Por Carlos Alarico Gómez
El bolero está ligado a lo más profundo de la cultura
ibero-caribeña. Comenzó
a popularizarse en Venezuela a partir de la segunda década del siglo veinte,
gracias a las voces de Andrés Cisneros, Juan del Ávila, Alberto González Lira y
Ramón del Campo, pero su extensión a todos los confines del territorio nacional
sólo fue posible gracias al impulso que el medio radial le dio en todo el país.
Los primeros boleros tenían mensajes sumamente melodramáticos, como el llamado Boda
Macabra (letra del padre Carlos Borges), en el cual Cisneros resaltaba el
dolor por la novia muerta, a la cual adoraba tanto que la desentierra y la
viste con flores para poder consumar la promesa de amor eterno que ambos se habían
formulado:
“Oye la historia que contome un día/el viejo enterrador de la
comarca:/era una amante, a quien con saña impía/ su dulce novia le robó la
Parca…/En una noche horrenda hizo pedazos/la losa de la tumba abandonada/cavó
la tierra y se llevó en sus brazos/el rígido esqueleto de su amada…/Llevó la
novia al tálamo mullido,/se tendió junto a ella enamorado/y para siempre se
quedó dormido/al esqueleto rígido abrazado”.
Otro
bolero de corte funerario, denominado romanticismo necrófilo por el
escritor Rubén Monasterios, fue Madreselvas, original del maestro Pedro
Elías Gutiérrez:
(En estas soledades que me recuerdan/los tristes juramentos que
oí de ella/cubrirán mi sepulcro las madreselvas/que me dieron coronas para sus
sienes/). Como se puede observar, la temática era siempre sobre la pérdida de
la mujer amada, probablemente inspirada en el poema La amada muerta del
bardo mexicano Amado Nervo, de mucha popularidad para entonces.
Sin duda,
el bolero despertaba pasión y se posicionaba rápidamente en el alma del pueblo
venezolano, sobre todo después de conocerse que la canción Flor del
mexicano Guty Cárdenas, era una melodía inspirada en el poema homónimo de Pérez
Bonalde (Flor se llamaba/ flor era ella/flor de los valles en una palma/ flor
de los cielos en una estrella/ flor de mi vida, flor de mi alma), que dedicó a
su hija ausente. Es ésta quizá una de las mayores fortalezas del nuevo estilo,
ya que nace inspirada en el texto de grandes poetas, además de su carácter
romántico, de amor sufrido o de amor feliz.
No se ha establecido con precisión el nacimiento del bolero, pero es
bastante probable que haya surgido en la españolísima provincia de Andalucía,
en la región de Málaga, que era el lugar preferido por los gitanos del siglo
XVI. La mayoría de los investigadores han encontrado evidencias de que fue allí
donde comenzaron a cantar sus voleros, que
en idioma caló significa volar, lo que hacían
acompañados de guitarras y palillos que luego llamaron castañuelas. Las raíces
africanas del bolero son más difíciles de establecer, debido a que los esclavos
fueron traídos a América desde diferentes lugares de esa extensa geografía,
pero lo más probable es que su aporte al ritmo del bolero se haya originado en
el Congo, de cuya cultura bantú hay muchas evidencias en la región barloventeña
venezolana y en los alrededores de Santiago de
Cuba. En América no existe duda de que la natalidad del bolero se produjo en
Cuba, pero es bueno recordar que en los momentos iniciales de la Conquista, los
españoles observaron con deleite que los aborígenes venezolanos bailaban una
danza colectiva, mientras cantaban lo que llamaban el areíto. La música
era acompañada por la guarura, el tambor y las maracas, en tanto que la bebida
para el festejo la tomaban de la fermentación del maíz, lo que permite
establecer que la música estaba ya inmersa en el alma de los aborígenes
venezolanos, quienes la enriquecen con los estupendos aportes que llegan de
España (1498) y de África (1527).
La boleróloga Tania Ruiz precisa que el bolero fue traído a América vía
La Habana por músicos hispanos que interpretaban canciones flamencas y que
progresivamente las fueron mezclando con ritmos africanos y sonidos autóctonos
a los que llamaron habaneras, que reforzaron más tarde con la incorporación de
los trovadores o cantores, llamados así porque interpretaban sus propias
creaciones. A su vez, Manuel Felipe Sierra sugiere en el prólogo que le hizo a
la obra Boleroterapia (2003: P. 7), original de Humberto Márquez,
que el bolero nació en 1883, cuando Pepe Sánchez compuso Tristezas
(Tristezas me dan tus quejas, mujer/profundo dolor que dudes de mi/no hay pena
de amor que deje entrever/cuanto sufro y padezco por ti). La composición de
este bolero la hizo Sánchez en Santiago de Cuba, convirtiéndose en
una especie de padre del bolero. De hecho, los más conspicuos representantes de
la trova fueron los cubanos José (Pepe) Sánchez y Nicolás Camacho, que se
ocuparon de difundir el bolero allende los mares, a través de Yucatán, México,
donde sembraron la pasión por ese estilo musical debido a las numerosas giras
artísticas que efectuaron a finales del siglo XIX. Aldemaro
Romero, por su parte, afirma que el bolero tuvo sus orígenes en España
durante el siglo XVI (Pacanins, 2006: Conversaciones con Aldemaro Romero,
p. 26), pero al principio consistía en compases de contradanza, tocados en
tiempo de 3x4, conocido en la historiografía musical como el bolero español. El
crítico Rubén Monasterios asevera que luego incorporaron las cajas, que fueron
tomadas de la tradición musical peruana y llevada a España en el siglo XVII.
No obstante, si bien es cierto que el bolero es de origen cubano,
también lo es que su popularización a través de todo el Caribe y, más adelante,
en toda América Latina, se debe a los mexicanos. De hecho, el sentimiento que
inspiraba fue sembrado en el alma azteca cuando los compositores Guty Cárdenas
(1905-1932) y Agustín Lara (1900-1970) comenzaron a escribir sus bellísimas
composiciones, que fueron interpretadas por Juan Arvizu, Pedro Vargas, Alfonso Ortiz
Tirado y Néstor Chayres, quienes convierten el bolero en un estilo que se va a
afianzar en toda América Latina, hasta llegar a masificarse durante su edad de
oro, que podría ubicarse entre 1925 y 1965, destacándose las voces melodiosas
de Alfredo Sadel (Venezuela), Daniel Santos (Puerto Rico), Beny Moré y Olguita
Guillot (Cuba), Armando Manzanero y Toña La Negra (México), Lucho Gatica
(Chile), Leo Marini y Roberto Yanés (Argentina), Raúl Shaw Moreno (Bolivia) y
Julio Jaramillo (Ecuador), extendiendo su influencia a otros continentes y
culturas, gracias a las interpretaciones de Rocío Dúrcal (España), Edith Piaff
(Francia) y Nat King Cole (Estados Unidos), entre otros que sería prolijo
enumerar. Ese es el motivo por el cual Aldemaro Romero aseveraba que la música
popular caribeña deriva del flamenco y del jazz, que son -en su opinión- los
géneros fundamentales de nuestra musicología. Eloísa Gómez Delgado,
restauradora y antiguo miembro de la Camerata Caracas, precisa que el bolero
marca el tiempo en 4x4 y añade que es una canción binaria con frases de ocho
compases, que forman períodos de dieciséis con su repetición. Es decir, se
trata de una música lenta, acompasada, dotada de una letra de carácter
romántico algunas veces escrita por grandes poetas, como Agustín Lara y María
Luisa Escobar, que favorecen la relación sentimental de las parejas de
enamorados. Espero haber contribuido
en algo con esta nostalgia colectiva, que supongo surgió del bolerólogo Freddy
Álvarez Yanez. Embajador de carrera y muy querido amigo.