Ricardo Gluski se despertó sobresaltado la madrugada del
primero de septiembre de 1939. Un ruido atronador, cuya naturaleza no
pudo precisar al principio, había interrumpido su descanso en forma
abrupta. Miró el reloj y comprobó que eran las 4:45 minutos de la
madrugada. Se levantó y corrió hacia la ventana desde donde vio a los stukas
de la Lutwaffe que volaban muy bajo lanzando su carga mortífera sobre
los aviones que se encontraban en la pista, destruyéndolos totalmente,
al igual que varias de las edificaciones del Regimiento de Lanceros
donde estaba asignado como teniente de la Caballería Polaca. Los cazas
llegaron detrás de los bombarderos, ametrallando con precisión al
personal de guardia y dejando tras de sí una larga estela de cadáveres y
escombros.
La Segunda Guerra Mundial acababa de comenzar, aunque el teniente Gluski no lo percibiera así en ese momento. Un día después fue llamado por el general Zygmunt Podhoreski, comandante del Regimiento, quien le dio instrucciones de pasar la frontera alemana a través de Prusia oriental con el fin de efectuar un reconocimiento de las posiciones enemigas. Luego del saludo militar y de los necesarios consejos para un oficial bisoño le expresó:
—Teniente, acaba de ser escogido para una misión muy arriesgada. Confiamos en usted para lograr la información que necesitamos.
Gluski lo entendió y seleccionó a los hombres de más experiencia para que lo acompañaran, encaminándose hacia Gruningen, listo para entrar en acción ante el menor peligro. Era una noche de luna llena que facilitaba el acceso por el sendero que atravesaban, pero esmeró sus precauciones avanzando con mucha cautela para evitar que los alemanes los pudieran observar. Hacia las once de la noche alcanzó un campo de cultivo de papa, que conducía directamente hacia su meta y observó a un grupo de soldados enemigos acostados sobre el piso, totalmente uniformados y con sus armas al alcance de sus manos. No tuvo tiempo de ocultarse. El oficial de guardia se dio cuenta de su presencia y procedió a dar la voz de alerta lo que hizo que sus hombres se incorporaran con toda rapidez para entrar en combate. Gluski actuó entonces con gran rapidez y les lanzó una granada que causó una tremenda explosión, seguida de los gritos de dolor de los heridos. La situación era altamente complicada. No era posible llevar prisioneros y, por otra parte, en cualquier momento podían llegar refuerzos. Por lo tanto, dio la orden de retirarse de inmediato hacia el lugar donde estaban los caballos y mientras corrían las balas silbaban a su alrededor, hiriendo a uno de los soldados que lo acompañaba, pero a pesar de todo Gluski logró que la patrulla regresara a salvo.
Su comandante lo felicitó cuando escuchó el reporte que le presentó sobre las posiciones alemanas y le dijo que era de gran trascendencia para el Alto Mando Militar Polaco, ya que se pudo confirmar que las tropas enemigas habían ocupado la frontera prusiana. El resto del mes de septiembre Gluski y sus hombres combatieron valientemente contra las tropas del general alemán Hans Guderian, pero nada pudieron hacer contra sus bien adiestradas panzerdivisionen y la estrategia del blitzkrieg, a la que no estaban acostumbrados los polacos. La derrota fue total y el gobierno salió al exilio, por cuya razón Gluski tuvo que abandonar el país por la frontera de Lituania donde buscó el modo de llegar hasta Francia huyendo a través de los países bálticos y del antiguo territorio de los vikingos.
Mientras tanto los alemanes avanzaron por Bélgica e invadieron Francia destruyendo la fortificada Línea Maginot, lo que obligó a las tropas aliadas a huir masivamente hacia la Gran Bretaña embarcando las tropas por el puerto de Dunkerque. La huida fue bien ejecutada, a pesar de la inmensa presión que ejerció el ejército invasor. Los aliados lograron salvar la vida de más de doscientos mil hombres, que más tarde lucharon en la Batalla de Inglaterra, en la cual se inició el proceso de recuperación de la libertad. We shall never surrender fue el grito de guerra de Churchill y va a ser también el principio básico en el que se fundamentaron los soldados polacos para enfrentarse sin reservas contra los nazis en defensa de la soberanía de su pueblo. Al principio de la Guerra lucharon a caballo, lanza en ristre y con la ametralladora al hombro, pero en Inglaterra los entrenaron para luchar con armas modernas y los incorporaron a la división acorazada.
Gluski se alistó en el Escuadrón 305 como piloto de la Fuerza Aérea Polaca en el exilio, adscrito a la Royal Air Force. Durante su permanencia en Inglaterra sirvió con extraordinario valor, bajo el mando del general Hugh Dowding, con quien tuvo la satisfacción de participar en la ocupación de Alemania donde sintió la profunda alegría de saborear el triunfo de la libertad y de la justicia, así como del fin de la más terrible tiranía que haya sufrido la humanidad, pero muy pronto se enteró de los Acuerdos de Yalta, lo que colocó a su país natal bajo el mando de las huestes de Stalin.
Las múltiples acciones militares en las que participó sobre los cielos de Polonia, Francia, Italia, Inglaterra y Alemania le valieron el ascenso al rango de Capitán de Bombarderos de la Royal Air Force y la obtención de la presea Virtuti Militari por sus destacados servicios, pero a pesar del esfuerzo por acortar el tiempo de la guerra, el holocausto causó la muerte de cinco millones de polacos, incluyendo al padre y a uno de los hermanos de Gluski. Un ejemplo de lo acontecido puede ser apreciado en la estadística de la población judío-polaca que, para el inicio de la confrontación alcanzaba la cantidad de 3.500.000 personas, la cual se redujo a trescientos cincuenta luego de la hecatombe. No fue la única pesadilla del pueblo polaco: Treblinka, la esclavitud, el empobrecimiento, la pérdida de sus bienes, las masacres de Katin y de Varsovia, constituyeron horas de dolor y extrema penuria para la población. Sin embargo, Polonia tendría aún que esperar casi medio siglo para ver el nacimiento del grupo Solidaridad que, liderado por Lech Walesa, conduciría al pueblo polaco hacia la democracia y la libertad, lo que no fue posible recuperar en 1945.
Al finalizar la Guerra, Gluski tenía veintinueve años. Pensó en su futuro y comprendió que no podía volver a su país. Buscó entonces recomenzar su vida en otro lugar que le permitiera satisfacer sus sueños juveniles, para lo cual indagó sobre los países latinoamericanos y tomó la decisión de viajar a Venezuela, gracias al apoyo que le dio nuestro Consulado en Londres. Antes de salir para el destino final de su vida, averiguó todo lo que pudo sobre el lugar al cual se estaba dirigiendo. Así supo de su historia y de la posición del gobierno durante la guerra, en la que respaldó a los aliados después de Pearl Harbor. Con toda la información que recabó, no lo dudó más. Venezuela sería su nuevo país.
Viajó en barco, luego de obtener su nuevo pasaporte, en el cual le colocaron Ricardo para venezolanizar su nombre. En su nuevo país desarrolló estrategias, pero el campo de batalla era ahora de tipo civil. Concentró sus esfuerzos en conseguir trabajo, creó su propia empresa a la que llamó Candes y se casó con una linda muchacha de nombre Virginia Weilert, hija de un matrimonio norteamericano residenciado en Venezuela. En la obtención de una posición laboral lo ayudó el hecho de que dominaba cuatro idiomas a la perfección (polaco, inglés, francés y alemán) y a sus modestos conocimientos de ruso y español. Con Virginia, su esposa, levantó a sus hijos Andrés y Anita, lo que le permitió decir, en el atardecer de su vida, que se sentía satisfecho de sus logros.
Al final de su provechosa existencia escribió sus memorias, en las que sintetizó su trayecto vital, las cuales me sirvieron de base para escribir mi libro El último lancero, en el cual narro la vida de este hombre excepcional que luchó en cinco países, donde logró sobrevivir en muy duras circunstancias, aunque siempre decía que su mayor logro fue haber formado una familia en Venezuela. Su vida apasionante parece más bien una leyenda, un libro de aventuras donde el protagonista siempre se salva de una muerte segura y al final se casa con la muchacha de sus sueños. Vivió en un mundo convulsionado, en el que participó activamente, sorteando con imaginación y tino toda suerte de dificultades. El día 9 de diciembre del año 2004 se levantó muy temprano y dirigió su mirada hacia El Ávila, que se veía esplendoroso desde el balcón de su casa. Él amaba ese paisaje, que le recordaba las montañas de su lejana Polonia. La noche anterior había soñado con su hermano Eric, muerto en los primeros combates de la Segunda Guerra Mundial. Tal vez en ese momento final de su vida decidió ir a ayudarlo y murió con esa idea en su mente.
