Una mañana de 1952 llegó
a nuestra casa Misia Naná acompañada de otras señoras; venían cargadas de
flores,
copas de cristal, jarras con hielo y frescos de lima y de naranja y anunció con
voz solemne: “Vamos a prepararnos porque viene El Rey, ya salieron de Caracas”.
Nadie preguntó cual rey ni de dónde sino que enseguida se puso la mesa, se
adornaron los floreros, se acondicionaron los baños con jabones nuevos y paños
limpios, y una cama por si Su Majestad deseaba reposar. Mientras se hacían los
preparativos yo me senté en el corredor y le di vuelo a mi imaginación y a mi
fantasía porque aparte de los disfraces en el carnaval de la escuela “Juan
Uslar”, jamás en mis once años de vida, había visto a un rey de verdad. Lo que
más despertaba mi curiosidad era imaginarme la carroza en la que vendría, el traje y la corona.
No sabría decir cuantos minutos u horas
se prolongó la espera, todos sentados en el corredor hasta que apareció una
camioneta “Jeep” verde manejada por el doctor Gustavo y a su lado, en el
asiento del copiloto venía nada menos que Su Magestad El Rey.
Era un hombre alto, elegante, apuesto, cincuentón,
que más parecía un artista de cine que un monarca. En lugar de capas y coronas
vestía lo que entonces se llamaba un “slak” que consistía en un pantalón con
camisa manga larga del mismo color, casi siempre beige, correa de la misma tela
con un estuche de anteojos “Rayban” unas botas y un sombrero de hule muy de la
época. Venían acompañados de otros carros y de muchas personas desconocidas
para mí, entre quienes logré identificar a un maestro de La Victoria que
visitaba mi casa con frecuencia y me llamaba la atención porque algunas veces
cargaba los bolsillos llenos de piedras; se llamaba José María Cruxent,
director del Colegio Santa María de doña Lola de Fuenmayor.
Era el Rey Leopoldo III de Bélgica quién
había abdicado al trono de su país dos años antes, en favor de su hijo mayor el famoso y bien
recordado Balduino, recién casado con la princesa española Fabiola de Mora y
Aragón. El Rey había nacido en Bruselas en 1901, hijo de Leopoldo II; su hermana María José fue la última reina de
Italia. Ascendió al trono en 1934 y durante la Segunda Guerra Mundial, en lugar de huir hacia Inglaterra como
hicieron muchos de los monarcas y demás
gobernantes europeos para dirigir desde allá la resistencia, decidió quedarse
en Bruselas para correr la misma suerte
de sus súbditos. Cuando su patria fue invadida, solicitó ayuda a Inglaterra y
Francia pero le fue negada. Ante la inferioridad de sus ejércitos y la
superioridad aplastante del enemigo decidió rendirse para no derramar ni una
gota de sangre belga. Hecho prisionero por los nazis permaneció preso primero
en Bruselas y luego en Alemania y Suiza,
hasta que terminada la guerra, fue liberado y regresó a su país. Había casado
por primera vez en 1926 con Astrid de Suecia la madre de Balduino y del hoy Rey
Alberto II y viudo, casó por segunda vez, en 1941 (6 años después) con Lilian Baels con quien tuvo tres hijos.
Pero Su Majestad tenía una pasión que
era la “antropología social”. Experto arqueólogo y antropólogo, se había
conocido en una expedición por el África, en el entonces llamado Congo Belga, con el Profesor Cruxent padre de la
arqueología venezolana.
Esperó pacientemente que su hijo
cumpliera la mayoría de edad el 16 de julio de 1951 y abdicó a la corona para
dedicarse a lo que realmente le gustaba que era la antropología social.
Viene a Venezuela, huésped de la familia
Herrera en su hacienda de “La Vega” y se reencuentra con su viejo amigo Cruxent
quien acaba de regresar del Alto Orinoco con la expedición que encabezada por
Frank Rísquez Iribarren, descubrió las cabeceras del imponente río el 27 de
noviembre de 1951 en el “Cerro Delgado Chalbaud”. Convenció al Rey y fueron a
tener al cerro “Autana” en el entonces Territorio Federal Amazonas.
En el pueblo se regó como la pólvora la
presencia del rey, muchos consejeños viejos lo conocieron y lo recordaban. Corrió
un chisme que recuerdo con mucha
claridad: se decía que el monarca no andaba con su esposa quien se había quedad
en Bruselas en una silla de ruedas como consecuencia de un accidente
automovilístico; que andaba con su amante, prima de su esposa. Mucha gente me
preguntaba por las damas que andaban, como eran, si había notado algo raro.
Nunca dije nada porque no me había fijado, pero después de grande, averigüé y
todo era falso con una pequeña dosis de verdad. El fatal accidente si ocurrió pero
en 1935 (17 años antes) y en el mismo, murió instantáneamente la adorada reina
Astrid; y seis años después, el rey viudo contrajo segundas nupcias con Lilian
Baels, pero ante la oposición del parlamento, se tuvo que casar escondido y el
pueblo belga se enteró mucho después. Fue un escandalazo en Bélgica; lo que no
sabemos, es cómo llegó la noticia hasta El Consejo. Otro chisme romántico
bellísimo, coronaba los comentarios, porque decían que al llegar al Cerro “La
Esmeralda”, subyugados por la belleza del imponente monumento natural mil veces
fotografiado por el rey, los enamorados se prometieron que si tenían una hija,
se llamaría Esmeralda.
De los informes publicados no consta que
en la expedición hubieran participado mujeres. Recorrieron el Caño Casiquiare,
el Río Negro, la Piedra del Cocuy, subieron al “Autana”, cerro sagrado de los
Piaroas quienes lo llamaban “Paraka Wachoi” porque allí habitan los dioses y de lo alto bajaban
todos los frutos (fueron los primeros hombres blancos en escalarlo) y
descubrieron una laguna que bautizaron como “Lago Leopoldo”. Además del rey
iban entre otros el profesor Cruxent, Napoleón Dupuy, el médico Van Dosmel,
Aníbal Romero fotógrafo, Juan Cantó cocinero y el coronel Tomás Pérez Tenreiro,
ilustre historiador, designado edecán del Rey, a quién le fue concedido el
título de Marqués de Monte Rinaldo.
Continuó su actividad científica en
muchos otros países, se publicaron libros e hicieron exposiciones durante tres
décadas más. El Rey cumplió su
promesa; el 30 de septiembre de 1956 en la lejana Bruselas nació La Princesa María Esmeralda Adelaida Liliana Ana
Leopoldina o simplemente: “la Princesa Esmeralda”. Ya habían nacido sus
hermanos Alejandro Manuel y María Cristina antes del interesante viaje de su
padre. Esmeralda es periodista y ecologista como su padre; está casada con el
científico hondureño doctor Salvador Moncada ganador del Premio Príncipe de
Asturias en 1990 y junto con tres compañeros más, por haber inventado una
vacuna contra la fiebre amarilla, recibió el Premio Nobel de Medicina. Tienen dos hijos llamados Alejandra
Leopoldina y Leopoldo Daniel.
El Rey murió el 25 de
septiembre de 1983 (31 años después de haber estado en El Consejo) a sus 81
años. Junto a su lecho, el mejor testimonio de su amor por un país que lo
recibió con cariño y con el cual intercambió nombres. Dejó su real nombre al
“Lago Leopoldo” y se llevó de nuestra imponente montaña, el nombre para su hija
“Esmeralda”, a quién llegaron a llamar y
aun llaman “La Princesa del Orinoco”.
*Msc en historia de Venezuela, abogado y cronista de La Victoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario