VICENTE E.GUERRERO B
Con paso lento, agobiado por el calor y un cielo
que se tornaba rojizo en esta tarde de
septiembre, como muchas otras tardes,
iba al lugar obligado del
encuentro para la tertulia citadina, que
se fue haciendo costumbre, como el
cafecito que el cuerpo pedía para poner
fin al cansancio del día.
Olor a café y pan recién hecho indicaron que había llegado, la puerta se
abrió, atrapado por la frescura del salón, entré tratando de ubicar a los amigos. “Por ti
pregunto el viejo” expreso la
jovencita de la caja con la sonrisa de blancos dientes, bellos ojos negros brillando
en su tez canela.
Nadie de los contertulios cotidianos se encontraba, me senté en una de
las mesas vacías, pedí el café, abrí mi carpeta de apuntes, repase el articulo
para la columna de opinión y me preguntaba sobre “ el viejo”, ese personaje
que aparecía con las primeras sombras de
la tarde y raras veces integraba el grupo. Lo veíamos solo, con la miraba puesta en el pocillo donde
lentamente su contenido disminuía a medida que sorbo a sorbo lo disfrutaba.
Perdí la noción del tiempo atrapado por la lectura del artículo que debía
entregar en la redacción. Volví a la
realidad cuando el ruido de la silla y su voz, como siempre, suave, respetuosa
y cálida, dijo: “…buenas tardes, puedo molestarlo, será un
momento, un momento para compartir el amargo y contarle algo que por dentro siento que me esta apretando y no
puedo evitar que salga…”. Respondí con la curiosidad del periodista “ … con
gusto compartiré con usted la historia
que corroe sus entrañas…” , y allí nomas las palabras surgieron como cascadas y se
derramaron sobre la mesa:
“ ….. Recorría hace tiempo las calles de esta ciudad de los tres puentes, en tardes
soleadas , hasta que los arreboles indicaban
el inicio de la noche, me acompañaba el trinar de pájaros y los miles sonidos de la calle, voces, ronronear de
motores, cantos, algún acorde musical de alguien afinando tal vez el
instrumento. Disfrutaban todos mis sentidos, el olor de flores, de las cocinas
donde manos hacendosas preparaban le
cena, el dulce olor de las frutas que se adherían al paladar, y en cada paso, sobre la dura tierra , el pavimento
o las veredas de ladrillo, sorteaba bandadas de niños que regresaban a sus
casas con la alegría de vivir, parejas de jóvenes tomados de la mano soñando
despiertos, ancianos de lentos movimientos que respondían
el saludo afectuoso de otros
caminantes y el aire fresco de
los verdes cerros inundando los pulmones. Ciudad de sempiterna primavera, donde
a cada hora disfrutábamos los cambios de colores de la exultante
vegetación, el aroma de multicolores flores que nos invadía se
pegaba a la piel mientras una brisa suave que acariciaba el
cuerpo…”.
De golpe nos inundo el silencio, nos
quedamos mirándonos sin decir nada, paso
un tiempo que me pareció muy largo y
continuó, como degustando las palabras, con el último sorbo del café, y como saliendo de los mas profundo del alma broto la pregunta “..¿Que nos paso…? “.
Se ahondo mas el silencio, bajó la
cabeza, entrecerró los ojos, como un manto nos envolvió la tristeza, respondiéndose a si mismo continuo… “Hoy hago
el mismo camino y siento una soledad que me ahoga, despareció toda esa gente y
el paisaje es gris …..”.
Una
pausa en el relato que irrespetuosamente, por pura curiosidad lo quebré con “ …¿Qué paso ..?.
Note
que le costaba continuar, se le anudaban
las palabras en la garganta para decirme, para llorar la respuesta:
“ … en
las calles de este Barquisimeto de gente
tranquila y amante de la tertulia, el canto, la alegría de compartir el fin de
una jornada, nos inundo el miedo…., el miedo descendió con la oscuridad de la
noche y en la tarde a medida que las
sombras crecen, crece también la soledad
y el silencio y otra vez, como en otras ciudades inundadas por el miedo, por
la guerra, por la muerte, por el terror que yo viví en otras lejanas tierras, hubo un
tiempo que llegue a pensar que era solo un sueño, pero hoy
sentí el fantasma del miedo pisando mis talones, inundando mis zapatos,
trepando por mi piernas…..”
Apartó la silla, se levanto y se dirigió
hacia la noche que como un manto cubría la calle.
Quede con mi soledad a cuestas, en el periódico que de casualidad llevaba
como para no olvidar lo que tenia que cumplir,
surgieron ante mis ojos las páginas
rojas de las absurdas muertes de tantos jóvenes, de tanta gente que golpeó mis
sentidos. “¿Por qué tanta muerte?. ¿para que tanta muerte?, ¿que nos impulsa
hacia la fractura de la vida, nos estarán robando la humanidad?
Que nos empuja hacia esa danza de la muerte, nos
estaremos dejando amedrentar para
cooperar en un festín diabólico.
Hay preguntas que desde hace milenios
nunca cambiaron, la búsqueda de una
respuesta continúa, recordé el
final del Bíblico poema de JOB “las velas están apagadas, las estrellas han
desaparecido del firmamento, enciende el carbón del corazón… y veremos luego…”
Trate llamarlo pero el “viejo” se perdió
en la oscuridad. Lo tragó la noche
Decía
Harold Kushner en el libro que de casualidad
llevaba “… el mundo es un lugar
frio e injusto en el cuál todo lo que
consideraron precioso ha desaparecido. Pero en lugar de dejarse vencer por este
mundo y esta vida injusta, en lugar de mirar hacia atrás, a las iglesias y a la
naturaleza, pretendiendo obtener respuestas, hay que buscar dentro de uno la
propia capacidad de amar. Enciende el carbón del corazón porque esa pizca de luz y calor será capaz de
sostenernos….”
*VICENTE E.GUERRERO B
Email: vgbernabey@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario