David Chacón Rodríguez
Todos
llevamos la Patria en el corazón,
y
la libertad en el alma.
Antecedentes patológicos,
hereditarios y personales:
Bolívar
fue un hombre extraordinario, de valía integral, uno de esos seres que dan luz al mundo y definen el camino de
la historia. Lo más llamativo de su
empresa es el sacrificio de su vida para llevar a feliz término el designio de
la libertad americana.
En
primer lugar debo exponer que El Libertador siempre profeso la duda como
principio filosófico, lo que lo llevó a aplicar este método, ante las ciencias
médicas y los galenos encargados de practicarlas.
Respecto
a la concepción filosófica de su vida, Luis Perú de Lacroix[1], en el Diario
de Bucaramanga recoge su testimonio con absoluta claridad, al efecto nos narra
que estando almorzando el Libertador el día 17 de mayo de 1828 le confesó:
Después
de algunos momentos de conversación sobre materias filosóficas, rodando sobre
el sistema del alma, Su Excelencia dijo que los filósofos de la antigüedad
habían divagado a todo su saber acerca de ella y que muchos modernos los habían
imitado.
Yo,
por mi parte, continuó, no gusto de entrar en tales metafísicas, que considero
descansan en bases falsas: me basta saber y estar convencido de que el alma
tiene la facultad de sentir, de decir, de recibir las impresiones de nuestros
sentidos, pero que no tiene la facultad de pensar, porque no admito ideas
innatas.
El
hombre, digo, tiene un cuerpo material y una inteligencia representada por el
cerebro igualmente material, y según el estado actual de la ciencia no se
considera a la inteligencia sino como una secreción del cerebro: llámese, pues,
este producto alma, inteligencia, espíritu, poco importa, ni hay que disputar
al respecto; para mí la vida no es otra cosa sino el resultado de la unión de
dos principios, a saber, de la contractilidad; que es una facultad del cuerpo
material, y de la sensibilidad, que es una facultad del cerebro o de la
inteligencia: cesa la vida cesa aquella unión: el cerebro muere con el cuerpo, y
muerto el cerebro no hay más secreción de inteligencia: saque, pues, de allí
cuáles deben ser mis opiniones en materia de Elíseo y de Ténaro o Tártaro y mis
ideas sobre las ficciones sagradas que ocupan todavía tanto a los mortales[2].
De
la misma manera hay que tener en cuenta que su vida discurrió de una manera
anormal, entre fatigas y vigilias, en perennes choques contra la adversidad,
sujeto a las frecuentes inclemencias y privaciones del medio físico, tales como
los cambios de clima y de temperatura. Se la pasaba cabalgando incansablemente
durante largas jornadas extenuantes, sometido a las irregularidades de carácter
alimenticio, padeciendo sed, con descansos intermitentes. Si asociamos todo
esto a las continuas descargas emocionales causadas por tantos esfuerzos
físicos y mentales, encontramos las razones del deterioro de su robusta
constitución.
Para
poder conocer con exactitud la actitud
de Bolívar frente a la medicina y a los médicos, así como las alteraciones de
su salud, hemos revisado la copiosa documentación que forma su epistolario el
cual, sin duda, forma una autobiografía, seleccionando de ella la que tenga
relación directa con su estado físico, para que sea el mismo quien la transmita
y no quede sospecha de la claridad de sus relatos.
Los primeros contactos de Bolívar con la
enfermedad y la muerte datan de su nacimiento. Si revisamos los datos referidos a su niñez y juventud
encontramos que:
Simón José Antonio de la Santísima
Trinidad Bolívar[3]
Palacios y Blanco nace el 24 de julio de 1783. Su bautismo se efectúa en la
Santa Iglesia Catedral de Caracas, el 30 de julio, o sea seis días después de
su nacimiento. Su confirmación se realizó el 11 de abril de 1790, en el Palacio
Arzobispal de Caracas, o sea que le fue administrado el santo sacramento a los
6 años, 8 meses y 17 días de nacido.
Fue
hijo del Coronel de las Milicias de Aragua, Don Juan Vicente Bolívar y Ponte.
Cuando vino al mundo su padre tenía 56 años y su madre 23. En los retratos que
se conocen un poco antes de fallecer, el 19 de enero de 1786, a la edad de 60
años, aparece muy viejo y demacrado,
enflaquecido y de tórax estrecho[4],
o sea que a los 2 años, 5 meses y 26 días, el Libertador quedó huérfano de
Padre, quien había contraído matrimonio con Doña María de la Concepción Palacios
y Blanco de Bolívar[5],
su madre, el 1º de diciembre de 1773[6].
Según relato de su tío Esteban, su madre fallece el 6 de julio de 1792,
arrojando mucha sangre por la boca, continuando su gravedad hasta esta mañana a
las once y media que Dios fue servido llevársela[7].
Su
fallecimiento acaeció por una hemorragia pulmonar o hemoptisis, producto de la
aguda crisis de tuberculosis que padecía.
Hay
quienes afirman que el joven Simón sufrió en su niñez una primo infección
tuberculosa que dejó como secuela el nódulo calcificado en el pulmón izquierdo[8],
que halló al verificar su autopsia el Dr. Alejandro Próspero Révérend[9].
Todos
estos hechos influyeron sobre el criterio y concepto que se formó de la
medicina y sus oficiantes.
Sobre
el aspecto físico de su madre, la única referencia que se conoce la hace el
propio Bolívar en una carta que dirige desde el Cuzco, a su tío Esteban
Palacios[10],
el 10 de julio de 1825. En ella le expresa de la manera más eufórica:
Mi querido tío Esteban y buen
padrino:
¡Con cuánto gozo ha resucitado
Vd. ayer para mí!.
Ayer supe que vivía Ud., y que
vivía en nuestra querida Patria. ¡Cuántos recuerdos se han aglomerado en un
instante sobre mi mente!. Mi madre, mi buena madre, tan parecida a Ud.,
resucitó de la tumba, se ofreció a mi imagen; mi más tierna niñez, la
confirmación y mi Padrino, se reunieron en un punto para decirme que Ud. era mi
segundo padre.
Todos
mis tíos, todos mis hermanos, mi abuelo, mis juegos infantiles, los regalos que
Ud. me daba cuando era inocente. Todo vino en tropel a excitar mis primeras
emociones, la efusión de una sensibilidad deliciosa.
Todo
lo que tengo de humano se removió ayer en mí: llamo humano lo que está más en
la naturaleza, lo que está más cerca de las primitivas impresiones. Ud., mi
querido tío, me ha dado la más pura satisfacción, con haberse vuelto a sus
hogares, a su familia, a su sobrino y a su patria.
Goce
Ud., pues, como yo, de este placer verdadero; y viva entre los suyos el resto
de los días que la Providencia le ha señalado, y para que una mano fraterna
cierre sus párpados y lleve sus reliquias a reunirlas con las de los padres y
hermanos que reposan en el suelo que nos vio nacer.
Mi
querido tío, Ud. habrá sentido el sueño de Epiménides[11]:
Ud. ha vuelto de entre los muertos a ver los estragos del tiempo inexorable de
la guerra cruel de los hombres feroces. Ud. se encontrará en Caracas como un
duende que viene de la otra vida y observará que nada es de lo que fue.
Ud.
dejó una dilatada y hermosa familia: ella ha sido segada por una hoz sanguinaria;
Ud. dejó una patria naciente que desenvolvía los primeros gérmenes de la
creación y los primeros elementos de la sociedad; y Ud. lo encuentra todo en
escombros: todo en memorias.
Los
vivientes han desaparecido; las obras de los hombres, las cosas de Dios y hasta
los campos han sentido el estrago formidable del estremecimiento de la
naturaleza.
Ud.
se preguntará a sí mismo, ¿dónde están mis padres, dónde mis hermanos, dónde
mis sobrinos?
Los
más felices fueron sepultados dentro del asilo de sus mansiones
domésticas; y los más desgraciados han
cubierto los campos de Venezuela con sus huesos, después de haberlos regado con
su sangre ¡por el solo delito de haber amado la justicia!
Los
campos regados por el sudor de trescientos años, han sido agostados por una
fatal combinación de los meteoros y de los crímenes. ¿Dónde está Caracas?, se
preguntará Ud.
Caracas
no existe; empero sus cenizas, sus monumentos, la tierra que la tuvo, ha
quedado resplandeciente de libertad; y
está cubierta de la gloria del martirio. Este consuelo repara todas las
pérdidas ¡a lo menos, este es el mío; y yo deseo que sea el de Ud.
He
recomendado al Vicepresidente las virtudes y los talentos que yo he conocido en
Ud. Mi recomendación ha sido tan ardiente, como la pasión que le profeso a mi
tío. Dirija Ud. al poder ejecutivo sus miras, que ellas serán oídas.
Al
mismo poder ejecutivo he suplicado mande entregar a la orden de Ud., cinco mil
pesos en Caracas, para que pueda Ud. vivir mientras nos veamos, lo que será el
año que viene.
Mi
orden ha sido al Ministro de Hacienda, para que de Bogotá le manden a Ud. la
correspondiente libranza.
Adiós,
querido tío. Consuélese Ud. en su patria con los restos de sus parientes: ellos
han sufrido mucho; pero les ha quedado la gloria de haber sufrido mucho por
haber sido siempre fieles a su deber.
Nuestra
familia se ha mostrado digna de pertenecernos, y su sangre se ha vengado por
uno de sus miembros.
Yo he tenido esta fortuna.
Yo he recogido el fruto de
todos los servicios de mis compatriotas, parientes y amigos. Yo los he
representado a presencia de los hombres; y yo los representaré a presencia de
la posteridad. Esta ha sido una dicha inaudita. La fortuna ha castigado a
todos; tan sólo yo he recibido sus favores que las ofrezco a Ud. con la efusión
más sincera de mi corazón.
Su sobrino
Simón[12].
Esta
misiva, por la emotividad que manifiesta se le ha dado el nombre de la elegía
del Cuzco, es una lamentación poética a sus antepasados y a sus amigos
de Caracas.
De
modo que Bolívar quedó huérfano de madre a los 8 años, 11 meses y 13 días.
El
3 de diciembre de 1793, muere Don Feliciano Palacios y Sojo, quien estaba
a cargo de la tutela de los
muchachos.
Cuando nació, su madre no pudo
amamantarlo por lo que tuvo que asumir su alimentación doña Inés Mancebo de
Miyares y Quiroga[13],
y la negra Hipólita. Su sincero agradecimiento a ésta última nodriza ocasional
queda plasmado en una carta que desde el Cuzco envía a su hermana María
Antonia, el 10 de julio de 1825. Allí le demuestra su gratitud diciendo:
Te mando una carta de mi madre
Hipólita, para que le de todo lo que ella quiere, para que hagas por ella como
si fuera tu madre, su leche ha alimentado mi vida y no he conocido otro padre
que ella[14].
Cuando
Simón Bolívar, Simoncito, como le decían sus familiares, consigue salir de
Venezuela por primera vez, el 19 de enero de 1799, huérfano de padre y madre,
se embarca en el navío mercante San Ildefonso con la misión de completar
y solidificar su imperfecta educación en España, a la usanza de los jóvenes
ricos y de alcurnia social de la época, con apenas dieciséis años. En ese
entonces era un joven vigoroso, saludable y robusto. El primer testimonio
escrito que se conoce de ese viaje es una carta escrita con pésima ortografía y
redacción, que dirige a su tío materno Pedro Palacios Blanco y Sojo[15]
desde el Puerto de Veracruz, en México, donde la nave tuvo que detenerse. Allí dice así textualmente:
Veracruz,
20 de marzo de 17(99).
/Pedro Palacios y Blanco/
Estimado tío mío: Mi llegada a este puerto ha sido felismente,
gracias a Dios: pero nos hemos detenido
aquí con el motibo de haber estado bloqueada La Abana, y ser preciso el pasar
por allí; de sinco nabíos y once fragatas ingleces[16]. Después de haber gastado catorce días en la
nabegasión entramos en dicho puerto el día dos de febrero con toda
felicidad. Hoi me han susedido tre(s)
cosas que me an complasido mucho: la primera es el aber sabido que salía un
barco para Maracaibo y que por este condudto podía escribir a usted mi
situasión, y participarle mi biaje que ice a México en la inteligencia que
usted con el Obispo lo habían tratado, pues me allé haquí una carta para su sobrino el Oidor de
allí recomendándome a él, siempre que hubiese alguna detención, la cual lo
acredita esa que le entregará usted al Obispo que le manda su sobrino el Oidor,
que fue en donde bibí los ocho días que estube en dicha ciudad. Don Pedro Miguel de Hecheberría costeó el
biaje, que fueron cuatrocientos pesos poco más o meno(s), de lo cual
determinará usted, si se los paga aquí o allá a Don Juan Esteban de Hechesuría
que es compañero de este Señor a quien
bine recomendado por Hechesuría, y siendo el condudto el Obispo. Hoi a las once de la mañana
llegué de México y nos bamos a la tarde para España y pienso que tocaremos en la
Abana porque ya se quitó el bloqueo que estaba en ese puerto, y por esta
razón a sido el tiempo mui corto para haserme más largo. Vsted no estrañe la mala letra pues ya lo
hago medianamente pues estoi fatigado del mobimiento del coche en que hacabo de
llegar, y por ser mui a la ligera ([17])
la he puesto mui mala y me ocuren todas las espesies de un golpe. Expresiones a mis ermanos y en particular a
Juan Visente que ya lo estoi esperando, a mi amigo Don Manuel de Matos y en fin
a todos a quien yo estimo.
Su más atento serbidor y su yjo.
Simón Bolívar.
Yo me dessenbarque
en la casa de don José Donato de Austrea el marío de la[18]
Basterra quien me mandó recado en cuando llegué aquí me fuese a su casa y con
mucha instancia y me daba por razón que no había fonda en este puerto[19].
Como puede verse en el texto, su educación difiere bastante de las personas
cultas de la época, no debemos olvidar que para ese entonces la Real Academia
de la Lengua no había fijado normas sobre esta materia. Sin embargo, en ella se
aprecia que Bolívar empezó a corregir la carta superponiendo un once en la
palabra onse; lo mismo hizo con catorse, y donde escribió dentramos, tachó la d inicial, dejando entonces entramos.
Al llegar a Madrid, con ese ardor juvenil que lo
caracterizaba, Bolívar se enamora apasionadamente de la joven María Teresa
Josefa Antonia Joaquina Rodríguez del Toro y Alayza[20]. La noticia
de su conquista la da a su tío materno, Pedro Palacios Blanco en carta fechada
en Madrid, el 30 de septiembre de 1800. En ella dice:
Por haberme apasionado de una señorita
de las más bellas circunstancias y recomendables prendas, como es mi señora
doña Teresa Toro, hija de un paisano y aun pariente, he determinado contraer
alianza con dicha señorita para evitar la falta que puedo causar si fallezco
sin sucesión; pues haciendo tan justa liga, quiera Dios darme algún hijo que
sirva de apoyo a mis hermanos y de auxilio a mis tíos[21].
Por ser demasiado joven para el
matrimonio, la unión fue discretamente aplazada.
El padre de la futura esposa le aconseja esperar y la envía a Bilbao,
esperando que el idilio se disuelva.
Ella se distancia en su correspondencia, y él, al sentirla en lejanía por su
escasa actividad epistolar, aspirando su exacta reciprocidad sentimental, el 4
de diciembre (de 1801?) le escribe:
Amable hechizo del alma mía: En el
correo pasado escribí a usted el feliz escrito que tuvo mi importuna
impertinencia, en que pidiesen a usted, y cuyos efectos ya sabrá usted con
placer, pues considero que aunque no haya eso de amor por lo menos humanidad no
deja de haber en el benévolo corazón de usted y asiendo asi usted debe
complacerse de ver que me allo casi en el camino de alcanzar la dicha que con
mayor ancia deseo, y cuya pérdida me sería mas costoso que la muerte misma.
Apreciable
Teresa: No deje usted de escribirme todo cuanto haya por que si he de hablar
con verdad, no tendré momento tranquilo, hasta que no sepa como padre ha tomado
la de mi tio, pues el deseo todo se lo teme.
El Marques
de Ustáriz me preguntó si habia escrito a usted
y yo no pude menos que decirle que si.
Escribo a
padre en este, dándole noticias de los ríos.
De quien
será de usted mientras viva y quizá aunque muera
S.B.
(rubricado).
Luego, con leve ironía, expresa:
P.D.
No prodigue usted tanto sus cartas, pr. Qe. Ya no tengo dinero conqe. Sacarlas,
de tantas qe. Vienen en todos los correos[22].
A pesar de todos los
inconvenientes, Bolívar, el hombre de las
dificultades, poco tiempo después, el 30 de marzo de 1802, obtiene las
licencias necesarias, y se casa el 26 de mayo de ese año en la primitiva
iglesia parroquial de San José[23]. En ese
momento ella contaba con 20 años, 7 meses y 11 días de edad y su recién
esposo cumplía 18 años, 10 meses y 2
días de edad.
La luna de miel la hacen
en Bilbao y se hospedan en la vieja
casona de sus ascendientes. Llenos de ilusiones como toda pareja los recién
desposados desde el puerto de La Coruña regresan a Venezuela y llegan a La Guaira el 12 de julio, después de
27 días de travesía. A su arribo escribe a su padre expresándose con ternura
sobre su esposo y emite frases de recuerdo a su familia.
Después de llegar a Caracas se alojan
en la casa del vínculo, en la esquina de Las Gradillas y después de una corta
estadía, parten para San Mateo donde fijan su residencia en la casa grande del
ingenio de los Bolívar.
Lamentablemente, el 22 de enero
de 1803, a los 7 meses y 27 días de casados, el joven Bolívar queda viudo. La
vida de su esposa se extinguió en Caracas, por la terrible enfermedad tropical
de la fiebre amarilla, llamada también maligna (paludismo). No dejó
descendencia.
Una vez más, lleno de
resignación cristiana, Bolívar deposita en el Panteón de su familia, en la
Capilla de la Trinidad de la Catedral de Caracas, los restos mortales de su
idolatrado amor.
En resumen, Simón Bolívar quedó
huérfano de padre a los 2 años, 5 meses y 26 días; huérfano de madre a la edad
de 8 años, 11 meses y 13 días; y, viudo a los 19 años, 5 meses y 29 días, o sea
que no había cumplido los 20 años, cuando se le murieron sus seres más
queridos, quedando completamente huérfano del cariño hogareño, lo cual
transformó por completo su vida futura, que de no suceder, posiblemente jamás
Bolívar hubiese sido el Libertador de América, ni el héroe de mayor fama mundial de esa época.
Bolívar jamás olvidó a su María
Teresa, su delicioso tormento, su encantadora pena de amor. Sobre ella una vez
le refirió a Tomás Cipriano Mosquera:
Yo
contemplaba a mi mujer como una emanación del Ser Supremo que le dio la vida:
el Cielo creyó que le pertenecía, y me la arrebató porque no era creada para la
tierra[24].
Tuvo que ser un golpe muy duro
para el joven Bolívar esta separación tan inesperada; más tarde, hablando de
este suceso con Perú de Lacroix, el 10 de mayo de 1828 le dijo:
Yo no tenía 18 cuando lo hice en Madrid, y enviudé en 1801 no
teniendo todavía 19 años; quise mucho a mi mujer y a su muerte me hizo jurar no
volver a casarme; he cumplido mi palabra. Miren ustedes lo que son las cosas:
si no hubiera enviudado, quizás mi vida hubiera sido otra; no sería el General
Bolívar, ni el Libertador, aunque convengo en que mi genio no era para ser
alcalde de San Mateo. Ni Colombia, ni el Perú, le repliqué, ni toda la América
del Sur estuvieran libres, si V.E. no hubiese tomado a su cargo la noble e
inmensa empresa de su independencia. - No digo eso, prosiguió S.E., porque yo
no he sido el único autor de la revolución y porque durante la crisis
revolucionaria y la larga contienda entre las tropas españolas y las patriotas
no hubiera dejado de aparecer algún caudillo, si yo no me hubiera presentado y
la atmósfera de mi fortuna no hubiese como impedido el acrecentamiento de
otros, manteniéndoles siempre en una esfera inferior a la mía. Dejemos a los
supersticiosos creer que la providencia es la que me ha enviado o destinado
para redimir a Colombia y que me tenía reservado para esto; las circunstancias,
ni genio, ni carácter, mis pasiones, fue lo que me puso en el camino: mi
ambición, mi constancia y la fogosidad de mi imaginación me lo hicieron seguir
y me han mantenido en él. Oigan esto: huérfano a la edad de dieciséis años, y
rico, me fui a Europa, después de haber visto a Méjico y la ciudad de La
Habana: fue entonces cuando, en Madrid, bien enamorado, me casé con la sobrina
del viejo Marqués del Toro, Teresa Toro y Alaiza: volví de Europa para Caracas
en año de 1801 con mi esposa, y les aseguro que entonces mi cabeza sólo estaba
llena de vapores del más violento amor y no de ideas políticas, porque éstas no
habían todavía tocado mi imaginación: muerta mi mujer y desolado yo con aquella
pérdida precoz e inesperada, volví para España, y de Madrid pasé a Francia y
después a Italia: ya entonces iba tomando algún interés en los negocios
públicos, la política me interesaba, me ocupaba y seguía los variados
movimientos. Vi en París, en el último mes del año de 1804, el coronamiento de
Napoleón: aquel acto o función magnífica me entusiasmo, pero menos su pompa que
los sentimientos de amor que un inmenso pueblo manifestaba al héroe francés; aquella
efusión general de todos los corazones, aquel libre y espontáneo movimiento
popular excitado por las glorias, las heroicas hazañas de Napoleón, vitoreado,
en aquel momento, por más de un millón de individuos, me pareció ser, para el
que obtenía aquellos sentimientos, el último grado de aspiración del hombre. La
corona que se puso Napoleón en la cabeza la miré como una cosa miserable y de
estilo gótico: lo que me pareció grande fue la aclamación universal y el
interés que inspiraba su persona. Esto, lo confieso, me hizo pensar en la
esclavitud de mi país y en la gloria que cabría al que lo libertase; pero cuán
lejos me hallaba de imaginar que tal fortuna me aguardaba! Más tarde, sí,
empecé a lisonjearme con que algún día pudiera yo cooperar a su libertad, pero
no con que haría el primer papel en tan grande acontecimiento. Sin la muerte de
mi mujer no hubiera hecho mi segundo viaje a Europa, y es de creer que en
Caracas o San Mateo no me habrían nacido las ideas que me vinieron en mis
viajes, y en América no hubiera logrado la experiencia ni hecho el estudio del
mundo, de los hombres y de las cosas que tanto me ha servido en todo el curso
de mi carrera política. La muerte de mi mujer me puso muy temprano en el camino
de la política; me hizo seguir después el carro de Marte en lugar de habérmelas
con el arado de Ceres: vean, pues, ustedes si influyó o no sobre mi suerte[25].
La inesperada muerte de su esposa desquició por completo al rico
hacendado de Aragua. A fin de hallar
alguna distracción a su soledad y a su duelo, a fines de 1803 volvió a Europa;
ni Madrid y París, con sus placeres, ni las resplandecientes glorias y la pompa
de Bonaparte, aliviaron sin embargo, su tedio y misantropía. El recuerdo de Simón Rodríguez[26],
su antiguo maestro pareció ofrecerle entonces un rayo de esperanza, y marchó a
Viena en su busca. Por cierto que Don
Simón había dejado para entonces aún el apellido materno de Rodríguez muy
prosaico, sin duda, para pasearlo por Europa.
Y se denominaba brillantemente Simón Robinson. Aunque el consuelo en
Viena no fue muy íntimo, provocó al menos que el maestro buscara, a su vez, el
discípulo en París, y que juntos emprendieran en buena parte a pie, el camino
hacia las rientes campiñas de Italia y los graves monumentos de la ciudad
eterna[27].
Esta época es la más extensa de
la vida del Libertador. Hay algunos acontecimientos de estos años que con
frecuencia se suelen traer para demostrar la poca fe de Simón Bolívar y su
indisposición para las cosas espirituales.
Allí Bolívar llevó una intensa
vida social, y disfrutó los placeres que brindaba la gran ciudad. Tuvo amores
con una dama francesa que se decía su prima, Fanny Du Villars, cuyo salón
frecuentaba, y al cual acudían políticos, militares, diplomáticos, científicos,
negociantes y hermosas mujeres.
Agotado el cuerpo por los
excesos constantes, quemado el espíritu por la fiebre alta de la adolescencia,
Bolívar narra sus andanzas y pesares de esa época a su
amiga la señora Teresa de Laisneys de Tristán. Se cree que fue hecha en
París, en 1804? Como en esta carta íntima y dramática nos da una visión
confidencial de esta etapa romántica y sublime de su vida, he juzgado
conveniente reproducir su traducción íntegramente a continuación. Al respecto
le dice:
Escuchad, puesto que queréis
saberlo:
Usted, recordará lo triste que
me hallaba cuando os dejé para reunirme con el señor Rodríguez en Viena. Yo
esperaba mucho del trato de mi amigo, con el compañero de mi infancia, del
confidente de todas mis alegrías y mis
penas, del mentor, cuyos consejos y consuelos han tenido siempre para mi tanto
imperio. ¡Ay! en esta circunstancias, fue estéril su amistad. El señor
Rodríguez sólo sentía amor a las ciencias.
Mis lágrimas lo afectaron, porque él me quería sinceramente, pero no las
comprende. Lo hallé muy ocupado con un gabinete de física y química que formaba
un señor alemán, y en el cual estas ciencias debían demostrarse públicamente
por el señor Rodríguez. Apenas le veo
una hora al día. Cuando me reúno
con él, me decía de prisa: mi amigo, diviértete, reúnete con los jóvenes de tu edad, vete al espectáculo, en fin, es
preciso distraerte y este es el sólo medio que hay para que te cures. Yo comprendo entonces que le falta alguna cosa a
este hombre, el más sabio el más virtuoso, y sin que haya duda el más
extraordinario que se puede encontrar. Pronto caí en un estado de tal
consunción que los médicos declararon que iba a morir. Era lo que yo deseaba.
Una noche que estaba muy malo, Rodríguez me despierta con mi médico: ambos
hablaban en alemán. Yo no comprendía una palabra de lo que ellos decían; pero,
por su acento, por su fisonomía, conocía que su
conversación era muy animada. El médico, después de haberme examinado
cuidadosamente varias veces se marchó.
Tenía todo mi conocimiento y, aunque muy débil podía sostener todavía
una conversación. Rodríguez se sentó cerca de mi. Me habló con esa bondad
afectuosa que me ha manifestado siempre en todas las circunstancias más graves
de mi vida; me reconviene con dulzura y me hace conocer que es una locura el
abandonarme y quererme morir en la mitad del camino. Me hizo comprender que el amor no era todo en la vida de un
hombre, y que podía ser muy feliz dedicándome a la ciencia o entregándome a la
ambición: ud. sabe con que encanto
persuasivo habla este hombre; aunque diga los
sofismas más absurdos, cree uno que tiene razón. Me persuade, como lo
hace siempre que quiere. Viéndome entonces un poco mejor, me deja, pero al día siguiente me hace parecidas
exhortaciones. La noche siguiente, exaltó mi imaginación con todo lo que yo
podría hacer, de hermoso, de grande, sea
por las ciencias, sea por la libertad de los pueblos, le dije: Sí, sin duda, yo
siento que podría lanzarme en las brillantes carreras que ud. me presentáis, pero para ello es preciso que yo
fuese rico: sin medios de ejecución no se alcanza nada; y lejos de ser rico,
soy pobre, y estoy enfermo y abatido. ¡Ah! Rodríguez, prefiero morir!…, y le
tendí la mano para suplicarle que me dejara morir tranquilo. Un cambio se vio
en la fisonomía de Rodríguez; una revolución súbita: quedó por un instante
indeciso, como un hombre que vacila acerca del partido que debe tomar. En este
instante, eleva los ojos y las manos hacia el cielo, exclamando con una voz
inspirada: ¡Está salvo! Se acercó a mí, tomó mis manos desfallecientes, las
aprieta con la suyas que tiemblan y están bañadas en sudor, y enseguida me
dice, con un acento sumamente afectuoso que no conocía: ¿Así mi amigo, si tu
fueras rico, consentirías en vivir. Quedé irresoluto, no sabía lo que esto
significaba. Respondo: Si, ¡Ah! Exclama él, nosotros estamos salvos… ¿el oro
sirve, pues, para alguna cosa? ¡Pues bien!, ¡Simón Bolívar, eres rico! ¡Tienes
actualmente cuatro millones!… No te describiré, querida Teresa, la impresión
que me hicieron estas palabras, ¡Tienes actualmente cuatro millones…! A pesar
de ser tan extensa y difusa como es nuestra lengua española, es, como todas las
demás,impotente para explicar semejantes emociones. Los hombres las
experimentan pocas veces. Sus palabras corresponden a las sensaciones
ordinarias de este mundo; las que yo sentía eran sobrehumanas; estoy admirado
de que mi organismo las haya podido
resistir.
Me detengo: la memoria que yo
acabo de evocar me abruma. ¡Oh! ¡cuán
lejos están las riquezas de dar los goces que ellas hacen esperar!… Estoy
bañado en sudor, y más fatigado que nunca
después de mis largas marchas con Rodríguez. Me voy a bañar: Iré a
buscarla después de cenar para ir al teatro
francés.
Pongo esta condición que no me preguntareis nada relativo a esta carta,
comprometiéndome a continuarla después del espectáculo.
Simón Bolívar
Rodríguez no me había engañado:
yo tenía realmente cuatro millones[28].
Este hombre extraño, caprichoso, sin orden en sus propios negocios, que se
endeudaba con todo el mundo sin pagar a nadie, hallándose muchas veces reducido
a carecer de las cosas más necesarias, este hombre ha cuidado y manejado la
fortuna que mi padre me ha dejando con tanta habilidad como integridad, y la ha
aumentado en un tercio. Sólo ha gastado en mi persona veinte y ocho mil francos
durante los ocho años que yo he estado
bajo su tutela. Ciertamente, él ha debido cuidarla mucho. A decir
verdad, la manera como me hacia viajar era muy económica; él no ha pagado más
deudas que las que contraje con mis sastres, pues la que es relativa a mi
instrucción es muy pequeña respecto a que él era mi maestro universal.
Rodríguez pensaba hacer nacer
en mí la pasión a las conquistas intelectuales que regirán como esclavas a las
de los sentidos. Espantado el imperio que sobre mí tomó mi primer amor, y de
los dolorosos sentimientos que me condujeron a la puerta de la tumba, se
lisonjeaba de que se desarrollaría mi antigua dedicación a las ciencias, pues
tenía medios para hacer descubrimientos, siendo la celebridad y la fama el
único objeto de mis pensamientos. ¡Ay! El sabio Rodríguez se engañaba: me
juzgaba por él mismo. Acababa de cumplir los veinte y un años, difícilmente
podía él ocultarme por más tiempo mi fortuna; pero me lo habría hecho conocer
gradualmente, y de eso estoy seguro, si las circunstancias no le hubiesen
obligado a hacérmela conocer de una vez. Yo no había deseado las riquezas: ella
se me presentaban inesperadamente sin buscarlas; sin estar preparado para
resistir a la seducción de su goce.
Yo me abandono enteramente a ella.
Nosotros somos los juguetes de la
fortuna; a esta grande divinidad del Universo, la única que yo reconozco, es a
quien deben atribuir precisamente nuestros vicios y nuestras virtudes.
Si ella no hubiese puesto un
inmenso caudal en mi camino, servidor celoso de las ciencias, amigo entusiasta
de la libertad, la gloria hubiese sido el único objeto de mi pensamiento, el
único fin de mi vida. Los placeres ni siquiera me han cautivado, sino de una
manera superficial. La exaltación ha sido breve, pues el hastío la ha seguido
muy de cerca. Dice ud. también que yo me inclino menos a los placeres que al
fausto. Convengo en ello porque me parece, que el fausto tiene un falso aire de
gloria.
Rodríguez no aprobaba el uso
que yo hacía de mi fortuna: le parecía que era mejor gastarla en instrumentos
de física y en experimentos químicos; así es que no cesa de vituperar los
gastos que él llama necedades frívolas. Desde entonces, me atreveré a
confesarlo, desde entonces sus reconvenciones me molestaban y decidí abandonar
Viena para librarme de ellas. Me dirigí a Londres, donde gasté ciento cincuenta
mil francos en tres meses. Me fui después a Madrid donde sostuve un tren de
príncipe. Hice lo mismo en Lisboa. En fin, por todas partes ostenté el mayor
lujo y prodigo el oro a la simple apariencia de los placeres, pero en todos
estos placeres permanecí indiferente.
Hastiado de todas las grandes
ciudades que he visitado, vuelvo a París con la esperanza de hallar tal vez
aquello que no he encontrado en ninguna parte, un género de vida que me
convenga. Pero Teresa, yo no soy un hombre como todos los demás y París no es
el lugar que puede poner término a la vaga incertidumbre que me atormenta. Sólo
hace tres semanas que he llegado aquí y estoy aburrido.
He
aquí mi querida amiga, todo cuanto tenía que decirle acerca del tiempo pasado;
respecto al presente, no existe para mí, es un vacío completo donde ni un solo
deseo puede nacer, y que no deja ninguna huella grabada en mi memoria. Será el
desierto de mi vida. Apenas tengo un ligero capricho en mi mente, lo satisfago
al instante y lo que yo he creído desear, cuando lo poseo, sólo es un objeto de
disgusto. ¿Los continuos cambios que son el fruto de la casualidad, reanimarán
acaso mi vida? Lo ignoro; pero si no sucede esto, volveré a caer en el estado
de consunción de que me había sacado Rodríguez al anunciarme que yo tenía
mis cuatro millones. Sin embargo, no crea Ud. que me rompo la cabeza en vanas
conjeturas sobre el porvenir. Únicamente los locos se ocupan de estas
quiméricas combinaciones. Sólo se pueden someter al cálculo las cosas cuyos
datos son totalmente conocidos; entonces el juicio, como en las matemáticas,
puede formarse de una manera exacta.
¿Qué pensara Ud. de mi?
Dígamelo con franqueza, (Yo pienso que hay pocos hombres que sean corregibles);
y como es siempre útil el conocerse y saber lo que uno puede esperar de sí
mismo, yo me considero feliz cuando la casualidad me presente un amigo que me
pueda servir de espejo.
Adiós, yo iré a cenar mañana
con Ud.
En
esta carta, Bolívar hace un examen general de su errante realidad. Demuestra su
crisis moral y física que lo postró en la cama por la manera violenta con que
se entregó a los placeres, en busca del
lenitivo por el cual, hasta entonces había disculpado su inquietud por la
angustia, el dolor y la pasión malograda que le había causado la muerte
prematura de su esposa y su necesidad de olvidarla. Esta crisis le produjo una
misantropía pasajera y representó el primer dolor que perturbó su euritmia
orgánica.
De
acuerdo a su contenido, podía pensarse que en esta época, el organismo sufrió
una impregnación bacilar, el despertar de una primo-infección, que se volvió
inactivo por el triunfo de sus defensas orgánicas.
Aunque estas referencias puedan
juzgarse como minuciosidades, las refiero porque nos permiten conocer los
sentimientos afectuosos, que siempre influyeron y signaron su corazón.
Una
vez superada la crisis, se dedica a recorrer a Europa, y en la primavera de
1804 parte para Francia. Asiste a la coronación de Napoleón como Emperador.
Desde ese momento se decepciona de él, lo tilda de tirano y deja de ser un
agradable y admirado recuerdo. Luego continúa su viaje por Italia en compañía
de su maestro Simón Rodríguez, quien le recomendó hacer la travesía a pie para
que restableciera su salud y se convenciera que era capaz de realizar esfuerzos
mayores.
De
Turín siguió a Milán, Venecia, Florencia y Roma. En esta capital va al monte
sagrado. Allí se inspira y pronuncia su
famoso juramento de libertar a su patria o morir por ella. Desde este momento,
esta idea ocupó su corazón convirtiéndose en su razón de vida.
Una
vez en Caracas, a pesar de su inexperiencia emprende los preparativos de su
obra por la independencia hasta lograr
la revolución del 19 de abril.
En
ese momento el país era un completo desastre, las rentas estaban en desorden y
el papel moneda desvalorizado, faltaban armas y municiones, las tropas
desalentadas. Los patriotas al sentirse perdidos, le entregan el mando a
Miranda, quien consciente de su responsabilidad, pronuncia estas significativas
palabras: Se me encarga de presidir los
funerales de Venezuela, pero yo no puedo negar a la patria mis servicios en las
calamitosas circunstancias en que la han colocado los hombres y los elementos[30].
Becerra toma éste fragmento de un escrito, que en 1861 hiciera Don José Manuel
Vega, antiguo cirujano ayudante en el ejército de Miranda, para refutar los
juicios emitidos al respecto por el historiador Felipe Larrazábal.
Cuando
llega el Precursor el 27 de abril de 1812 es destinado a comandar la plaza de
Puerto Cabello y llega a tomar posesión el 4 de mayo. Allí para colmo de males,
Bolívar, gracias al desacatamiento de las órdenes impartidas y a la traición
del Francisco Fernández Vinoni[31],
a la 1 de la tarde del martes 30 de junio de 1812, pierde la mejor guarnición,
la plaza y el castillo San Felipe de Puerto Cabello, donde se encontraban
almacenados los víveres y 1700 quintales de pólvora, junto con la artillería y
municiones de esta plaza, indispensables para contener el poder de los
realistas.
Apenado,
por la caída de la llamada primera república, desde esa ciudad se dirige al
generalísimo Miranda, notificándole que:
Lleno de una especie de
vergüenza, me tomo la confianza de dirigir a Usted, el adjunto parte[32],
apenas es una sombra de lo que realmente ha sucedido, mi cabeza, mi corazón no
están por nada. Así suplico a Usted, me permita un intervalo de poquísimos días
para ver si logro reponer mi espíritu en su temple ordinario. Después de haber
perdido la última y mejor plaza del Estado ¿cómo no he de estar alocado, mi
general? ¡de gracia no me obligue Usted a verle la cara!, yo no soy culpable,
pero soy desgraciado y basta…[33].
Luego,
en otra misiva de la misma fecha continúa su relato y le dice a Miranda:
Ahora que son las 3 de la
mañana, os repito como un oficial indigno de serlo, con la guarnición y los
presos se ha sublevado en el Castillo de San Felipe y han roto un fuego desde
la 1 de la tarde sobre esta plaza: en el Castillo están casi todos los víveres
y municiones y sólo hay fuera diez y seis mil cartuchos[34].
Orgulloso
de su acción, desde el Castillo de San Felipe de Puerto Cabello, el 3 de julio de 1812, Francisco Fernández
Vinoni le escribe a Su Excelencia el
Mayor general Hodgson, Gobernador de la Isla de Trinidad, diciéndole:
Tengo el honor de informar a
V.E., que en 30 de junio último (con la
ayuda e algunos leales súbditos estacionados en el mismo) izé la Bandera
Española en este Castillo y proclamé a nuestro Augusto Monarca Fernando 7º; habiéndosenos incorporado también la Batería
de Punta Brava y las del Fuerte del Vigía (o puesto de Señales). Para impedir
sin embargo la escasez de provisiones que podamos experimentar resolví
despachar a don Jacinto Iztueta para traer con la mayor rapidez posible a
vuestra Isla algunas galletas, bacalao, carne salada, y espero que V.E.,
tendrá a bien ayudarlo en todo aquello
que pueda estar en vuestro poder y estar seguro de mi gratitud y que por mi
parte protegeré al comercio Británico siguiendo el ejemplo de la Madre Patria y
cuya causa considera la gran Nación Británica como suya propia[35].
A
consecuencia de su desgraciada suerte Bolívar piensa por primera vez en
suicidarse. Era tanto su sentimiento de culpa que el 14 de julio le envía a
Miranda el parte oficial de la pérdida de Puerto Cabello y al final le dice:
En cuanto a mí, yo he cumplido
con mi deber; y aunque se ha perdido la plaza de Puerto Cabello, yo soy
inculpable, y he salvado mi honor; ¡ojalá no hubiera salvado mi vida, y la
hubiera dejado bajo los escombros de una ciudad que debió ser el último asilo
de la libertad y la gloria de Venezuela!
Cuando
Miranda recibe el domingo 5 de julio de 1812 la fatal noticia, exclamó en
francés su célebre frase: Venezuela est
blessée au coeur (Venezuela está herida en el corazón).
Ante
esta lamentable situación, el Consejo Federal le aconseja proponer un rechazado
armisticio que se transformó en capitulación.
Una
vez que Miranda concluye el sábado 25 de julio de 1812, la llamada Capitulación de San Mateo[36],
se fue a La Guaira[37]
con intención de ir a Nueva Granada para organizar de acuerdo con Nariño, otra
expedición sobre Venezuela, pero los patriotas perturbados, al no entender su
proceder, lo inculparon de traición y en la noche del 30 de julio, al ver que
Miranda se iba le dijeron que era mejor embarcarse en la mañana porque había
mal tiempo. Creyendo Miranda en sus compañeros aceptó esta petición y se fue a
dormir a la casa de la factoría (antigua sede de la Compañía Guipuzcoana)
después de la cena de despedida que le habían ofrecido. De esta manera,
Miranda, sin saberlo, cayó en la trampa urdida por un grupo de patriotas
liderizados por Simón Bolívar, Juan Paz del Castillo, José Mires de Azagra,
Manuel Cortes, Manuel Montilla, Rafael Chatillón, Miguel Carabaño, Rafael
Castillo y José Landaeta, quienes lo entregaron al General español Monteverde[38].
Al conocer la actitud de sus amigos, el Precursor, lleno de honda pesadumbre,
profirió esta famosa expresión que resume la tragedia del pueblo venezolano y
la mitad de su historia: ¡Bochinche...
Bochinche!..., esta gente no es capaz sino de Bochinche!. De esta manera se
consuma el primer golpe de Estado en
Venezuela.
Como
contraprestación de esta entrega, Bolívar, acogiéndose a la violada
capitulación por la cual él había calificado a Miranda de traidor, obtuvo de
Monteverde el permiso y el pasaporte para embarcarse a Curazao con todos sus
bienes[39]
en consideración al gran servicio a la causa realista en la entrega de Miranda.
Llama la atención que ninguno de sus compañeros se halla referido a este
significativo acontecimiento. ¿Por qué tanto silencio? ¿Cuáles serían las
verdaderas razones de la entrega?
Este
pequeño episodio tiene a mi juicio gran trascendencia pues, sin entrar a
discutir los móviles que lo inspiraron, nos permite esclarecer la participación
del Libertador Simón Bolívar en la entrega del generalísimo
Una
vez hecha esta esclarecedora y necesaria aclaratoria, continuaremos ahora con el estudio de la relación médico-paciente
la cual, por su correspondencia sabemos que fue muy compleja.
Desde
muy joven Bolívar siempre manifestó su apatía por la medicina hipocrática,
incluyendo a sus oficiantes, los médicos.
Para
formarnos una visión integral del tema abordado, apreciaremos ahora la
descripción que consigna a su memorialista de la villa bumanguesa, el día 13 de
mayo de 1828, donde le cuenta:
A las siete de la mañana entré
en el aposento del Libertador, que estaba en su cama tomando una taza de té. Me
dijo Su Excelencia que tenía el estómago
algo cargado y un gran dolor de cabeza. A poco rato entró su médico, el Dr.
Moor, muy apresurado, riéndose Su Excelencia
de su apuro. El doctor recetó un vomitivo con tártaro emético y el
Libertador dijo que no lo tomaría; entonces el médico aconsejó que continuara
con el té y se retiró.
Este doctor, dijo Su
Excelencia está siempre con sus
remedios, sabiendo que yo no quiero drogas de botica; pero los médicos son como
los Obispos: aquéllos siempre dan recetas y éstos siempre echan bendiciones,
aunque las personas a quienes las dan no las quieran o se burlen de ellas. El
Dr. Moor está enorgullecido de ser mi médico y le parece que esta colocación
aumenta su ciencia: creo que efectivamente necesita de ese apoyo. Es buen
hombre y conmigo de una timidez que perjudicaría a sus conocimientos y luces
aun cuando tuviese las de Hipócrates. La dignidad doctoral que ostenta algunas
veces es un ropaje ajeno de que se reviste y que le sienta muy mal. Está
engañado si piensa que tengo fe en la ciencia que profesa, en la suya y en sus
recetas: se las pido, a ratos, para salvar su amor propio y no desairarlo; en
una palabra, mi médico es para mí un mueble de aparato, de lujo y no de
utilidad; lo mismo ocurría con mi capellán, que he hecho regresar.
¡Qué exactitud y qué fuerza de
colorido en ese retrato! ¡Qué crítica tan justa y tan concisa! El Dr. Moor,
como dice Su Excelencia, es un buen hombre; es médico, como se ve, del
Libertador y, además, cirujano, y tiene el empleo de primer comandante con
grado de Coronel; es inglés de nacimiento. Su Excelencia discurre muy raras veces con él y el doctor
nunca se mezcla en las conversaciones de la mesa ni de las tertulias.
El
día 14 de mayo de 1828 continúa su
relato y expresa:
El
Libertador amaneció bueno y, al momento de sentarnos a la mesa para almorzar, me dijo: Ya ve usted, Coronel, que sin el emético del doctor me he puesto bueno
y quizás si lo hubiera tomado estaría ahora con los humores revueltos y con una
fuerte calentura.
A
pesar de ser un hombre acostumbrado a mandar y nunca a obedecer, el Libertador
fue diáfano y prolijo en la manifestación de sus padecimientos físicos y de sus
torturas morales para formar un cuadro clínico que le permitía realizar su
autodiagnóstico y en base a él auto-recetarse.
Como
algo curiosos daremos a conocer una auto-receta en la que ordena dos
preparaciones:
La
primera es un linimento: medicamento compuesto con aceite de comer y extracto
de Saturno, que es un subacetato de plomo, usado contra las quemaduras; y la
segunda, una infusión de té y flor de saúco, empleada en medicina como
diaforético y resolutivo. Al final de la misma agrega estas palabras: Para mí,
Bolívar[40].
Hay
que tener en cuenta que a través de su epistolario se pone en evidencia que
Bolívar poseía una innata rebeldía a todo lo que significaba sumisión, por eso
le costaba cumplir las órdenes de los galenos. Como demostración citaremos
algunas referencias que la historia ha preservado para que nosotros pudiéramos
conocerlo a plenitud. Veamos una pequeña muestra a continuación:
En
carta que envía al General Santander desde Pativilca, el 7 de enero de 1824, le
hace saber:
Lo
peor es que el mal se ha entablado y los síntomas no indican su fin. Es una
complicación de irritación interna y de reumatismo, de calentura y de un poco
de mal de orina, de vómitos y dolor cólico. Todo esto hace un conjunto que me
ha tenido desesperado y aflige todavía mucho. Ya no puedo hacer un esfuerzo sin
padecer infinito[41].
Desde
Cartagena el 25 de septiembre de 1830, el Libertador se dirige al Señor
Estanislao Vergara, y le dice:
No
puedo menos de confesar a ud., que aborrezca mortalmente el mando porque mis
servicios no han sido felices, porque mi natural es contrario a la vida
sedentaria, porque carezco de conocimientos, porque estoy cansado y porque
estoy enfermo[42].
La
lucha final por su propia existencia la marcó el vía crucis que recorrió desde
que salió de Bogotá, el 8 de mayo de 1830, para recorrer Facatativa, Honda,
Mompos, Cartagena, Soledad, Barranquilla y Sabanilla hasta culminar en Santa
Marta.
Encontrándose
en Turbaco, el 2 de octubre de 1830 le escribe al General Urdaneta:
Yo he venido aquí de Cartagena
un poco malo, atacado de los nervios, de la bilis y del reumatismo. No es
creíble el estado en que se encuentra mi naturaleza. Está casi agotada y no me
queda esperanza de restablecerme enteramente en ninguna parte y de ningún modo.
Sólo un clima como el de Ocaña puede servirme como alivio; pues la tierra
caliente me mata y en la fría no me va bien; la experiencia me lo ha enseñado
así[43].
Cuando
llega a Soledad, el 16 de octubre de 1830 le comunica al General Rafael
Urdaneta Faría:
Mi
querido general y amigo:
Me tiene Ud. aquí detenido a
causa de mi salud que se ha deteriorado mucho, porque los males de que adolezco
se han complicado de una manera muy penosa. Yo sufría antes bilis y contracción
de nervios, y ahora he resucitado mi antiguo reumatismo; así es que cada
remedio, o cada precaución que tomo para impedir el progreso de una de las
enfermedades, perjudica a la otra fuertemente. Es inútil detallar la serie de
estas menudencias; siendo lo peor de todo que ni un médico regular ni tampoco
el clima me conviene. Yo conozco, y los profesores me lo han aconsejado, que
debo navegar unos días en el mar para remover mis humores biliosos y limpiar mi
estómago por medio del mareo, lo que es para mí un remedio infalible, ya que no
puedo vencer la repugnancia de tomar remedios por la boca. Todavía no he
llegado a tragar una gota de medicina a pesar de la gravedad de mis males; al
mismo tiempo mi reumatismo se opone a que vaya a percibir las humedades y los
fríos de esas sierras heladas que se encuentran desde Ocaña, al paso que mis
nervios sufren extraordinariamente de este inmenso calor; de suerte que, con
mucho dolor, suelo menearme y darme un paseo en la casa, sin poder subir una
escalera por lo mucho que sufro. También ha de saber Ud. que mi debilidad ha
llegado a tal extremo que el menor airecito me constipa y que tengo que estar
cubierto de lana de la cabeza los pies. Mi bilis se ha convertido en atrabilis,
lo que ha insuflado poderosamente en mi genio y carácter. Todo esto mi querido
general, me imposibilita volver al gobierno, o más bien de cumplir lo que había
prometido a los pueblos de ayudarlos con todas mis fuerzas, pues no tengo
ninguna que emplear ni esperanzas de recobrarlas. Bien persuadido de esta verdad, y no queriendo engañar a
nadie, y mucho menos a Ud., tengo la pena de asegurarle que, no pudiendo servir
más, he resuelto decididamente tratar sólo de cuidar mi salud, o más bien mi
esqueleto viviente.
Espero que dentro de ocho días
estaré un poco mejor para poder seguir a Santa Marta a tomar aires mejores y
buenos baños; si allí no recibo mejoría, quien sabe lo que hago, pues no tengo
un médico que me aconseje, ni una persona digna de ser oída en esta materia de
salud; quien sabe si yo me estoy matando por no hacerme nada, y siguiendo un
régimen errado[44]!
El 31
de octubre de 1830, desde Soledad, le
escribe al General Urdaneta y le vuelve a demostrar su diátesis psíquica y le
refiere su mal estado de salud diciendo:
Más hay un punto sobre el cual
no podemos acordar, pues es imposible se opone a todo: mi salud. Se ha
deteriorado tanto que realmente he llegado a creer que moriría; con este motivo
tuve que llamar al médico del lugar para ver si me hacía algún remedio, aunque
no tengo la menor confianza en su capacidad y voluntad; pero, el pobre, me ha
levantado de la cama, dándome una fuerza facticia, pero dejando las cosas como
estaban, porque no hay buen medicamento para quien no lo toma, pues ésta es mi
mayor enfermedad y lo peor que es irremediable; porque prefiero la muerte a las
medicinas: ni aún la coacción del dolor, me persuade, pues le tengo una
repugnancia que no puedo vencer[45].
Desde
esta última ciudad, el 6 de noviembre de 1830 le manifiesta al General
Urdaneta:
Mi mal se va complicando y mi
flaqueza es tal que hoy mismo me he dado una caída formidable, cayendo de mis
propios pies sin saber cómo y medio muerto. Por fortuna no fue más que un buen
vahido que me dejó medio aturdido, más esto siempre prueba lo que dije antes,
que estoy muy débil[46].
Ese
mismo día le escribe a su amigo el Señor Estanislao Vergara y le comunica:
Mis males se han calmado un
poco, aunque tengo que guardar el mayor régimen en la dieta, ejercicio y demás;
voy recobrando por grado mis fuerzas[47].
Yo creo todo perdido para siempre, y la patria y mis amigos sumergidos en un piélago de calamidades. Si no hubiera más que un sacrificio que hacer y que éste fuera el de mi vida, mi felicidad o mi honor… créame Vd., no titubearía; pero estoy convencido que este sacrificio sería inútil, porque nada puede un hombre contra un mundo entero; y porque soy incapaz de hacer la felicidad de mi país me deniego a mandarlo. Hay más aún, los tiranos de mi país me lo han quitado y yo estoy proscripto; así yo no tengo patria a quien hacer el sacrificio. Perdóneme Vd., mi querido amigo, la molestia que le doy con esta declaración, la he debido al general Urdaneta y a Vd., por eso me he detenido en hacerla, pues un desengaño vale más que mil ilusiones. Póngame a los pies de su señora y mande Vd., a quien lo ama de corazón.
Otra
nueva manifestación de su incredulidad por los médicos la conseguimos en la
misiva que desde Barranquilla le envía el 16 de noviembre, al General Urdaneta:
Mi
salud marcha regularmente, es decir marcha su camino, pues yo no le pongo
término por causa de mi repugnancia a las medicinas y porque este clima me
mata. Ya no tengo dieta, porque era el único medio de no morirme de debilidad,
mas en nada he ganado. Pienso embarcarme en una goleta que vendrá muy pronto a
Sabanilla. Arrojaré bilis y me debilitaré más[48].
El
23 desde ese mismo lugar, mes y año, le
expresa al General Mariano Montilla:
Mis
males van de peor en peor, ya no puedo con mi vida, ni la flaqueza puede llegar
a más. El médico me ha dicho que pida un
buque para ir a Santa Marta o Cartagena, pues no responde de mi vida dentro de
poco. Y así estoy resuelto a irme a cualquier parte y, por lo mismo, si Ud., me
manda buque me iré para allá. ¡Pero cómo llegaré! Daré compasión a mis
enemigos. Es el sentimiento menos agradable que un hombre puede inspirar a sus
contrarios[49].
Al
día siguiente le cuenta al General Justo Briceño:
Siento comunicar a Ud., que mi salud
sigue en malísimo estado, tanto que el médico que me atiende me ha aconsejado
irme de aquí, porque el no responde por mi vida si me quedo. Esto me ha
determinado as embarcarme por mar para Santa Marta o Cartagena, adoptando este
medida como el único recurso que me queda para ver si me mejoro. Si por este
medio no lo logro, ya no me queda más esperanza que irme como pueda a algún
país frío donde pueda llegar, pues ya no me atrevo (ni pueda aunque hiciera el
mayor esfuerzo) a hacer una marcha de dos días por tierra. Crea Ud., que no le
exagero cuando le aseguro que para subir y bajar una pequeña escalera me causa
tanta fatiga como me hubiera costado en otro tiempo subir el cerro más
pendiente. Sólo los que me han visto pueden tener una idea del estado de
flaqueza y debilidad en que estoy[50].
El
26 le cuenta al General Urdaneta:
Estoy resuelto a irme a
cualquiera parte por no morirme aquí. Creo que los aires del mar me harán
provecho y que debo irme a un temperamento donde pueda recobrar mi salud, sea
donde fuere, pues es peor quedarme para seguir sufriendo los achaques que hace
dos meses estoy padeciendo, y morirme cuando más tarde dentro de un par de
meses que duraré cuando más. En Jamaica hay excelentes temperamentos y allá es
donde pienso irme; si me mejoro volveré y si no lograré a lo menos no padecer
tanto. Ruego a Ud., pues, que me mande un pasaporte, aunque puede suceder que
llegue tarde, ya estoy casi todo el día en la cama por la debilidad, el apetito
se disminuye y la tos o irritación del pecho va de peor en peor. Si sigo así
dentro de poco no sé que será de mí y por consiguiente no puedo aguardar[51].
El 4
de diciembre desde Santa Marta le dice al General Diego Ibarra:
He recibido tu apreciable carta
que me ha sido muy satisfactoria y siento no poderla contestar con extensión
por hallarme muy postrado por mis males. Estos me han hecho sufrir por algún
tiempo, y después de haber hecho todo lo posible para curarme, hasta embarcarme
en la mar, me hallo en el mismo estado y sin esperanza de curarme en algún país
frío[52].
Ese
mismo día le dice su situación al General Pedro Briceño Méndez:
Mis
males no permiten contestar la apreciable de Ud., como yo deseara: los que me
han visto podrán decir a Ud., el estado ñeque me hallo. Hace ya algunos meses
que mis padecimientos se han agravado bastante, reduciéndome al fin a un estado
en que ya no me es posible atender otra cosa que mi salud, y aun así ignoro el
término de mis sufrimientos, pues tengo poca esperanza de un pronto
restablecimiento. El clima ha sido la causa principal de mi postración y como
éste no es fácil variarlo, por las dificultades que tengo para trasportarme a
otros lugares, creo con toda ingenuidad que mis achaques durarán algún tiempo[53].
En
víspera de la muerte de Bolívar, su edecán, Luis Perú de Lacroix, le escribe
desde Cartagena, el 18 de diciembre de 1830, un dramático relato a doña Manuela
Sáenz Aispurú, la dama quiteña que el Libertador amó apasionadamente. Al
respecto le dice:
Mi
respetada y desgraciada Señora:
He
prometido escribir a usted y de hablarle con verdad; para cumplir con este
encargo y empezar por darle la más fatal noticia.
Llegué
a Santa Marta el día 12, y al mismo momento me fui para la hacienda de San
Pedro donde se halla el Libertador. Su Excelencia estaba ya en un estado cruel
y peligroso de enfermedad; pues desde el día 10 había hecho el testamento y
dado una proclama a los pueblos en la que se está despidiendo para el sepulcro.
Permanecí
en San Pedro hasta el día dieciséis, que me marché para esta ciudad
(Cartagena), dejando a su Excelencia en un estado de agonía, que hacía llorar a
todos los amigos que lo rodeaban.
A su
lado estaban los generales Montilla, Silva, Portocarrero, Carreño, Infante y
yo; y los coroneles Cruz, Paredes, Wilson, capitanes Ibarra, teniente Fernando
Bolívar y algunos otros amigos.
Sí mi
desgraciada Señora, el grande hombre estaba para quitar esta tierra de la
ingratitud y pasar a la mansión de los muertos, a tomar asiento en el templo de
la posteridad y de la inmortalidad, al lado de los hombres que más han figurado
en esta tierra de miseria.
Lo
repito a usted, con el sentimiento del más vivo dolor, con el corazón lleno de
amargura y de heridas: dejé al Libertador el día dieciséis ya en los brazos de
la muerte; en una agonía tranquila, pero que no podía durar mucho. Por momentos
estoy aguardando la fatal noticia, y mientras tanto, lleno de agitación, de
tristeza lloro ya la muerte del Padre de la Patria, del infeliz y grande
Bolívar, matado por la perversidad y por la ingratitud de los que todo le
debían, que todo habían recibido de su generosidad.
Tal
es la triste y fatal noticia que me veo en la dura necesidad de dar a usted.
Ojalá
el Cielo, más justo que los hombres, echase una ojeada sobre la pobre Colombia;
viese la necesidad que hay de devolverle a Bolívar e hiciese el milagro de
sacarlo del sepulcro en que casi lo he dejado.
Permítame
usted, mi respetable Señora, de llorar con usted la pérdida inmensa que ya
habremos hecho, y habrá sufrido toda la República; y prepárese usted a recibir
la última y fatal noticia.
Soy
de usted admirador y apasionado amigo, y también su atento servidor que sus
manos besa.
(Fdo.)
Luis Perú de Lacroix[54].
Después de sacrificar su salud y su fortuna para asegurar la libertad y felicidad de su patria, el desenlace final se consuma el 17 de diciembre de 1830. Su última hora la describe el Dr. Révérend de manera conmovedora y solemne:
Llegó
por fin el día enlutado, el 17 de diciembre de 1830, en que iba a terminar su
vida el ilustre caudillo Colombiano, el Gran Bolívar. Eran las nueve de la
mañana cuando me preguntó el general Montilla por el estado del Libertador. Le
contesté que a mi parecer no pasaría del día. .-Es que yo recibí una esquela
diciéndome que el Señor Obispo está algo malo, y quisiera que usted fuera a
verle.-Disponga usted, mi general.- ¿Y el moribundo aguantará hasta que usted
esté de vuelta?- Creo que sí, con tal que no haya demoras en esta diligencia.-
Entonces aquí está el mismo caballo del Libertador. A todo escape ida y vuelta;
ya usted sabe, no hay momento que perder.- En efecto, cuando volví, conocí que
se iba aproximando la hora fatal. Me senté en la cabecera, teniendo en mi mano
la del Libertador, que ya no hablaba sino de un modo confuso. Sus facciones
expresaban una perfecta serenidad; ningún dolor o seña de padecimiento se reflejaba
sobre su noble rostro. Cuando advertí que ya la respiración se ponía
estertorosa, el pulso de trémolo casi insensible y que la muerte era inminente,
me asomé a la puerta del aposento, y llamando a los generales, edecanes y los
demás que componían el séquito de Bolívar: -Señores, exclamé, si queréis
presenciar los últimos momentos y postrer aliento del Libertador, ya es tiempo.
Inmediatamente fue rodeado el lecho del ilustre enfermo, y a pocos minutos
exhaló su último suspiro Simón Bolívar, el ilustre Campeón de la libertas
sud-americana, cuya defunción cubrió de luto a su patria, también pintado
cuando en su proclama el general Ignacio Luque exclamaba: Ya murió el Sol de
Colombia[55].
Después
de procedió a realizar su autopsia cuyo contenido es el siguiente:
El 17 de Diciembre de 1830 a
las 4 de la tarde, en presencia de los señores Generales beneméritos Mariano
Montilla y José Laurencio Silba, habiéndose hecho la inspección del cadáver en
una de las salas de la habitación de San Pedro, en donde falleció S. E. el
General Bolívar, ofreció los caracteres siguientes:
HABITUD DEL CUERPO.---- Cadáver
a los dos tercios de marasmo, descoloramiento universal, tumefacción en la
región del sacro, músculos muy poco descoloridos, consistencia natural.
CABEZA.---- Los vasos de la
arachnóides en su mitad posterior ligeramente inyectados, las desigualdades y
circunvoluciones del cerebro recubiertas por una materia pardusca de
consistencia y transparencia gelatinosa, un poco serosa semiroja bajo la
dura-mater: el resto del cerebro y cerebelo no ofrecieron en su sustancia
ningún patológico.
PECHO.---- De los dos lados
posterior y superior estaban adheridas las pleuras costales por producción
semimembranosas: endurecimiento en los dos tercios superiores de cada pulmón; el
derecho casi desorganizado presento un manantial abierto de color de las heces
del vino, jaspeado de algunos tubérculos de diferentes tamaños no muy blandos;
el izquierdo, aunque menos desorganizado, ofreció la misma afección
tuberculosa, dividiéndolo con el escalpelo. Se descubrió una concentración
calcárea y regularmente angulosa del tamaño de una pequeña avellana. Abierto el
resto de los pulmones con el instrumento, derramó un moco pardusco que por la
presión se hizo espumoso. El corazón no ofreció nada particular, aunque bañado
en un líquido ligeramente verdoso contenido en el pericardio.
ABDOMEN.---- El estomago,
dilatado por un licor amarillento de que estaban fuertemente impregnadas sus
paredes, no presentó sin embargo ninguna lesión ni flogosis: los intestinos
delgados estaban ligeramente meteorizados: la vejiga, enteramente vacía y
pegada bajo el pubis, no ofreció ningún carácter patológico. El hígado, de un
volumen considerable, estaba un poco escoriado en su superficie convexa; la
vejiga de la hiel muy extendida; las glándulas mesentéricas obstruida; el vaso y los riñones
en buen estado. Las viseras del abdomen en General no sufrían lesiones graves.
