Recuerdos de mi niñez fluyen espontáneamente y con
frecuencia en la memoria y yo los catalogo como una muestra más de la
vigencia de la tercera edad. Eso y los dolorcitos migratorios ya sean
estos en la espalda, las corvas y hasta en la planta de los pies son
nuestros efímeros compañeros de estos tiempos, nunca nos falta un
“dolorcito”. Pues, aprendamos a convivir con ellos y aceptarlos como
compañeros de viaje en esta etapa de la vida. Eso sí, los dolorcitos van
y vienen, porque cuando se hacen permanentes hay que buscar un doctor
que nos mande algún brebaje mágico que los haga desaparecer.
Este preámbulo achacoso viene en razón de una bonita
historia que tuve la fortuna de vivir en la casa de mi niñez y que
incluye a un chamito que se autonombraba COCHÉ. Las casas de la Caracas
de los años 40 eran espaciosas y abiertas al cielo azul tachonado de
nubes y las matas de mango crecían libres y generosas, dejando los
patios llenos de hojas y frutas que caían libremente durante la noche,
las familias estaban constituidas por un promedio de 5 a 6 hijos y nunca
faltaba una abuela o una tía vieja adicional como parte de la misma. La
modernidad y los espacios han hecho reducir ese número a 2 hijos o
acaso 3, producto de un pelón en los cálculos. Yo me pregunto como
hacían nuestras madres para enfrentar a ese batallón de gente a la hora
de la comida o de “mantener la casa presentable”. La respuesta se reduce
a un nombre “las muchachas de servicio”. Un ejército fantasmagórico que
desfiló ante nuestros ojos y que contantemente se renovaba. La
característica principal de este grupo era la falta de continuidad y
estaba en continua renovación. Las Marías iban y venían, todavía no se
habían cambiado los nombres a estos complicados YULEXYS o WESTNAYDAS de
nuestros días y donde pareciera que reinvindicaran las últimas letras
del alfabeto para inventar nombres a sus hijas.
Las muchachas de servicio se dividían en dos secciones,
las llamadas “servicio de adentro” que comprendía el derecho a ocupar
la habitación del servicio y dormían en él y tenían libre el domingo,
imagino que las que trabajaban por horas se les denominaba “servicio de
afuera”. Una manera actualizada de designar la esclavitud en los
tiempos modernos.
Toda regla tiene su excepción y esa fue una María
barloventeña que con su negrura y la linterna blanca que iluminaba su
sonrisa se presentó en casa en condición de servicio de adentro. Era
pequeña y flaquita y con figura de niña. A los pocos días de comenzar a
trabajar tuvo unos extraños dolores abdominales que para sorpresa de
todos terminaron en la Maternidad Concepción Palacios, trayendo a la luz
a otro negrito de ojos enormes. Así llegó José a mi familia, donde
creció como uno más y él se hacía llamar COCHÉ en su lengua atravesada.
Mis padres tuvieron gran interés en que Coché estudiara y lo
inscribieron en la escuela a temprana edad. Cuando yo nací el Coché
tenía unos 5 años.
Transcurrieron los años y María y Coché siguieron en mi
casa, hasta que la familia tuvo que partir siguiendo al exilio de mi
papá. Cuando regresé a Venezuela ya vine graduado de bachiller y me
inscribí en la Escuela de Medicina de la Universidad Central de
Venezuela, donde se presentó la coyuntura de llegar a hacer una huelga
de hambre para logar el ingreso. Cuando uno está en primer año de
carrera, imagina a los estudiantes de años superiores como una especie
de super dotados y los mira con gran respeto. Estando en los pasillos de
la UCV, oí que me llamaban por mi nombre y al voltear me encontré con
un muchacho enfundado en una bata blanca con la insignia del Hospital
Universitario era flaco y alto con una enorme sonrisa luminosa que me
dijo: yo soy Coché. Nos fundimos en un grande y largo abrazo.
José había aprovechado el tiempo y era un avanzado
estudiante de quinto año de Medicina y desde ese día fue mi mentor en
los estudios. Cuando llegó el día de su graduación, José exhibía
orgulloso a su madre colgada de su brazo, luego siguió un post grado en
Ginecología y Obstetricia y ejerció la profesión con singular éxito en
la zona del litoral central. Me atrevería a decir que la mitad de los
guaireños de hoy fueron atendidos por Coché.
Hoy leo con incredulidad que el que funge de presidente
de la república, aun habiendo nacido en el extranjero, declara que en
la cuarta república no se ayudaba a los pobres. Como si con esas
palabras propias de resentidos pudiera tapar la realidad. Toda mi vida
estudié en colegios públicos y me gradué orgullosamente en la UCV,
rodeado de Cochés que tuvieron un gran éxito en la vida. Solo faltaban las ganas de lograrlo.
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