Oldman Botello*
(A
Jeannette Gross Waldhof, su paisana de Hamburgo) Ferdinand Bellerman fue un
destacado pintor y naturalista alemán nacido en Erfust hace 201 años, el 14 de
marzo de 1814 y falleció en Berlín el 11 de agosto de 1899, antes de morir el Siglo
de las Luces; en 1842-1845 permaneció en Venezuela; dominaba hasta cierto punto
el castellano y en su Diario venezolano, que publicó hace algunos años la
Galería de Arte Nacional, describe esos momentos en el país que le permitió
recorrer desde Oriente hasta Occidente y los Andes, así como parte de la
Guayana y en esas vivencias están la veces que lo asaltaron, cuando les robaron
a él y sus ayudantes su equipaje, el temor a encontrarse con los jaguares,
cruzar ríos y pantanos y otras anécdotas que vierte con su particular manera
directa de decir las cosas en el citado diario, además de dibujar y pintar paisajes,
la flora y personajes populares de todo el país.
Lo interesante es que Bellerman estuvo en
Aragua y dejó pinturas y dibujos de Maracay, Turmero, San Mateo, La Victoria,
El Consejo, Las Cocuizas, en el viejo camino de Caracas por la serranía arriba
del Tuy, la Colonia Tovar, donde permaneció varias semanas compañando a Agustín
Codazzi.
Las referencias de Bellerman sobre Maracay
reflejan al pequeño pueblo que entonces era, su vieja iglesia de campanario más
corto y que fue elevado en 1919 luego de la muerte del coronel Alí Gómez y cuyo
dibujo impresiona, ubicado el pintor para su trabajo en la actual calle Mariño,
mirando al norte.
Cuando arribó a Maracay provenía de Valencia
y dice que para entrar al pueblo debía cruzarse un puente primoroso, que debió
ser el puente sobre el río El Limón en Tapatapa o el puente sobre el río Güey.
Era el 17 de febrero de 1844, a las tres de la tarde, en pleno carnaval por lo
que uno de sus compañeros recibió su bautismo con agua. Subió al cerro de El
Calvario para apreciar la ciudad y el lejano lago. Ciudad “muy placentera,
ordenada y linda”, la piropea. Partió al
siguiente día hacia San Mateo, pasando por Turmero y el Samán de Güere.
El 7 de marzo siguiente regresó a Maracay
acompañado del señor Schael, cuñado del señor Vollmer, dueño de El Palmar,
porque se mostraron interesados en subir hasta El Castaño y Ojo de Agua, al pie
de la cuesta que sigue a Choroní. Al día siguiente emprendieron la subida y vio
los saltos a los que llamaban ojo de agua (nombre que se perpetuó hasta los
días que corren y hoy es un barrio cercano a Las Delicias), tiene palabras
encomiásticas hacia la vegetación circundante, a los riachuelos que dan origen al
río El Castaño, llamado en su curso medio río Maracay y que algunos desubicados
llaman río Madre Vieja; dicho río Maracay es el que da nombre a la ciudad y al valle
donde fue fundada en 1701.
Del Ojo de Agua pasaron a la hacienda El
Castaño, propiedad de la familia Michelena, a la que pertenecía el diplomático
y hacendista don Santos Michelena. Dice que la hacienda “tiene grandes castaños
que le dan sombra al café; los castaños, que crecieron silvestres originalmente
tienen unas frondas extremadamente hermosas”. Desde la casa de la hacienda,
Bellerman pudo observar a un rey zamuro, ave común en el parque nacional de hoy
y que le llamó la atención por su vistoso plumaje en el cuello. Luego siguió
cabalgando hasta otras haciendas cercanas a la montaña, seguramente la hacienda
Palmarito, también de los Michelena, donde vio los inmensos cafetales y le llamó
la atención al artista-naturalista que estaban sembradas las plantas en los
lugares más escabrosos; presumía era muy difícil la recolección del fruto.
Bajaron y siguieron hacia la cuesta en el camino de Choroní, gozándose con el
paisaje circundante. Es una lástima que Bellerman no haya dibujado o pintado la
zona que visitaba. De Maracay solo dejó la iglesia a la que nos referimos
anteriormente.
Bellerman y sus acompalñantes regresaron a
San Mateo donde permaneció varios días como huésped de Vollmer y dejó varios
dibujos de San Mateo, del ingenio Bolívar, la casa de alto, personajes y hasta
una pintura del lago a la distancia. Partió en 1845 a su país natal, Alemania
pero dejó sus dibujos, pinturas y el interesante diario que contiene 356
páginas, traducidas del manustrito original propiedad del descendiente Peter
Bellerman, por Helga Weisgarber y Nora
López.
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