Carlos Alarico Gómez*
La imagen de Simón Bolívar
vuelve a ser noticia de primera plana. La razón se debe a la orden del presidente
de la Asamblea Nacional de remover del viejo Palacio Legislativo una
iconografía que reposaba allí al lado de otra de Hugo Chávez Frías. En verdad,
la retirada de la gigantografía de Chávez era conveniente, ya que su imagen se
asocia con la de un partido y en la Asamblea debe privar una atmósfera de
pluralidad ideológica. En cuanto a la de Bolívar debe aclararse con absoluto
apego a la verdad histórica que ese retrato no es de Bolívar ni refleja su
fisonomía. Como todos sabemos, el Libertador posó en varias ocasiones para
artistas de gran fama, consciente como estaba de su compromiso con la historia.
Sobre el particular el diputado Henry Ramos Allup expresó que “todos los
venezolanos tenemos que respetar la imagen de Bolívar, pero eso sí, la imagen
real”. Y agregó que esa no puede ser otra que la aprobada por el mismo
Libertador, ya que ningún venezolano puede arrogarse el poder de cambiar lo
ordenado por él.
Ramos Allup se
refería de manera específica al retrato pintado por el artista peruano José Gil
de Castro en 1825, el cual le agradó tanto al Libertador que le envió una copia
a su prima Fanny de Villards.
La
distorsión de la imagen
El problema no es nuevo, aun cuando Bolívar es ciertamente el
venezolano de mayor trascendencia universal. Sin embargo, sus ideas y su figura
han sido intencionalmente manipuladas por políticos interesados en crear una
especie de mito, una suerte de culto religioso en su entorno, convirtiendo en
Judas a cualquier persona que haya diferido de sus puntos de vista o de alguno
de sus proyectos, lo que es contrario al espíritu y razón de cualquier régimen
que se considere democrático. Como si eso fuera poco, a la creación de una
nueva imagen física de Bolívar siguió la proclamación de una tesis absurda que
sostiene que fue asesinado. La aseveración, si bien peregrina, fue expuesta con
pasión por el expresidente Hugo Chávez, a pesar de que existe una extensa
evidencia documental suscrita por médicos que establecen la tuberculosis como
causa de su muerte.
Esa tendencia
a deformar la realidad ha deshumanizado a Bolívar, convirtiéndolo en una
especie de héroe mitológico. Es difícil, por tanto, que un venezolano del común
pueda analizar objetivamente la personalidad del líder de la gesta
independentista. En consecuencia, es necesario que se comience a difundir de
manera objetiva y profesional la realidad de su pensamiento, así como los
sucesos en los que se vio envuelto durante su compleja e intensa existencia,
especialmente en el lapso 1828-1830, tal como propone el historiador Germán
Carrera Damas en su obra (El Culto a Bolívar (1973), con el fin de que
se pueda lograr la captación de los valores que hicieron posible la
independencia, así como la interpretación cabal de los errores en que incurrió.
La apoteosis
de Bolívar
Los que han
investigado este problema coinciden en señalar que el iniciador de esa
mitomanía idolátrica fue Antonio Guzmán Blanco, de acuerdo a lo aseverado
por historiadores de gran seriedad, como María Elena González Deluca (2007:
114) y Ramón Díaz Sánchez (1968, 5ta edic.: 115), en la que demuestran que
el estadista venezolano, posiblemente motivado por el vínculo de parentesco que
tenía con Bolívar, adelantó una intensa actividad destinada a enaltecer la
figura del héroe, aprovechando el evento que organizó para celebrar el primer
centenario de su nacimiento, al que le dio el nombre de “Glorias de Bolívar”.
Como se sabe, Guzmán Blanco era pariente consanguíneo de Simón Bolívar, ya que
su madre Carlota era prima de Dionisio Palacios y Blanco (hermano de María
Concepción) y de su esposa Juana Bolívar y Palacios (hermana del Libertador).
La celebración
del centenario fue aprovechada con gran habilidad por “El Ilustre Americano”,
creando por decreto una Junta que hizo presidir por Antonio Leocadio Guzmán, su
padre, de la cual formaron parte Fernando Bolívar -sobrino del
Libertador-, Arístides Rojas, Agustín Aveledo, Pablo Clemente, Andrés Level de
Goda y Manuel Vicente Díaz. La conmemoración, si bien ampliamente
merecida por el Padre de la Patria, fue llevada al extremo de crear una
moneda con la efigie de Guzmán al lado de Bolívar, a lo que hay que sumar la
obra Venezuela Heroica (1881), del
escritor Eduardo Blanco, en cuyas páginas despliega una literatura
épica en capítulos llenos de exagerado fervor, al estilo de La Ilíada
de Homero, con el propósito de hacer ver que los generales de la Independencia
eran titanes y que Bolívar era el propio Zeus, llegando incluso a inventar
algunos episodios, como el de la dramática despedida de Pedro Camejo
cuando herido de gravedad en el Campo de Carabobo, galopa moribundo para
despedirse del general José Antonio Páez y, al estar frente a él,
descubriéndose el pecho, le expresa balbuciente: “Mi general, vengo a decirle
adiós porque estoy muerto”. El hecho nunca ocurrió, como se puede verificar en
la Autobiografía escrita por Páez en Nueva York, donde narra con
detalles lo acontecido durante la batalla de Carabobo (1869/1971: 338).
La opinión
pública a favor del mito
Guzmán
Blanco fue apenas el comienzo. Gobiernos posteriores contribuyeron a aumentar
la apoteosis, tal como ocurrió con los dictadores andinos Cipriano Castro y
Juan Vicente Gómez, lo que culminó con un partido político bolivariano que
fue creado por Eleazar López Contreras con el propósito de garantizar la
permanencia de los hombres de la Causa Andina en el poder y su propio regreso a
la Presidencia. Para lograr su cometido, utilizó los servicios de un asesor
colombiano de nombre Franco Quijano, quien demostró sus amplias habilidades en
el manejo de las actas electorales, permitiéndole a la Agrupación Cívica
Bolivariana (ACB) el control del Consejo Supremo Electoral. Más adelante, con
motivo de la celebración del segundo centenario del natalicio de Bolívar surgió
un movimiento político llamado MBR-200 liderado por el comandante Hugo Chávez
Frías. Tanto López Contreras como Chávez olvidaron lo expresado por el propio
Bolívar en la Proclama que dictó el 9 de diciembre de 1830 para
despedirse de sus compatriotas: “Si mi muerte contribuye a que cesen los
partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. Esta
situación de adoración perpetua, como diría la prensa guzmancista, contraviene
lo establecido en la Ley sobre el uso del nombre, la efigie y los títulos de
Simón Bolívar (1968), ya que utiliza la figura del Libertador
con propósitos partidistas.
Reverend en
tela de juicio
La conclusión es que la imagen
de Bolívar ha sido distorsionada, de buena o mala fe, hasta el punto de haberse
puesto en duda la autopsia que practicó Alejandro Próspero Reverend, el médico
francés que atendió a Bolívar en los momentos finales de su existencia. Tanto
es así que el 17 de diciembre de 2007 el presidente de la República de
Venezuela -ahora Bolivariana por su impuesta voluntad- utilizó la tribuna de
oradores en el Panteón Nacional para aseverar que Bolívar había sido asesinado
en Santa Marta sembrando dudas sobre la autenticidad de los restos que el 17 de
diciembre de 1930 fueron colocados en la urna de bronce diseñada por el
escultor Chicharro Gamo por disposición del dictador Juan Vicente Gómez, quien
hizo
modificar la cripta del Libertador y colocar el ataúd en forma perpendicular
a la estatua del escultor italiano Tenerani, ceremonia en la que se abrió el
sarcófago y se cambió el pabellón nacional.
¿Cuál es la
verdad?
Para conocer
la verdad, es necesario remontarse a lo acontecido el 17 de diciembre de 1830
en Santa Marta. Ese día ninguno de sus moradores notó la belleza que irradiaban
los intensos rayos solares sobre los jardines de la Quinta San Pedro
Alejandrino. La razón no era atribuible a la indiferencia de la gente que
allí se encontraba, sino más bien a los estertores de la muerte que se
escuchaban inclementes en la residencia del coronel Joaquín de Mier.
El enfermo era el hombre que creó a Colombia en 1819 y
que había dirigido sus destinos hasta marzo de 1830. En aquel día
memorable y triste, el médico francés Alejandro Próspero Reverend entraba y
salía presuroso del cuarto donde se encontraba el paciente, a cuyo cuidado
había estado desde el 1 de diciembre, fecha en la que Bolívar desembarcó del
navío Manuel, que lo condujo desde Barranquilla hasta Santa Marta.
Su experiencia médica le hacía ver que era inminente un desenlace fatal.
Reverend había actuado muy profesionalmente desde que Bolívar fue confiado a su
cuidado, a pesar de los pocos recursos de que disponía. Cuando supo que
en el puerto de Santa Marta se encontraba la goleta de guerra Grampus,
de bandera norteamericana, donde estaba el médico Michael Night,
decidió hablar con él para consultarle sobre el caso de su paciente. El médico
norteño lo escuchó con interés, lo ayudó en su diagnóstico y, como
consecuencia de esta conversación, decidió no postergar más tiempo
el traslado de Bolívar a la Quinta San Pedro Alejandrino y el 6 de
diciembre fue llevado a ese lugar. La información aparece en el Boletín N° 2 de
Reverend, emitido el 2 de diciembre de 1830 e insertado en el folleto La
última enfermedad, los últimos momentos y los funerales de Simón Bolívar, que hizo editar en París en 1866, y aparece publicado en la compilación
de Ildefonso Leal (1980:68). Pocos días después también ancló en el puerto de
Santa Marta el navío británico Blanche que portaba al Dr. Michel Claire,
enviado por el Gobernador de Jamaica para atender al Libertador, pero
lamentablemente llegó cuando ya era demasiado tarde.
Consciente de
lo delicada en que se hallaba su salud, Bolívar se confesó con el Obispo de
Santa Marta, monseñor José María Estévez, y recibió la extrema unción de
manos del padre Hermenegildo Barranco, párroco de la población de
Mamatoco, la más cercana a San Pedro. Su testamento lo firmó el día 10, en el
cual hizo un dramático llamado a la unión para preservar la paz. Siete
días después, Pedro Briceño Méndez, Fernando Bolívar y José Laurencio
Silva se encontraban conversando junto a un frondoso tamarindo ubicado al
frente de la residencia. El tema no podía ser otro que la gravedad de su
ilustre pariente. Era mediodía cuando observaron a Reverend que
caminaba cabizbajo y ceñudo hacia donde ellos se encontraban y cuando
estuvo cerca de ellos les expresó en alta voz, para que escucharan los que
estaban más alejados: "Señores, si queréis presenciar los últimos momentos
y el postrer aliento del Libertador, ya es tiempo" (Mijares, 1983:
382).
Todos los presentes fueron penetrando en la alcoba donde se
encontraba el Padre de la Patria y, una vez allí, presenciaron su
agonía y muerte en un silencio sepulcral solamente interrumpido por los constantes
sollozos de José Palacios. En el momento del trance estuvieron presentes
los generales Mariano Montilla, José Laurencio Silva, Pedro Briceño
Méndez, Julián Infante, José Trinidad Portocarrero y José María Carreño;
los coroneles Belford Hinton Wilson, José de la Cruz Paredes y Joaquín de
Mier; el comandante Juan Glen; los capitanes Andrés Ibarra y Lucas Meléndez;
los tenientes José María Molina y Fernando Bolívar Tinoco; los doctores
Manuel Pérez Recuero y Alejandro Próspero Reverend; y su mayordomo José
Palacios. Todos ellos fueron fieles al Libertador durante su vida y
después de su muerte. El deceso de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad
Bolívar y Palacios se produjo a la una de la tarde. Reverend lo informó al
mundo a través de su reporte médico número 33 y, de inmediato, expresó que era
necesario hacer una autopsia. Una vez que estuvieron todos de acuerdo, le
correspondió al general Montilla transmitir la conformidad de los
deudos.
La posibilidad
de un crimen
Las
personas que acompañaron a Bolívar durante su enfermedad fueron todas de su más
absoluta confianza, cercanía y probada lealtad. La vida de todos ellos se
conoce al detalle y no hay la más mínima posibilidad de que alguno haya
incurrido en un crimen contra la figura de aquel hombre por el que sentían
devoción y aceptaban como su máximo líder. Varios de ellos tenían un lazo
sanguíneo o colateral con el Libertador, tal como era el caso de Fernando
Bolívar, hijo de Juan Vicente, su hermano mayor, al que consideraba su
hijo; el general José Laurencio Silva, casado con Felicia Bolívar Tinoco,
hija de Juan Vicente y hermana de Fernando; el general Pedro Briceño
Méndez, casado con Benigna Palacios Bolívar, hija de su hermana
Juana. La cocinera que preparaba la comida era Fernanda, enviada por
Manuela Sáenz para atender la dieta y cuidar la vida de su amante. El que le
servía la comida y le daba masajes era José Palacios, su mayordomo, quien
era tratado como si fuera miembro de la familia Bolívar.
Sólo hay un
aspecto extraño que debe ser incorporado a la investigación: Ocurrió que el día
12 llegó a San Pedro el coronel francés Luis Perú de Lacroix con una carta de
Manuelita para el Libertador, pero no se la pudo entregar dada la situación en
que éste se encontraba. Su llegada coincidió con un mensaje que recibió Mariano
Montilla, en la que le denunciaban que en la casa del Obispo Estévez se
encontraba hospedado el Dr. Ezequiel Rojas, uno de los hombres que
participó en el intento de magnicidio contra Bolívar el 25 de septiembre de 1828. Tan
pronto lo supo, Montilla se presentó en la casa del prelado, procedió a detener
a Rojas y lo envió preso a Bogotá bajo la custodia de Perú de Lacroix. No
obstante, la posibilidad de que Rojas haya podido tener acceso a San Pedro
Alejandrino para envenenar al Libertador es altamente improbable. Cualquier
intento suyo para entrar en la residencia le habría costado la vida, dado que
allí se encontraba el general de división Mariano Montilla, comandante general
del Magdalena, región en donde estaba ubicada Santa Marta, quien disponía de
una guardia que custodiaba el área. Además, el presidente de la República de
Colombia era el general en jefe Rafael Urdaneta, amigo incondicional del
Libertador, quien había asumido la primera magistratura después del golpe de
Estado que perpetró el 3 de septiembre de 1830, deponiendo a Joaquín Mosquera,
electo por el Congreso Admirable, argumentando la necesidad de restituir el
poder a Bolívar, quien se negó a reasumir el mando. Los pasos de Ezequiel Rojas
en Santa Marta fueron cuidadosamente investigados y el propio obispo de Santa
Marta admitió que estuvo hospedado en su casa en condición de amigo.
La salud de
Bolívar
La
documentación sobre la salud de Bolívar es abundante y no deja duda alguna
sobre el pésimo estado físico en que se hallaba, pudiéndose notar que su
enfermedad se comenzó a agravar desde su último viaje a Guayaquil en 1829,
cuando tuvo que permanecer inactivo debido a debilidad extrema, según lo
comprobado y expuesto por el médico Oscar Beaujon en su ponencia titulada El
Libertador enfermo, la cual fue presentada en la mesa redonda La
enfermedad causal de la muerte del Libertador organizada por la Sociedad
Venezolana de Historia de la Medicina, celebrada en Caracas el 27 de junio de
1963. Beaujon dice textualmente (Leal, 1980: 471) que “A principios de
agosto de 1829 el Libertador se encontraba en Guayaquil, donde sufrió… de un
fuerte ataque de nervios y fiebre, cuya sintomatología puede concretarse en:
ataque de nervios, cólera morbo y fuerte calentura”.
Poco antes de iniciarse
el viaje final de Bolívar a Cartagena, José María Espinosa le hizo un dibujo al
carboncillo en Bogotá (1830)
Así lo pintó José María Espinoza en marzo de 1830: ¡Enfermo y agonizante!
La evidencia
más exacta de su estado de postración la revela el artista José María Espinosa
en el retrato que le hizo al Libertador en Bogotá entre enero y marzo de 1830,
donde se ve claramente a un anciano enfermo y no a un hombre de cuarenta y seis
años de edad. Además, en las cartas que dejó antes y después de su renuncia a
la Presidencia hay claros indicios de lo mal que se encontraba, hasta el punto
de que al llegar a Santa Marta tuvo que ser bajado del barco en los brazos de
sus amigos, porque no era capaz de caminar. Esto lo obligó a permanecer en esa
ciudad hasta el día seis, fecha en la que fue trasladado en una berlina
hasta su destino final.
Después
del final
La
autopsia determinó que la causa de la muerte fue una tuberculosis
diseminada de tipo fibro-ulcera-cavernosa. Al terminar su trabajo como
patólogo, Reverend procedió a vestirlo con ayuda de
Palacios, quien utilizó una camisa de José Laurencio Silva, pues la que sacaron
de uno de los baúles del Bolívar estaba rota. Una vez cumplidos los
honores que le fueron rendidos como Libertador, ex-jefe del Estado y
general en jefe, fue colocado en una cripta ubicada en la nave derecha de
la Catedral de Santa Marta, al pie del altar de San José, que
era propiedad de la familia Díaz Granados. Los gastos del sepelio fueron
pagados por colecta pública de los amigos presentes, la cual alcanzó la
cantidad de doscientos cincuenta y tres pesos.
El
regreso a la patria
Tres años después, el presidente José Antonio Páez solicitó al Congreso de
Venezuela que ordenara la repatriación de sus restos y, en virtud de que su
solicitud no fue oportunamente atendida, el presidente Carlos Soublette la
renovó en enero de 1838, a pedimento de María Antonia, hermana del
Libertador, pero de nuevo ese requerimiento fue pospuesto. No obstante,
Páez fue más enfático durante su segundo gobierno y en esa ocasión se dirigió
al Congreso el 9 de enero de 1842 exigiendo a los parlamentarios que aprobaran
su solicitud debido a "...los grandes servicios hechos por el
Libertador Simón Bolívar a su patria y a la América del Sur...". Esta
vez el Congreso decretó el traslado de los restos el 29 de abril de ese año y
Páez le colocó el ejecútese al recibir el documento del Poder
Legislativo, procediendo de inmediato a designar una Comisión presidida
por José María Vargas e integrada por José María Carreño y Mariano
Ustáriz, quienes viajaron acompañados con el presbítero Manuel Cipriano
Sánchez en el buque Constitución,
propiedad de la Armada venezolana, bajo el mando del comandante Sebastián
Boguier.
Al llegar a
Santa Marta fueron atendidos por una Comisión designada al efecto
por el gobierno de la Nueva Granada, presidido entonces por el general
Pedro Alcántara Herrán, quien ordenó la entrega de los restos el 4 de agosto.
La Comisión estuvo integrada por el general Joaquín Posada Gutiérrez,
gobernador de Santa Marta; monseñor Luis José Serrano, obispo de la
Diócesis; el general Joaquín Barriga, Juan Francisco de Martín
y Joaquín de Mier. El doctor Alejandro Próspero Reverend fue el encargado
de abrir la cripta y preparar el informe de la entrega de los restos, excepto
el corazón de Bolívar que permanece en un cofre guardado en la citada
Catedral, con el visto bueno de la representación de Venezuela.
La exhumación
tuvo lugar el 20 de noviembre de 1842 a las 5 de la tarde. El informe del
doctor Reverend no deja lugar a dudas de que los restos que se estaban
entregando eran en efecto los del Libertador y así se dejó
constancia en acta. Se debe hacer notar que en 1838, debido al mal
estado que se encontraba la cripta después del terremoto de 1834, los restos
fueron trasladados temporalmente a la casa de don Manuel de Ujueta y
restituidos cuando se efectuaron las refacciones correspondientes. Luego, en
1839, el general Joaquín Anastasio Márquez financió la construcción de un
sepulcro más apropiado para la dignidad del fallecido y se le reubicó en la
nave central, frente al presbiterio.
