pollo se estaba acabando y la cola de coléricas
mujeres empezó a agitarse, así comenzó el desastre. Tanta espera y con ese
solazo en las sienes para nada, eso era una estafa, comenzaron los gritos y las
amenazas, el Mocho intentaba hablar, pero nadie oía, una señora que había
agarrado su pollo se dio cuenta que este destilaba un líquido nauseabundo y el
color de su carne era entre verde y morado, los pollos nacidos en Sao Paulo y
sacrificados hace 8 meses, reclamaban su sagrado derecho a podrirse en paz. La
señora furiosa lanzó su pollo cual proyectil misilístico contra el candidato
con tan buena puntería que le dio en medio del pecho e hizo que perdiera la
verticalidad y se viniera estrepitosamente al suelo, esa fue la razón de la
herida en el muñón de la pierna de mi paciente. El Mocho y sus amigos se
refugiaron en la cabina del camión y bajo la premisa de “pescuezo no retoña”
enfilaron el vehículo calle abajo y desaparecieron a gran velocidad. El Mocho
vio por el retrovisor que las pancartas fueron incendiadas y lo último que leyó
fue P´A LA ASAMBLEA. Ese fue el final de la carrera política de Gervasio.
Cuando
terminó su narración, vi que unas lágrimas corrieron por las mejillas del
Vachio y abrazándolo le dije cual Quijote errante: MAL ESTAN LAS COSAS SANCHO
CUANDO VEAIS A LOS CIERVOS CORRER TRAS LOS PERROS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario