Carlos Alarico Gómez
TERCERA PARTE DE PÁEZ Y LA FORMACIÓN DEL ESTADO VENEZOLANO:RENACE LA REPÚBLICA DE
VENEZUELA
Este ensayo es obra del profesor Carlos Alarico Gómez, Ph. D en historia
y magister en periodismo. Para facilitar su lectura y comprensión, será
presentada en tres entregas.
Parte III: RENACE LA REPÚBLICA DE
VENEZUELA
Después de consumada la división de
Colombia en tres Estados, la realidad se impone: Páez gobierna a Venezuela,
Juan José Flores al Ecuador y Rafael Urdaneta asume el cargo de presidente de
Colombia. Bolívar renunció irrevocablemente y se dirigió al extranjero para
recuperar su salud, pero muere en Santa Marta el 17 de diciembre de 1830.
Después
de ser designado presidente constitucional por el Congreso Constituyente de
Valencia, el 11 de abril de 1831 Páez se dirige a tomar el juramento y al
llegar a la puerta de acceso el coronel que se encontraba al frente del
regimiento militar levantó marcialmente la voz y le ordenó a sus hombres:
-¡Atención, firmes!
Con vista al ciudadano presidente de la República ¡presenten armas!
El
primer magistrado se detuvo ante la bandera y después de besarla entró en el
recinto, donde lo estaba esperando una comisión de parlamentarios que lo
acompañó en su breve recorrido hasta el salón de sesiones donde ya estaba
reunido el Congreso en pleno. Al verlo llegar, el secretario de esa corporación
exclamó:
-Ciudadanos
senadores, ciudadanos diputados: A las puertas del Congreso se encuentra el
ciudadano presidente de la República.
Los
legisladores se pusieron de pie y aplaudieron al jefe del Estado, mientras éste
era conducido al estrado donde presentaría juramento como primer presidente de
la República de Venezuela, electo el 24 de enero de 1831 para el período abril
1831-abril 1835. Al hacer uso de la palabra, se refirió de manera especial al
poblamiento y enfatizó:
-No tenemos caminos
por falta de hombres, no tenemos navegación interior por esa misma falta y, por
ello, es corto el comercio, poca la industria, escasa la ilustración, débil la
moral y pequeña Venezuela.
En
su corta disertación Páez delineó la dramática situación en que se encontraba
el país después de tantos años de guerra, en la que murió casi el 40% de la
población masculina joven. Para subsanar en parte este problema el Congreso
promulgó la Ley de Inmigración de la República de Venezuela, la cual estaba
dirigida preferentemente a los canarios, por considerar el legislador que eran
los que mejor podían adaptarse a nuestra idiosincrasia, dada la afinidad
cultural, social y religiosa existente entre ambos pueblos. Páez no fue el
primero en considerar la necesidad de poblar para poder crecer. El vicepresidente
de Colombia, Francisco Zea, expresó en 1820 en Angostura que:
-Los puertos están
abiertos a los hombres de todas las naciones, ya lleguen como comerciantes y
viajeros o como inmigrantes deseosos de convertirse en ciudadanos.
Y
más adelante, en 1823, Bolívar puso el ejecútese a la primera Ley de
Inmigración en la que se ofrecían tierras y apoyo crediticio como incentivo
para que vinieran a vivir y trabajar en Venezuela. Sobre el mismo aspecto
discurre el periódico El Semanario
Político (Caracas, 7 de septiembre de 1830): el remedio vital es la
inmigración. Es preciso que Venezuela, para existir, abra sus brazos a todos
los hombres que quieran traernos en los suyos los bienes que sin ellos no
podemos gozar; con ellos y no de otro modo tendremos agricultura, comercio,
industria, artes, ciencias, caminos, civilización y prosperidad... Con la inmigración
Venezuela recibirá lecciones de sabiduría en todos los ramos o necesidades de
la vida social.
De
ello habló Carlos Soublette con la regente María Cristina cuando fue a España
en 1835, en una misión diplomática destinada a buscar el reconocimiento de ese
país para la nueva República de Venezuela. En su obra “Gran Recopilación Geográfica, Estadística e Histórica” (1890)
Landaeta Rosales asevera que entre 1832 y 1857 llegaron al país un total de
12.610 inmigrantes, cifra considerable si se toma en cuenta que para 1839 el
país tenía 945.348 habitantes, distribuidos según Codazzi (op. cit.) del
siguiente modo: mestizos: 414.151 (43,8%), blancos: 260.000 (27,5%), indios:
221.415 (23,4%) y negros: 49.782 (5,3%). Las cifras guardan coherencia con las
que aportó Humboldt en su obra “Viaje
a la Regiones Equinocciales del Nuevo Mundo” (tomo V, página 100),
citado por Fernández y Fernández en su obra “Reforma Agraria en Venezuela” (1948), según las cuales para 1804
la composición étnica de la población venezolana estaba distribuida así: mestizos:
426.000 (53%), blancos europeos: 12.000 (1,0%); blancos venezolanos: 200.000
(25%), indios: 100.000 (13%) y negros: 62.000 (8,0%). La política migratoria de
Páez estaba dando sus resultados y ya se veía el repoblamiento después de las
inmensas pérdidas de vidas humanas ocurridas durante la Guerra de
Independencia, que fue fundamentalmente una confrontación entre nacidos en esta
tierra, sin importar su origen étnico.
El
otro aspecto a considerar es que la misma conflagración permitió que se
incrementara el mestizaje, debido a que los vencedores de cada batalla cometían
actos de violación contra las mujeres que se encontraban en las poblaciones
conquistadas, especialmente durante el período de Guerra a Muerte, pero que fue
justamente ese grupo social el que más
pérdidas sufrió durante la época. Eso explica que haya bajado un 10% entre las
dos fechas trabajadas por ambos investigadores. También es necesario señalar
las consecuencias originadas por la real cédula “Gracias al Sacar”, que en el
lapso 1804-1810 permitió que pardos y quinterones fueran equiparados con los
blancos criollos, por cuyo motivo Codazzi los incluye en la categoría
blancos.
En
el caso de la población negra hay que estimar que si bien se prohibió la
introducción de esclavos a partir del Decreto del 11 de enero de 1820,
ratificado después en la normativa de la Constitución de Cúcuta en 1821, ésta
aumentó debido a que hubo una gran inmigración de personas que provenían de
Trinidad hacia la región de Guayana.
En
lo referente a la raza blanca, el análisis indica que para el momento en que
Codazzi elabora su censo ya los efectos de la política migratoria de Páez se
habían hecho sentir. La mayoría de los recién llegados eran españoles,
alemanes, italianos y, en menor cantidad, provenientes de países del oriente de
Europa. Desde luego, no todos aparecen registrados en las páginas de la
historiografía nacional, pero algunos nombres se evocan de una manera especial
como los de Henry Pittier, Adolfo Ernst, Vicente Gerbasi, Fabio Echevarreneta y
Albert Cherry, entre muchos otros.
Durante
su período Páez también le dio gran importancia a la educación creando colegios
de tercer nivel en casi todas las provincias del país, pero hizo especial
énfasis en la formación de un espíritu de identidad nacional, al tiempo que
buscó la paz y estableció una total libertad de prensa. Al llegar al final de
su período se mantuvo neutral en la escogencia de su sucesor. José María Vargas
fue uno de los que más sonaba para el cargo. Desde 1833 se había destacado como presidente de la Sociedad de Amigos del país,
proclamando como pilares fundamentales del buen ciudadano el amor al trabajo, a la naturaleza y a la patria.
En 1834 se conformó una poderosa corriente civilista integrada por los
estudiantes universitarios y por los profesionales que sostenían la tesis de
que para ser presidente no era preciso tener el cognomento de prócer de la Independencia.
Esa corriente solamente consideró una opción: la candidatura de José María
Vargas. Sin duda, se trataba de la figura más prominente fuera del procerato de
la Independencia. Vargas se resistió a la tentación de aceptar la candidatura y
argumentó con profunda sinceridad sus razones, pero pudieron más las presiones
de esa corriente civilista que su desprendimiento.
En las elecciones compitió por la Presidencia con
los generales Santiago Mariño y Carlos Soublette, resultando electo por mayoría
de votos, de acuerdo al sistema de
segundo grado que existía entonces. El 9 de febrero de 1835 asumió la
Presidencia y en sus palabras de juramentación como primer magistrado, expresó
de manera enfática:
-Veo con asombro esta súbita
transición.
Vargas no buscó la Presidencia, pero la asumió con
gran responsabilidad. Sin embargo, el sueño duró hasta el 7 de julio de 1835
cuando amanecieron sublevados los cuarteles de Caracas, en lo que habría de ser
la primera asonada militar exitosa de nuestra historia. Ese día se alzaron en Caracas el Batallón Anzoátegui y el Cuerpo de Policía.
Los jefes de la revuelta fueron los generales Santiago Mariño, Diego Ibarra,
Justo Briceño, José Laurencio Silva, Luis Perú de la Croix y Pedro Briceño
Méndez, entre otros. Los hombres de más prestigio en el país. Todos
bolivarianos. Vargas llama a Páez en su auxilio y lo nombra jefe de operaciones
contra los facciosos, pero mientras llega a Caracas, el presidente es increpado
por Pedro Carujo, otro de los conjurados, quien lo arresta en su domicilio
dejando a Julián Castro en su custodia. No obstante, decidieron más tarde
expulsar a Vargas del país y lo embarcaron en la goleta Aurora rumbo a Saint
Thomas.
Entretanto Páez se dirigió hacia el
Apure, su tierra de influencia, a prepararse para la guerra. Puerto Cabello,
Barquisimeto, Valencia, Quíbor y Maracaibo se unieron a la rebelión. José Tadeo
Monagas lanza una proclama el 15 de julio llamando a los orientales a tomar las
armas “...en apoyo a las reformas que salvarán al país”. Algunos revoltosos que
ven que Páez ha tomado partido a favor de Vargas y no del movimiento revolucionario,
que lo había designado jefe del mismo, deciden marchar hacia oriente a buscar
el respaldo de Monagas, pero “El Centauro”, que ve claramente la maniobra de
los rebeldes, lo nombra comandante general, evitando así que el caudillo
oriental asuma el liderazgo de la Revolución de las Reformas, que es el nombre
con que se conoce a este movimiento, llevado a cabo exitosamente por el general
Santiago Mariño, quien ejerció brevemente el poder con el título de Jefe
Supremo, logrando dirigir el país durante dos semanas.
La Revolución tenía como objetivo la
reconstitución de Colombia. Es decir, volver el territorio y las instituciones
a la situación en que se encontraban cinco años atrás. Fue la última
oportunidad real de lograr el renacimiento del proyecto bolivariano. Monagas ni
aceptó ni rechazó el nombramiento que le hizo Páez, pero se reunió con los
líderes rebeldes que acudieron a Barcelona, luego de lo cual emitió una
proclama, parte de la cual dice lo siguiente: “...restablecer la República de
Colombia y organizarla en estados federales, para sacar a los venezolanos del
estrecho círculo en que los consideraba...”. Y luego le envía una carta a Páez
en la cual le explica que: “...ni V. ni yo dispusimos ni tomamos parte del
movimiento del 8 (de julio). El hecho existía cuando llegó a nuestra noticia y
no estando en nuestro arbitrio impedir lo que ya había sucedido, el patriotismo
y el celo por el bien público nos aconsejaban que sacásemos de este hecho el
bien que fuera posible para el país, sin ponernos á disputar si el hecho en sí
era bueno ó malo; porque esto no influirá sino en irritar más y exaltar las
pasiones...ese será el objeto del encono y de la rabia de nuestros letrados y
de nuestros godos. Se servirán ahora de V. para ver si nos destruyen á nosotros,
y después se servirán de otro para destruirle a V., porque nuestra existencia
es el sumario que los condena”.
El análisis de Monagas es importante
para comprender su posición política y su criterio acerca de la forma cómo se
debería administrar el Estado. Entre líneas se puede observar una crítica
mordaz para Páez, al que le atribuye dejarse llevar por abogados y
terratenientes que, a su criterio, no buscan otra cosa sino hacer que los
fundadores de la nacionalidad se destruyan entre ellos, para después poder
recoger los frutos. Y le aconseja tratar con prudencia a sus antiguos
compañeros de armas. El líder llanero domina el golpe de Estado y hace llamar
de nuevo a Vargas, quien regresa a la Presidencia el 20 de agosto. Páez es
homenajeado por el Congreso y recibe el título de “Ciudadano Esclarecido”.
Sin embargo, el problema de fondo no
queda resuelto. La actitud de Vargas persiste. Tal como era de esperarse, no
tiene interés en los asuntos de Estado y expresa enfáticamente que solo desea
volver a su profesión de médico y a su cátedra universitaria. El 24 de marzo de
1836 se retira definitivamente de su alta magistratura, dejando encargado al vicepresidente
Andrés Narvarte. La renuncia es formalizada el 14 de abril. En enero de 1837
asume José María Carreño y en mayo se encarga Carlos Soublette, quien termina
el período en enero de 1839. Es decir, hubo cuatro presidentes en el período, a
un promedio de uno por año, sin incluir el breve tiempo en que Mariño y Páez
ejercieron el poder durante la crisis de julio-agosto de 1835.
Mariño fue expulsado del país. José
Tadeo Monagas fue nuevamente amnistiado por Páez, quien emitió un Decreto que
firma en el sitio conocido como la Laguna de Pirital, en Sabana del Roble, el 3
de noviembre de 1835, garantizándole la vida, la propiedad y el rango a todos
los que depusieran sus armas. El jefe oriental se acoge al Decreto y se retira
a sus posesiones de Aragua de Barcelona, bajo promesa de no intentar de nuevo
el derrocamiento del Gobierno, lo cual cumple.
Segunda Presidencia
El segundo Gobierno de Páez
(1839-1843) va a ser aún más complicado que el primero. Surge el partido
Liberal y sus líderes toman contacto directo con los electores y editan un
periódico que va a marcar pauta en la historia del periodismo nacional: El
Venezolano. El nuevo medio de comunicación nace, según dice en su editorial
del primer número: “...para combatir con el lenguaje de la razón los principios
de la oligarquía política que aflige a Venezuela; los errores de la
administración y los extravíos de las legislaturas pasadas; sostener y
consolidar la opinión de los que forman el partido de los verdaderos principios
constitucionales; y favorecer y sostener la marcha franca y liberal de la
República”.
El periódico, órgano de la Sociedad
Liberal, es un semanario de cuatro páginas, que nace bajo la dirección de Antonio
Leocadio Guzmán, antiguo ministro de Páez, convertido ahora en su enemigo. Es
editado en la imprenta de Valentín Espinal, ubicada de Bolsa a Mercaderes. El
partido tiene como máximo dirigente a Tomás Lander, respaldado por un grupo de
intelectuales de primera línea, tales como Tomás José Sanabria, José Austria,
Jacinto Gutiérrez y el propio Guzmán. Este partido se convierte en un
movimiento político que crece aceleradamente, apoyado por circunstancias que lo
van a favorecer.
En primer lugar, desde el punto de
vista político, Páez y su grupo eran atacados por los seguidores de Bolívar,
acusándolos de no ser consecuentes con los próceres, ya que se apoyaba en
letrados y terratenientes. En segunda instancia, eran criticados por haber
provocado la crisis que se estaba viviendo, aunque sabían muy bien que la causa
estaba en el deterioro de la economía mundial, que había tenido un primer
derrumbe en 1837, pero que en 1841 había llegado a límites dramáticos en lo
referente a los precios del café y del cacao, que constituían más del 60% de
los productos de exportación. El café cayó en un 45% entre 1841 y 1843, lo que
afectó a los productores que no pudieron cancelar con facilidad sus préstamos,
aumentando los problemas entre los deudores y los acreedores. En el caso del
cacao la situación era todavía peor y la situación se agravó con los precios
del ganado que también bajaron drásticamente en el mercado internacional. Una
idea cabal de la crisis la reflejan algunos datos que suministró el ministro de
Hacienda Juan Manuel Manrique durante la presentación de su Memoria y Cuenta de
1845, en la cual refiere que para el año 1834 el quintal de café valía 12
pesos, en tanto que en 1844 el precio había caído a menos de 7 pesos. Asimismo,
el año 1844 se habían producido importaciones por el orden de los 4.300.000
pesos, considerablemente menor a 1841 cuando la cifra alcanzó la cantidad de
7.400.000 pesos. Las cifras de exportación, si bien menos dramáticas, reflejan
una disminución de 7.600.000 a 6.000.000 de pesos. Obviamente, la crisis no era
debida solamente al café. Existía falta de mano de obra, carestía de transporte
y urgente necesidad de construir nuevos caminos que facilitasen la labor de
mercadeo de los productos agropecuarios, conduciéndolos desde el lugar de
producción hasta los sitios de consumo.
El Gobierno se había anotado varios
éxitos, entre ellos la creación del Banco Nacional y la aprobación de la
reforma de la Ley de Libertad de Contratos (Espera y Quita) el 1 de mayo de
1841, que fue un esfuerzo notable para amortiguar la rigidez del instrumento
legal creado en 1834, con el objeto de bajar la presión de la opinión pública. Además,
durante la última parte del segundo Gobierno de Páez se pagó una buena parte de
la deuda adquirida en la época de la Guerra de Independencia, cuyo mayor
acreedor eran los británicos. Este pago llegó a la cantidad de 7.217.915 pesos.
Pero, sin duda, la mayor contribución de Páez al desarrollo del país fue el
apoyo que le dio a la educación, sobre todo con la creación de los colegios
nacionales en muchas provincias, entre ellas las de Carabobo, Guayana, Trujillo
y otras más. Mención destacada debe hacerse a la libertad de expresión que
existió en el período, en cuyo lapso surgieron medios de gran peso en la
oposición, así como el surgimiento de los primeros diarios nacionales, entre
ellos El Diario de Avisos (1837) y La Mañana (1841).
No obstante, los aspectos positivos
no eran informados debidamente a la opinión pública y, en ocasiones, eran
totalmente omitidos, a pesar de que los conservadores iniciaron una campaña de
defensa de su Gobierno a través de varios medios, entre ellos El Escalpelo
y El Liberal. Esta última publicación, aunque por su nombre no lo
pareciera, era de contenido conservador, lo cual pudo haber sido una estrategia
de sus líderes. La oposición liberal, por el contrario, no perdía ninguna
oportunidad de atacar al contrincante. La situación económica, por ejemplo, sin
duda precaria, fue hábilmente criticada por el partido Liberal. Como
consecuencia de esto, El Venezolano aumentó su tiraje y su circulación
llegó a lugares inaccesibles, debido a que se adoptó la costumbre de que los
que sabían leer daban a conocer las noticias al resto de los habitantes, que
eran la inmensa mayoría. García Ponce, en su obra Panorámica de un Período
Crucial en la Historia de Venezuela (1982, p. 127) revela que del total de
la población electoral de 1846, solamente 39.022 personas sabía leer y escribir. Es
decir, el 32%.
El largo dominio de Páez afectaba la
causa conservadora, la cual era percibida como favorecedora de privilegios y
del status quo. Además, la oposición liberal estaba muy pendiente de
enfatizar sus desaciertos. Se le recordaba a la ciudadanía, día tras día, que
permanecía intacta la distinción entre hombres libres y esclavos; que se había
agravado el problema de la tenencia de la tierra y que el propio presidente se
había convertido en un terrateniente; que no se había fomentado el desarrollo
de la industria; que aún se mantenía el sistema censitario de elecciones; y,
peor aún, que todavía existía la pena de muerte por delitos políticos, basada
en la Ley de Conspiradores, lo que se convertía en un freno atemorizador para
las actividades de la oposición.
En esa atmósfera de malestar
económico y político, el Gobierno tuvo un respiro con la repatriación de los
restos de Bolívar, lo cual ocurrió en 1842. Los actos oficiales y la excelente
oratoria de Fermín Toro exaltaron la obra libertaria de los formadores de la
nacionalidad -entre los cuales estaba Páez- y reflejaron la amplitud de los
hombres que estaban a cargo del Estado. El conservatismo se afianzaba en la
defensa de la Constitución, de la paz y del orden social. No obstante, el
Gobierno no aprovechó debidamente esta circunstancia y continuó sin explicar
claramente las razones de la grave crisis económica que afectaba a la
población. En cambio, el periódico de los liberales en oriente El
Republicano, que era el vocero semi-oficial de José Tadeo Monagas, editado
con su apoyo por Blas Bruzual en Barcelona actuaba con mucha habilidad e
inteligencia.
El fin del Gobierno conservador
Durante el segundo Gobierno de
Soublette se presentaron disturbios, generados por un movimiento que encabezaba
Antonio Leocadio Guzmán, quien ocupó la posición de máximo líder del
liberalismo dejada por Lander, fallecido en 1845. Ese fenómeno político se
diferencia de los anteriores en la forma novedosa en que intenta tomar el
poder. No se trata ahora de un grupo militar. Por primera vez se observa a un
hombre que motiva las multitudes a través de los medios de comunicación social
y de la oratoria. Utiliza el periódico
El Venezolano como un medio de
crítica política y enseña a sus compatriotas una nueva manera de buscar los
votos: el contacto directo con la gente. Las elecciones de 1946 demuestran que
la táctica del liberalismo no era equivocada. José Tadeo Monagas es electo
presidente y asume el poder el 1 de marzo de 1847, a los 62 años de edad. Fue
el quinto presidente de Venezuela, electo para el período 1847-1851, sin
reelección, con un total de 107 votos, contra 97 de Bartolomé Salom, 57 de
Antonio Leocadio Guzmán, 46 de José Félix Blanco, 6 de José Gregorio Monagas, 2
de José Antonio Páez, 1 de Santos Michelena y 1 de Santiago Mariño. Díaz
Sánchez explica en su obra Guzmán (1969, p.288) que Páez lo recibió en
La Guaira y juntos entraron en Caracas. Monagas se hospedó en La Viñeta, casa
de Páez ubicada en la esquina de El Mamey, pero rápidamente buscó residencia,
haciendo una negociación con la Sra. Concepción Escurra, propietaria de la
vivienda N° 36 de la Plaza de San Pablo.
La Venezuela que recibió Monagas
tenía 1.273.155 habitantes, en tanto que oriente contaba con 153.000. El
ingreso anual era de 2.076.202 pesos, mientras que la deuda pública era de 20
millones. Caracas tenía 34.165 pobladores, alcanzando 49.000 con los pueblos
aledaños de El Valle, Chacao y Petare, 100 de los cuales eran extranjeros. Las
ruinas del terremoto de 1812 todavía eran visibles. Había poco tránsito en las
calles, especialmente de noche. Existían solo dos entes financieros, ambos
creados durante el segundo Gobierno de Páez: el Banco Colonial Británico y el
Banco Nacional de Venezuela. El Británico fue inaugurado en 1839 como una
sucursal del Banco de Londres, presidido por John Irwin y gerenciado por
Leandro Miranda, hijo del Precursor, quien se casó aquí con la joven guayanesa
Isabel Dalla Costa Soublette, sobrina de Carlos Soublette. El Banco Nacional de
Venezuela fue inaugurado dos años más tarde, con una participación del 20% por
parte del Estado. Esa empresa abrió sucursales en Angostura, Cumaná, Barcelona,
Puerto Cabello, Barquisimeto, Barinas y Guanare. Los directivos fueron Juan
Nepomuceno Chaves, William Ackers, Juan Elizondo y Adolf Wolff. El Gobierno
designó como sus representantes a Wenceslao Urrutia y a Guillermo Smith. Aun
cuando el Estado tenía un 20% del capital, utilizó los servicios bancarios como
si fuera dueño del total, lo cual es
razonable si se toma en cuenta que el otro ente no tenía sucursales en el
interior. Como era de esperarse, ambas empresas entraron en conflicto muy
pronto, debido a las claras preferencias gubernamentales por una de ellas.
El Gobierno de José Tadeo Monagas
trajo consigo la instalación del Estado liberal. “El Catire” lo entendió, pero
decidió retirarse a sus posesiones de Apure. Desde allí le escribió a Monagas
una carta que lucía amenazadora:
-No hay sacrificio, permítame Usía repetirlo en esta ocasión, que no
esté dispuesto a hacer por mi patria, por la patria de mis padres, por la
patria que me ha colmado de honores y distinciones.
En consecuencia, Monagas prepara su
estrategia. Sabía bien que estaban redactando una acusación en su contra por
violaciones contra la Constitución.
Por su parte, a Páez se le comienza
a complicar la vida. El año 1847 fue terrible para él. En Choroní, su adorada
Barbarita Nieves enferma de gravedad y raudo cabalga hacia ella para estar a su
lado, pero no hay nada que se pueda hacer. En su compañía había pasado una vida
feliz desde 1821. Barbarita lo había hecho padre de Ursula, Juana y Sabás. Cuando
mejoró, en noviembre, decidió llevarla a su hogar de Maracay, pero allí se
agravó de nuevo y murió el 14 de diciembre de ese año. Mientras el líder
llanero vivía su drama personal, la política seguía su complicado curso. Los
conservadores siguen acudiendo a su residencia de Maracay a buscar consejos. El
10 de diciembre de 1847 se había dado la primera voz de alarma, al llegar a la
directiva de la Cámara de Representantes una denuncia contra Monagas por
infracciones y abusos cometidos contra la Constitución y las leyes. Concretamente,
parte del documento dice: “El Poder Ejecutivo ha ejercido actos para los cuales
se requieren facultades extraordinarias, sin haberlas obtenido en el Consejo de
Gobierno, como lo previene el artículo 118 de la Constitución. La fuerza armada
ha sido empleada sin previo acuerdo y consentimiento del Consejo de Gobierno,
en quebrantamiento del artículo 121 de la ley fundamental. El presidente de la
República ha ejercido la administración del Estado fuera de la capital, contra
la dispuesto en el artículo 113 de la misma Constitución”. Adicionalmente, se
le acusaba de haber efectuado nombramientos ilegales de gobernadores y jefes
militares, así como brindar protección a los conspiradores de 1831 y 1835. Esta
era la base fundamental de la acusación que preparaban contra Monagas para la
reunión que el Congreso efectuaría en enero de 1848. Quintero había asumido el
liderazgo de la oposición conservadora, pero sin perder contacto con Páez, que
estaba al lado de Barbarita acompañándola en las últimas horas de su vida.
Fusilamiento del Congreso
Entretanto, Monagas había tomado
medidas destinadas a mantenerse en el poder. Santiago Mariño había sido traído
del exilio y nombrado Comandante Militar de la Provincia de Caracas, José
Laurencio Silva fue designado para igual cargo en Carabobo, su hermano José
Gregorio estaba al frente del Ejército en Barcelona, el coronel Francisco
Avendaño tenía a su cargo la custodia militar de la ciudad capital y el coronel
Antonio Valero custodiaba la ciudad de Coro. Eran todos sitios estratégicos,
cuya vigilancia era esencial para Monagas. Algunos de esos hombres habían
servido a los conservadores, pero Monagas, conocedor de su idiosincrasia, contaba
con el respaldo personal más que político. El nuevo año se inicia en el medio
de un clima político tempestuoso. Los conservadores deliberan su estrategia en
el Club La Renaissance y acuerdan
reunir al Congreso en una ciudad distinta a Caracas, con el objeto de prever
cualquier reacción violenta por parte del Ejecutivo. El propósito es enjuiciar
al presidente. El 20 de enero no se reúne el Congreso por falta de quorum. Monagas se mantiene
imperturbable. El día 23 se logra al fin la asistencia necesaria para poder
instalar la plenaria. En las afueras de las Cámaras se congrega una multitud
integrada por miembros de ambos bandos, en la plazuela de San Francisco. Las
deliberaciones comienzan normalmente. Los representantes, bajo la dirección del
presidente de la Cámara, Dr. Miguel Palacios, han tomado la decisión de
trasladar las sesiones a Puerto Cabello y forman una guardia especial al frente
de la cual designan al coronel Guillermo Smith y al capitán Bernardo Zamora,
quienes logran organizar un grupo de 200 jóvenes voluntarios. A 53 de ellos los
armaron con fusiles, a 22 con escopetas y al resto con trabucos, pistolas,
lanzas o espadas, de acuerdo a lo establecido en el Art. 75 de la Constitución.
Por su parte, el Ejecutivo convoca a
la milicia y envía al gobernador de Caracas a convencer a Smith para que
disuelva la guardia, por cuanto consideraba que la Cámara había interpretado
erróneamente el artículo en referencia. Entre tanto, Blas Bruzual escucha los
comentarios que circulan sobre la guardia que constituyeron los conservadores -cuyo
número algunos ubicaban en 4.000- y procedió a reunir una milicia de 1.000
personas armadas, a las cuales colocó alrededor del recinto.
Los congresistas no se habían movido
del edificio del Congreso en toda la noche. El 24 en la mañana se encuentran en
sus curules analizando una carta del ministro del Interior en la que les hace
ver la preocupación del Ejecutivo por la extraña conducta demostrada, especialmente
en la creación de una guardia que no considera necesaria. A las 12.30 del
mediodía se presenta el ministro del Interior, Martín J. Sanabria, quien viene
a leer el Mensaje anual de la gestión del Presidente, como era la costumbre de
la época. El ministro entrega el informe a la Presidencia del Congreso y
mientras espera que las Cámaras se instalen, se corre el rumor de que ha sido
hecho prisionero. Las turbas liberales, que se encontraban en las afueras,
comienzan a alterarse y de pronto se oye una voz que grita:
-¡Han asesinado al doctor Sanabria!
A partir de ese momento los hechos
se suceden con gran rapidez. Los hombres de Bruzual tratan de entrar por la
fuerza y la guardia se los impide. Comienzan los disparos y cae mortalmente
herido el capitán Miguel Riverol. También caen sin vida el sastre Juan
Maldonado y el sargento Pedro Pablo Azpúrua. La violencia se desata, de parte y
parte. La lucha es a cuchillo, puñetazos, tiros, garrotes y piedras. Cada quien
peleaba con los recursos de que disponía. El coronel Smith intenta controlar la
situación, pero recibe una herida con arma blanca, aunque se mantiene en pie
interviniendo lo mejor que puede en el conflicto.
En el interior del recinto
parlamentario la situación es de tanta violencia como afuera, aunque con menos
armas. José María de Rojas, vicepresidente de la Cámara, saca un puñal y
amenaza de muerte al ministro Sanabria. Juan Vicente González trata de
intervenir en el debate mostrando una carta de Páez que desea leer, pero nadie
lo oye y decide escaparse por el techo, con lo cual resguarda su vida. Cristóbal
Mendoza, que piensa que todo lo que está pasando ha sido fríamente calculado
por el ministro, lo amenaza con un revólver, llamándolo malvado. El diputado
Delfín Cerero ruega al sacerdote José Vicente Quintero, que está en el recinto,
que le dé la extrema unción, porque estima que todos van a morir. Santos
Michelena, que trata de abandonar la sala por la puerta principal, es herido
mortalmente por el bayonetazo de un soldado del Gobierno y muere a las pocas
semanas en la Legación de la Gran Bretaña, donde había solicitado asilo. Otros
tres parlamentarios son asesinados por las turbas: Juan García, José Antonio
Salas y Francisco Argote.
