ANA COROMOTO CARVAJAL
No había un hogar en el pueblo de Guasipati dónde no se preparara el tradicional pastel de Morrocoy, cada familia antes de llegar la Semana Mayor, ya tenía reservado por lo menos cuatro ejemplares de Quelonios de los más robustos, los cuales criaban en sus casas o capturaban en las sabanas cercanas después de prenderle fuego para que los animalejos salieran de su escondite. No tener el mencionado susodicho era una tragedia, así que, conseguirlo se convertía en una verdadera misión, como dicen ahora. El Morrocoy se cocinaba aún vivo, pero antes de llevarlo a la olla había que sacarlo de su caparazón, era una tarea para los hombres, pues tenían que tener unos buenos bíceps y un machete bien "afilao". Lo que más le gustaba a los niños era la capa de huevo que le colocaban al pastel de Morrocoy para cubrirlo, quedada tostadita y a ellos les parecía un verdadero manjar. El pastel tenía muchos acompañamientos uno de ellos eran los boñuelos de batata, una vez listo listo las señoras se intercambiaban el plato, para ver cuál tenía mejor sabor. Algunos se ufanaban de hacer el mejor pastel de Morrocoy, pues lo cocinaban en la propia concha del Morrocoy.
Otra tradición muy importante en esos días, era el juego de las zarandas y el trompo. Las Zarandas las hacían las muchachas del pueblo con esmero y cuidado le sacaban toda la pulpa a una tapara por un hueco lateral que le perforaban, la secaban al sol y esta quedaba como una bola dura y resistente, pero hueca, luego le colocaban en el medio un palo alargado y afilado en el extremo inferior y quedaba lista para bailar o girar, para ello utilizaban un cordel que enrollaban al palo y lanzaban al ruedo (suelo) similar a lo que se hace con el trompo, de esas hacían decenas. El juego consistía en hacer girar la zaranda para que los chicos con su trompo destruyeran su humanidad, es decir a la zaranda. El trompo tenía que estar bien preparado, algunos tenían un tamaño descomunal similar a un puño, pero eso no implicaba que podían alcanzar la zaranda, que se escapaba traviesa con su baile interminable. Las niñas solo observaban, tenían que esperar a tener más edad para participar, el juego se hacía en plena calle y terminaba cuando los chicos con su trompo habían destruido todas las zarandas. La mayor afrenta para los varones era que no pudieran romper o destruir las zarandas , es esos casos abandonaban el juego cabizbajos, hasta el día siguiente para la revancha, las jóvenes en cambio saltaban de alegría.
La música sacra que provenía de la Iglesia inundaba todo el pueblo en esos días (Jueves y viernes) invitando a las personas a un verdadero recogimiento. Nada de ir al rio, bailar o jugar a la candelita en esos días. Todo el pueblo se dedicaba a recordar la Semana Mayor y participar en la procesión del Jueves y Viernes Santo (con su mejor gala) .En la ruta al calvario en sitios estratégicos se improvisaba una estación dolorosa, allí se detenía el Párroco para recordar el sufrimiento de Jesús.Todo eso antes de llegar al calvario que estaba situado en las afueras del pueblo. En la noche era el velatorio dónde se reunían los feligreses, allí podían tomar el famoso caratillo (bebida a base de arroz o maíz y clavo de especie) que preparaban las señoras del pueblo.
Las noches de la Semana Santa eran una verdadera fiesta para los niños (acompañados por sus hermanos o hermanas mayores) , se deleitaban jugando parapara, una especie de metra , más pequeña y de origen natural , del fruto de la planta Paraparo (Sapindus Saponaria) , de color negro como la noche, con ellas inventaban infinidades de juegos, "quiminduñe", abre el puño, pares o nones... El juego consistía en reunir la mayor cantidad de paraparas. También las frotaban para calentarlas y lanzarlas a sus contrincantes, las cuales eran hábilmente esquivadas por los niños.
Estas eran algunas de las tradiciones durante la Semana Mayor en el pueblo.
Ana Carvajal
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