Por Carlos
Alarico Gómez*
La llegada del caballo al Nuevo Mundo. De la
Colonia a la Independencia. En la época de Páez. Los hipódromos de Monagas y Guzmán Blanco.
El jockey club. Desde el hipódromo de El Paraíso a La Rinconada. La cría del purasangre en Venezuela. Visión de futuro. Una pasión en el tiempo.
Fuentes consultadas.
Una de las grandes tradiciones del pueblo
venezolano la constituye las carreras de caballos, deporte que nació del fervor
popular desde el mismo momento en que los españoles los trajeron al Nuevo
Mundo, en los inicios de la Conquista. El caballo fue uno de los elementos que
más influyó en el proceso de integración de la cultura ibérica con la aborigen.
Ese fenómeno de transculturación fue particularmente marcado en aquellos
centros poblados en los que se desarrolló la ganadería, sobre todo en los
Llanos, donde se convirtió en un pasatiempo ideal para que los llaneros
demostraran su habilidad en el dominio de las cabalgaduras.
Los primeros caballos que arribaron al país lo
hicieron en naves españolas a principios del siglo XVI. Los aborígenes quedaron
fascinados observando aquellos animales extraños, que emanaban fuerza al
desplazarse. Los rasgos del caballo eran producto de una mezcla de los equinos
ibéricos con los de raza árabe, que dio origen a la bestia berberisca, que va a
servirle al hombre hispano pata completar su proyecto de dominación, al tiempo
que lo ayudó a reforzar el trabajo en las inmensas llanuras de
la Provincia de Venezuela, que fue fundada en 1528.
Los españoles se adaptaron al nuevo habitat y del
intercambio afectuoso entre blancos e indias fue surgiendo un mestizaje étnico y
cultural. El hombre mestizo se adaptó rápidamente a la vida laboral en las
haciendas, donde vivían en permanente contacto con sus caballerías, a las que
cantaban melodías matizadas por coplas plenas de leyendas ingeniosas. Con el
tiempo el hábito de cantar se arraigó de tal modo en el pueblo venezolano que
dio inicio al desarrollo de una musicalidad autóctona en tiempo de tres por
cuatro, aportando acordes de gran belleza al solaz de los llaneros. El
uso del caballo abarcó más allá de la faena en el campo y muy pronto dio origen
a las corridas de toros, tradición que vino de España; y a los toros coleados,
que fue el aporte del llanero venezolano.
Corridas y coleo de toros
En las corridas intervenía un solo jinete llamado
picador, quien era el encargado de preparar al animal para que fuese lideado
por el torero, en lo que se diferenciaba del coleo donde los jinetes se
colocaban en grupo dentro de una manga protegida y al darse la señal corrían
detrás de los toros para asirlos por el rabo y derribarlos. El coleador que
lograba hacerlo en menor tiempo era aclamado por el público y premiado con una
cinta en el hombro que le era colocada por las jóvenes más lindas de la aldea.
Sobre esta diversión existen datos desde 1683, cuando se celebraron siete
tardes de toros coleados en San Sebastián de los Reyes, en la ocasión de
celebrarse el cumpleaños del rey Carlos II
Juego de máscaras
Al
coleo se añadió el juego de máscaras, el cual consistía en una actividad
que se llevaba a cabo a través de dos líneas de jinetes -a las que llamaban
carreras-, por donde se desplazaban parejas enmascaradas ataviadas con sus
mejores galas y armadas con hachas. El objetivo era sortear tres vallas que se
colocaban en forma de obstáculos. La fila tenía una extensión aproximada de
cien metros y las reglas establecían que de ida debían moverse por el lado
derecho, deteniéndose frente a las autoridades con el fin de saludarlas, en
tanto que de regreso tenían que volver por el lado izquierdo, pero en veloz
carrera. Resultaba vencedor el primero en alcanzar la meta. En esa época
originaria no se podía medir el tiempo, ya que no existía ningún instrumento
para fijarlo.
Juegos
de "Las cañas" y de “Las Sortijas”
Una variación de ese juego eran “Las cañas” y “La
sortija”, de los que hay evidencias documentales desde 1573 en las actas del
Cabildo de Caracas, período en el que actuaba como regidor el legendario Garci
González de Silva.
El juego de “Las cañas” era bastante complejo y
consistía en una actividad en la que participaban jinetes con funciones de
escuderos o padrinos. El acto se llevaba a cabo en la plaza mayor a partir del
momento en que se abrían las puertas ubicadas en dos de sus extremos para
permitir que ambos grupos ingresaran al mismo tiempo con cestos cargados de
cañas, que eran en verdad lanzas de madera. Ambos grupos eran seguidos de
cuadrillas de jinetes protegidos con escudos en el brazo izquierdo, quienes se
desplazaban por la plaza saludando a las autoridades y al público presente.
Luego los dos equipos se ubicaban en extremos opuestos y a una señal de los padrinos
comenzaban la escaramuza, acometiéndose con lanzas y retirándose cada vez que
el padrino-capitán lo considerara conveniente. El ganador era el que lograba
golpear con sus cañas a la mayor cantidad de adversarios, lo cual conseguían
demostrando mayor rapidez, precisión y audacia. El jurado era clave para
determinar el ganador, a quien se le otorgaba un galardón. El
de “La sortija” era más simple. Consistía en un jinete que debía ensartar con
su lanza un aro que colgaba de una cinta, las cuales se ubicaban a lo largo de
una calle ricamente adornada para tal fin. Ganaba el que lograba llevarse más
cintas y el premio le era
conferido por
una dama joven.
Bolívar y los caballos
Esos juegos son los antecedentes de las
competencias hípicas que se comenzaron a desarrollar a partir de 1817 en
Angostura (hoy Ciudad Bolívar), fecha en la cual los patriotas conquistaron
Guayana gracias al esfuerzo de Manuel Carlos Piar, completado más tarde por
Bolívar. El territorio de lo que es hoy día Venezuela fue establecido desde
1777 por Real Cédula de Carlos III y ya para esa época las diferentes
costumbres culturales de los lugareños (indios, mestizos, negros, mulatos
y blancos) se habían sincretizado de una manera natural, ocupando el caballo un
puesto preponderante en la actividad económica y socio-cultural de la región.
Ramón Páez, hijo primogénito de José Antonio Páez,
el “Centauro de los Llanos”, dice en su obra “La vida en los Llanos de Venezuela
(1862) que “… el llanero gasta su vida a caballo y éste le acompaña en todas
sus acciones y actividades. Nada más noble para él que recorrer las llanuras
sin límites, echado sobre su ardiente corcel dominando los toros salvajes; o
derribando a sus enemigos”. Es decir, su vida entera la desarrolla alrededor
del caballo y desde niño se adiestraba en la equitación. El caballo era su
amigo, su sombra, su socio. Iban juntos en la paz y en la guerra, en la fase de
producción o al comercializar la cosecha, en el amor o en la desdicha. Siempre
juntos.
Al igual que cualquier ejército de la época, los
patriotas usaron el caballo para sus entrenamientos militares, ya que era
preciso adiestrar a la tropa en las técnicas de la guerra. Esta actividad fue
tan intensa que el soldado se adaptó integramente al caballo y lo convirtió en
su aliado.
El mismo Libertador le expresó a Perú de Lacroix en
Bucaramanga (Diario de Bucaramanga, 1828) que en una ocasión observó a su
edecán Diego Ibarra conversando de una manera poco usual con otros oficiales,
en un apostadero cercano al río Orinoco. Intrigado por sus gestos se acercó con
sumo cuidado para que no percibieran su presencia y al escuchar lo que hablaban
pudo darse cuenta de que no se trataba de una discusión, sino de una apuesta.
El motivo de la misma era la aseveración que les hacía Ibarra de que era capaz
de brincar de punta a punta por encima de un caballo que allí se encontraba. El
animal tenía un gran tamaño y se encontraba amarrado a un poste, intranquilo,
mostrando su fortaleza con movimientos rápidos y precisos. Ibarra le hizo ver a
sus compañeros las características del animal y, para crear más expectativa,
les explicó que el salto lo daría desde la parte trasera de la bestia, sin
tocarle la cola ni la cabeza, lo que parecía imposible y por tanto le aceptaron
la apuesta, ya que consideraban que la fanfarronada de Ibarra les iba pemitir
ganarse con facilidad unos buenos maravedíes.