La Segunda Guerra Mundial acababa de comenzar, aunque el teniente Gluski no lo percibiera así en ese momento. Un día después fue llamado por el general Zygmunt Podhoreski, comandante del Regimiento, quien le dio instrucciones de pasar la frontera alemana a través de Prusia oriental con el fin de efectuar un reconocimiento de las posiciones enemigas. Luego del saludo militar y de los necesarios consejos para un oficial bisoño le expresó:
—Teniente, acaba de ser escogido para una misión muy arriesgada. Confiamos en usted para lograr la información que necesitamos.
Gluski lo entendió y seleccionó a los hombres de más experiencia para que lo acompañaran, encaminándose hacia Gruningen, listo para entrar en acción ante el menor peligro. Era una noche de luna llena que facilitaba el acceso por el sendero que atravesaban, pero esmeró sus precauciones avanzando con mucha cautela para evitar que los alemanes los pudieran observar. Hacia las once de la noche alcanzó un campo de cultivo de papa, que conducía directamente hacia su meta y observó a un grupo de soldados enemigos acostados sobre el piso, totalmente uniformados y con sus armas al alcance de sus manos. No tuvo tiempo de ocultarse. El oficial de guardia se dio cuenta de su presencia y procedió a dar la voz de alerta lo que hizo que sus hombres se incorporaran con toda rapidez para entrar en combate. Gluski actuó entonces con gran rapidez y les lanzó una granada que causó una tremenda explosión, seguida de los gritos de dolor de los heridos. La situación era altamente complicada. No era posible llevar prisioneros y, por otra parte, en cualquier momento podían llegar refuerzos. Por lo tanto, dio la orden de retirarse de inmediato hacia el lugar donde estaban los caballos y mientras corrían las balas silbaban a su alrededor, hiriendo a uno de los soldados que lo acompañaba, pero a pesar de todo Gluski logró que la patrulla regresara a salvo.
Su comandante lo felicitó cuando escuchó el reporte que le presentó sobre las posiciones alemanas y le dijo que era de gran trascendencia para el Alto Mando Militar Polaco, ya que se pudo confirmar que las tropas enemigas habían ocupado la frontera prusiana. El resto del mes de septiembre Gluski y sus hombres combatieron valientemente contra las tropas del general alemán Hans Guderian, pero nada pudieron hacer contra sus bien adiestradas panzerdivisionen y la estrategia del blitzkrieg, a la que no estaban acostumbrados los polacos. La derrota fue total y el gobierno salió al exilio, por cuya razón Gluski tuvo que abandonar el país por la frontera de Lituania donde buscó el modo de llegar hasta Francia huyendo a través de los países bálticos y del antiguo territorio de los vikingos.
Mientras tanto los alemanes avanzaron por Bélgica e invadieron Francia destruyendo la fortificada Línea Maginot, lo que obligó a las tropas aliadas a huir masivamente hacia la Gran Bretaña embarcando las tropas por el puerto de Dunkerque. La huida fue bien ejecutada, a pesar de la inmensa presión que ejerció el ejército invasor. Los aliados lograron salvar la vida de más de doscientos mil hombres, que más tarde lucharon en la Batalla de Inglaterra, en la cual se inició el proceso de recuperación de la libertad. We shall never surrender fue el grito de guerra de Churchill y va a ser también el principio básico en el que se fundamentaron los soldados polacos para enfrentarse sin reservas contra los nazis en defensa de la soberanía de su pueblo. Al principio de la Guerra lucharon a caballo, lanza en ristre y con la ametralladora al hombro, pero en Inglaterra los entrenaron para luchar con armas modernas y los incorporaron a la división acorazada.
