Alberto Rodríguez Barrera
De la Junta Revolucionaria de Gobierno -1945-comenzaron a salir las
nuevas normas de derecho público, concretadas en decretos-leyes,
creando una nueva juricidad con premura. Entre los más significativos de
carácter político estuvo el que determinaba que “sus miembros quedaban
incapacitados para postular sus nombres como candidatos a la Presidencia
de la República y para ejercer ese alto cargo cuando en fecha próxima
elija el pueblo venezolano su Primer Magistrado”.
Sucesivos decretos disolvieron los cuerpos deliberantes que habían
surgido de elecciones viciadas, y al Supremo Consejo Electoral,
integrado por abrumadora mayoría oficialista. A un mes de iniciado el
Gobierno, fue designada una comisión encargada de redactar el nuevo
estatuto electoral y un proyecto de Constitución, comisión que estuvo
presidida por Andrés Eloy Blanco, alta figura de la intelectualidad
nacional y de la responsabilidad ciudadana. Los otros eran profesionales
del Derecho sin vinculaciones partidistas y algunos de militancia en
partidos de oposición (Lorenzo Fernández de Copei, Luis Hernández Solís
de URD, Jesús Enrique Lossada, Nicomedes Zuloaga, entre otros). Para el
15 de marzo de 1946 se tradujo en acto legislativo el proyecto para
regular el proceso eleccionario.
Ese estatuto electoral es considerado como el más democrático que
para entonces se promulgara en América, concediéndosele “a todos los
venezolanos mayores de 18 años, sin distinción de sexo y sin más
excepciones que los entredichos y los que cumplen condena penal por
sentencia firme que lleve consigo la inhabilitación política”. La
ingerencia del Poder Ejecutivo en el proceso comicial quedaba reducido a
la entrega de los fondos fiscales requeridos para el eficaz
funcionamiento del organismo rector de las elecciones. La representación
de las minorías electoras quedó garantizada en forma
extraordinariamente liberal (cuando un partido no alcanzaba a elegir
diputados o senadores en ningún Estado, se sumaban sus votos en todo el
país y se le asignaban representantes parlamentarios dividiendo esos
votos totalizados por cociente electoral nacional).
Después de esos decretos se desató una campaña electoral de una
intensidad sin precedentes en la historia del país. En escasos meses,
fueron legalizados 13 partidos políticos, los cuales tronaron los aires
con las voces de sus oradores en millares de asambleas públicas,
cubrieron de consignas todo pedazo de muro utilizable y fatigaron los
tipos de la prensa, en disfrute de una libertad total jamás vista para
popularizar sus programas y exaltar sus candidaturas. De esos partidos,
tres tomaron la vanguardia en la violenta ofensiva contra el régimen
popular y democrático: Copei, URD y el Partido Comunista.
Copei se articuló alrededor de un grupo católico militante, que en
los años 36 y subsiguientes colaboró políticamente con el lopecismo. No
tuvo actividad visible durante Medina Angarita, y su líder, Rafael
Caldera, abandonó una curul en la Cámara de Diputados, después de una
fugaz labor, para dedicarse a sus actividades profesionales y a profesar
la cátedra de Sociología en la UCV. Fue Procurador General de la Nación
en los meses iniciales del Gobierno Revolucionario. Salió de allí para
encabezar núcleos políticos más beligerantes, sin interés alguno por los
procesos eleccionarios y aliándose con elementos militares descontentos
y detener el proceso democrático iniciado.
Unión Republicana Democrática (URD), organizado por Jóvito Villalba,
fue integrado por restos del medinismo. Se organizó a toda prisa
después del movimiento de octubre. Cabe recordar que fuera de Acción
Democrática y el binomio Partido Democrático Venezolano-Partido
Comunista en el campo gubernamental, no existían otros partidos en el
momento de formarse la Junta Revolucionaria de Gobierno. Años después,
Villalba reconocería: “Reconozco que Acción Democrática contaba con una
mayoría que le daban sus antecedentes meritorios y dignos en la lucha
por la democracia en este país y era el Partido mejor organizado del
país. Nadie hubiera podido disputar el triunfo a Acción Democrática”.
(Gaceta del Congreso.) Al igual que en Copei, en URD acamparon, junto
con gente realmente interesada en la evolución superadora de la vida
política nacional, complotistas reaccionarios, implacables enemigos de
la fórmula
del sufragio libre y nostalgiosos de los sistemas autocráticos de
Gobierno.
El Partido Comunista estaba escindido en dos fracciones,
coincidentes sólo en atacar al Gobierno. Marchaban contra la
democratización de la economía y del Estado, la única posible dentro de
las condiciones históricas prevalecientes en Venezuela y en América
Latina. Esa obra adolecía a sus ojos de dos defectos capitales: carecer
de la apostólica bendición del sanhedrín staliniano y estar conducida
por una fuerza política venezolana y americana, reacia a condicionar su
conducta a la consigna de importación.
