Texto completo de la conferencia presentada por el historiador Frank David Bedoya Muñoz el 12 de marzo en el Pequeño Teatro de Medellín.
Hay un pasaje muy conmovedor en la novela El general en su laberinto de Gabriel García Márquez, que creo resume bastante bien lo que hoy vengo a decir aquí.
Transcurrían los últimos días del Libertador: “Era el fin. El general Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios se iba para siempre. Había arrebatado al dominio español un imperio cinco veces más vasto que las Europas, había dirigido veinte años de guerras para mantenerlo libre y unido, y lo había gobernado con pulso firme hasta la semana anterior, pero a la hora de irse no se llevaba ni si quiera el consuelo de que se lo creyeran”.[1]
Existe una gran paradoja en nuestros orígenes políticos, el hombre que después de haber dirigido exitosamente las guerras de emancipación y que fundó la gran nación colombiana en el año 1819, terminó siendo vilipendiado, calumniado y desdeñado. El amor que suscitó, muy pronto se convirtió en temor y odio. ¿Recuerdan estas amargas y célebres palabras de despedida?: “Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiábais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono”.[2] Nada en estas palabras era retórica.
¿Por qué esta tragedia? ¿Cómo se llegó a este estado de insensatez? Adelantemos un intento de respuesta. Los enemigos de Bolívar temían que él se convirtiera en un rey y los amigos de Bolívar querían que él se convirtiera en un rey. Él sabía que esto era absurdo, que su fin no era alcanzar un trono, que su fin era la realización de la libertad. Que si hubiera querido ser un rey, tranquilamente tenía el poder para serlo, y sin embargo, prefirió proponer —atención: proponer, no imponer—, un modelo de constitución para América, pero la vida no le alcanzó para defender su proyecto constitucional, la vida no le alcanzó para detener la desintegración y el fin de Colombia, la vida no le alcanzó para aguantar la avaricia, la impertinencia y el débil coraje de los demás.
No fue una exageración lo que algún día escribió Germán Carrera Damas: “Colombia fue una república de un solo ciudadano”.[3]
¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar? ¿Tiene algún sentido plantear esta pregunta ahora? ¿No será más bien la testarudez de un historiador que no sabe en qué tiempo y en qué lugar está? ¿Para qué carajos esa pregunta ahora? Pues bien, hoy vengo a decir, que en las posibles respuestas a esta pregunta encontramos una clave para entender parte del fracaso político que hemos acumulado en estos 200 años. Hoy vengo a decir que el camino que tomó la nación colombiana, el camino de imitar ciegamente el liberalismo occidental, el camino que Bolívar advirtió que sería tan peligroso para nuestro porvenir, ese camino de no ser autóctonos e imitar ciegamente las formas políticas del Atlántico Norte, ese camino, digo, aún hoy, nos conduce hacia más grandes precipicios que aquellos en los que ya hemos caído.
Ustedes saben que muy pronto los seguidores de Santander y él mismo, se llamaron a sí mismos ampulosamente liberales. ¡Ay Santander! La verdad hoy no quiero hablar mucho de él… Ya basta con las conferencias que le dediqué hace poco para develar su perfidia[4]. Sí, se llamaron liberales, y pensaron que con eso bastaba. ¿En qué consistía ese liberalismo? Escuchemos la magnífica respuesta que recientemente dio el historiador John Lynch: “Los liberales no eran borregos. Ellos también querían poder absoluto. Para la gente como Santander, ser libre significaba gobernar a otra gente. La posesión del gobierno, ésa era la piedra de toque de su liberalismo. Para parafrasear a Alberdi, que advirtió una tendencia similar en Argentina, a los liberales colombianos nunca se les ocurrió respetar las opiniones de los que estaban en desacuerdo con sus ideas”[5]. Hay veces que no logró entender por qué la ingenuidad política en Colombia. ¿Liberales? ¿Liberalismo? ¿Acaso no sabemos ya, que ha hecho el liberalismo colombiano en 200 años? ¿Si lo que salvaría a Colombia después de despreciar las ideas políticas de Bolívar era el liberalismo de Santander, por qué nunca juzgamos entonces su gobierno liberal que duró casi una década después de la muerte del libertador? ¿Liberalismo colombiano? ¿Todavía alguien decente cree en eso?
Y lo peor, han dicho: 'Si Santander era liberal entonces Bolívar por ende era conservador'. Pobre Bolívar, aún debe de estar revolcándose en su tumba por esto, hasta el conservadurismo colombiano se lo achacaron. ¿No se acuerdan acaso que Mariano Ospina Rodríguez mucho antes de fundar el partido conservador participó en el atentando que buscaba asesinar a Bolívar en la noche del 25 de septiembre de 1828? Muchos retruécanos tuvieron que hacer los godos para forzar la idea de que Bolívar era el padre de su partido. Y esto no es todo, ¡que el principal defensor de Bolívar a mediados del siglo XX en Colombia sea el tirano y fascista Laureano Gómez! Reconózcanme, si no es verdad que a Bolívar en Colombia le fue muy mal hasta después de muerto al relacionarlo con esa gentuza. Partidos liberal y partido conservador en Colombia, eso no tiene nada que ver con la vida y obra de Simón Bolívar. Liberalismo y conservadurismo en Colombia, y que en su nueva versión de bipartidismo uribista-santista, han sido nuestra fatalidad.
Una querida amiga y un buen compañero de luchas políticas al ver el título que le puse a esta conferencia, me hicieron amablemente la observación de que a Bolívar sí lo quisieron acá, ya fueran algunos militares de la época de la independencia, ya fueran los gobiernos posteriores que inundaron de estatuas de Bolívar cuantas plazas y parques hay en Colombia. Yo digo hoy, que eso no es haber querido a Bolívar. Bolívar murió solo, no sólo padeció la perfidia de sus enemigos sino la impertinencia de sus amigos. Respecto de las estatuas, sí hay muchas, en cada pueblo hay una, pero las gentes de esos pueblos no saben quién fue Bolívar, sobre todo no saben cuáles son la tragedias de nuestros orígenes, esa historia no se la saben, bueno ni esa ni ninguna. Ya lo han reiterado algunos, y es verdad, estatuas de Bolívar tan solo para que se las caguen las palomas.
¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar? Hagamos un poco de historia.
John Lynch señala que para Bolívar “fue un cruel sino el que en el mundo que había creado nadie fuera su igual y cualquiera pudiera convertirse en su crítico”[6]. Efectivamente, era una triste paradoja que en aquel inmenso territorio liberado por Bolívar, inmediatamente todos en cada rincón, comenzaran a desestabilizar, a inventar artimañas y a arrogarse su papel de estadistas que no eran y que tan sólo, en verdad, los movía la ambición de tomar cada un trozo de poder.
No se había ido el último español, y ya comenzaban por todas partes movimientos de desintegración y revueltas. En cada parte una nueva querella. No se olviden que este territorio es lo que es hoy Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia, y Bolívar tendría que ir y venir en caballo para tratar de mantener la unión en esa inmensa parte del mundo que libertó. Es en ese contexto y a propósito de la nueva creación de Bolivia, que el Libertador decidió formular un proyecto constitucional pertinente para solucionar el caos de su gran patria América. Como ya se ha dicho, Bolívar no quería imitar las constituciones liberales, ni mucho menos las retrogradas monárquicas, él tenía claro que la América requería unas leyes propias a las difíciles y únicas circunstancias que teníamos.
El pensamiento político de Bolívar se concretará en su Constitución de Bolivia, aquella misma que será la más criticada por sus contemporáneos, ni en la misma Bolivia se aplicó en su totalidad, él la proponía para toda su América libertada, nadie se la aceptó. En términos generales, nos explica el historiador Mario Hernández Sánchez-Barba, que el proyecto constitucional de Bolívar configuraba tres campos políticos: “En el campo de las libertades, la abolición de las castas, la esclavitud y los privilegios; respondiendo al deseo igualitarista, el Poder Electoral era una vía para conseguir el equilibrio social. Y el campo más importante y decisivo, era la creación de un poder presidencial […] La solución constitucional de Bolívar ofrece una solución política; rechaza el Estado absolutista, pero sin el debilitamiento del Estado que, estima, es el defensor natural de los débiles y el mejor instrumento capaz de extender el bien público a través de las leyes que corrigen las diferencias que pudieran producirse en la relación política, es decir, en la convivencia social”[7]. En realidad el proyecto constitucional de Bolívar era bastante lúcido, original y defensor de lo público, pero sus contemporáneos sólo se fijaron en el aspecto más polémico, la constitución contemplaba para el poder ejecutivo una presidencia vitalicia con derecho a elegir su sucesor. Hasta ahí llegó el amor al Libertador, en adelante, todos le reclamarían que eso era, simplemente, una monarquía. Nadie entendió nada. Bolívar explicó en su discurso de presentación del proyecto constitucional este punto polémico, así: “El Presidente de la república viene a ser en nuestra Constitución como el sol que firme en su centro da vida al universo. Esta suprema autoridad debe ser perpetua; porque en los sistemas sin jerarquía, se necesita, más que en otros, un punto fijo alrededor del cual giren los magistrados y los ciudadanos, los hombres y las cosas. Dadme un punto fijo, decía un antiguo, y moveré el mundo”[8]. Hablaba de una presidencia vitalicia, no de una monarquía. En su correspondencia se refería a su constitución así: “Yo no encuentro otro remedio que el de la Constitución Boliviana: en ella se encuentra reunido por encanto la libertad más completa del pueblo con la energía más fuerte en el poder ejecutivo”[9]. “El código boliviano es el resumen de mis ideas, y yo lo ofrezco a Colombia como a toda la América”[10].
Nadie quiso discutir siquiera este proyecto. Bolívar terminó admitiendo con pesar que su proyecto de constitución no era querido. Nunca la impuso, este hecho casi nunca se menciona, la Constitución de Bolivia quedo sin ser utilizada, su autor se la guardó para sí. Más allá de discusiones constitucionales, es importante resaltar un hecho que acrecentaba el temor a una presidencia vitalicia, pues que muchos estaban esperando la muerte de Bolívar para obtener el poder presidencial; el primero, Santander, todos sabían que el sucesor que Bolívar elegiría era Sucre, quien, dicho sea de paso, no tenía ninguna ambición política. De esos temores es que se nutrirá el liberalismo, se les estaba insinuando que no tendrían la oportunidad de gobernar. Como bien lo expresa John Lynch, para Bolívar, “la constitución boliviana fue su última solución, la expresión final de sus esperanzas, pero, como sospechaba, sólo Sucre estaba en condiciones de aplicarla y gobernar en su ausencia. Si Sucre era rechazado, ¿qué podía esperarse entonces? No había otros procónsules conformes con ella. A medida que arrastraba su constitución boliviana de un país a otro, ésta se convirtió en un lastre en su equipaje del que no tenía forma de deshacerse. La presidencia vitalicia en particular era un escollo: cerraba el camino al éxito a todos los demás candidatos; negaba a los políticos las gratificaciones de poder y a sus protegidos los frutos de sus cargos”[11].
Pero el asunto es más complejo. En un reciente estudio crítico de la independencia: La majestad de los pueblos en la Nueva Granada y Venezuela, María Teresa Calderón y Clément Thibaud arrojan nuevas luces sobre un problema poco estudiado, y es que pasar de la Majestad del Rey a la Soberanía de los pueblos, es un proceso que no se hace tan fácil, o en todo caso no tan rápido. El hombre moderno ha sido supremamente ingenuo al pretender que de un día para otro se pase de adorar a un rey, a la práctica democrática pura; como si al otro día de mocharle la cabeza al rey ya las masas esclavizadas y fanáticas, por arte de magia, se convirtieran en ciudadanos ilustrados haciendo lúcido uso de su cédula electoral; qué tan rápido olvidamos, que la misma Revolución Francesa, no logró terminar el propio caos que creó, hasta no experimentar nuevamente una nueva majestad, la de Napoleón Bonaparte, no la soberanía del pueblo propiamente.
Pues bien, según Calderón y Thibaud, en nuestro caso “la figura del caudillo suplanta a la del monarca, pero no subvierte sus atributos: se calca sobre ellos. Al igual que el soberano desaparecido, Bolívar es uno y único. A pesar de que no participa de una condición sobrenatural, su preeminencia no conoce equivalente en este bajo mundo. Su superioridad es radical. La gloria y las hazañas libertarias lo impulsan a una altura desde la que sólo se manifiestan las verdades inmutables que remiten al más allá. Su autoridad parece así garantizada por Dios. Al igual que el soberano de derecho divino, su presencia le confiere un punto de anclaje al orden mundano, sustrayéndolo del cuestionamiento que embarga a los mortales, de sus juicios, siempre precarios y cambiantes. Elevar al Libertador al lugar de monarca, consagrarlo emperador, en un movimiento que recuerda a Bonaparte, no constituye pues un deslizamiento que subvierte el proyecto republicano, atribuirle a la veleidad y la ambición personal, sino que evidencia esta dimensión de su autoridad que irá aflorando a lo largo de la crisis”.[12]
¡Claro! No es que Bolívar quisiera una monarquía como lo acusan los liberales, no es que tan sólo tergiversaran su constitución boliviana, no es que Páez se hubiera enloquecido al sugerirle que se coronara, no es que Santander el más ilustre liberal, quisiera salvar al pueblo de las ansias monárquicas de Bolívar, es que acá no se pasó ni un ápice de la Majestad del Rey a la Soberanía del pueblo. Ya nos lo decía también John Lynch en su prefacio a su reciente trabajo biográfico: “Simón Bolívar tuvo una vida corta pero extraordinariamente plena. Fue un revolucionario que liberó seis países, un intelectual que debatió los principios de la liberación nacional, un general que libró una cruel guerra colonial. Inspiró a la vez devociones y odios extremos. Muchos hispanoamericanos querían que se convirtiera en su dictador, en su rey; mientras que otros lo acusaron de ser un traidor, y hubo quienes intentaron asesinarlo. Su memoria se convirtió en inspiración para generaciones posteriores pero, al mismo tiempo, también en un campo de batalla”[13].
Y Bolívar en medio de esta marejada, tanto los que lo querían como los que lo odiaban lo estaban midiendo con la Majestad de un rey, con razón nadie se detuvo a discutir siquiera sus ideas políticas; para discutir sobre constituciones se requería pasar de la Majestad del Rey a la Soberanía del Pueblo y eso acá no ocurrió. Es más, creo que aún después de 200 años no ha pasado. Cualquier presidentico mafioso acá todavía es adorado con la majestad de un rey.
Mientras tanto Bolívar sobresaltado escribía y escribía, pero nadie le prestaba atención, escuchen algunas de estas frases que he seleccionado de sus cartas. Son desgarradoras en su honestidad y desventura:
“Parece que el demonio dirige las cosas de mi vida”[14]. “Más miedo le tengo a Colombia que a la misma España”[15]. “Libertador o muerto es mi divisa antigua. Libertador es más que todo; y, por lo mismo, yo no me degradaré hasta un trono”[16]. “No sé cómo salir de este laberinto”[17]. “Yo podría arrollarlo todo, mas no quiero pasar a la posteridad como tirano”[18]. “Lo que hago con las manos lo desbaratan los pies de los demás. Un hombre combatiendo contra todos no puede nada”[19]. “Mi mayor flaqueza es mi amor a la libertad; este amor me arrastra a olvidar hasta la gloria misma. Quiero pasar por todo, prefiero sucumbir en mis esperanzas a pasar por tirano, y aún aparecer sospechoso. Mi impetuosa pasión, mi aspiración mayor es la de llevar el nombre de amante de la libertad”[20]. “Cuál será mi posición y mis embarazos, teniendo que luchar contra las pasiones de mis enemigos y aún contra los clamores de mis amigos”[21]. “Serán los colombianos los que pasarán a la posteridad cubiertos de ignominia, pero no yo… Mi único amor siempre ha sido el de la patria; mi única ambición, su libertad. Los que me atribuyen otra cosa, no me conocen ni me han conocido nunca”[22]. “¡Miserables, hasta el aire que respiran se lo he dado yo, y yo soy el sospechoso”[23]. “Mi corazón está quebrantado de pena por esta negra ingratitud; mi dolor será eterno”[24]. “Yo no puedo vivir entre asesinos y facciosos; yo no puedo ser honrado entre semejante canalla… Yo estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, hostigado, calumniado, y mal pagado. Yo no pido por recompensa más que el reposo y la conservación de mi honor: por desgracia es lo que no consigo”[25]. “Jesucristo sufrió treinta y tres años esta vida mortal: la mía pasa de cuarenta y seis; y lo peor es que yo no soy un Dios impasible, que si lo fuera aguantaría toda la eternidad”.[26]
Y no era para menos, recordemos brevemente lo que pasó en tan poco tiempo.
En 1824 ha quedado libertada toda la América. No han pasado dos años y Santander quiere someter a Páez, Páez no se deja y amenaza con separar a Venezuela de Colombia, Bolívar no sabe qué hacer, si le sigue el juego a Santander pierde a Venezuela, si interviene a favor de Páez logra sostener unido a Venezuela pero se enoja Santander. Bolívar opta por lo último y ratifica a Páez como jefe superior de Venezuela. El congreso que debería celebrase en 1831 se adelanta y se realiza la convención de Ocaña, allí se enfrentan los santanderistas con los bolivaristas, Bolívar no sabe cuál de las dos facciones es peor, ya no tiene esperanzas. De la convención no sale nada y le toca asumir el mando entre las más agitadas revueltas, esta nueva posición lo enferma más. El 25 de septiembre de 1828 en Bogotá intentan asesinar a Bolívar. Manuelita lo salva, la libertadora del Libertador. Pero Bolívar ya está muerto en vida. Los culpables son fusilados, menos uno, Santander, quien se le comprobó su culpabilidad pero a Bolívar le sugieren que a este se le dé el indulto y sólo lo mandan al exilio. Entre tanto Perú se rebela y se apodera de Guayaquil. Bolívar corre al Ecuador, con la ayuda de Sucre controlan al Perú. A finales de 1829 Bolívar regresa a Bogotá, le llegan las cartas de sus amigos sugiriéndole que se haga coronar, Bolívar desaprueba categóricamente tales ideas. Acá en Antioquia el valeroso José María Córdova creyendo las estupideces de que Bolívar se iba a coronar se levanta en armas con 300 hombres en contra del Libertador, después del combate un irlandés del ejército patriota asesina al bravo león. Otra muerte innecesaria y absurda. Unos quieren que sea rey, otros le atribuyen que él quiere ser rey. Todo era un caos, una locura, Bolívar no aguanta más. El 20 de enero de 1830 presenta su renuncia a la presidencia ante el Congreso. Es hora de partir, en la más profunda desilusión Bolívar se va pero no sabe para dónde. ¡Qué ironías, ahora que tan sólo es un ciudadano pide permiso al Congreso para irse para Venezuela y se lo niegan! El 8 de mayo salé de Bogotá hacia su destino final. Como no tiene dinero con que irse deja a Manuela en la fría Bogotá rodeada de canallas, y sale para la costa, a ver cómo consigue recursos para salir del país. Otra ironía, el creador de Colombia se acuerda que no tiene pasaporte para salir del país. Mientras que Bolívar hace su último viaje se entera que su discípulo y amado Sucre es asesinado el 4 de junio en Barruecos, un guerrero noble cuya única ambición era irse a descansar con su esposa e hija, asesinado únicamente por querer y serle fiel a Bolívar. Se acaba la época de los héroes y comienza la de los asesinos. Bolívar ya sólo espera la muerte en una finca prestada, sin nada, todo lo que había hecho y “a la hora de irse no se llevaba ni si quiera el consuelo de que se lo creyeran”[27].
