martes, 29 de enero de 2013

UN REY EN EL CONSEJO

Germán Fleitas Núñez de Cáceres* 


Una mañana de 1952 llegó a nuestra casa Misia Naná acompañada de otras señoras; venían cargadas de flores, copas de cristal, jarras con hielo y frescos de lima y de naranja y anunció con voz solemne: “Vamos a prepararnos porque viene El Rey, ya salieron de Caracas”. Nadie preguntó cual rey ni de dónde sino que enseguida se puso la mesa, se adornaron los floreros, se acondicionaron los baños con jabones nuevos y paños limpios, y una cama por si Su Majestad deseaba reposar. Mientras se hacían los preparativos yo me senté en el corredor y le di vuelo a mi imaginación y a mi fantasía porque aparte de los disfraces en el carnaval de la escuela “Juan Uslar”, jamás en mis once años de vida, había visto a un rey de verdad. Lo que más despertaba mi curiosidad era imaginarme la carroza en la que vendría,  el traje y la corona.
No sabría decir cuantos minutos u horas se prolongó la espera, todos sentados en el corredor hasta que apareció una camioneta “Jeep” verde manejada por el doctor Gustavo y a su lado, en el asiento del copiloto venía nada menos que Su Magestad El Rey.
Era un hombre alto, elegante, apuesto, cincuentón, que más parecía un artista de cine que un monarca. En lugar de capas y coronas vestía lo que entonces se llamaba un “slak” que consistía en un pantalón con camisa manga larga del mismo color, casi siempre beige, correa de la misma tela con un estuche de anteojos “Rayban” unas botas y un sombrero de hule muy de la época. Venían acompañados de otros carros y de muchas personas desconocidas para mí, entre quienes logré identificar a un maestro de La Victoria que visitaba mi casa con frecuencia y me llamaba la atención porque algunas veces cargaba los bolsillos llenos de piedras; se llamaba José María Cruxent, director del Colegio Santa María de doña Lola de Fuenmayor.
Era el Rey Leopoldo III de Bélgica quién había abdicado al trono de su país dos años antes, en  favor de su hijo mayor el famoso y bien recordado Balduino, recién casado con la princesa española Fabiola de Mora y Aragón. El Rey había nacido en Bruselas en 1901, hijo de Leopoldo II;  su hermana María José fue la última reina de Italia. Ascendió al trono en 1934 y durante la Segunda Guerra Mundial,  en lugar de huir hacia Inglaterra como hicieron muchos de  los monarcas y demás gobernantes europeos para dirigir desde allá la resistencia, decidió quedarse en Bruselas para correr  la misma suerte de sus súbditos. Cuando su patria fue invadida, solicitó ayuda a Inglaterra y Francia pero le fue negada. Ante la inferioridad de sus ejércitos y la superioridad aplastante del enemigo decidió rendirse para no derramar ni una gota de sangre belga. Hecho prisionero por los nazis permaneció preso primero en Bruselas y luego en Alemania y  Suiza, hasta que terminada la guerra, fue liberado y regresó a su país. Había casado por primera vez en 1926 con Astrid de Suecia la madre de Balduino y del hoy Rey Alberto II y viudo, casó por segunda vez, en 1941 (6 años después)  con Lilian Baels con quien tuvo tres hijos.
Pero Su Majestad tenía una pasión que era la “antropología social”. Experto arqueólogo y antropólogo, se había conocido en una expedición por el África, en el entonces llamado Congo Belga,  con el Profesor Cruxent padre de la arqueología venezolana.
Esperó pacientemente que su hijo cumpliera la mayoría de edad el 16 de julio de 1951 y abdicó a la corona para dedicarse a lo que realmente le gustaba que era la antropología social.
Viene a Venezuela, huésped de la familia Herrera en su hacienda de “La Vega” y se reencuentra con su viejo amigo Cruxent quien acaba de regresar del Alto Orinoco con la expedición que encabezada por Frank Rísquez Iribarren, descubrió las cabeceras del imponente río el 27 de noviembre de 1951 en el “Cerro Delgado Chalbaud”. Convenció al Rey y fueron a tener al cerro “Autana” en el entonces Territorio Federal Amazonas.
En el pueblo se regó como la pólvora la presencia del rey, muchos consejeños viejos lo conocieron y lo recordaban. Corrió  un chisme que recuerdo con mucha claridad: se decía que el monarca no andaba con su esposa quien se había quedad en Bruselas en una silla de ruedas como consecuencia de un accidente automovilístico; que andaba con su amante, prima de su esposa. Mucha gente me preguntaba por las damas que andaban, como eran, si había notado algo raro. Nunca dije nada porque no me había fijado, pero después de grande, averigüé y todo era falso con una pequeña dosis de verdad. El fatal accidente si ocurrió pero en 1935 (17 años antes) y en el mismo, murió instantáneamente la adorada reina Astrid; y seis años después, el rey viudo contrajo segundas nupcias con Lilian Baels, pero ante la oposición del parlamento, se tuvo que casar escondido y el pueblo belga se enteró mucho después. Fue un escandalazo en Bélgica; lo que no sabemos, es cómo llegó la noticia hasta El Consejo. Otro chisme romántico bellísimo, coronaba los comentarios, porque decían que al llegar al Cerro “La Esmeralda”, subyugados por la belleza del imponente monumento natural mil veces fotografiado por el rey, los enamorados se prometieron que si tenían una hija, se llamaría Esmeralda.
De los informes publicados no consta que en la expedición hubieran participado mujeres. Recorrieron el Caño Casiquiare, el Río Negro, la Piedra del Cocuy, subieron al “Autana”, cerro sagrado de los Piaroas quienes lo llamaban “Paraka Wachoi” porque  allí habitan los dioses y de lo alto bajaban todos los frutos (fueron los primeros hombres blancos en escalarlo) y descubrieron una laguna que bautizaron como “Lago Leopoldo”. Además del rey iban entre otros el profesor Cruxent, Napoleón Dupuy, el médico Van Dosmel, Aníbal Romero fotógrafo, Juan Cantó cocinero y el coronel Tomás Pérez Tenreiro, ilustre historiador, designado edecán del Rey, a quién le fue concedido el título de Marqués de Monte Rinaldo.
Continuó su actividad científica en muchos otros países, se publicaron libros e hicieron exposiciones durante tres décadas más. El Rey cumplió su promesa; el 30 de septiembre de 1956 en la lejana Bruselas nació La Princesa María Esmeralda Adelaida Liliana Ana Leopoldina o simplemente: “la Princesa Esmeralda”. Ya habían nacido sus hermanos Alejandro Manuel y María Cristina antes del interesante viaje de su padre. Esmeralda es periodista y ecologista como su padre; está casada con el científico hondureño doctor Salvador Moncada ganador del Premio Príncipe de Asturias en 1990 y junto con tres compañeros más, por haber inventado una vacuna contra la fiebre amarilla, recibió el Premio Nobel de  Medicina. Tienen dos hijos llamados Alejandra Leopoldina y Leopoldo Daniel.
El Rey murió el 25 de septiembre de 1983 (31 años después de haber estado en El Consejo) a sus 81 años. Junto a su lecho, el mejor testimonio de su amor por un país que lo recibió con cariño y con el cual intercambió nombres. Dejó su real nombre al “Lago Leopoldo” y se llevó de nuestra imponente montaña, el nombre para su hija “Esmeralda”, a quién  llegaron a llamar y aun  llaman “La Princesa del Orinoco”.




*Msc en historia de Venezuela, abogado y cronista de La Victoria.








 












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