miércoles, 8 de diciembre de 2010

Rafael Hernández Rodríguez, “Bambarito”. Vida, obra y anécdotas.(Fragmentos)

Dr. Rafael Muci-Mendoza*
PRÓLOGO
El Maestro Hernández Rodríguez
El Doctor, Profesor Hernández Rodríguez fue un médico
excepcional, un virtuoso de la clínica y de la exploración semiológica,
un gran humanista, fue un pionero de la medicina psicosomática en el
país, y un abanderado de la visión integral del organismo. También
sobresalió por incorporar un enfoque filosófico, psicológico y poético a
la enseñanza de la medicina y se distinguió igualmente por su condición
de ser un gran pedagogo que sabía enseñar la ciencia médica con el
encanto de la poesía. Fue un amante y un ejecutante de la música
clásica, brindándola para el disfrute del estudiante. Su influencia sobre
numerosas generaciones médicas hace que lo recordemos como un
ser humano de una talla excepcional y como un verdadero arquetipo
del médico científico y humanista. Efectivamente, innumerables
promociones médicas pudimos gozar del privilegio de asistir a sus
estupendas lecciones magistrales. Sin embargo, resulta paradójico que
un hombre sobresaliente, de esa talla intelectual y moral no haya sido
el objeto de un reconocimiento institucional tanto a nivel universitario
como hospitalario, más acorde con el inmenso legado que aportó toda
una vida consagrada a la tarea de ser un insigne maestro y a quien
muchos de nosotros recordamos como a un verdadero héroe de la
medicina nacional.
Otro de nuestros grandes maestros de la medicina el Dr. José
Ignacio Baldó acostumbraba señalar que “el maestro se caracterizaba
por la capacidad de moldear a los estudiantes y por el poder de transmitir
parte de su yo al recipiendario”. El Dr. Hernández Rodríguez, fue
el arquetipo de ese maestro que poseía, en altísimo grado, el don del
moldeador y la capacidad de proyectar “su yo” al estudiante.
Pero se hace necesario el indagar un poco más sobre las razones
de su perdurabilidad, de esa repercusión del maestro Hernández
Rodríguez, y de las razones que permitieron establecer ese sólido
vínculo, sostenido en el tiempo, con el estudiante. Analicemos varios
de los factores involucrados:

La naturaleza del mensaje:
El maestro realizaba las exposiciones sobre temas clínicos
que desarrollaba con una gran precisión, acompañándolos con una
fundamentación fisiopatológica actualizada. Pero, la innovación
que introducía consistía en adornarlo con un ropaje humanístico (de
contenido poético, filosófico, místico y ético).
A la cualidad científica y humanística del mensaje, se lo aderezaba
con los dotes de la amenidad que consistía en un ingrediente múltiple
de simpatía, picardía, humorismo, extravagancia y en ocasiones, con
el agregado de un acompañamiento musical. Hay que señalar que el
maestro fue uno de los pioneros en el empleo de la música como un
elemento terapéutico.
Las grandes enseñanzas: Los cimientos de la clínica:
Insistía en que el novel médico debía desarrollar al máximo las
habilidades en el interrogatorio y de cultivar el virtuosismo semiológico.
La necesidad de establecer con gran exactitud la secuencia de los
hechos clínicos y de insistir en la búsqueda del “detalle revelador” en
la patobiografía del paciente.
Destacaba el maestro la importancia de los problemas emocionales
en la práctica diaria para obtener una adecuada comprensión del enfermo
y de su padecimiento. Desarrollaba una visión integral de la clínica
debida a los aportes de la medicina psicosomática y de la medicina
antropológica, siendo uno de los pioneros en el país en introducir sus
lineamientos dentro del currículo médico.
Comprendió la necesidad de insertar debidamente el avance
tecnológico dentro de esa visión holística para evitar la fragmentación
inducida por la especialización.