Cuando Bolívar salió por última vez de Bogotá, nos relata Lynch, “La turba salió a las calles para celebrar la partida de Bolívar quemando retratos suyos y gritando a favor de Santander”[28].
Toda esta historia es también edípica. Bolívar es el padre, al que se adora y se venera, pero también el que se teme y se odia, al que también se quiere matar y santificar, ¿cómo purgar la culpa de todos sus asesinos? Colgando miles de cuadros con sus imágenes y erigiendo miles de estatuas, ¿no?
La historia de los pueblos creados por Simón Bolívar, muestra que éstos no siguieron su enseñanza, no siguieron el rumbo que les trazó su padre. Gilette Saurat en un breve párrafo relata lo que ocurrió después de la muerte de Bolívar: “Con la muerte de Bolívar acabó el tiempo de los héroes, y comenzó el tiempo de los asesinos. Santander regresó del destierro para presidir al fin solo los destinos de una república que repudiaría hasta el nombre de Colombia para tomar el de Nueva Granada. José Hilario López se instalará, también, con la frente en alto en el solio del primer magistrado del país, y lo mismo José María Obando. Desde entonces la vida política tendrá el semblante de esos hombres, estrechez, demagogia, crueldad. Bajo etiquetas diferentes, sus herederos ocuparán por turnos el proscenio. Se darán golpes de pecho en nombre de la patria –de ellos ésta no recibirá grandeza alguna- y del pueblo que sólo conocerá la ignorancia, la miseria y la servidumbre. Así se preparará el soporte de una estirpe de tiranos que abandonarán el continente a la explotación económica del extranjero”.[29]
¿No ha sido ésta nuestra historia desde 1830 hasta hoy? Efectivamente, vivimos todavía el tiempo de los asesinos, recuerden el asesinato de Rafael Uribe Uribe, el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, ¿saben ustedes cuántos asesinatos políticos se han dado en Colombia desde la muerte de Bolívar hasta hoy? La respuesta exacta no la sabemos, pero los que sí sabemos, es que la cifra es considerablemente monstruosa y extravagante. “Os ruego que permanezcáis unidos, para que no seáis los asesinos de la patria y vuestros propios verdugos”[30]. Esa era su súplica, ya ven, hasta el momento hemos hecho todo lo contrario. Sin embargo, la presencia de Bolívar sigue allí, en los campos de la eternidad. No es un juego, no es sentimentalismo, no es sólo material para poetas; Bolívar, su memoria, sigue haciendo una advertencia, si Suramérica no es libre, no será nada.
El historiador Mario Hernández Sánchez-Barba juzgó la función de Simón Bolívar en la historia de esta manera: “El problema para Bolívar radicó en cómo llevar a cabo un proyecto, cuando le falla el «Poder Constituyente» y la «Sociedad Civil». […] En el pensamiento de Bolívar existe, por una parte, una evidente coherencia, y, por otra, una considerable persistencia en torno al inconmovible principio de la unidad. […] Su objetivo básico era la creación de una República fuerte, sobre su propia autoridad personal y el prestigio alcanzado en la guerra triunfante. Para establecer este sistema de poder trató de conseguir una institucionalización capaz de ahormar la nueva situación política, una vez que había quedado destruida la sólida red vertical de instituciones españolas. […] Bolívar, ilustrado en su formación y romántico en la acción, entregó su vida activa a un ideal político: conseguir la unidad en la organización de la convivencia, lo que llevó a la sima profunda de la frustración. Intentó, hasta la muerte, un nuevo ordenamiento de la sociedad, pero el ambiente no resultó en absoluto propicio, pues el pueblo, de modo especial en tiempo de revolución y de cambios rápidos, visceralmente inasimilables, era mucho más proclive a la dispersión, el cantonalismo y la soberbia de la individualidad, que al orden, la unidad y la afirmación de las instituciones entendidos no sólo como valores básicos, sino esenciales para el buen funcionamiento de una comunidad como la que quiso —y no pudo— conseguir Bolívar”.[31]
Por su parte John Lynch al juzgar el legado de Bolívar escribió: “Bolívar no era idealista hasta el punto de creer que América estaba preparada para una democracia pura o que la ley podía anular de forma instantánea las desigualdades producto de la naturaleza y la sociedad. En su opinión hasta que los pueblos de Hispanoamérica no adquirieran las virtudes políticas, […] los sistemas de gobierno popular, lejos de ser una ayuda, podían ser su ruina. Bolívar no confiaba en el pueblo como masa, la herencia del sistema colonial, y, para conseguir que estuviera preparado para la libertad, era necesario reeducarlo bajo la tutela de un poder ejecutivo fuerte. […] Criticar a Bolívar, como se le criticó en su época y como no se ha dejado de hacerlo, por no ser un demócrata liberal, sino un absolutista conservador, es descontextualizar la discusión. Del mismo modo en que había respondido a quienes querían convertirlo en un monarca que «ni Colombia es Francia, ni yo Napoleón», Bolívar habría podido decir a sus críticos liberales «ni Colombia es Estados Unidos, ni yo Washington». […] Esta no era la sociedad homogénea del norte del continente, sino una población multiétnica, en la que cada raza tenía sus propios intereses y, así mismo, su propia intolerancia.”[32]
Bolívar es el creador de Suramérica. Fundó nuestra identidad colectiva. Él está más allá de las facciones y de los partidos. Bolívar es una idea de libertad que nunca termina. Así muchos le quieran restar su protagonismo en la lucha de independencia, es imposible desligarlo de los acontecimientos que nos constituyeron. Su legado político, su postura republicana es impecable y paradigma de creación política para todo el mundo; si sus ideas fueron mal entendidas y viciadas no fue culpa de él. Si Colombia se hizo goda y santanderista no fue culpa de él.
República, unidad y libertad. Esta fue la lección de Bolívar para Suramérica. Hoy día cuando nuestros males no dejan de suceder, se hace más vigente la vida y obra del Libertador. Su gloria cada vez se hace más grande y quizá falte mucho tiempo para que lo reconozcamos y lo tomemos en serio, pero aún así, a pesar del actual desconocimiento que sobre él hay en Colombia, su gloria crece más.
A mediados del siglo XIX y XX en Colombia se creó un Bolívar conservador oficialista, acomodado para los intereses patrioteros de la oligarquía conservadora y liberal, se erigieron miles de estatuas y se imprimieron miles de cartillas con una historia patria y boba para esterilizar las mentes de los niños y enseñar dogmáticamente un Bolívar irreal. Lograron su cometido, muchas generaciones de colombianos crecieron odiando esa mal contada historia patria. Después de la mitad del siglo XX, entre violencia y hambre, Bolívar fue olvidado, las cátedras bolivarianas desaparecieron, sólo quedaron por allí algunas sociedades bolivarianas con unos eminentes ancianos historiadores de oficio que mientras vivían sus últimos años parecían ser de otra época y mundo. Al final del siglo XX, Bolívar volvió a aparecer, las guerrillas tomaron su nombre como bandera, ¿qué tanto serán consecuentes con el pensamiento del Libertador? eso aún está por verse. Por ahora sólo se ha generado un inconveniente, a quienes amamos a Bolívar, que aunque somos pocos aún existimos, nos estigmatizarán y señalarán, porque en Colombia Bolívar pasó de ser una estatua a ser olvido, y de allí, a ser subversivo.
Tal vez nos falta mucho para ver el fin del tiempo de los asesinos, nuestro origen fue una pasión de libertad encarnada en el hombre Simón Bolívar; a pesar de los miserables que aún detentan el poder, la pasión de unidad y libertad de Bolívar volverá. En algún momento volverá.
La mayoría de los que están presentes en este auditorio, escuchando esta mi última conferencia en Medellín, que muy amorosamente me están brindado su ayuda, para emprender mi anunciado viaje a la tierra de Bolívar, saben que fui un chico temeroso, que me encerré en mis libros temiendo la violencia de las calles de Medellín, aferrado al amor de mi madre, mi padre y mis hermanos, —Mi familia que hoy está aquí presente, a quienes aprovecho la ocasión para agradecerles por la vida y para ofrecerles excusas por mis locuras— Digo, la mayoría de ustedes, saben que por miedo o por neurosis, yo construí mi identidad alrededor de la búsqueda insaciable de Bolívar, por él me hice historiador y a partir de él he construido mi existencia, los que me conocen saben que nos estoy exagerando. Ahora, cuando me encontré en un punto quieto, donde no pasa nada más con mi vida, cuando tan sólo he acumulado más y más torpezas en el amor y en el cotidiano vivir, vuelvo a seguir el rumbo que un día elegí, seguir las huellas de Bolívar, ¿que si estoy loco? Tal vez. Pero yo prefiero ser loco, danzar, volar, jugar…… a estar muerto en vida, tal cual como nos pretenden someter el capitalismo y el cristianismo.
Y ahora, parafraseando al Manuelito Fernández en Don Mirócletes de Fernando González... irme yendo, repito, para Venezuela, la patria del Frank David Bedoya Muñoz que deseo llegar a ser. Venezuela es la tierra de Bolívar y todo suramericano es venezolano. Irme yendo para allá, en busca de Bolívar, la única energía del continente.
¿Se me ha comprendido? Para afirmar la vida yo elijo a Bolívar.
Muchas gracias.
[1] Gabriel García Márquez, El general en su laberinto, Editorial Oveja Negra, 1989, p. 43.
[2] Simón Bolívar, Obras Completas, FICA. Fundación para la Investigación y la Cultura, 2008, Tomo IX, p. 535.
[3] Citado en: John Lynch, Simón Bolívar, Crítica, 2006, p. 335.
[4] https://sites.google.com/site/bolivarynietzsche/home/develando-la-perfidia-de-santander
[5] John Lynch, Simón Bolívar, Crítica, 2006, p. 338.
[6] Ibíd., p. 266.
[7] Mario Hernández Sánchez-Barba, Simón Bolívar. Una pasión política, Ariel, 2004, p. 217.
[8] Simón Bolívar, Discursos y proclamas, edición digital de la Fundación Biblioteca Ayacucho.
[9] Simón Bolívar, Obras Completas, FICA. Fundación para la Investigación y la Cultura, 2008, Tomo V, p. 315.
[10] Ibíd., p. 332.
[11] John Lynch, Simón Bolívar, Crítica, 2006, p. 334.
[12] María Teresa Calderón y Clément Thibaud, La Majestad de los Pueblos en la Nueva Granada y Venezuela 1780-1832, Editorial Taurus, 2010, p. 204.
[13] John Lynch, Simón Bolívar, Crítica, 2006, p. VII.
[14] Simón Bolívar, Obras Completas, FICA. Fundación para la Investigación y la Cultura, 2008, Tomo IV, p. 179.
[15] Ibíd., Tomo V, p. 243.
[16] Ibíd., Tomo V, p. 393.
[17] Ibíd., Tomo VI, p. 192.
[18] Ibíd., Tomo VI, p. 266.
[19] Ibíd., Tomo VI, p. 275.
[20] Ibíd., Tomo VI, p. 335.
[21] Ibíd., Tomo VI, p. 505.
[22] Ibíd., Tomo VII, p. 304.
[23] Ibíd., Tomo VII, p. 320.
[24] Ibíd., Tomo VIII, p. 77.
[25] Ibíd., Tomo IX, p. 452.
[26] Ibíd., Tomo IX, p. 169.
[27] Gabriel García Márquez, El general en su laberinto, Editorial Oveja Negra, 1989, p. 43.
[28] John Lynch, Simón Bolívar, Crítica, 2006, p. 363.
[29] Gillet Saurat, Bolívar. El Libertador, Editorial Oveja Negra, 1987, p. 602.
[30] Simón Bolívar, Obras Completas, FICA. Fundación para la Investigación y la Cultura, 2008, Tomo IX, p. 322.
[31] Mario Hernández Sánchez-Barba, Simón Bolívar. Una pasión política, Ariel, 2004, p.257.
[32] John Lynch, Simón Bolívar, Crítica, 2006, p. 373.
domingo, 18 de marzo de 2012
domingo, 11 de marzo de 2012
El país habló con su cine
ÁNGEL RICARDO GÓMEZ*
El rompimiento
La Venus de nácar
Taboga
Don Leandro, el inefable
Juan de la calle
La balandra Isabel llegó esta tarde
"El cine sonoro estaba naciendo justo cuando el país comenzaba a hablar". La frase corresponde al crítico Rodolfo Izaguirre, al referirse a la llegada del sonido a la gran pantalla venezolana. De 1908 a 1935 la nación ha sido silenciada por la dictadura de Juan Vicente Gómez, quien sólo fue separado de la presidencia por la muerte.
El primer largometraje con sonido del cine venezolano es El rompimiento, basado en la obra homónima de Rafael Guinand, y dirigido por Antonio María Delgado en 1938, tres años después de la muerte del Benemérito.
Óscar Yanes escribe en su columna Así son las cosas, un texto titulado ¡Cuidado con la conga! (2007). "La Caracas de 1936 rompió definitivamente con el pasado. Los 27 años del gobierno gomero, de las costumbres gomeras y de los trajes gomeros para damas y caballeros y hasta la literatura gomera, se fueron para el otro mundo".
El periodista narra: "Después de muerto Gómez, se comenzaron a presentar en los teatros comedias atrevidas con las chicas medio vestidas como en New York y La Habana... La entrada más cara en cine o teatro no pasaba de cinco reales. Las mujeres iban al cine lujosamente vestidas y en el estreno de una película como Ramona, por ejemplo, los caballeros llevaban smoking y las damas traje largo".
Venezuela conocía el cine desde 1897, dos años después de la primera proyección de los Hermanos Lumiere en Francia. El 28 de enero de aquel año se estrenan en el Teatro Baralt de Maracaibo Especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa y Muchachas bañándose en la Laguna de Maracaibo, de Manuel Trujillo Durán, documentales en blanco negro y sin sonido.
"Gómez fue un cinéfilo. Él llegó a verse en las películas, en los noticieros oficiales, pero nunca se oyó", recuerda Izaguirre, quien agrega que un sobrino del Benemérito, Efraín Gómez, contó con el apoyo del entonces presidente para estudiar cine en Estados Unidos. A su regreso, a finales de los años 20, convence al tío de crear Laboratorios Nacionales y fundó una pequeña empresa para hacer sus películas", señala Rodolfo Izaguirre, haciendo alusión a uno de los primeros intentos de colocar sonido a una cinta: La Venus de nácar (1932) de Efraín Gómez.
Guillermo Barrios, arquitecto e historiador del cine, sostiene que el primer largo sonoro de Venezuela, El rompimiento (1938), fue filmado en Venezuela pero montado en Estados Unidos. "Fue una película exhibida en Broadway y todo, según reportes de prensa. Tuvo una banda de sonido óptico, es decir, con el audio impreso sobre la misma película. Hubo una expresión de sonido en Bajo el cielo de Caracas (1934) de José Ferrán, con un sistema llamado vitaphone que consistía en una banda sonora grabada aparte, en un disco, que se sincronizaba con la película".
Taboga es un corto musical que también incorporó el sonido para 1938. Dirigido por Rafael Rivero, es recordada porque allí participó la orquesta de moda, la Billo's Happy Boys.
Barrios, autor del libro Tramas Cruzadas. El rol de la ciudad en el cine venezolano (2009), señala que la producción de cine mudo, previa a 1938, fue vasta. En efecto, La Cinemateca Nacional, en la filmografía de 1897 a 1938, citada por Izaguirre, registra más de 350 títulos.
"Uno de los primeros largos de ficción del cine mudo venezolano fue Don Leandro, el inefable (1919), donde figura Lucas Manzano como director y actor. A la manera de Chaplin, muestra a un hombre que viene del campo a la ciudad. Es interesante porque muestra a Caracas como una metrópolis cuando en realidad no era así", comenta el arquitecto.
Sin embargo, el sonido llega al cine venezolano con once años de retraso; la primera película sonora de la historia fue El cantante de jazz de Alan Crosland, en 1927.
Rodolfo Izaguirre cree que el retraso respondió a la situación del país: "dominado por la dictadura, primitivo...". Barrios, por su parte, sostiene que a la industria del cine en Estados Unidos no le interesaba fomentar producciones en países que pudieran convertirse en virtuales competidores. La exhibición sí era importante. "Para 1948 había casi 60 salas en Caracas", apunta el arquitecto.
Tampoco se corresponde la tecnología de cine sonoro con una producción de calidad. Ambos consultados coinciden en mencionar a La balandra Isabel llegó esta tarde (1950), de Carlos Hugo Christensen, como el primer hito de una industria venezolana.
"A partir de los años 40 los equipos de Efraín Gómez pasan al Ministerio de Obras Públicas y surgen otros estudios. Rómulo Gallegos crea Ávila Films con la idea de filmar Doña Bárbara. Con éste firmó el guión de Juan de la calle (1941). Por esa misma época surgiría Bolívar Films, que se propuso ocho coproducciones con México, una de estas La balandra Isabel...", recuerda Izaguirre.
@argomezc
*EL UNIVERSAL
domingo 11 de marzo de 2012
El rompimiento
La Venus de nácar
Taboga
Don Leandro, el inefable
Juan de la calle
La balandra Isabel llegó esta tarde
"El cine sonoro estaba naciendo justo cuando el país comenzaba a hablar". La frase corresponde al crítico Rodolfo Izaguirre, al referirse a la llegada del sonido a la gran pantalla venezolana. De 1908 a 1935 la nación ha sido silenciada por la dictadura de Juan Vicente Gómez, quien sólo fue separado de la presidencia por la muerte.
El primer largometraje con sonido del cine venezolano es El rompimiento, basado en la obra homónima de Rafael Guinand, y dirigido por Antonio María Delgado en 1938, tres años después de la muerte del Benemérito.
Óscar Yanes escribe en su columna Así son las cosas, un texto titulado ¡Cuidado con la conga! (2007). "La Caracas de 1936 rompió definitivamente con el pasado. Los 27 años del gobierno gomero, de las costumbres gomeras y de los trajes gomeros para damas y caballeros y hasta la literatura gomera, se fueron para el otro mundo".
El periodista narra: "Después de muerto Gómez, se comenzaron a presentar en los teatros comedias atrevidas con las chicas medio vestidas como en New York y La Habana... La entrada más cara en cine o teatro no pasaba de cinco reales. Las mujeres iban al cine lujosamente vestidas y en el estreno de una película como Ramona, por ejemplo, los caballeros llevaban smoking y las damas traje largo".
Venezuela conocía el cine desde 1897, dos años después de la primera proyección de los Hermanos Lumiere en Francia. El 28 de enero de aquel año se estrenan en el Teatro Baralt de Maracaibo Especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa y Muchachas bañándose en la Laguna de Maracaibo, de Manuel Trujillo Durán, documentales en blanco negro y sin sonido.
"Gómez fue un cinéfilo. Él llegó a verse en las películas, en los noticieros oficiales, pero nunca se oyó", recuerda Izaguirre, quien agrega que un sobrino del Benemérito, Efraín Gómez, contó con el apoyo del entonces presidente para estudiar cine en Estados Unidos. A su regreso, a finales de los años 20, convence al tío de crear Laboratorios Nacionales y fundó una pequeña empresa para hacer sus películas", señala Rodolfo Izaguirre, haciendo alusión a uno de los primeros intentos de colocar sonido a una cinta: La Venus de nácar (1932) de Efraín Gómez.
Guillermo Barrios, arquitecto e historiador del cine, sostiene que el primer largo sonoro de Venezuela, El rompimiento (1938), fue filmado en Venezuela pero montado en Estados Unidos. "Fue una película exhibida en Broadway y todo, según reportes de prensa. Tuvo una banda de sonido óptico, es decir, con el audio impreso sobre la misma película. Hubo una expresión de sonido en Bajo el cielo de Caracas (1934) de José Ferrán, con un sistema llamado vitaphone que consistía en una banda sonora grabada aparte, en un disco, que se sincronizaba con la película".
Taboga es un corto musical que también incorporó el sonido para 1938. Dirigido por Rafael Rivero, es recordada porque allí participó la orquesta de moda, la Billo's Happy Boys.
Barrios, autor del libro Tramas Cruzadas. El rol de la ciudad en el cine venezolano (2009), señala que la producción de cine mudo, previa a 1938, fue vasta. En efecto, La Cinemateca Nacional, en la filmografía de 1897 a 1938, citada por Izaguirre, registra más de 350 títulos.
"Uno de los primeros largos de ficción del cine mudo venezolano fue Don Leandro, el inefable (1919), donde figura Lucas Manzano como director y actor. A la manera de Chaplin, muestra a un hombre que viene del campo a la ciudad. Es interesante porque muestra a Caracas como una metrópolis cuando en realidad no era así", comenta el arquitecto.
Sin embargo, el sonido llega al cine venezolano con once años de retraso; la primera película sonora de la historia fue El cantante de jazz de Alan Crosland, en 1927.
Rodolfo Izaguirre cree que el retraso respondió a la situación del país: "dominado por la dictadura, primitivo...". Barrios, por su parte, sostiene que a la industria del cine en Estados Unidos no le interesaba fomentar producciones en países que pudieran convertirse en virtuales competidores. La exhibición sí era importante. "Para 1948 había casi 60 salas en Caracas", apunta el arquitecto.
Tampoco se corresponde la tecnología de cine sonoro con una producción de calidad. Ambos consultados coinciden en mencionar a La balandra Isabel llegó esta tarde (1950), de Carlos Hugo Christensen, como el primer hito de una industria venezolana.
"A partir de los años 40 los equipos de Efraín Gómez pasan al Ministerio de Obras Públicas y surgen otros estudios. Rómulo Gallegos crea Ávila Films con la idea de filmar Doña Bárbara. Con éste firmó el guión de Juan de la calle (1941). Por esa misma época surgiría Bolívar Films, que se propuso ocho coproducciones con México, una de estas La balandra Isabel...", recuerda Izaguirre.
@argomezc
*EL UNIVERSAL
domingo 11 de marzo de 2012
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Caracas de Antaño,
Cine
viernes, 9 de marzo de 2012
El Duque de Rocanegras (segunda revisión)
Gerónimo Alberto Yerena Cabrera
Recuerdos de la década de los veinte.
Palabras caraqueñas.
Vitoco,vitoquear,vitoqueado.
Caracas en la década de los veinte fue muy florida y rica en hechos, sucesos,
y personajes, que bien vale la pena recordar; coinciden, tanto con el crecimiento en sí de la ciudad, como con el inicio de su transformación, que ya se vislumbraba. No olvidan los caraqueños su buen humor, aunque bastante sano, a veces atrevido. En la ciudad, estando aún en la época gomecista, donde el control y la férrea censura que imperaba limitaba la libertad de expresión, siempre se dió la oportunidad de divertise, aprovechando los humoristas algunos sucesos, como fue lo acontecido con el famoso personaje del Duque de Rocanegras.
Quizá con la palabra vitoquear, (vitoco,vitoquear,vitoqueado, vitoquismo) -sustantivo, verbo o adjetivo- se designaba desde principios del siglo XX (1921) a las personas que vestían como un “dandy”, y además presumían de eso, buscando la mayor notoriedad posible; o, como dijo Guillermo Meneses en su Libro de Caracas: “ con aspecto de superlativa elegancia”.En los últimos veinte años del siglo pasado, han sido muy pocas las veces que he oído esta palabra, a pesar de haber sido usada frecuentemente en mi juventud (década de los cuarenta,cincuenta e incluso en los sesenta); es una más de las expresiones caraqueñas que tiende a caer en el olvido, como casi sucede con las vivencias de esa década, que de no ser por el testimonio de personas como Aquiles Nazoa, así como de un grupo de reconocidos cronistas que cito más adelante, no tuviésemos ninguna oportunidad de recordarla.
Aquiles Nazoa, quién nació en 1920, en su libro Caracas Física y Espiritual presenta un artículo: Memorias del Duque de Rocanegras, en el cual describe a perfección y en forma magistral la historia de este personaje, y como surgió la palabra “vitoqueado”. Debido a lo excelente del trabajo, y a que en él hace un repaso y un recordatorio de las costumbres, las vivencias y el buen humor de los caraqueños, y retrata “La Caracas de Antaño” la cual aún muchos recordamos; me motivó a presentarles un resumen del mismo, por considerar éste lo más completo que se haya escrito sobre Vito Modesto Franklin y el significado de la palabra “vitoqueado”. La mayoría de los párrafos tomados del libro de Aquiles son transcritos textualmente, y en los casos que he considerado necesario, he intercalado algunos comentarios y referencias de otros autores, en el contexto del mismo tema, sobre la crónica de la ciudad en esa década. Recuerdo aún, que en mi juventud era casi como una obligación familiar ver el programa de Aquiles Nazoa por la Televisora Nacional, canal cinco, y es por eso que he tenido el atrevimiento de tomar como base su artículo en el desarrollo de esta exposición.
Relata Aquiles Nazoa: "Vito Modesto Franklin, alias “Duque de Rocanegras y Príncipe de Austracia”. Criatura insólita de la fantasía y del humorismo de la ciudad, en el esplendor físico de aquella figura y en la atmósfera de leyenda que respiraba su fascinante personalidad; conoció en la Caracas de los 20, al que fue su personaje más típico por más de diez años, y al mismo tiempo una estampa humana, mitad broma, mitad poesía, parte locura y parte ensueño.
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Era natural de La Guaira donde en su juventud había figurado entre los recios caleteros que acarreaban sacos de café a los barcos. Su vida de aventuras comienza apenas a los 15 años, cuando Rodolfo, su amigo de la niñez, lo incorpora a la clientela un poco bandilesca de “El Gato”, famosa posada y garito guaireño que poetizaba la sólida reputación de su cocina criolla en sus anuncios versificados del periódico La Lira:
Es El Gato, en verdad un paraíso,
allí el talento del mondongo brilla:
la gracia virginal de la morcilla,
la sublime elocuencia del chorizo.
