Roberto Carlos es un conocido cantautor
brasileño considerado en su país el más exitoso de todas las épocas y se le calcula
haber vendido más de 100 millones de copias de sus éxitos musicales. A pesar de
su fama no ha perdido su condición de buen ciudadano y vive en Río en un
edificio donde baja diariamente a pasear su perro y a tomarse un café en una
panadería cercana, así quien quiera saludarlo le monta cacería en la esquina y
se puede tomar una foto con él. Hay otro Roberto Carlos famoso y brasileño
también, un ex futbolista del Real Madrid y para mí, el mejor alero izquierdo
del mundo.
En 1970 Roberto Carlos, el cantante, puso de moda una canción llamada o Calhambeque (el Perol), traducido al español como El Cacharrito. La canción era muy simpática y narraba el enamoramiento de un conductor por un carrito viejo que le habían prestado mientras arreglaban su flamante Cadillac. El carrito le dio tan buenos servicios que cuando lo entregó dejo su corazón con el Cacharrito. La canción es linda, simpática y pegajosa, tal como se describe al carrito que no era más que un sustituto temporal. A mí me ha pasado algo parecido a lo de Roberto Carlos, hace varios años uno de mis hijos se fue de Venezuela y me dejó su viejo carrito con la obligación de pagarle de contado, porque para eso existen los papás. Bien, entonces me convertí en orgulloso conductor de un carrito pequeñito, que corre hacia adelante, marcha para atrás y hasta toca la corneta, da vueltas en U en pequeños espacios, cabe en cualquier sitio e increíblemente apenas consume gasolina, mantiene un envidiable bajo perfil ante los choros que hacen avalúos de futuros secuestros express y cuando voy a las bombas de servicio dejo más propina que el costo de la gasolina regalada que consumimos en Venezuela.
En 1970 Roberto Carlos, el cantante, puso de moda una canción llamada o Calhambeque (el Perol), traducido al español como El Cacharrito. La canción era muy simpática y narraba el enamoramiento de un conductor por un carrito viejo que le habían prestado mientras arreglaban su flamante Cadillac. El carrito le dio tan buenos servicios que cuando lo entregó dejo su corazón con el Cacharrito. La canción es linda, simpática y pegajosa, tal como se describe al carrito que no era más que un sustituto temporal. A mí me ha pasado algo parecido a lo de Roberto Carlos, hace varios años uno de mis hijos se fue de Venezuela y me dejó su viejo carrito con la obligación de pagarle de contado, porque para eso existen los papás. Bien, entonces me convertí en orgulloso conductor de un carrito pequeñito, que corre hacia adelante, marcha para atrás y hasta toca la corneta, da vueltas en U en pequeños espacios, cabe en cualquier sitio e increíblemente apenas consume gasolina, mantiene un envidiable bajo perfil ante los choros que hacen avalúos de futuros secuestros express y cuando voy a las bombas de servicio dejo más propina que el costo de la gasolina regalada que consumimos en Venezuela.