Según este examen, es fácil reconocer que la enfermedad de que ha muerto S. E.
el Libertador era en su principio un catarro pulmonar, que habiendo sido
descuidado, pasó al estado crónico, y consecutivamente degenero en tisis
tuberculosa. Fue pues esta afección morbífica la que condujo al sepulcro al
General Bolívar, pues no deben considerarse causas secundarias las diferentes
complicaciones que sobrevinieron en los últimos días de su enfermedad, tales
como la arachnóides y la neurosis de la digestión, cuyo signo principal era un
hipo casi continuo; y ¿quién no sabe por otra parte que casi siempre se encuentra
alguna irritación local extraña al pecho en la tisis con degeneración del
parénquima pulmonar? Si se atiende a la rapidez la enfermedad en su marcha, y a
los signos patológicos observados sobre el órgano de la respiración,
naturalmente es de creerse que las causas naturales influyeron en los procesos
de esta afección. No hay duda que agentes físicos ocasionaron primitivamente el
catarro del pulmón, tanto más cuando que la constitución individual favorecía
el desarrollo de esta enfermedad, que la falta de cuidado la hizo más grave;
que el viaje por mar, que emprendió el Libertador con el fin de mejorar su
salud. Le condujo al contrario a un estado de consunción deplorable, no se
puede contestar; pero también debe confesarse que afecciones morales vivas y
punzantes como debían ser las que afligían continuamente el alma del General.
Contribuyeron poderosamente a imprimir en la enfermedad un carácter de rapidez
de su desarrollo, y de gravedad en las complicaciones, que hicieron
infructuosos los socorros del arte. Debe observarse a favor de esta aserción
que el Libertador, cuando el mal estaba en su principio, se mostró muy
indiferente a su estado, y se denegó a admitir los cuidados de un médico: S. E.,
el mismo lo ha confesado: era cabalmente en el tiempo en que sus enemigos le
hartaban de disgustos, y que estaba más expuesto a los ultrajes de aquellos a
que sus beneficios habían hecho ingratos. S. E. llego a Santa Marta, bajo
auspicios mucho más favorables, con la esperanza de un porvenir mucho más
provechoso para la patria, en que veía brillantes defensores que le rodeaban.
La naturaleza conservadora retornó sus derechos; entonces pidió con ansia los
socorros de la medicina. Pero ¡ah!¡ya no era tiempo! El sepulcro estaba abierto
aguardando la ilustre víctima, y hubiera sido necesario haber un milagro para
impedirle descender a él.
San Pedro, Diciembre 17 de 1830
a las ocho de la noche
Alejandro Próspero Révérend.
Es copia: J. A. Cepeda,
secretario.
Es copia: Cartagena, Enero 12
de 1831, Calcaño, secretario[56].
Hay
que tener en cuenta que Réverénd se ajustó al momento científico y a las
circunstancias que le tocó vivir. Su actuación se ajustó a lo que tenía. Prueba
de ello es la descripción que él mismo hace de la manera y los recursos que
contó para embalsamar al Libertador. Las penurias que pasó para actuar las
narra así:
Acabada la autopsia fue
menester proceder a su embalsamamiento, por desgracia estaba enfermo el único
boticario que había en la ciudad. Muy escasas fueron, si no faltaron, las
preparaciones que se usan en semejante caso hallándome sólo para practicar esta
operación. Se me hizo muy laboriosa la tarea, máxime cuando se me había
limitado un corto tiempo, y que este trabajo se hacía de noche. Así es que no
se concluyó cuando era ya de día[57].
Tras la muerte
de el Libertador, Révérend fue objeto de críticas y censuras, por no haberlo
curado; aún más, se comentó que con sus prescripciones se había precipitado su
muerte, incluso pusieron en duda su extracción universitaria. Así pagaba la
ingratitud y la malidecencia humana al hombre que dijo No tengo más título que el de haber sido el último médico de Simón
Bolívar, el Genio de América. De esta manera agradecían su voluntario
sacrificio y atento cuidado, lleno de piedad y lealtad. Desgraciadamente, ellos se olvidaron que en aquella época, según
el criterio del Dr, Paul Diepgen[58],
desde el año de 1796 se había organizado de nuevo la escuela médica de París
con doce cátedras. Alcanzando pronto la mayor importancia. A la conclusión de
los estudios seguían los exámenes que versaban sobre los puntos más importantes
de la enseñanza. Sin embargo, estos exámenes no eran exigidos por las leyes y,
en general, todo médico podía, si quería practicar la profesión. Además de los
doctores, fue creada la institución de los denominados Officiers de Santé, a los que se les exigía, menos en instrucción y
examen.
Ahora
explicaré brevemente que cuando Bolívar murió había sido nombrado Embajador de Bolivia ante la Santa Sede.
El
Libertador conmovido por el tropel de tristes acontecimientos que han ocurrido
y que estaban ocurriendo en Colombia, los cuales la tienen inmersa en una
guerra civil, el 7 de mayo de 1830, escribe desde Bogotá, al General Santa Cruz
expresándole:
Mi
estimado Presidente:
Hace tres días que dejé la
presidencia de la República, y mañana parto para Cartagena con ánimo de salir
fuera del país, o quedar en él, según las circunstancias, aunque estoy bien
resuelto a no volver a mandar más...[59].
Al saber el General Santa Cruz la
resolución de Bolívar de marcharse a Europa, quiso dar al Libertador una prueba
contundente del gran afecto que él y el pueblo boliviano le profesaban. Fue así
como desde Chuquisaca (Sucre), le escribe el 15 de octubre de 1830, en términos
realmente nobles manifestándole con la mayor sinceridad posible su deseo de
nombrarlo su Ministro Plenipotenciario ante la Santa Sede, en estos términos:
Excelentísimo Señor:
El presidente de la república
boliviana tiene la honra de saludar a nombre de su nación al jefe de la
Libertad Americana, y al Fundador de su Patria. Instruido de vuestra separación
de América, no puede prescindir de seguiros con su corazón, y transmitiros los
sentimientos más puros de gratitud
y respeto que afectan al pueblo
boliviano, constante siempre en amaros y en recordar los beneficios que os
debe.
Llenando los más vehementes deseos de vuestro
corazón, habéis dejado de mandar a Colombia, y os alejáis de América,
resistiéndoos a las súplicas reiteradas de los pueblos, porque habéis querido
pensar ya en vuestra gloria y decidir la gran cuestión que sin duda se ha
ventilado, largo tiempo, ante el tribunal del mundo entero. Habéis vencido,
señor, y vuestra gloria, superior a la de todos los hombres libres, se
presentará ya como el sol que nadie deja de ver, y vuestros mismos opositores
encontrarán en vuestra ausencia el convencimiento y tal vez el arrepentimiento
tardío de exaltaciones que nos priven del mejor apoyo de la libertad americana.
De hoy en adelante nadie osará culparos de
ambición, ridículo pretexto con que algunos intentaban oscurecer vuestra
gloria, y aún la nuestra; puesto que las glorias del nuevo mundo están
vinculadas a las de su primero y más insigne capitán. Conservaréis ileso el
título de Libertador, que os ha sido siempre más estimado que todas las coronas
de la tierra.
El continente de Colón conservará el legado de
virtud que su Libertador le ha dejado; y no olvidará la lección que acaba de
darle el defensor de la libertad en favor de la especie humana.
Bolivia, que tiene el orgullo de llevar vuestro
nombre, se felicita por el triunfo que ha conseguido sobre la calumnia el
ilustre americano que supo conducir los estandartes de la justicia desde el
Orinoco al Potosí y dejar la tierra de sus victorias, para hacerse más
inmortal.
El Libertador ha comunicado a los americanos su
pasión por la independencia, su amor por la libertad, su desprecio por la
ambición; y al viejo mundo, asombrado de su conducta, juzgará de lo que son
capaces los hombres que él ha doctrinado en los campos de la victoria y en la
escuela de la moderación.
El Presidente de Bolivia, muy convencido de los
heroicos esfuerzos del Libertador por la felicidad americana, y persuadido de
que es el representante natural de sus repúblicas en Europa, cree que nadie
trabajará allí con celo más ardiente por su bien, como el mismo que,
arrancándolas de un coloniaje humillante, pudo colocarlas en el rango que
justamente ocupan. Bolivia le debe más
particularmente su existencia política como nación, un empeño entusiasta por su
conservación, y el cordial título de Hija con que la saludó el día que América
fue absolutamente emancipada. He aquí, señor, los títulos de confianza que
tiene para esperar que sus intereses públicos serán conducidos en Europa con el
pulso y la sabiduría bien probados en veinte años de acierto, administrando
tres repúblicas. Por esto ha creído muy oportuno el Presidente de Bolivia,
aprovechando de vuestra mansión allí, encargaros los negocios del pueblo que
manda, cerca de la Santa Sede, y nombraros
su ministro plenipotenciario en la capital del orbe cristiano[60],
como lo veréis por las credenciales adjuntas.
Sería
excusado rogar al Libertador que admita un encargo que le confía Bolivia. Basta
expresarle que cuando los bolivianos supieron su retiro de América, se pronunciaron
unánimemente porque él fuese su representante cerca de cualquier gobierno de
Europa; y el presidente de Bolivia cumple un
deber muy satisfactorio, haciéndole saber que ésta es la voluntad del
pueblo boliviano. No hay que olvidar, señor, que Bolivia exige este servicio
del general Bolívar. Esta indicación es bastante para hacer concebir ideas
ventajosas y esperar resultados favorables.
La Santa Sede es a quien debe y quiere
dirigirse preferentemente el gobierno boliviano, porque es ante ella que tienen
asuntos más urgentes que conciliar, para satisfacer las necesidades de un
pueblo católico por excelencia, y tranquilizar conciencias alarmadas por
algunos de los mismos acontecimientos que nuestra revolución ha motivado, y por
la falta de comunicación con la cabeza visible de la iglesia. Encontraréis
también adjuntas las principales instrucciones que contienen los objetos de las
primeras y más esenciales inteligencias que deben entablarse con el santo
padre.
Al
haceros esta importante confianza, quisiera el presidente de Bolivia,
acompañarla de una demostración que, probando la intensidad del afecto
boliviano, os pusiese también en estado de presentaros en Europa con todo el
lucimiento y brillo que debe seguir al Libertador de un mundo; pero valga, al menos,
la misma comisión por una prueba de la tierna memoria con que os acompañan los
bolivianos al otro lado del Océano, lisonjeándose de que no rechazaréis la
manifestación de su confianza que desde el centro de América os hace uno de los
pueblos que os deben su libertad y su existencia política.
Aceptad,
señor, los sentimientos más cordiales de gratitud y amor con que os saluda
unánimemente el pueblo colombiano, y la particular afección de un compañero y
constante amigo vuestro.
Dada,
firmada y refrendada por el Ministro de Relaciones Exteriores en el Palacio de
gobierno en Chuquisaca a 15 de octubre
de 1830.
Andrés Santa Cruz.
El Ministro de Estado en el
despacho de relaciones exteriores, Mariano Enrique Calvo[61].
En esta comunicación en forma
de decreto, el General Andrés de Santa Cruz trata de persuadirlo para que
acepte este encargo, argumentando las razones que podían llegar a la
susceptibilidad del Libertador, cuando la calumnia y la infamia empezaban a
cavar el sepulcro del grande hombre. Anexo a esta extensa y humana misiva, el
General Santa Cruz incluía las cartas credenciales del nuevo diplomático, así
como, las principales instrucciones relativas a las funciones que iba a
desempeñar el Libertador. Lamentablemente, no existe hasta ahora referencia
alguna de que el Libertador haya recibido esta carta. Sin embargo, como lo
demuestra su testamento, Bolivia siempre estuvo presente en su corazón.
La noticia del deceso del
Libertador debió llegar con mucho retraso a Bolivia, pues con fecha 2 y 14 de
febrero del año 1831, el General Andrés de Santa Cruz le dirige dos hermosas
misivas en la que le transmite los peligros que amenazan la independencia de
Bolivia y la integridad de Colombia por la avaricia, insensatez e ingratitud de
los conductores del pueblo peruano (Gamarra y La Fuente) quienes violan
alegremente los pactos de Jirón y Guayaquil, olvidando que Bolivia es una
república independiente y por lo tanto no debe ser su aliada contra Colombia.
Igualmente le manifiesta su
resolución inmutable de mantenerse digno de la Patria de Bolívar, sosteniendo a
todo trance el honor y el orgullo del hermoso nombre que distingue a su patria.