José Tadeo Monagas, que ha sido
advertido de los sucesos por uno de sus asistentes, se dirige al sitio de los
hechos acompañado por Santiago Mariño y Juan Antonio Sotillo. La gente se calma
al verlo y alguno de sus partidarios deja escuchar un grito solidario: “Viva el
salvador de la democracia venezolana” (Díaz Sánchez, op.cit., p.16). Es un día
funesto para el país. No es posible olvidar la muerte de aquellos venezolanos
que perdieron su vida en una hora aciaga de la historia nacional. El hecho es
conocido como “El Fusilamiento del Congreso”. A partir de ese momento el Poder
Legislativo perdió su autonomía. Pasarán muchos años antes de que se pueda
instalar de nuevo un parlamento soberano. Monagas, que hasta ese momento había
ido conquistando progresivamente la simpatía de las mayorías, comienza a
desmejorar en su imagen pública.
El Centauro estaba en la ciudad de Calabozo,
en compañía de Soublette y de Ángel Quintero, cuando se enteró de los sucesos
de Caracas. Decidió entonces trasladarse a su hacienda de El Rastro, cercana a
Calabozo, y estando allí recibe una carta de Monagas en la que le narraba los
acontecimientos ocurridos en el Congreso. El presidente le explica que todo se
debió a la actuación ilegal de la Cámara de Representantes, la cual designó un
cuerpo armado que contribuyó a perturbar el orden, lo que trajo como
consecuencia la pérdida de vidas humanas y la paralización del Congreso. Y le
agrega: “La República se encuentra en situación que demanda nuestros esfuerzos
y nuestros sacrificios... Espero de usted su colaboración y consejos...”
(Castillo, p. 116).
La respuesta de Páez marca la
ruptura definitiva de los dos próceres: “Por primera vez he lamentado haber
nacido en una tierra en donde a nombre de la libertad se cometen tan
abominables atrocidades... Tan grave y tan extraordinario, tan bárbaro y tan
inmoral ha sido el hecho del 24 en esa capital...Agrava mi dolor el
convencimiento que me asiste de la gran responsabilidad moral que pesa sobre
mí, por haber sido el más empeñado en la exaltación de V. E. a la
Presidencia... En la situación que V. E. se ha colocado, ¿qué consejos podré
darle?... V. E. aparece a los ojos de Venezuela como el más grande, el más
ingrato y vengativo de todos mis enemigos... Ya V.E. no inspira confianza a la
parte más sana, más concienzuda y más fuerte de la sociedad...”. Y sentencia:
“V.E. responderá ante Dios de las consecuencias de la guerra. Yo no puedo ser
indiferente al alto crimen perpetrado contra la Nación... Tengo solemnes
compromisos con la Nación, sagrados deberes hacia ella y estoy dispuesto a
llenarlos con la más grande decisión...” (Ibid). A partir de ese momento, se
declara en rebeldía. La guerra civil está a punto de comenzar.
El presidente, por su parte, se
reúne con sus asesores tan pronto recibe la carta de Páez. En la reunión
estaban Diego Bautista Urbaneja, Santiago Mariño, Blas Bruzual y Diego Ibarra. Algunos
le aconsejaron marchar a los llanos para atacar a Páez en su territorio,
mientras que otros recomendaron la dictadura. Monagas optó por lo primero, pero
le precisó a sus amigos:
-No se preocupen, que la Constitución sirve para todo.
Luego le ordena a Mariño organizar el Ejército
y atacar a Páez en los llanos. Para ejecutar la acción, Mariño selecciona a uno
de los oficiales más conocedores de la región, además de inteligente y de
probada valentía durante la Guerra de Independencia: José Cornelio Muñoz, un
hombre formado por Páez, a quien le había enseñado el arte de la guerra desde
los diecisiete años. Mariño lo midió bien. Sabía que el llanero era un militar
a toda prueba y que, por tal razón, obedecería las órdenes de su superior
jerárquico, que en ese momento era él y no Páez. Muñoz había sido uno de los
héroes de Las Queseras del Medio, al lado del Centauro, y bajo su mando había
combatido en Mucuritas, Mata de la Miel, Carabobo, Puerto Cabello y en muchas
otras acciones de guerra. De inmediato se preparó para enfrentar a su antiguo
jefe. Mariño puso 10 mil hombres bajo su disposición, pero Muñoz solo usó un
10% de ese contingente.
Páez, a su vez, habló con el representante
diplomático de Francia, a quien le pidió que lo ayudara a sacar su familia
hacia Curazao y, al lograrlo, procedió a levantar un contingente de soldados. El
4 de febrero, su primer día de campaña, inició su gestión con el lema “Alzad la
voz contra la tiranía y preparaos para combatirla”´, pero para ese momento
había podido conseguir tan solo 50 hombres. Luego, se trasladó con Soublette a
San Fernando y con grandes esfuerzos pudo aumentar su tropa a 400 combatientes.