Iniciándose como el jugador afortunadísimo que fue siempre, en una de sus jugadas logró Franklin desbancar la ruleta de “El Gato”, dando lugar con su triunfo a un violento episodio de sangre del que le resultó un encarcelamiento por tres años. Cumplida su condena se trasladó a las tierras cacaoteras de Barlovento y allí se hizo de cuantiosos bienes, no siempre sin utilizar sus admirables mañas de picapleitos y abogado de afición, merced a las cuales se le llegó a conocer en aquella región como el Doctor Franklin. Pero cuando más prósperamente florecían sus negocios, sufre lo que el mismo describirá después como una de sus crisis de misticismo y decide ingresar en el Seminario. A punto ya de ordenarse sacerdote, y cuando ya casi todo Caracas lo conocía como el Padre Franklin, las autoridades eclesiásticas le impiden la ordenación luego de investigar las turbulencias de su vida pasada, y es entonces cuando Franklin comienza su carrera de “grand viveur” cosmopolita y elegante.
La época de su primer viaje a Europa es aquella en que Madrid celebra, con grandes corsos de flores, el cumpleaños del rey Alfonso XIII el día de San Pascal; es la época en que la literatura de Pierre Loti y las páginas de la revista L’Illustration habían puesto de moda los lujos de la mueblería oriental, los cigarrillos turcos y el turismo por los países exóticos. Es la época en que Europa se halla en plena efervescencia danunziana, y el ruidoso poeta impone en la literatura la moda de los amores raros; cuando París aún asiste con un entusiasmo robusto al espectáculo de los últimos duelos-vagido póstumo del romanticismo- y en que en la Costa Azul se oye sonar, de vez en cuando, el pistoletazo de un suicida mundano, galante e insolvente.
Trasladar a sus pequeñas ciudades de la América tropical un poco de ese mundo decadente, pero tan decorativo, fue el sueño de algunos suramericanos sensibles que por entonces viajaban por Europa; y así algunos renunciaban a su personalidad real para asumir otra más poética o al menos, más cónsona con aquel mundo del que se han hecho huéspedes para siempre, aun no viviendo ya en esa región.
A esta familia de criollos vuelto hacia lo exótico, perteneció nuestro Duque desde 1921 como el más vistoso y original de sus representantes. Para poder vivir la hermosa farsa que fue su vida durante diez años, adoptó un ropero de su propia creación, caracterizado principalmente por sus deslumbrantes ensamblajes de colores en que concurría el leonado y el verde Nilo, el carmesí y el negro, el esmeralda y el gris claro, el violeta y el rosa, todos ellos aplicados a las más curiosas formas que adoptaron jamás las ropas masculinas; como combinaciones de paltó-levita y calzón corto a lo chamberlán, chistera y camisa mosquetero de ancho cuello y bocamanga de encaje, tirolés con escarapelas de plumas, corbata de plastrón y zapatillas de raso con hebilla de plata.
Completaban la irrealidad de su figura no sólo sus pelucas que parecían de seda, sino el leve maquillaje de carmín y polvo de arroz con que avivaba su semblante, siempre realzado por un monóculo del que pendía una larga cintita del mismo color de la corbata. Famosos fueron también sus bastones de riquísima y complicada empuñadura, que excedían a veces el tamaño normal, y por la manera como él lo empuñaba le infundían el aire de un majestuoso maestro de ceremonias. En la muñeca izquierda llevaba invariablemente una soberbia pulsera adornada con tres bellotas de oro ,de las que él decía que representaba a sus antepasados: los tres infantes de Borbón; y de sus guantes, célebres también por sus colores, no prescindía sino en ciertas especialísimas noches de gran teatro, para mostrar, algunas de las sortijas que componían su rutilante colección.
Gozoso de la admiración que a su paso suscitaba entre los viandantes, salía todos los días a las diez de la mañana de su casa en la esquina de la Glorieta e iba a situarse en la Plaza Bolívar, donde pasaba casi todo el resto del día, con la mirada perdida entre los árboles, galanteando ceremoniosamente a las damas que pasaban o a veces charlando con sus numerosos amigos en el corrillo intelectual de “La Francia”.
Para 1922, y todavía sin llegar sus extravagancias a los extremos que alcanzó por el año de 1929, ya la figura del Duque era popularísima en Caracas. Y para confirmar apoteósicamente su caudaloso prestigio, en los carnavales de aquel año, un grupo de sus amigos formado por: Arístides Silva Pérez, Armando Carriles, Julio Coll Pacheco Magín, Enrique Silva Pérez, y Antonio José Santana, integraron una comparsa en la que todos iban disfrazados a la usanza del Duque y con la que el propio parodiado fue paseado en triunfo con acompañamiento de gran multitud, por las principales calles de la ciudad.
Hasta aquella época se le conocía popularmente en Caracas como el Doctor Franklin y también como el padre Franklin; pero a raíz de su apoteosis carnavalesca, y para halagarle el prurito nobiliario de que había vuelto contagiado desde su viaje a Europa, un grupo de amigos encabezado por el dibujante “Leo”, tuvieron la ocurrencia de hacerle llegar por trasmano un pergamino supuestamente expedido por el Rey de España, en el cual se le confería la dignidad de Duque de Rocanegras.
Nunca sabremos si Franklin, por ser también un humorista en el fondo, se prestó conscientemente a ser un elegante juguete en manos de sus amigos, o si, ofuscado por su incurable manía del esplendor, se sentía en verdad protagonista de la fábula ducal que le inventaron. El hecho fue que apenas recibido el pergamino se hizo entrevistar por todos los periódicos, despertando tal entusiasmo en la ciudadanía con la noticia de su ducado, que en 1924 para celebrarlo, se le organizó una fiesta en el Circo Metropolitano. Los organizadores de la fiesta –dice la reseña enviada desde Caracas a la revista madrileña “Sangre y Arena”- solicitaron de su excelencia el Duque de Rocanegras les hiciera el despejo de la plaza en una carroza preparada al efecto.
“La alta dignidad ducal cumplió su cometido, y después, gentilmente invitado para tomar una copa de champaña en el centro del ruedo, se le dio libertad inopinadamente a un hermoso novillo… Los invitados como por encanto desaparecieron del redondel; solamente el príncipe, el auténtico (teniendo sangre azul no podía ser de otra manera) aguantó con la mayor impavidez las embestidas del “morlaco”, y paso a paso, con toda la majestad que el caso requería, se retiró hasta el más lejano burladero, conservando intacta la virginidad de su línea”.
Aunque se aseguraba que en sus relaciones con las damas, nunca excedía el Duque los límites de un elegante platonismo castamente alimentado con flores y bombones ( Casto Varón de las Vestales le llamó la revista Elite en 1930), se desvivía S.E por las mujeres de teatro y especialmente por las bailarinas y coupletistas. Para tenerlas al alcance de su esplendidez y admiración, se compró el viejo Teatro Olimpia, y desde el palco central, en las noches de debut o de despedida, les arrojaba al escenario grandes cantidades de rosas. Eran los tiempos en que recorrían América, tonadilleras de fama mundial como: Rosita Guerra, Carmen Flores(amante de don Enrique de Borbón), Raquel Meller, Pastora Imperio y Lydia Ferreira “La Lusitana”.
Según Guillermo Meneses: “Paquita Escribano, otra gran cupletista, coincidió con Carmen Flores en Caracas en el año de 1922; Carmen Flores actuó en el teatro Olimpia; Paquita Escribano primero en el Teatro Nacional y luego en el Nuevo Circo. Carmen Flores era castiza y cañí (de raza gitana) conforme diría cualquier cronista de la época. Cantó cosas como “De noche cuando me acuesto” o “Cruz de mayo”.Tenía voz suficiente como para que la escucharan fuera del teatro. Pero bueno es pensar que no era escasa la de la Escribano, y prueba suficiente es la de que cantaba en el Nuevo Circo en tablado puesto sobre la puerta de los toriles. Paquita cantaba cuplés como “Besos fríos” o “no me beses” y se atrevía con la osada letra de “Mi Hombre”. Ambas tenían en su repertorio canciones como “El Relicario”. La rivalidad entre Carmen y Paquita produjo pública controversia y los periódicos de la época traían abundantes correspondencia destinada a alabar y zaherir a una u otra de las artistas”.
Otra cupletista famosa fue Raquel Meller, una de las grandes cupletista de la “Belle Epoque”; se llamó Francisca Marques López, nacida el 10 de marzo de 1888 en Tarazona, Zaragoza y murió el 26 de julio de 1962 en Barcelona (España). Fue también una de las grandes interpretes de “El Relicario”, junto a Carmen Flores y Paquita Escribano. Creo que las tres, terminaron de enloquecer al Duque.
Comenta Guillermo José Schael que: el matrimonio de la Meller con el poeta Gómez Carrilo en el Teatro Olimpia fue un acontecimiento de singular relieve artístico y social. Reunió a las personalidades más destacadas del teatro y de las letras de su tiempo. Asisten además no pocos representativos de la aristrocracia española. Entre sus padrinos de boda figuró el Conde de Ramanones (y por supuesto el Duque de Rocanegras).
Sobre el “Relicario”, escribe Guillermo José Schael en su libro “Caracas La Ciudad que no vuelve” lo siguiente:
“No existe pianola sin los compases en su repertorio de tan alegre melodía. Diríase que todos los programas sociales bailables comienzan con este garboso pasodoble y cierran al compás de la inimitable “Alma Llanera” del maestro Pedro Elías Gutiérrez.