Una
vez comprobada la autenticidad de los restos por Pablo Clemente y Simón
Camacho, quienes asistieron al acto en representación de la familia
Bolívar, la Comisión salió rumbo a La Guaira el 22 de noviembre y llegó a
su destino el 12 de diciembre de 1842, según el recuento que a tal efecto hace
Camacho, reproducida en la obra Ha Muerto el Libertador, editado por la
UCV (Leal, 1980: 127). Los gobiernos de Francia, Inglaterra,
Holanda, Dinamarca y los Estados Unidos enviaron naves de guerra para
escoltar los restos del héroe en La Guaira, que fueron desembarcados
y llevados en caravana a Caracas el 16, de acuerdo a la descripción que
redactó el artista Ferdinand Bellerman quien se encontraba en La Guaira durante
la llegada de los restos del Libertador, documento que aparece insertado en la
obra A los 150 años del traslado de los restos del Libertador (De Sola,
1992: 75). Desde que el ataúd entró en la ciudad natal de Bolívar, las
demostraciones de afecto expresadas por sus compatriotas fueron inmensas. Sin
distingos de clase, todos acompañaron la caravana funeraria hasta la Iglesia de
la Santísima Trinidad, hoy Panteón Nacional.
El
ataúd fue trasladado a la Iglesia de San Francisco el 17 de diciembre
a primera hora. Era el mismo lugar donde recibió el título de Libertador
en 1813 y la fecha era cabalística, pues fue la misma en la que el Congreso
reunido en Angostura puso el ejecútese a la creación de Colombia en 1819, a la
vez que se cumplía el duodécimo aniversario de su muerte. Allí
permaneció hasta el 23 en la mañana, cuando se le trasladó a la
Catedral de Caracas, donde recibió cristiana sepultura en la capilla
de la familia Bolívar. Juana y Fernando, hermana y sobrino de Bolívar,
asistieron a los actos fúnebres. Los restos fueron examinados
cuidadosamente por el Dr. José María Vargas y luego colocados en
una urna al lado de sus padres, de su esposa y de su hermana María
Antonia, según consta en la documentación que existe al respecto. Allí
permanecieron hasta el 28 de octubre de 1876, día de San Simón, ocasión en
que fueron conducidos al Panteón Nacional, por disposición del presidente
Antonio Guzmán Blanco.
El
doctor Pepe Izquierdo
Por lo tanto, cuando en 1947 el Dr. José (Pepe) Izquierdo reveló que
había encontrado una calavera trepanada en la cripta de la familia
Bolívar, que según dijo era la de El Libertador. Al trascender la noticia por
los medios de comunicación social, la opinión pública reaccionó angustiada
debido a que la gente se preguntaba de quién eran los restos que fueron
trasladados al Panteón en 1876. Como era de esperarse, las autoridades actuaron
con prudencia, especialmente el Congreso de la República, entonces presidido
por el poeta Andrés Eloy Blanco, debido a que el doctor Pepe Izquierdo era muy
conocido por su carácter impulsivo. El Congreso ordenó una investigación y
designó una Comisión que procedió a abrir el sarcófago de Bolívar, el cual fue
cuidadosamente inspeccionado, llegándose a la conclusión de que los restos que
allí estaban eran los que colocó Vargas en la cripta de los Bolívar.
La
prensa
La prensa le
hizo un seguimiento al caso, ya que era muy difícil que alguien hubiera entrado
a la Catedral de Caracas para profanar unos restos que no tenían ningún
beneficio pecuniario que ofrecer. Además, en esa época la
Catedral tenía el Seminario a su lado (luego Escuela Superior y
más tarde la sede del diario La Religión) y a pocos metros la Casa
Amarilla, que era el lugar donde funcionaba la Presidencia de la
República, la cual fue trasladada a Miraflores en 1900. Por lo tanto,
cualquiera que hubiese intentado entrar en la capilla con propósitos
insanos habría corrido el gravísimo riesgo de ser inmediatamente detenido
y sometido a prisión.
Otro aspecto
que fue publicado en los medios impresos fue el informe médico-social elaborado
por los doctores Cristóbal Mendoza, Ambrosio Perera, Vicente Lecuna y M.