Médico Humanista:
El humanismo, centra sus postulados en la dignidad del ser
humano como valor supremo y entre sus características generales cabe
destacar: su vocación por el desarrollo del principio de la tolerancia, por
la búsqueda del progreso de la sociedad, el mantener una preocupación
permanente por lo social, por el uso de la razón y el desarrollo del espíritu
de crítica, y por el empeño puesto en la formación de dirigentes para
el futuro. En el Maestro y nuestro querido Profesor, se encontraban
totalmente fusionadas la faceta del médico científico con los rasgos
mencionados del humanista. Como expresión de ese humanismo, cabe
destacar su vocación literaria y poética, su inclinación por la filosofía
y la psicología y por su disposición hacia la música, en especial como
ejecutante del violín.
Como señal de su compromiso social, cabe citar, que su primera
iniciativa al obtener el Doctorado en 1932 fue el de dedicar sus primeros
años de ejercicio profesional al servicio de la comunidad de San
Casimiro, en el Estado Aragua, y además, es donde realiza valiosos
aportes a un tema de patología tropical de nuestro medio como fue su
trabajo sobre “La Bilharziosis y sus formas clínicas en San Casimiro”.
Su inclinación por la filosofía y por la psicología, así como su
visión integral de la medicina lo van a convertir en uno de los pioneros
en el medio venezolano de la medicina psicosomática, cuyo postulados
básicos afloran en sus “Páginas de medicina profunda”, en donde destaca
la sexualidad como la fuerza vital por excelencia, en su enfoque sobre
la génesis de las neurosis y sobre la interpretación de las mismas,
en el análisis de las manifestaciones de ansiedad acompañantes y la
discusión sobre distintas teorías explicativas. Dentro de la formación
del profesional nos recomendó” que el médico debe ser psicólogo
si quiere ser médico¨, y “tiene que poseer una visión integral psicosomática
del organismo”.
Su vena poética:
Queda plasmada en su “Consejo a un adolescente” dedicado a su
hijo “Rafael José en sus quince años de vida” y en el ensayo dedicado
a “La Madre-Poema Científico”. En su lenguaje poético apela con
frecuencia a bellas metáforas de estirpe llanera. En ocasiones, de su
poesía trasunta un hondo contenido filosófico y místico. Cabe destacar
igualmente, su énfasis en el amor dirigido al universo femenino, al
amor materno y filial como uno de los ingredientes fundamentales en
la vida de cualquier ser humano.
Su pasión por la música:
Especialmente por la clásica y su virtuosismo como ejecutante
del violín, hacía que al deleite provocado por sus magistrales lecciones,
estuviera salpicado por un gran sentido del humor y que también el
estudiante pudiese disfrutar de unas sorprendentes veladas musicales
extracátedra.
Por las razones anteriormente expuestas nos ha parecido un
esfuerzo muy loable, el emprendido por su hija, la Sra. Milena
Hernández Sánchez y por el ilustre colega y compañero de Academia,
el Dr. Rafael Muci Mendoza, así como, la ayuda brindada por nuestro
apreciado y también Académico, Dr. Otto Rodríguez Armas para tratar
de recuperar la memoria de este insigne maestro de la medicina que
dejó una huella imperecedera en numerosas generaciones médicas, pero
cuyo reconocimiento escrito ha sido hasta el presente poco compaginado
con la magnitud de su legado a la medicina nacional.

Dr. Juan José Puigbó
Individuo de Número, Sillón XL
Ex-Presidente de la Academia Nacional de Medicina

A MANERA DE INTROITO, BAMBARITO", EL MAESTRO

La biografía de señeros maestros de la medicina suele enmarañarse
o enturbiarse por la tendencia de sus alumnos en mostrarles como
ángeles o demonios, a exagerar o minimizar sus actuaciones, a inventar
o atribuir a ellos hechos y anécdotas que nunca les pertenecieron. Nada
extraño… somos espectadores de una realidad que luce diferente a
las miradas, presenciada y tamizada por el amor o el resentimiento;
miradas tantas otras veces interesadas; no obstante, comprendemos
que todos somos seres humanos llenos de muchas imperfecciones y
de una que otra virtud, con una cara refulgente como la luna llena, esa
que deseamos mostrar, y otra oscura y tenebrosa, como esa otra que no
da la cara, que preferimos esconder; no obstante, traslucen entrambas,
crecientes luminosos y menguantes de penumbra. A fin de cuentas,
vivimos en medio de fantasías que parecen ser sacadas de otras fantasías
más tristes o placenteras.