Mi carro ya tiene varios años y en el tiempo transcurrido me he ido encariñando con el perol, rara vez exige idas al taller y en las mañanas amanece de a toque, no tengo de que quejarme, sin embargo su longevidad me hizo pensar en la posibilidad de cambiarlo por uno nuevo y por ociosidad me paré en el desocupado estacionamiento de un concesionario automotriz, entré en el remozado local, amplio, con aire acondicionado, con dos vigilantes y una solitaria secretaria que gastaba su tiempo en resolver una "sopa de letras", la saludé cordialmente y la joven levantó una ceja en señal de enfado y me lanzó un dardo envenenado con su mirada tratando de decirme que no interrumpiera su labor intelectual del día, pasado unos minutos y ante mi insistencia la niña soltó su labor y con evidente disgusto me dijo, ¿qué es lo que quiere el caballero?. Ofrecí disculpas por haber interrumpido su enjundiosa abstracción en el trabajo literario y pregunté por la posibilidad de comprar un carro. La cara de mi interlocutora se transformó y me miró como si yo fuese un extra terrestre, creo que estuvo a punto de preguntarme el nombre del planeta de donde venía y me espetó lo siguiente: !! aquí, no llega un carro desde hace varios años, yo para ver carros salgo a la calle y los veo pasar, así que buenas tardes, caballero.!! Después de ese palmo en mis narices, me dirigí a la puerta cabizbajo y derrotado, no había salido del local cuando un solícito caballero me abordó y dándome excusas por haber oído involuntariamente la conversación anterior me ofreció la posibilidad de conseguir carros cero kilómetros, invitándome a tomar un café en la esquina. Como en Caracas, hay que estar mosca, me guardé los billetes en la media derecha y apreté fuertemente el celular en el bolsillo, accediendo a compartir el café. El señor era un gran conversador y me dijo que él era el papá de los carros baratos, me ofreció dos posibilidades de compra de automóviles, eran vehículos de fabricación china o iraní, que la gente llama carros bianuales, no porque se pagan con plazo de dos años, sino que duran 2 años, por falta de repuestos. A medida que mi desconocido benefactor hablaba se iba produciendo una insólita metamorfosis en su cabeza y hasta le salían unas antenas de la parte superior, yo estaba sorprendido, pero el tipo seguía hablándome sin parar, la primera opción de compra era de entrega retardada, había que pagar el precio del carro en la cuenta de una señora de nombre desconocido y ella se encargaba de anotarme en la lista de entrega de carros en Fuerte Tiuna de los próximos 12 meses y cuando saliera mi numero volvía a pagar el carro otra vez, en esta ocasión al verdadero concesionario; o sea el carro ME SALIA COSTANDO EL DOBLE y lo entregaban al año y yo seguía mudo y aterrado porque a estas alturas la transformación de la cara estaba tomando forma de hormiga gigante y yo con la boca abierta no lograba explicarme ese fenómeno y el vendedor seguía con sus ofrecimientos, la segunda opción era más expedita, un señor estaba vendiendo el carro que le habían entregado el día anterior previo los dos pagos mencionados y estaba dispuesto a ganarse su comisión también, entregaba la llave, siempre y cuando le depositaran TRES VECES EL VALOR DEL VEHÍCULO, pero la gran ventaja estaba que uno salía manejando un carro chino chimbo nuevo. Como yo estaba mudo y pálido ante las propuestas y el cambio experimentado en mi anónimo vendedor, no atinaba a decir palabra, creo que el intermediario se molestó ante mi silencio, tanto así que se levantó y dándome la espalda se alejó, fue cuando pude apreciar que tenía unas posaderas descomunales. Traté de serenarme y me concentré en los hechos vividos en tan corto tiempo y llegué a la conclusión que el vendedor estaba disfrazado de bachaco culón o era un bachaco disfrazado de vendedor o por lo menos se parecía igualito y que la pesadilla que había vivido no era más que una fase del BACHAQUEO, eso que al gobierno lo lleva por la calle de la amargura y a nosotros peor. Esos animalitos aparecen en todas las colas, venden pañales, arroz, azúcar, champús, jabones y hasta pollos congelados, claro que aplicándole la regla del trescientos, cuatrocientos y hasta del novecientos por ciento de aumento. En el mundo de la economía una ganancia del 10 % ya casi cae en la usura pero en este país los porcentajes se calculan en centenas. Hay un producto llamado Bachacol, que mata los bachacos de jardín, pero estos bachacos mutantes en vendedores son inmunes al veneno, porque están cubiertos por una sombra de cachuchas trisoleadas.
Cuando quedé solo, pagué el café y volví a
montarme en mi viejo carrito, en silencio y avergonzado puse el CD de Madame Butterfly para
endulzar el ambiente, tratando que mi cacharro no cayera en cuenta de la
posible traición que estuve a punto de cometerle, me paré en la primera
estación de servicio que encontré y le llené el tanque con la gasolina más
cara, abrí el capó y le di a beber el aceite más costoso que encontré, usado
por los carros de carrera y lo abracé tiernamente, jurándole fidelidad
eterna tal como él lo ha hecho hasta ahora conmigo.
Después de esta experiencia alucinante creo
que mi cacharrito y yo seguiremos juntos por unos cuantos años más.
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