Acción Democrática se enfrentó en la calle, animada de su vieja
mística combatiente, a sus adversarios ideológicos de siempre y a los
recién incorporados a la liza política. No se burocratizó, sino que sus
mejores dirigentes y militantes –con la excepción de quienes
desempeñaban varios Ministerios y Gobernaciones de Estado- se quedaron
en los rangos de la organización, saludable ejemplo que dieron los
dirigentes obreros. Y por no haberse lanzado la militancia de AD sobre
el presupuesto como si fuera botín de guerra, a un año de la Revolución
podían afirmar que de los 7 mil empleados públicos del Distrito Federal,
apenas 300 portaban carnet del partido.
Millón y medio de venezolanos votaron con cívico fervor, fervor
filiable con las místicas religiosas. Jamás había votado en Venezuela
más de un 5 por ciento de la población y esta vez votó el 36 por ciento.
De cada 100 ciudadanos inscritos en los registros, 92 concurrieron a
las urnas, y no hubo en el vasto territorio nacional ni un solo hecho de
sangre, ni una sola violencia física ejercida contra nadie, para
impedirle votar o para torcer su libre determinación.
El volumen de votos que correspondió a cada partido fue el
siguiente: AD: 1 millón 100 mil votos (137 diputados bancas); Copei: 180
mil (19 bancas); URD: 54 mil (2 bancas); Partido Comunista: 51 mil (2
bancas)
De los diputados de AD a la Asamblea Constituyente, de los
diputados y senadores electos posteriormente, un número apreciable eran
dirigentes obreros y mujeres. El Parlamento dejó de ser un reducto
exclusivo de profesionales con títulos universitarios y de políticos
varones siempre. La opinión nacional y extranjera coincidió en reconocer
la limpieza absoluta de las elecciones.
Y cuando voces aisladas objetaron el resultado de los comicios y
los derrocados de octubre trataron de llevar agitación al Ejército en
nombre de supuestos fraudes, reaccionaron enérgicamente los propios
Jefes de las Fuerzas Armadas. Ellos eran testigos calificados, porque un
Decreto de la Junta había colocado la supervisión del acto electoral en
manos del ejército. Era esa una práctica establecida en Chile, país de
tradiciones democráticas; y al acogerla en Venezuela, se quería subrayar
el carácter de las Fuerzas Armadas como organismo apolítico y colocado
al margen de la discordia interpartidista.
Y por lo mismo que los militares fueron testigos del acto comicial
redactaron un documento dirigido a la Asamblea Nacional Constituyente,
firmado por la totalidad de los oficiales en servicio activo y para
presentarlo, se llegaron hasta el Capitolio, en uniforme de gran parada,
los entonces tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez
Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, quienes apenas dos años después iban
a usurpar y desconocer esa voluntad popular, expresada en los comicios.
En ese documento se afirmó, con el énfasis más rotundo que pueda ser
usado por colectividad alguna: “La Asamblea Nacional Constituyente es
representativa de la voluntad popular, elegida libremente el 27 de
octubre de 1946, en comicios que estuvieron bajo nuestra vigilancia y
por ello nos consta que fueron llevados a cabo con la mayor pureza.”
Dijo la revista Newsweek (20 de diciembre, 1947): “Por primera vez
en su historia el pueblo de Venezuela, hombres y mujeres, ricos y
pobres, letrados e iletrados, sin distinción de credos o de color,
estaban escogiendo su propio Presidente, sus senadores, sus
diputados…todo esto demuestra lo lejos que ha llegado Venezuela, desde
que la Junta Revolucionaria asumió el poder. Estas fueron algo más que
las más honradas y las más ordenadas elecciones que Venezuela nunca haya
tenido. Podrían servir como modelo para cualquier país en el Hemisferio
Occidental, sin excluir muchas partes de los Estados Unidos.”
Dijo el Washington Post (17 de diciembre, 1947): “Es
particularmente significativo que el más reciente florecimiento de la
democracia tenga lugar en Venezuela, cuna de Bolívar, sobre todo si se
tiene en cuenta que el férreo control de Gómez y otros dictadores
impidió por largo tiempo a ese país realizar la libertad por la que
luchó Bolívar. El cambio se debe, en su mayor parte, a la política
seguida por el Gobierno de Betancourt desde que la Junta Revolucionaria
advino al poder en 1945. Algunos han visto en las simpatías del régimen
de Betancourt en pro de los trabajadores una indicación de que estaba
inspirado en el comunismo. La mejor respuesta son las realizaciones
cumplidas. Con los recursos de la renta petrolera
promovió muchas de las reformas internas tendientes a levantar el nivel
de vida y a vencer el analfabetismo, medidas que en sí mismas son un
antídoto contra el comunismo. La culminación de ese proceso fue extender
a las masas, hasta entonces privadas del voto, el derecho del
sufragio.”
Dijo el New York Times (20 de diciembre, 1947): “Las elecciones,
tal como las conocemos nosotros, eran desconocidas en Venezuela…Ahora
todo ha sido barrido, con plenitud dramática y sobrecogedora.”
Dijo El Día de Montevideo (20 de diciembre, 1947): “Los
venezolanos ganaron una primera batalla para América al recuperar su
libertad política y reafirmar el imperio de la: Ley.”
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