Nos hemos sentido pues, compelidos a sentamos a rasguñar
algunos renglones sin ánimo de crítica o de sentencia, con la intención
de rendir un tributo por las lecciones de vida otorgadas a tantos, porque
escribir algo de alguien a quien se recuerda con veneración, tiene el
propósito del agradecimiento sincero. Un maestro lo es en la medida
en que trasciende, en que sus alumnos le recuerdan, más con sonrisas
de alegría que con expresiones de congoja o resquemor, no solo por lo
bueno que enseñó, sino también por todas esas otras cosas dolorosas
de su vida que nos mostró, y que, con pura y bondadosa intención
preventiva parecía decirnos, mírate en mi espejo, no hagas lo que yo
hice, no hagas lo que yo hago…
No fue el Maestro Hernández un hombre que aprendió todo en los
libros ni el hombre que lo aprendió todo en la vida; fue uno de esos que
supo ordenar su propia experiencia con la ajena, dentro de un cuadro
de conceptos que abarcaban la total realidad del hombre enfermo.
Por un lado la patología médica, el crudo y frío relato del técnico que
conoce y en lúcida sucesión y ante una audiencia por moldear, diseca y
articula entidades nosológicas diversas; pero por el otro, un calificador
del morbo con alusión a la persona que sustenta la enfermedad, vale
decir, la constitución corporal y psíquica amalgamadas en el organismo
afligido por el sufrimiento, sea de aquél que realmente sufre o de aquel
otro que cree que sufre… Hernández fue un sanador, un terapeuta de la
persona total, un pantríata o gran generalizador, aquél que mira desde
el árbol al bosque donde se inserta, y que desde el bosque, mira de
vuelta a ese árbol que constituye una unidad irrepetible, buscando una
perspectiva integral, un marco holístico de interpretación y comprensión.
La palabra Maestro en nuestro medio1 exalta la más acabada
expresión de jerarquía profesional y la excelencia en el ejercicio
médico y de ducción de juventudes, pero también de sus colegas. El
verdadero maestro es aquel que nos muestra su persona tal cual es, sin
pedanterías, ni posturas ficticias o maquilladas, acercándosenos para
exteriorizar —como si fuera el condiscípulo del asiento de al lado—
sus fortalezas, sus insuficiencias y sus propios caminos. Hernández no
quiso ser lo que no era y nos enseñó con hábito poético, con sencillez
y elegancia, cosas de ciencia, lúgubres lamentos de órganos, aparatos
y sistemas heridos por la saña del sufrimiento, que en ausencia de
lo poético, son a menudo tan prosaicos… al mismo tiempo que nos
mostraba la preocupación por conseguirlas, introduciendo la persona del
hombre hendido por la furia de Tánatos —siempre entre bastidores—,
colocándola en el centro del escenario, donde le correspondía… Era un
humanista porque comprendía al ser humano, no sólo para entenderle
sino para disculparle y por tanto, amarle, porque nadie se ama más que
aquél a quien se le pueden perdonar sus faltas e insuficiencias. Dejó
tras sí una obra trascendente, en su accionar en la práctica clínica, en
sus escritos, en sus clases de aula, en quienes lo tuvimos como modelo
y tratamos de continuar en su línea humanística; en fin, una estela
perenne que permite ponderar su valía, sus logros y contribuciones.
Con su cualidad de hipocratista perenne contribuyó con creces a nuestra
formación en los años dúctiles de nuestra juventud.
Bien merecido tendría el ser considerado como el Padre de la
Medicina Antropológica Venezolana.

El profesor y eximio médico, Don Gregorio Marañón y Posadillo
(1887-1960), dijo en 1931 —en un acto de homenaje jubilar al doctor
Agustín del Cañizo— ¨ El profesor sabe y enseña. El maestro sabe,
enseña y ama. Y sabe que el amor está por encima del saber y que solo
se aprende de verdad lo que se enseña con amor¨. Muy claro estaba
inscrito este aserto en el actuar de Hernández.
En el año centenario de su nacimiento: Al enamorado, donde
quiera que se encuentre sea este un sentido homenaje a su memoria;
y al hombre de bien y al Maestro, el imperecedero recuerdo de sus
alumnos…
En Caracas, el 1º de agosto de 2010

*Para leer el trabajo completo entrar a esta dirección:

http://www.anm.org.ve/FTPANM/online/2010/Coleccion_razetti/Volumen10/12.%20Muci%20R%20(391-484).pdf

1 comentario:

Migdalia Guzman dijo...

Recordar al Maestro es una deuda pendiente, no solo de sus alumnos sino tambien de quienes en la niñez fuimos sus pacientes y en la adolescencia y hasta el final de sus dias,con orgullo fuimos sus amigos.Muchas anecdotas guardamos de su fino humor y su calidad humana,como aquella donde la abuela venia de apure con su nieta asmatica y el receto:" Jarabe x para la niña y jabon de reuter para la abuela"Gracias por este hermoso trabajo.Migdalia Guzman

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