Simón Alberto Consalvi
La esposa del general estaba perdiendo la paciencia porque su marido se había puesto de un humor de perros. Con tal de que lo dejaran solo, resolvió que sus hijos se fueran al cine todas las noches y que su mujer gastara lo que quisiera en el casino.
El general andaba con un cuaderno para arriba y para abajo, escribía una y otra vez aquellos textos que copiaba con obstinación y trataba, finalmente, de memorizar para ver si de esa manera abría el túnel del entendimiento. ¡Nada! Se iba la luna, llegaba el sol, llovía y escampaba, y él dándole vueltas de adelante para atrás y de atrás para adelante a las páginas de aquel cuaderno ya sudado y maltrecho, cuya lectura lo confinaba a los asedios de la impaciencia.
La esposa del general hizo esfuerzos por entender la crisis de su marido. No le gustaba el juego, le molestaban las mujeres sin oficio que pululaban en el casino, pero era una manera de no estar en la casa y dejar solo al general. Trataba de persuadir a sus hijos y de persuadirse ella de que él tenía entre manos un complejo plan de defensa (o de ataque) estratégico, y comprendía que aquello debía ser de tal calibre que requería largas meditaciones y endemoniados cálculos.
La señora pensó que a su marido le asistía la razón. Nadie podría sospechar que estuviera descifrando crucigramas o consultando horóscopos, algo que hacía los domingos, pero sin misterio alguno y más bien en tono jocoso. No abría los periódicos para otra cosa, la verdad sea dicha, sabemos que abunda gente muy seria que se guía por los astros. Tampoco es un secreto que los militares frecuenten a los quirománticos o a esas señoras extrañas de turbante y colilla de cigarrillo en los labios que, con una simple lectura de las líneas de la mano, les predicen sus ascensos.
La prolongación de aquellos obstinados silencios, la creciente nerviosidad del general, el endemoniado humor que lo iba alejando de casi todo el mundo, hicieron que una tarde que se demoró en el ministerio la señora no resistiera la tentación y se atreviera a abrir el misterioso cuaderno. ¡Cuál no sería su sorpresa! Sorpresa y alegría al mismo tiempo; alegría porque quedaba descartada la sospecha de que (sin previo aviso) el marido partiera para esa "guerra asimétrica" de que ella tanto oía hablar sin entender un pito. La fiel señora no disimuló su sorpresa ni se cuidó de reír tan bulliciosamente que alarmó a los hijos y se vio en aprietos para ocultarles la razón del estrépito.
Vuelta la disimulada calma, discretamente se llevó el cuaderno a la alcoba y leyó: "Tratado de materialismo dialéctico para principiantes". Mucho le llamó la atención que el general copiara varias veces el mismo texto, como si quisiera aprendérselo de memoria, sin perder palabra. Leyó: "El materialismo dialéctico, cuya formulación se debe a Marx y Engels, se considera como la refutación filosófica al idealismo de Hegel, es decir, la crítica del idealismo y, como tal, referencia conceptual del materialismo histórico, que sería la expresión propiamente científica del pensamiento de Marx y Engels".
La señora reconoció que su marido tenía razón en andar tan de malas pulgas. Hasta la gramática era complicada. Pensó: ¡Cómo es posible que mi marido se quiebre la cabeza con estas extrañas filosofías! Dio vuelta a la página y leyó en la letra firme del marido: "Tengo que leer el Anti-Dühring". Aquello parecía una sentencia más que el registro de un deber. ¿Qué cosa era esa? Vio otra nota que decía: "Sábado, 5:00 pm. Cita con Marta". Aquí se alteró. ¡Carajo, una mujer! Avanzó en su curiosidad conyugal. En las páginas siguientes leyó: "Las leyes de la dialéctica.
1Ley de la unidad y lucha de contrarios.
2Ley de transición de la cantidad a la cualidad.
3Ley de negación de la negación". -
-Imagino que esto no es un juego, pero si las cosas siguen por donde van, me voy a quedar sin marido y mi marido sin juicio. Tomó la resolución de confesarle que (sin ánimo malsano) había abierto el cuaderno y caído en la tentación de leer aquello que lo tenía de tan mal humor. Se armó de valor y le dijo: --Con que esas tenemos, hay por ahí una Marta. ¿De dónde has sacado meterte en este berenjenal dialéctico, tú que nunca abriste un libro y ahora quieres ser filósofo? El general se desconcertó. No supo cómo explicar el laberinto en que estaba, y apenas balbuceó: "Ella es mi profesora". Confuso, prometió: --Mejor pido la baja. Me pueden romper la cabeza, pero eso de "negación de la negación", me suena a mamadera de gallo.
¡Qué hago yo con tantos soles si no entiendo estas reglas de la dialéctica! --Leyes, no reglas corrigió la señora, encantada de rescatar al marido de los graves peligros a que lo había condenado el jefe de la revolución.
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