Letra completa de esta famosa canción.
I
“El día de San Eugenio
yendo hacia el Prado le conocí
era el torero de más tronío
y el más garboso de to Madrid…
Iba en calesa pidiendo guerra
y yo al mirarlo me estremecí
y él comprendiendo saltó del coche
y muy garboso se vino a mí
tiró el capote con gesto altivo
y muy mimoso me dijo así:
Estribillo
Pisa morena, pisa con garbo
Que un relicario, que un relicario me voy hacer
Con el trocito de mi capote
que haya pisado, que haya pisado tan lindo pié.
II
Un lunes abrileño
el toreaba y a verle fui.
Nunca lo hiciera aquella tarde
de sentimiento, creí morir.
Al dar un lance,
cayo en la arena;
se sintió herido
miró hacía mí.
Un relicario saco del pecho
y yo al instante reconocí
cuando el torero caía muerto
en su delirio decía así…
Estribillo
Continúa Aquiles:
En el homenaje popular que en 1924 fue objeto el Duque para proclamarlo “El Hombre de las Línea Perfectas”, fue Carmen Flores quién fungió como sacerdotisa encargada de consagrarle. La ceremonia, que respiraba un paganismo de caricatura, consistió en tender al Duque semidesnudo en un lecho de rosas y verterle champaña en su vientre para que Carmen bebiera del cuenco (concavidad) de su ombligo. Ahora bien, siguiendo a la Flores, de quien estaba inútilmente enamorado, había llegado por aquellos días a Caracas don Enrique de Borbón, personaje de la realeza española y primo del rey Alfonso XIII, a quien le pareció excesiva aquella confianza del Duque con su amada; por lo que en un ruidoso encuentro que ambos tuvieron en los salones de “La Francia”, le arrojó un guante a la cara del Duque y lo retó a duelo. Al parecer a última hora se acobardó el Borbón, y cuando el Duque y sus padrinos fueron en su busca en la explanada de El Calvario, ya don Enrique iba camino a Colombia, siempre en seguimiento de su evasiva Carmen.
En Caracas no ocurrían duelos desde los años románticos de 1850, cuando se libraron los últimos en los matorrales del lugar llamado La Matanza, donde hoy se encuentra el Nuevo Circo. Tampoco habían tenido los caraqueños desde la época de la colonia, muchas ocasiones de mirar de cerca de una persona de la nobleza; todo lo cual, sumado a la gran popularidad de que gozaba el Duque, le aseguró el esperado espectáculo del desafío una concurrencia digna de la mejor corrida de toros. Interpretada la fuga del Borbón como un triunfo por “forfeit” para su contendor, la enorme multitud de curiosos que se habían aglomerado en El Calvario para asistir al duelo, se echaron en hombro al Duque, y entre aclamaciones, aplausos y vivas a Venezuela lo trajeron cargado hasta la Plaza Bolívar.
Un nuevo elemento, acaso el más bellamente fabuloso de todos, vino por el año 24 a enriquecerle al Duque la materia novelística de su vida. Con procedimiento semejante al que había usado para hacerle llegar el pergamino con sus títulos, el círculo de amigos, entre los que siempre andaba metida la mano de redactores de “Fantoches”, fechándola en la remotísima villa francesa de Metz, le hicieron llegar como escrita por una supuesta princesa cautiva, una declaración de amor, para cuya firma eligieron el nombre de un conocido medicamento recomendado contra la dispepsia: se llamaba Princesa Piperazine de Midy.
“Estimado Duque-decía la carta-: tiempo mucho ha que os amo en secreto como bien consta a mi almohada, a la que comunico todas las noches las inquietudes de mi corazón, y en especial a mi loro particular con quien paso mis horas de ocio conversando acerca de vos. Estáis ceñido a mi amantísimo corazón como presa en mi corsé lo está mi cintura. Permitidme contar desde hoy con vuestra mano. La mía, vuestra fue desde siempre. Besos vuestros pies, Piperazine de Midy, Princesa cautiva de Austracia”.
Si creyeron sus amigos sorprender la inocencia del Duque con la invención de semejante princesa, lo que lograron en realidad fue proporcionarle un tema para demostrar todo lo poeta que era. No sólo admitió la existencia de tan lejana y fabulosa enamorada, sino de tanto mencionarla, de brindar por ella en sus fiestas y de salir en su defensa cuando se le aludía sarcásticamente en los periódicos, llegó a infundirle vida, llegó a darle corporeidad en el folklore de Caracas, llegó a asociarla a su nombre, a su aventura y hasta a su tragedia como lo está a la figura de Don Quijote la imagen de Dulcinea.
En Así son las Cosas, Oscar Yánez relata: “En ocasión de haberle señalado al Duque que su “Dulcinea” tenía el mismo nombre que un remedio, él explicó con burla que la plebe no sabía de remedios; además ella remedia todos los males de mi corazón…”
Cuenta Aquiles Nazoa, que después de lo ocurrido con lo de la princesa Piperazine, el Duque se declaró Consorte de la Cautiva, y adoptando el título de la desposada se proclamó Príncipe de Austracia. Coincidió esta situación con el auge de Rodolfo Valentino y sus éxitos cinematográficos: “Cobra”,”Sangre y Arena”,”El Gaucho”,”El Hijo del Sheik” y “El Aguila Negra”-los cinco títulos de oro que envuelven el nombre de Valentino en un fulgor de leyenda- y poco a poco la ciudad se fue rindiendo a la fascinación de la nueva “divinidad viviente”. Las películas de Valentino cada tarde congregaban a sus idólatras en las vespertinas del Teatro Princesa, o en las friolentas intermediarias del Circo Metropolitano.
Esto causó un celo exagerado en el Duque, e hizo un intento casi angustioso por rescatar el sitial de fama que con tan desiguales armas le arrebatara el extranjero; y para completar la situación, los humoristas de “Fantoches” le propusieron hacer una comparación pública entre sus proporciones corporales y las que se conocían de Valentino. El Duque en un rapto de sumo exhibicionismo aceptó el reto. Posó medio desnudo para un famoso retrato de la Fotografía Manrique, cuya exhibición en las céntricas vitrinas de la Bota de Oro, resultó el más gozoso espectáculo que se había ofrecido a la Caracas de aquellos tiempos. En el teatro Olimpia, días más tarde se celebró el acto donde se efectuó las mediciones de su cuerpo y fueron realizadas por un competente grupo de operadores de cine; el Duque recobró su popularidad, más ésta no descansaba ya como en otros tiempos en el prestigio de su persona, sino en el apoyo que le prestaba la radiante actualidad de su émolo cinematográfico. Esto se prolongó hasta el 23 de agosto de 1926 cuando murió Rodolfo Valentino en la ciudad de Nueva York.
Para terminar la década de los veinte, el seis de diciembre de 1930, el Duque asistió invitado por un amigo latonero a una prueba de una maquina de vapor que éste había inventado, la maquina explotó e hirió al Duque en la frente y le produjo la pérdida de una pierna… El Duque murió el 17 de julio de 1938.
Su vida en la década de los veinte (1921-1930) coincidió con el humor, la sátira y las costumbres de la Caracas de esa época. No se burlaron de él, sino que todos vivieron y compartieron su necesaria locura.
Gerónimo AlbertoYerena Cabrera
yerena.geronimo@gmail.com
Recuerdos de la década de los veinte.
Palabras caraqueñas.
Vitoco,vitoquear,vitoqueado.
Caracas en la década de los veinte fue muy florida y rica en hechos, sucesos,
y personajes, que bien vale la pena recordar; coinciden, tanto con el crecimiento en sí de la ciudad, como con el inicio de su transformación, que ya se vislumbraba. No olvidan los caraqueños su buen humor, aunque bastante sano, a veces atrevido. En la ciudad, estando aún en la época gomecista, donde el control y la férrea censura que imperaba limitaba la libertad de expresión, siempre se dió la oportunidad de divertise, aprovechando los humoristas algunos sucesos, como fue lo acontecido con el famoso personaje del Duque de Rocanegras.
Quizá con la palabra vitoquear, (vitoco,vitoquear,vitoqueado, vitoquismo) -sustantivo, verbo o adjetivo- se designaba desde principios del siglo XX (1921) a las personas que vestían como un “dandy”, y además presumían de eso, buscando la mayor notoriedad posible; o, como dijo Guillermo Meneses en su Libro de Caracas: “ con aspecto de superlativa elegancia”.En los últimos veinte años del siglo pasado, han sido muy pocas las veces que he oído esta palabra, a pesar de haber sido usada frecuentemente en mi juventud (década de los cuarenta,cincuenta e incluso en los sesenta); es una más de las expresiones caraqueñas que tiende a caer en el olvido, como casi sucede con las vivencias de esa década, que de no ser por el testimonio de personas como Aquiles Nazoa, así como de un grupo de reconocidos cronistas que cito más adelante, no tuviésemos ninguna oportunidad de recordarla.