Páez contaba con su fama y su valor, pero esta vez no consideró los ocho años
que el partido liberal había estado pregonando sus ideales por todo el país, en
donde el centro de todos los ataques era justamente él. Su imagen política se
encontraba disminuida en extremo, pero no lo captó ni siquiera al ver la poca
convocatoria que tuvo su llamado “...para combatir la tiranía y procurar el
castigo del pérfido magistrado”.
Muñoz y Páez se encontraron en el
sitio denominado Los Araguatos, en el Apure, el 10 de marzo de 1848. El combate
fue terrible. Se enfrentaron con el
valor que otrora demostraron contra el ejército realista. Ninguno de los dos
dio demostraciones de flaqueza. Muñoz, el vencedor, le informó a Mariño que
“Fue el choque más horroroso que mis ojos han visto”. Por su parte, Páez
asegura en su Autobiografía que ganó el combate, pero que “...la
debilidad del que comandaba el ala izquierda, que se devolvió a los primeros
tiros produciendo gran confusión, impidió recoger el triunfo, a pesar de los
espantosos estragos que fueron causados al adversario...”.
La victoria le permitió a Muñoz
obtener el grado de general de división y se retiró a Ciudad Bolívar con el fin
de recuperarse. Allí murió el 25 de julio de 1849. Páez se exilió en Curazao y desde
allí invadió por Coro el 28 de junio En esta campaña tiene a su lado a sus
hijos varones: Ramón (hijo de María Ricaurte), Manuel Antonio (hijo de Dominga
Ortiz) y Sabás (hijo de Barbarita Nieves). Entre los oficiales que formaban
parte de su comando estaban León de Febres Cordero, José Escolástico Andrade,
Domingo Hernández, Wenceslao Briceño, José Ayala (Pbro.), Eliodoro Montilla y
Ángel Quintero. Al llegar declara estar en pleno ejercicio de la autoridad que
le han conferido los pueblos para restablecer el orden legal en Venezuela. El 4
de julio escribe el jefe rebelde que encuentra a la provincia entusiasmada,
pero “...tiemblo cuando reconozco la casi total falta de medios para
organizarlos”. En realidad, la situación era precaria en comparación con los
recursos de Monagas, pero en otros tiempos Páez se enfrentó al enemigo en
condiciones mucho más peligrosas, como fue el caso de Las Queseras en el cual
combatió con 150 hombres contra el ejército de Morillo integrado por 5.000
soldados... ¡y ganó! Quizás ese recuerdo pasó por su mente y sin medir la
diferencia de ambas épocas, decidió combatir a su adversario.
El 20 de julio partió hacia
Barquisimeto con 600 hombres, entre los cuales había 105 oficiales, dotados de
400 bayonetas, 250 fusiles y 20 mil cartuchos. Al comenzar la guerra, vence en
Las Albahacas y en Casupo, pero se encuentra en los valles de Macapo con el
general José Laurencio Silva, oficial de gran experiencia y valor. Se enfrentaba
nuevamente, como en Los Araguatos, a un antiguo oficial suyo, casado con
Felicia Bolívar Tinoco, sobrina del Libertador, hija de Juan Vicente. El
General Silva era nativo de la región, la cual conocía muy bien, y contaba con
1.000 hombres dotados de buen armamento, bien alimentados. Además de esta
enorme diferencia, Páez recibió información de que Mariño se aproximaba al
sitio para unirse a Silva con 3.000 hombres más. En realidad, la situación era
mucho peor de lo que él se imaginaba. Por la vía de Nirgua avanzaba el general
Julián Castro. Desde Duaca subía el general José Trinidad Portocarrero. Por la
vía de El Baúl se desplazaban a toda prisa los comandantes Ezequiel Zamora y
Nicolás Silva. Estaba, en verdad, totalmente cercado. Ante esta situación, decide
rendirse y para tal efecto envía al capitán José de Jesús Villasmil ante el
general Silva con el fin de consignarle un oficio firmado por él en el Cuartel
General de Vallecito, el 14 de agosto de 1849. Silva acepta la rendición,
expresándole que no está facultado para negociar, pero que le ofrece “...la
seguridad de las vidas de todos los que se rindieren a discreción”.
Páez y sus hombres son remitidos
presos a Valencia, donde el gobernador Joaquín Herrera decide humillar al
vencido y le coloca grillos en los pies. Al recibir orden de trasladar al
prisionero a Caracas, lo entrega a Ezequiel Zamora,. En el camino se encontró
con grupos de personas alteradas, que le gritaban: “¡Muera Páez! ¡Abajo el Rey
de los Araguatos!”. En Caracas, lo esperaba la Cárcel de San Jacinto donde
estará hasta fines de octubre. El 1 de noviembre lo trasladan al Castillo de
San Antonio, en Cumaná, donde es objeto de un trato inhumano, en un calabozo
húmedo, con escasa ventilación, en un ambiente sofocante donde tiene que colocarse
en el suelo para poder respirar aire fresco a través de la única rendija
disponible. El 24 de mayo de 1850 es expulsado del país, tomando en Cumaná el
buque Libertador que lo conduce a Nueva York, vía Saint Thomas.