[1]
General de brigada que sirvió en el ejército de Venezuela y Colombia en la
Guerra de Independencia. Su cercanía a Bolívar lo convirtió en uno de los
testigos oculares más célebres del Libertador. Su nombre completo era Louis Gabriel Jean Michel Perou de
LaCroix Massier. Nació el 14 de septiembre de 1780 en
Montélimar, Francia. Sus padres eran Jean Baptiste Lorence Agricol Perou y
Jeanne Massier. Estudió en una escuela militar en Brienne-le-Château y luego
fue admitido en la École Royale Militaire de París. Vivió y sirvió en Nápoles
bajo el reinado de Joachim Murat, entre 1810 y 1812. Al empezar la Campaña de
Rusia, en 1812, fue enviado a Inglaterra para espiar las actividades y planes
de Luis XVIII. En enero de 1825 contrae matrimonio en Tunja con Dolores Mutis.
En 1828, de abril a junio, entrevista al Libertador en Bucaramanga; donde
recoge los recuerdos, notas y conversaciones con Bolívar. Sus escritos que
llevan por nombre Diario de Bucaramanga,
fueron publicados parcialmente, por primera vez, con otro título, en París en
1870.
El
diario francés El Siglo del 18 de
febrero de 1837 informó su suicidio mientras el periódico caraqueño El Liberal del 9 de mayo de ese mismo
año, reproduce algunos de los escritos que legó al diario francés.
[2] Diario de Bucaramanga: vida pública y
privada del Libertador Simón Bolívar. 3ª edición sin mutilaciones / Luis
Perú de Lacroix; prólogo, José Agustín Catalá.- Caracas, Venezuela: Talleres
Tipográficos de Miguel Ángel García e hijo. El Centauro Ediciones, 2003. 219
p.;19 cm. Incluye Índice, p. 205-216. ISBN.: 980-263-079-9. La parte
desaparecida del Diario va desde el 1º de abril al 1º de mayo de 1828. La parte
conservada abarca desde el 2 de mayo al 26 de junio de 1828.
[3]
En eúscaro significa pradera de molino.
[4]
Méndez S., Martín.: El Libertador si
padeció de tuberculosis.
En: Revista de la Sociedad Bolivariana de
Venezuela.-Caracas. t. XX. Nº 67. 1931. p. 346-363.
[5]
Hija de Feliciano Palacios y Gil de Arratia y Francisca Blanco Infante y
Herrera.
[6]
En su testamento figura como fecha del matrimonio, el 30 de noviembre, esta
discrepancia es atribuible a una falta de comprobación del Escribano.
[7]
Pereyra, Carlos (1871-1942).: La juventud
legendaria de Bolívar / Carlos Pereyra.- Madrid: M. Aguilar, 1932. 523 p.;
20 cm. Véase: p. 67.
[8]
Esta concreción fosfática calcárea se conserva en el Museo Bolivariano. Se
encuentra colocada en un medallón de oro de unos 25 mm de altura, 22 de anchura
y 9 de espesor. Fue donada por Révérend al gobierno nacional presidido por el
Ilustre Americano Regenerador de Venezuela, General Antonio Guzmán Blanco. En
agradecimiento por tan noble gesto, el 20 de abril de 1874 se le expidió el
Diploma de Ilustre Prócer de la
Independencia con una asignación mensual de 460 pesos, y el 11 de septiembre de ese mismo año se le
confirió la distinción de la medalla del Busto
del Libertador Simón Bolívar, el hijo ilustre de Caracas y Libertador de
Venezuela, de Colombia, del Ecuador, del Perú y de Bolivia, verdadero héroe y
fundador de la Independencia Sur-Americana. Véase: Archivo General de la
Nación. Caracas. Sección Interior y Justicia. Tomo DCCCLXXXII, fol. 83., y Gaceta
de los Museos Nacionales. Caracas. Tomo 1, Nº 12. 24 de junio de 1913. p. 18.
[9] Nació en
Falaise, pequeña ciudad de la Normandía, en Francia, el 14 de noviembre de
1796. Falleció en Santa Marta, Colombia, el
jueves, 1º de diciembre de 1881, a la edad de 85 años. Fueron sus padres
el Coronel Felipe de Révérend y su esposa María de Révérend. Realizó sus
estudios en el liceo de la ciudad de Caen, capital de Calvados. Se casó en
Santa Marta el 25 de mayo de 1847 con doña Victoria Panage de Ruz, viuda de José
Victorino Salcedo. Tuvo un hijo, José Alejandro que falleció a temprana edad.
Asistió al Libertador desde el 1º hasta el 17 de diciembre de 1830, brindándole
su ciencia y su consagración en la desesperada lucha que tenía el Libertador
con su enfermedad. Escribió: La última
enfermedad, los últimos momentos y los funerales de Simón Bolívar,
Libertador de Colombia y del Perú/ por su médico de cabecera el Dr. A. P.
Reverend. París: Imprenta Hispano-Americana de Cosson y Compañía. 1866. 89 p.
De ella hay varias reediciones: La
agonía, la muerte y los funerales del Libertador en 1830 y la exhumación de sus
restos en 1842: La última enfermedad, los últimos momentos y los funerales de
Simón Bolívar / por su médico de cabecera el Dr. A. P. Reverend...;
reproducciones y adiciones de Jorge Wills Pradilla.- Bogotá: [Minerva], 1930.
123 p., 12 lám.; 20 cm.; Hay una 2ª ed. Bogotá: Ediciones Incunables, 1983. Ese
mismo año la Dirección de Relaciones Culturales del Ministerio de Relaciones
Exteriores de Venezuela hizo una nueva edición con prólogo: Estudio preliminar
del Dr. Blas Bruni Celli. Véase además: Conde Jahn, Franz.: Aclaratoria sobre la personalidad médica del
Dr. Alejandro Próspero Reverend y sobre su discutida extracción universitaria.-
Caracas: Italgráfica, 1964. 7 p.; 28 cm. Es tirada aparte de Boletín de la Academia Nacional de la
Historia. Caracas, nº 184, 1963. Allí
se da a conocer los aspectos clínicos, emotivos y anecdóticos de su
fallecimiento.
[10]
Tío materno de Bolívar que durante los años de la Independencia residió en
España y regresó después de la Batalla de Ayacucho.
[11] Epiménides de Cnosos, en Creta, fue un
legendario poeta, filósofo y profeta del
siglo VI a. C. Se dice de él que durmió durante cincuenta y siete
años en una cueva cretense, bendecida por Zeus, y que luego despertó dotado con
la virtud de poder profetizar lo que iba a ocurrir. (Plinio, lib. VII, cap.
LII). Murió a la edad de 157 años según dice Flegón en el libro De los que vivieron mucho. Los cretenses
dicen que falleció a los 299 años, pero Jenófanes Colofón afirma que a los 154.
Su obra fue escrita en verso. Fue famoso por la paradoja que lleva su nombre.
Sobre su vida véase: San Pablo, Actos de
los Apóstoles, cap. XVII, .v. 23, y
Pausanias, lib. I, cap. I, y lib. V, cap. XIV.
[12]
En: Bolívar, Simón (1783-1830).: Obras
completas / Simón Bolívar; compilación y notas de Vicente Lecuna; con la
colaboración de Esther Barret de Nazariz. 2ª ed. La Habana: Lex, 1950. 3 v.:
il, 1 h. de lám.; 21 cm. La lám. está en color y es retr. del autor. Lecuna,
Vicente (1870-1954). Contenido completo: I. Cartas del Libertador comprendidas
en el período de 20 de marzo de 1799 a 8 de mayo de 1824. 990 p.; .- II. Cartas
del Libertador comprendidas en el período de 8 de mayo de 1824 a 19 de
septiembre de 1828. 1001 p.; .- III. Cartas del Libertador comprendidas en el
período de 21 de septiembre de 1828 a 8 de diciembre de 1830. Testamento,
Discursos, Proclamas, artículo de periódicos. 912 p. D.L.: TF 977-1975. Incluye
epílogo: Espíritu del Libertador, compuesto por Mariano Sánchez Roca: El
hombre, el estadista, el guerrero, el patriota, el político. Véase: t. II. Doc.
903. p. 165-166. El original pertenece al Sr. Ricardo Palacios. Fue publicada
además en: O'Leary, Daniel Florencio (1800-1854).: Memorias del General O'Leary. Edición facsimilar del original de la
primera edición con motivo de la celebración del Sesquicentenario de la muerte
de Simón Bolívar, Padre de la Patria.- [Caracas]: Ministerio de la Defensa,
Venezuela, 1981.- Barcelona, España: Grafesa. 34 v.:lám. col. y n., map. pleg.;
24 cm. Contenido completo: v. I-XII:
Correspondencia de hombres notables con el Libertador.- v. XIII-XXVI:
Documentos.- v. XXVII-XXVIII: t. primero y segundo: Narración.- v. XXIX-XXXI:
Cartas del Libertador.- v. XXXII: t. tercero: apéndice.- v. XXXIII-XXXIV:
Índice de los documentos contenidos en las Memorias del General Daniel
Florencio O'Leary / elaborado por Manuel Pérez Vila. D.L.: B 22027-1981. Véase:
t. XXX. p. 90-92.
[13]
Su esposo, Fernando Miyares Pérez y Bernal fue Comandante Político y Militar de
la provincia de Barinas (1786-1798); Fundador de San Fernando de Apure;
Gobernador y Comandante General de la provincia de Maracaibo (1799-1810;
1810-1814), y Gobernador y Capitán General de la provincia de Venezuela (1810-1812).
[14] Carta dirigida desde Veracruz a su tío Pedro
Palacios Blanco, quien se hallaba en Caracas. Le refiere su visita a la ciudad
de México, en el curso de su viaje a España. En: Bolívar, Simón (1783-1830):
Obras completas / Simón Bolívar.
Véase: t. II. 1947. Documento 902. p. 164, y en Escritos del libertador. Prólogo Cristóbal L. Mendoza/ Simón
Bolívar.- Caracas: Editorial Arte. Sociedad Bolivariana de Venezuela,
1964-1973. 2 v.;24 cm. Véase: t. II. Documentos particulares I. 1967. Documento
902. p. 164.
[15]
1769-1811.
[16]
En anteriores publicaciones se había transcrito siempre: inglecas, pero es claro que Bolívar modificó la penúltima letra,
transformándola en una e por la cual
debe leerse ingleces.
[17]
Testado: pues ya me boi a enbarcar.
[18]
Hay una palabra ilegible tachada.
[19]
Sociedad Bolivariana de Venezuela. Escritos
del Libertador. II. Documentos Particulares I. Prólogo por Cristóbal L.
Mendoza. Caracas: Editorial Arte, Cuatricentenario de la ciudad de Caracas.
1967. Fue reproducida por el Doctor Vicente Lecuna en Cartas del Libertador. Corregidas conforme a los originales.
Mandadas a publicar por el Gobierno de Venezuela presidido por el General Juan
Vicente Gómez. Tomo I. 1799-1817. Caracas. Litografía y Tipografía del
Comercio. 1929. p. 4-5. El original pertenecía al Señor Rafael Palacios
(Introducción, p. xiii).
[20]
Nació en Madrid, el 15 de mayo de 1781. Falleció en Caracas, 22 de enero de 1803. Era hija de Bernardo Nicolás Rodríguez del Toro y
Ascanio y de Benita de Alaiza y Medrano, oriunda de Valladolid, España. Su
padre era colactáneo del tercer Marqués del Toro, Sebastián Rodríguez del Toro
y Ascanio. Tuvo dos hermanos Antonia María y Manuela María. Su madre era
hermana del Marqués de Inicio y Conde de Rebolledo.
[21]
Carta a su tío Pedro Palacios Blanco, desde Madrid, en la que participa su
decisión de contraer matrimonio con doña Teresa Toro y le ruega formalmente
pedirle su mano. En: Escritos del
Libertador. t. II. Documento 2. p. 95. El original reposa en el Archivo del
Libertador, Vol. 171. fol. 257 rº y vº.
[22]
El original se encuentra en el Archivo
de la Real Academia de la Historia, en Madrid. Lo copiamos del Legado General
San Román, Mss. Cª 5ª, Nº 29.
[23] Capitulaciones Matrimoniales otorgadas entre
los señores don Bernardo Rodríguez del Toro y Ascanio y doña María Teresa
Rodríguez del Toro y Alaiza, su hija, y don Pedro Rodríguez del Toro, su tío,
como apoderado del Señor Don Simón de Bolívar y Palacios. Otorgados en Madrid,
el 3 de mayo de 1802. Se trata de un contrato matrimonial con separación de
bienes, donde se especifica la dote que don Bernardo le daba a su hija, y las
arras que le ofrecía su futuro esposo. En: Boletín de la Academia Nacional de
la Historia. Tomo XXXV. Nº 139. Julio-Septiembre de 1952. p. 258-259. El
original se conserva en el Archivo Histórico de Protocolos. Madrid. Protocolo
Nº. 22.614, fol. 145 y ss. Véase además Nectario María Hermano: Primitiva iglesia de San José en donde se
casó Simón Bolívar. Madrid. Imprenta Juan Bravo, 3. 1968. 23 p.; facsíms.;
láms., plan., grab.; retr.; 28 cm. Incluye: Acta
matrimonial de Simón Bolívar con María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza. Edición
ordenada y costeada por la Sociedad Bolivariana de Sevilla. DL M 14406-1968.