Gluski se alistó en el Escuadrón 305 como piloto de la Fuerza Aérea Polaca en el exilio, adscrito a la Royal Air Force. Durante su permanencia en Inglaterra sirvió con extraordinario valor, bajo el mando del general Hugh Dowding, con quien tuvo la satisfacción de participar en la ocupación de Alemania donde sintió la profunda alegría de saborear el triunfo de la libertad y de la justicia, así como del fin de la más terrible tiranía que haya sufrido la humanidad, pero muy pronto se enteró de los Acuerdos de Yalta, lo que colocó a su país natal bajo el mando de las huestes de Stalin.
Las múltiples acciones militares en las que participó sobre los cielos de Polonia, Francia, Italia, Inglaterra y Alemania le valieron el ascenso al rango de Capitán de Bombarderos de la Royal Air Force y la obtención de la presea Virtuti Militari por sus destacados servicios, pero a pesar del esfuerzo por acortar el tiempo de la guerra, el holocausto causó la muerte de cinco millones de polacos, incluyendo al padre y a uno de los hermanos de Gluski. Un ejemplo de lo acontecido puede ser apreciado en la estadística de la población judío-polaca que, para el inicio de la confrontación alcanzaba la cantidad de 3.500.000 personas, la cual se redujo a trescientos cincuenta luego de la hecatombe. No fue la única pesadilla del pueblo polaco: Treblinka, la esclavitud, el empobrecimiento, la pérdida de sus bienes, las masacres de Katin y de Varsovia, constituyeron horas de dolor y extrema penuria para la población. Sin embargo, Polonia tendría aún que esperar casi medio siglo para ver el nacimiento del grupo Solidaridad que, liderado por Lech Walesa, conduciría al pueblo polaco hacia la democracia y la libertad, lo que no fue posible recuperar en 1945.
Al finalizar la Guerra, Gluski tenía veintinueve años. Pensó en su futuro y comprendió que no podía volver a su país. Buscó entonces recomenzar su vida en otro lugar que le permitiera satisfacer sus sueños juveniles, para lo cual indagó sobre los países latinoamericanos y tomó la decisión de viajar a Venezuela, gracias al apoyo que le dio nuestro Consulado en Londres. Antes de salir para el destino final de su vida, averiguó todo lo que pudo sobre el lugar al cual se estaba dirigiendo. Así supo de su historia y de la posición del gobierno durante la guerra, en la que respaldó a los aliados después de Pearl Harbor. Con toda la información que recabó, no lo dudó más. Venezuela sería su nuevo país.
Viajó en barco, luego de obtener su nuevo pasaporte, en el cual le colocaron Ricardo para venezolanizar su nombre. En su nuevo país desarrolló estrategias, pero el campo de batalla era ahora de tipo civil. Concentró sus esfuerzos en conseguir trabajo, creó su propia empresa a la que llamó Candes y se casó con una linda muchacha de nombre Virginia Weilert, hija de un matrimonio norteamericano residenciado en Venezuela. En la obtención de una posición laboral lo ayudó el hecho de que dominaba cuatro idiomas a la perfección (polaco, inglés, francés y alemán) y a sus modestos conocimientos de ruso y español. Con Virginia, su esposa, levantó a sus hijos Andrés y Anita, lo que le permitió decir, en el atardecer de su vida, que se sentía satisfecho de sus logros.
Al final de su provechosa existencia escribió sus memorias, en las que sintetizó su trayecto vital, las cuales me sirvieron de base para escribir mi libro El último lancero, en el cual narro la vida de este hombre excepcional que luchó en cinco países, donde logró sobrevivir en muy duras circunstancias, aunque siempre decía que su mayor logro fue haber formado una familia en Venezuela. Su vida apasionante parece más bien una leyenda, un libro de aventuras donde el protagonista siempre se salva de una muerte segura y al final se casa con la muchacha de sus sueños. Vivió en un mundo convulsionado, en el que participó activamente, sorteando con imaginación y tino toda suerte de dificultades. El día 9 de diciembre del año 2004 se levantó muy temprano y dirigió su mirada hacia El Ávila, que se veía esplendoroso desde el balcón de su casa. Él amaba ese paisaje, que le recordaba las montañas de su lejana Polonia. La noche anterior había soñado con su hermano Eric, muerto en los primeros combates de la Segunda Guerra Mundial. Tal vez en ese momento final de su vida decidió ir a ayudarlo y murió con esa idea en su mente.
; autor del libro El último lancero
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