Muy pronto se arepentirían de haberlo hecho. El
retador dio un brincó descomunal que lo catapultó por encima del animal sin
tocarle un solo pelo, lo que le permitió ganarse la admiración de los
presentes… ¡y la apuesta! Mientras celebraban el suceso, Bolívar se acercó
hacia el lugar donde se encontraba el grupo y después de saludarlos les expresó
que él también podía efectuar una proeza semejante y, por supuesto, varios de
los presentes le aceptaron la apuesta, ya que no creían que un hombre de tan
baja estatura pudiera hacer lo mismo. Recogidas las cantidades convenidas,
Bolívar saltó y -como era de esperarse- no pudo lograr su meta, cayendo sobre
el cuello del animal. Herido en su amor propio, procedió a apostar de nuevo y
esta vez pudo llegar hasta la cabeza del caballo, dándose un fuerte golpe en
sus partes sensibles lo que le ocasionó una intensa y visible palidez en el
rostro. Sin embargo, su terquedad no tenía límite y se impuso sobre la
sensatez, que aconsejaba desistir de aquella meta casi imposible de lograr para
un hombre de sus dimensiones. Por lo tanto apostó de nuevo, pero esta vez tuvo
éxito y logró pasar al otro lado del animal sin tocarle un solo pelo, con el
regocijo de sus hombres, especialmente de Ibarra, quien estaba preocupado por
su actitud.
El Libertador buscaba imponerse sobre aquellos
hombres aguerridos y, por lo tanto, su intento iba más allá de una simple
proeza, ya que deseaba reforzar su liderazgo, recientemente vapuleado por la
terrible polémica que sostuvo con el general Piar y que terminó con un juicio
militar que llevó al vencedor de la batalla de San Félix ante el paredón de
fusilamiento.
El inicio de la equitación como deporte
Es justamente en esa época cuando se inician en
Guayana las primeras competencias hípicas como espectáculo organizado. Esos
desafíos se hacían a campo traviesa, naciendo con ellos la tradición hípica
promovida por la oficialidad británica que vino de Europa después de haber
derrotado a Napoleón Bonaparte. Esos militares fueron contratados en Londres
por Luis López Méndez y arribaron a la población de Angostura para colaborar
con la independencia de lo que muy pronto habrá de ser la República de
Venezuela. Entre esos oficiales se encontraban Gustavo Hippisley, Donald
Campbell y Henry Wilson, fanáticos del hipismo, quienes trataron de superar su
nostalgia reviviendo una de las más fuertes tradiciones de su país, creada por
Enrique II en Smithfield en las postrimería de su reinado (1133-1189) y reforzada
en 1576 por Isabel I cuando apareció el informe de Próspero D’Osma, quien era
el que regentaba las haras reales, con lo cual se inició la historia de los
purasangres, perfeccionada más tarde con el libro del pedigree en el que se
buscaba establecer los linajes de los descendientes de los padrillos árabes
Byerley Turk, Darley Arabian y Godolphin Arabian.
La hípica se vio fortalecida por el monarca Jaime
I, quien fundó el hipódromo de Newmarket en 1634, año en que concedió por
primera vez la Gold Cup. Luego le correspondió a la reina Ana inaugurar en 1711
el hipódromo de Ascot y presidir la primera carrera de lo que en los años por
venir se convertirá en el más famoso centro hípico del mundo. Tiempo después se
inauguró el Derby de Epsom (1780) y trece años más tarde apareció el studbook,
registro en el que se comenzó a llevar constancia del linaje de los purasangres
en la Gran Bretaña, lo que estableció un precedente a nivel mundial.
Toda esa tradición la tenían presente los oficiales
ingleses que se encontraban en Angostura, quienes organizaron la primera
competencia hípica el 27 de abril de 1820, a la cual llamaron “Desafío de
caballos” y para promover el evento publicaron un aviso en el Correo del
Orinoco, el cual decía así: “Se correrán el sábado 29 del corriente, cerca de
la mesa, á las 4 de la tarde, los dos caballos abajo mencionados, con sus
respectivos cabalgadores: el de mr. Monsanto, ‘Bargas’, corrido por el mayor
Manby, del batallón de Albión; contra el de mr. brown, ‘Devereux’, corrido por
el general Power, de la Legión Irlandesa. Angostura, á 27 de abril de 1820”. El
evento fue un éxito.
El nuevo deporte había nacido bajo las premisas de
la libertad y de la igualdad, impulsado nada menos que por el que muy pronto
será el Libertador de Venezuela y de otras cuatro naciones. Este deporte le
será de gran utilidad, ya que servirá de distracción a los soldados, lo cual
fue muy importante en aquellos días en que se necesitaba mantener en alto la
moral de la tropa, aunque todavía se desconocían las rigurosas normas que
regían el llamado deporte de los reyes.