Bolívar, Simón (1783-1830).
[24]
Mosquera, Tomás Cipriano de, 1798-1878.: Memoria
sobre la vida del general Simón Bolívar, libertador de Colombia, Perú y Bolivia
por el General Tomás Cipriano de Mosquera.-
1°era
entrega. Introducción Siro Fébres Cordero.
(p. I-IX).- Mérida: Talleres Gráficos de la Editorial Venezolana. C.A.
1988. Edición patrocinada por Cementos Caribe. C.A. Es una edición facsimilar
de la primera parte de la obra Memoria
sobre la vida del general Simón Bolívar, libertador de Colombia, Perú y Bolivia
por el General Tomás Cipriano de Mosquera publicada por la imprenta de S.W.
Benedict, New York. 1853. Véase: p. 10. El nombre completo del autor era Tomás
Cipriano Ignacio María de Mosquera y Figueroa Arboleda Salazar, Prieto de
Tovar, Vergara, Silva, Hurtado de Mendoza, Urrutia y Guzmán. Nació en Popayán, el
26 de septiembre de 1798. Falleció en la misma ciudad, el 6 de octubre de 1878,
a la edad de 80 años.
[25] Perú de Lacroix, Luis, (1780-1837).: Op. Cit. Véase: p.
61-67. y en: Simón Bolívar La Esperanza
del Universo. Introducción, selección, notas y cronología de J. L. Salcedo
Bastardo. Prólogo de Arturo Uslar Pietri. UNESCO. Publicado en 1983 por la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
p. 26.
[26]
Nació expósito en Caracas, el 28 de octubre de 1769. En 1794, presenta al
Ayuntamiento sus Reflexiones sobre los
defectos que vician la Escuela de Primera de Caracas y medio de lograr su
reforma por un nuevo establecimiento, donde hace un planteamiento crítico
sobre la enseñanza colonial. Al poco tiempo se cambió el nombre por el de
Samuel Robinson. Luego viaja a Estados Unidos donde reside hasta fines de 1800.
Al año siguiente va a París y allí traduce La
Atala de Chateaubriand. En esa ciudad se encontrará de nuevo con Bolívar en
1804 y de allí parten juntos en abril del año siguiente, a un viaje que los
lleva por Lyon y Chamberri para luego atravesar Los Alpes y entrar en Italia a
Milán, Venecia (en este lugar presencian la coronación de Napoleón como Rey de
Italia), Ferrara, Bolonia, Florencia y Roma, donde el 15 de agosto hace su
famoso juramento en pro de la Independencia. En 1824, realiza en Bogotá la
primera fundación de una escuela-taller. En su paso por el Ecuador, presenta en
Quito un Plan de colonización para el
oriente de Ecuador y en Ibarra, funda la Sociedad de Socorros Mutuos . En
noviembre de 1825. Bolívar lo nombra Director de Enseñanza Pública, Ciencias
Físicas, Matemática y de Artes y Director General de minas, Agricultura y
Caminos Públicos de la República Boliviana. En 1828, publica el Pródromo de la
obra Sociedades Americanas en 1828.
En 1830 aparece su libro El Libertador
del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por un amigo de
la causa social, el cual es un alegato en favor de Bolívar. En septiembre
de ese año, sale a la luz su ensayo científico Observaciones sobre el terremoto de Vinconcaya, donde hace un
análisis de la conservación de la naturaleza, la economía y la sociedad. En
1834, publica su libro Luces y Virtudes
Sociales, donde da a conocer su concepto sobre las escuelas primarias,
puntualizando la diferencia entre instruir y educar. Seguidamente edita el Informe sobre Concepción después del
terremoto de febrero de 1835. En Valparaiso el año 1838 publica varios
artículos en El Mercurio. En 1849 publica en el periódico El Neogranadino de
Bogotá su Extracto sucinto de mi obra
sobre la educación Republicana, y dos años después entrega al Colegio de
San Vicente Consejos de un amigo dados al
Colegio de Latacunga. Murió en Amotape (Perú) el 28 de febrero de 1854.
[27] Véase:
Leturia Pedro de, S. J. Relaciones entre
la Santa Sede e Hispanoamérica. Volumen II.
[28]
El monto real de su fortuna ascendía en ese entonces a unos 150.000 pesos, la
cual fue aumentada posteriormente por la herencia de su hermano. En: Lecuna,
Vicente.: Cartas del Libertador. Caracas.
Tomo X, 1930. p. 395.
[29] Simón Bolívar. Obras Completas.
Ministerio de Educación Nacional de los Estados Unidos de Venezuela.
Compilación y notas de Vicente Lecuna, con la colaboración de la señorita
Esther Barret de Nazaris. Vol. 1. Cartas del Libertador comprendidas en el
período de 20 de marzo de 1799 a 31 de diciembre de 1826. Doc. Nº 12. p. 20-24.
En el periódico Le Voleur, de París, su hija, Flora Tristán las publicó en un
artículo titulado Lettres de Bolívar
(Cartas de Bolívar). Arístides Rojas la
copió de La Patria, Bogotá, en 1872, por el señor Quijano Otero, quien la tomó
del nº 1º del Faro Militar
correspondiente al mes de julio de 1845, publicado bajo los auspicios del
Gobierno del Perú y éste a su vez lo transcribió del periódico Debates Políticos y Literarios de París.
[30]
Becerra, Ricardo (Bogotá – Colombia: 24-10-1836 – Puerto España - Isla de
Trinidad: 4-4-1905): Ensayo histórico
documentado de la vida de Don Francisco de Miranda. General de los ejércitos de
la Primera República Francesa y Generalísimo de los de Venezuela. Caracas
(Venezuela): Imprenta Colón.- 1896. 2 volúmenes. t.1.; cxxxiv 225 p.; t.2.; 553
p. Retrs. Incluye notas adicionales y fe
de erratas (p. 529- 541). Véase: t. II. p. 280.
[31]
Como recompensa a esta acción, el 11 de julio de 1812, es nombrado para la
Capitanía de Milicias y Comandancia del Resguardo del Yaracuy. Véase: AGN.
Caracas. La Colonia. Gobernación y Capitanía General. Correspondencia año 1812.
Tomo CCXX. Folio 27 y 27 vto.
[32] Memorias del General O’Leary. t. XIII p.
44-51.
[33] Ibidem.
[34] Ibid.
p. 53.
[35]
W.O. 1/111.- Curacao.- 1812.- Fols
329-330.- Vol. 1st.- C.O.T. Gobernador Hodgson. En: Documentos relativos a la Independencia.
Copiados y traducidos en el Record Office de Londres por el doctor Carlos Urdaneta
Carrillo. Año de 1811-1812. Fol. 444.
[36]
Las condiciones allí expuestas eran decorosas, se respetarían las propiedades,
nadie sería preso ni juzgado, se daría pasaporte a quienes desearan salir del
país, los prisioneros obtendrían su libertad.
[37]
Cuando llega, entrega en custodia al comerciante George Robertson los 22.000
pesos que traía para lograr la reconquista. Este dinero ha dado motivo a falsas
imputaciones e intrincados litígios que llegaron al Tribunal Superior de
Londres, causando además, serios disgustos a Monteverde y a Hodgson, el Gobernador de Curazao.
[38]
Sobre la entrega de Miranda, véase: la carta
que escribe Antonio Leleux a Nicholas Vansittart, donde explica de manera
clara, objetiva y documentada la historia de estos sucesos. Public Record
Office (Londres). F.O. 72/140, 334-335.
[39]
A.G.I. Sección Audiencia de Caracas, legajo 437-A: Carta Nº 7 que envía Don Domingo de Monteverde, Comandante General del
Ejército de Su Majestad en Venezuela al Secretario de Estado, poniendo en
consideración los servicios hechos por Don Simón de Bolívar, Miguel Peña y el
de Don Manuel María de las Casas en la prisión de Francisco de Miranda,
pidiendo lo que expresa. Fechada en Caracas, el miércoles 26 de agosto de 1812.
[40]
Fue encontrada por Ricardo C. Palma y publicada por el Dr. Ángel Francisco
Brice en su trabajo El Libertador y la
medicina. En: Boletín de la Academia
Nacional de la Historia.-Caracas. Nº 176. 1961. p. 564-573.
[41]
Bolívar, Simón.: Obras Completas. t.
1. 1947. Documento Nº 719. p. 864-866.
[42] Ibíd. t. 3. 1947. Documento Nº 2,280. p.
464.
[43] Ibíd. Documento Nº 2.282, p. 467.
[44] Ibíd. Documento 2.286. p. 473-476.
[45] Ibíd. Documento 2.297. p. 486.
[46] Ibíd. Documento 2.304. p. 496-498.
[47] Ibíd. Documento 2.303. p. 496.
[48] Ibíd. Documento 2.318. p. 511.
[49] Ibíd. Documento 2.323. p. 514.
[50] Ibíd. Documento 2.325. p. 515-516.
[51] Ibíd. Documento 2.328. p. 517-518.
[52] Ibíd. Documento 2.330. p. 519.
[53] Ibíd. Documento 2.331. p. 519-520.
[54]
El original se encuentra en la Latin American mss. Colombia. Manuscripts Departament, Lilly Library Indiana
University. Bloomington,
Indiana. Fue publicada en: Sáez, Manuela.: Manuela
Sáenz: Epistolario 1829-1853/ Manuela Sáenz; Estudio y selección del Dr. Jorge Villalba F., S.J.- Quito:
Impresora Nacional C. Ltda. Banco Central del Ecuador, 1986. 232 p: ill.;22 cm.
(Colección Epistolarios; 1).
Investigación del Archivo e Juan José Flores de la Pontificia
Universidad Católica del Ecuador. Quito. Véase: p. 185,
[55]
Révérend: Op. Cit. p. 34-35.
[56] Ibíd. p. 20-22.
[57] Ibidem.
[58]
Diepgen, Paul.: Historia de la Medicina
/ Traducido de la segunda edición alemana por... E. García del Real
(1870-1946).- Barcelona: Labor, 1925. 2 v.;19 cm. (Colección Labor: biblioteca
de Iniciación Cultural. Sección quinta; 25-26 y 51-52). Contenido completo: 1.
Edad Antigua - Edad Media 2. Edad moderna - Edad contemporánea.; Diepgen,
Paul.: Historia de la Medicina / por
el Dr. Med y Phil. Paul Diepgen... Traducción de la tercera edición alemana por
el Dr. E. García del Real (1870-1946). 2ª ed. española, amp. y rev. 1932.
[S.l.: s.n., 1932]. X, 1 h., 435 p.; 23 cm.
[59]
Bolívar, Simón.: Obras Completas. t.
III. 1947. Documento Nº 2240. p. 420. Fue publicada también por el Señor Luis
S. Crespo en El Diario de La Paz,
Bolivia, el 7 de mayo de 1926.
[60]
El resaltado es nuestro.
[61] Andrés de Santa Cruz, carta y credenciales
al Libertador para que represente a Bolivia cerca de la Santa Sede. El Iris de La Paz (Bolivia), del 15 de
septiembre de 1830. Tomo 1, nº 66. Fue publicada además por Rubén Vargas
Ugarte, S.J.: El Episcopado en los
tiempos de la emancipación Sudamericana. En: Revista Estudios de Buenos Aires. Nº 41, Agosto de 1930. p.
162-163; Pedro Leturia, S.J.: Bolívar y
León XII.- Caracas: Editorial Sur América de Parra León Hermanos. 1931. p.
179-181; Armando Rojas (Editor): Bolívar y A(ndrés) Santa Cruz, Epistolario.-
Caracas. Oficina Central de Información. Dirección de Publicaciones. 1975. p.
130-132. Chacón Rodríguez, David R.: Bolívar
murió siendo Embajador de Bolivia ante la Santa Sede. En: Últimas Noticias.
Caracas. Nº. 22.930, jueves, 24 de julio de 1997, y en Suplemento Cultural de
Últimas Noticias. Caracas, 14 de diciembre de 1997. p. 12. Alfonzo Vaz, Alfonso
de Jesús: Bolívar católico
/ Alfonso de Jesús Alfonzo Vaz. Presentación: Mons. Ignacio Antonio Velasco
García, Arzobispo de Caracas. Prólogo: J.L. Salcedo Bastardo. Estudio
introductorio y cronología: David R. Chacón Rodríguez y Daniel Chacón
Zambrano.-[Caracas]: Fundación Hermano Nectario María, CONAC, [1999].
145 p.: il.; 28 cm. Alberto Filippi: Bolívar y la Santa Sede.- Caracas: Editorial Arte. 1996. Documento
47. p. 187-189 y también en Bolívar y
Europa en las crónicas, el pensamiento político y la historiografía. Vol.
I. Siglo XIX. Investigación dirigida por Alberto Filippi. Prólogo de J.L.Salcedo
Bastardo. Ediciones de la Presidencia de la República, Comité Ejecutivo del
Bicentenario de Simón Bolívar. Doc. 195. p. 658.