Cruxent, en el que se deja constancia de que la calavera encontrada por
Izquierdo correspondía a la de Josefa Tinoco, mujer de Juan Vicente, hermano
del Libertador, cuyo cadáver fue autopsiado con trepanación de cráneo, de
acuerdo a lo señalado en la investigación que efectuó al respecto el Dr César
Planchart, publicada en el diario El Universal (2008: 1-10). Sobre el
mismo tema se pronunció la Academia de la Historia en un opúsculo titulado Integridad
de los restos del Libertador (1947), en el que se establece que corresponden
a los que se indican en el informe que redactó el Dr. José María Vargas cuando
efectuó la preparación del cadáver del Libertador en 1843.
¿Qué
ocurrió con la calavera de Josefa?
Una vez
resuelto el problema de la identidad de los restos de Bolívar, se hizo
necesario precisar el destino de la famosa calavera. ¿Dónde fue a parar? La
calavera que encontró Izquierdo y que creyó fuera la del Libertador permaneció
en sus manos y, como suele ocurrir en Venezuela, al poco tiempo ocurrieron
sucesos de tanta magnitud que ya nadie más se preocupó por saber su paradero.
Es posible que el galeno la haya llevado a la Escuela de Medicina de la UCV y
que allí se encuentre todavía; pudiera haber sido recolocada en la capilla de
la familia Bolívar; también es factible que haya sido ubicada en la tumba
del Dr. Izquierdo; o que permanezca en posesión de los descendientes del
controversial médico. El autor estima que se le debe dar más peso a la primera
hipótesis, debido a que el recientemente fallecido Dr. Francisco Plaza
Izquierdo, sobrino de Pepe Izquierdo, dijo en muchas oportunidades que la
había tenido en sus manos y que permanecía en la UCV.
BIBLIOGRAFÍA:
BLANCO, E. (1971). Venezuela Heroica. Caracas: ME.
CARRERA DAMAS, G. (1973). El Culto a Bolívar. Caracas: UCV.
DE SOLA, R. (1992). A los 150 años del traslado de los restos
del Libertador. Caracas: Banco del Caribe.
GÓMEZ, C. A. (2004). El origen del Estado democrático en Venezuela.
Caracas: Batt.
HERRERA LUQUE, F. (1983). Bolívar de carne y hueso.
Caracas: Gráficas Monfort.
LEAL, I. (1980). Ha muerto el Libertador (Compilación).
Caracas: UCV.
LIÉVANO AGUIRRE, I (1974). Bolívar. Caracas: ME.
MIJARES, A. (1983). El Libertador. Caracas: PDVSA.
PÁEZ, J. A. (1987). Autobiografía. Caracas: PDVSA.
PUBLICACIONES OFICIALES:
Ley sobre el uso del nombre, la efigie y los
títulos de Simón Bolívar (1968). Caracas: Sociedad
Bolivariana.
HEMEROGRAFÍA:
PLANCHART, C. (2008). Las reliquias del Libertador.
Caracas: El Universal (2008: 1-10)
*PERFIL DEL AUTOR:
Carlos Alarico Gómez es
profesor universitario categoría titular, periodista y doctor en
historia. Realizó sus estudios superiores en Venezuela, Italia y Estados
Unidos. En su tesis de licenciatura analizó los orígenes del periodismo en
Miranda Periodista, habiendo logrado en su promoción la primera posición
en su especialidad (UCAB-1977). La de maestría versó sobre El papel de los
medios de comunicación en el bloqueo de Venezuela en 1902, lo que le
permitió obtener mención de honor (Universidad de Wisconsin, USA). En su tesis
doctoral disertó acerca del Proceso de Formación del Estado Democrático en
Venezuela y se graduó cum-laude (UCAB, 2004), habiéndosele conferido
el honor de solicitar los títulos correspondientes a la promoción 2004. Su
labor profesional lo ha hecho acreedor a numerosos reconocimientos, tales como:
Premio Municipal de Periodismo, Municipio Sucre (Mención Docencia e
Investigación), 1990; Premio Municipal de Periodismo, Municipio Baruta (Mención
Radio), 1991; Premio Iberoamericano de Periodismo, 1996. También ha sido
condecorado con las órdenes Andrés Bello, Andrés Eloy Blanco, José Antonio
Páez, Cacique Yare y Francisco de Miranda, entre otras. Sus libros han sido
publicados en España y Venezuela. En la actualidad
es el Director de Cultura del Club Médico de Caracas
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