Aquiles Nazoa, quién nació en 1920, en su libro Caracas Física y Espiritual presenta un artículo: Memorias del Duque de Rocanegras, en el cual describe a perfección y en forma magistral la historia de este personaje, y como surgió la palabra “vitoqueado”. Debido a lo excelente del trabajo, y a que en él hace un repaso y un recordatorio de las costumbres, las vivencias y el buen humor de los caraqueños, y retrata “La Caracas de Antaño” la cual aún muchos recordamos; me motivó a presentarles un resumen del mismo, por considerar éste lo más completo que se haya escrito sobre Vito Modesto Franklin y el significado de la palabra “vitoqueado”. La mayoría de los párrafos tomados del libro de Aquiles son transcritos textualmente, y en los casos que he considerado necesario, he intercalado algunos comentarios y referencias de otros autores, en el contexto del mismo tema, sobre la crónica de la ciudad en esa década. Recuerdo aún, que en mi juventud era casi como una obligación familiar ver el programa de Aquiles Nazoa por la Televisora Nacional, canal cinco, y es por eso que he tenido el atrevimiento de tomar como base su artículo en el desarrollo de esta exposición.
Relata Aquiles Nazoa: "Vito Modesto Franklin, alias “Duque de Rocanegras y Príncipe de Austracia”. Criatura insólita de la fantasía y del humorismo de la ciudad, en el esplendor físico de aquella figura y en la atmósfera de leyenda que respiraba su fascinante personalidad; conoció en la Caracas de los 20, al que fue su personaje más típico por más de diez años, y al mismo tiempo una estampa humana, mitad broma, mitad poesía, parte locura y parte ensueño.
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Era natural de La Guaira donde en su juventud había figurado entre los recios caleteros que acarreaban sacos de café a los barcos. Su vida de aventuras comienza apenas a los 15 años, cuando Rodolfo, su amigo de la niñez, lo incorpora a la clientela un poco bandilesca de “El Gato”, famosa posada y garito guaireño que poetizaba la sólida reputación de su cocina criolla en sus anuncios versificados del periódico La Lira:
Es El Gato, en verdad un paraíso,
allí el talento del mondongo brilla:
la gracia virginal de la morcilla,
la sublime elocuencia del chorizo.
Iniciándose como el jugador afortunadísimo que fue siempre, en una de sus jugadas logró Franklin desbancar la ruleta de “El Gato”, dando lugar con su triunfo a un violento episodio de sangre del que le resultó un encarcelamiento por tres años. Cumplida su condena se trasladó a las tierras cacaoteras de Barlovento y allí se hizo de cuantiosos bienes, no siempre sin utilizar sus admirables mañas de picapleitos y abogado de afición, merced a las cuales se le llegó a conocer en aquella región como el Doctor Franklin. Pero cuando más prósperamente florecían sus negocios, sufre lo que el mismo describirá después como una de sus crisis de misticismo y decide ingresar en el Seminario. A punto ya de ordenarse sacerdote, y cuando ya casi todo Caracas lo conocía como el Padre Franklin, las autoridades eclesiásticas le impiden la ordenación luego de investigar las turbulencias de su vida pasada, y es entonces cuando Franklin comienza su carrera de “grand viveur” cosmopolita y elegante.
La época de su primer viaje a Europa es aquella en que Madrid celebra, con grandes corsos de flores, el cumpleaños del rey Alfonso XIII el día de San Pascal; es la época en que la literatura de Pierre Loti y las páginas de la revista L’Illustration habían puesto de moda los lujos de la mueblería oriental, los cigarrillos turcos y el turismo por los países exóticos. Es la época en que Europa se halla en plena efervescencia danunziana, y el ruidoso poeta impone en la literatura la moda de los amores raros; cuando París aún asiste con un entusiasmo robusto al espectáculo de los últimos duelos-vagido póstumo del romanticismo- y en que en la Costa Azul se oye sonar, de vez en cuando, el pistoletazo de un suicida mundano, galante e insolvente.
Trasladar a sus pequeñas ciudades de la América tropical un poco de ese mundo decadente, pero tan decorativo, fue el sueño de algunos suramericanos sensibles que por entonces viajaban por Europa; y así algunos renunciaban a su personalidad real para asumir otra más poética o al menos, más cónsona con aquel mundo del que se han hecho huéspedes para siempre, aun no viviendo ya en esa región.
A esta familia de criollos vuelto hacia lo exótico, perteneció nuestro Duque desde 1921 como el más vistoso y original de sus representantes. Para poder vivir la hermosa farsa que fue su vida durante diez años, adoptó un ropero de su propia creación, caracterizado principalmente por sus deslumbrantes ensamblajes de colores en que concurría el leonado y el verde Nilo, el carmesí y el negro, el esmeralda y el gris claro, el violeta y el rosa, todos ellos aplicados a las más curiosas formas que adoptaron jamás las ropas masculinas; como combinaciones de paltó-levita y calzón corto a lo chamberlán, chistera y camisa mosquetero de ancho cuello y bocamanga de encaje, tirolés con escarapelas de plumas, corbata de plastrón y zapatillas de raso con hebilla de plata.
Completaban la irrealidad de su figura no sólo sus pelucas que parecían de seda, sino el leve maquillaje de carmín y polvo de arroz con que avivaba su semblante, siempre realzado por un monóculo del que pendía una larga cintita del mismo color de la corbata. Famosos fueron también sus bastones de riquísima y complicada empuñadura, que excedían a veces el tamaño normal, y por la manera como él lo empuñaba le infundían el aire de un majestuoso maestro de ceremonias. En la muñeca izquierda llevaba invariablemente una soberbia pulsera adornada con tres bellotas de oro ,de las que él decía que representaba a sus antepasados: los tres infantes de Borbón; y de sus guantes, célebres también por sus colores, no prescindía sino en ciertas especialísimas noches de gran teatro, para mostrar, algunas de las sortijas que componían su rutilante colección.
Gozoso de la admiración que a su paso suscitaba entre los viandantes, salía todos los días a las diez de la mañana de su casa en la esquina de la Glorieta e iba a situarse en la Plaza Bolívar, donde pasaba casi todo el resto del día, con la mirada perdida entre los árboles, galanteando ceremoniosamente a las damas que pasaban o a veces charlando con sus numerosos amigos en el corrillo intelectual de “La Francia”.
Para 1922, y todavía sin llegar sus extravagancias a los extremos que alcanzó por el año de 1929, ya la figura del Duque era popularísima en Caracas. Y para confirmar apoteósicamente su caudaloso prestigio, en los carnavales de aquel año, un grupo de sus amigos formado por: Arístides Silva Pérez, Armando Carriles, Julio Coll Pacheco Magín, Enrique Silva Pérez, y Antonio José Santana, integraron una comparsa en la que todos iban disfrazados a la usanza del Duque y con la que el propio parodiado fue paseado en triunfo con acompañamiento de gran multitud, por las principales calles de la ciudad.
Hasta aquella época se le conocía popularmente en Caracas como el Doctor Franklin y también como el padre Franklin; pero a raíz de su apoteosis carnavalesca, y para halagarle el prurito nobiliario de que había vuelto contagiado desde su viaje a Europa, un grupo de amigos encabezado por el dibujante “Leo”, tuvieron la ocurrencia de hacerle llegar por trasmano un pergamino supuestamente expedido por el Rey de España, en el cual se le confería la dignidad de Duque de Rocanegras.
Nunca sabremos si Franklin, por ser también un humorista en el fondo, se prestó conscientemente a ser un elegante juguete en manos de sus amigos, o si, ofuscado por su incurable manía del esplendor, se sentía en verdad protagonista de la fábula ducal que le inventaron. El hecho fue que apenas recibido el pergamino se hizo entrevistar por todos los periódicos, despertando tal entusiasmo en la ciudadanía con la noticia de su ducado, que en 1924 para celebrarlo, se le organizó una fiesta en el Circo Metropolitano. Los organizadores de la fiesta –dice la reseña enviada desde Caracas a la revista madrileña “Sangre y Arena”- solicitaron de su excelencia el Duque de Rocanegras les hiciera el despejo de la plaza en una carroza preparada al efecto.
“La alta dignidad ducal cumplió su cometido, y después, gentilmente invitado para tomar una copa de champaña en el centro del ruedo, se le dio libertad inopinadamente a un hermoso novillo… Los invitados como por encanto desaparecieron del redondel; solamente el príncipe, el auténtico (teniendo sangre azul no podía ser de otra manera) aguantó con la mayor impavidez las embestidas del “morlaco”, y paso a paso, con toda la majestad que el caso requería, se retiró hasta el más lejano burladero, conservando intacta la virginidad de su línea”.
Aunque se aseguraba que en sus relaciones con las damas, nunca excedía el Duque los límites de un elegante platonismo castamente alimentado con flores y bombones ( Casto Varón de las Vestales le llamó la revista Elite en 1930), se desvivía S.E por las mujeres de teatro y especialmente por las bailarinas y coupletistas. Para tenerlas al alcance de su esplendidez y admiración, se compró el viejo Teatro Olimpia, y desde el palco central, en las noches de debut o de despedida, les arrojaba al escenario grandes cantidades de rosas. Eran los tiempos en que recorrían América, tonadilleras de fama mundial como: Rosita Guerra, Carmen Flores(amante de don Enrique de Borbón), Raquel Meller, Pastora Imperio y Lydia Ferreira “La Lusitana”.
Según Guillermo Meneses: “Paquita Escribano, otra gran cupletista, coincidió con Carmen Flores en Caracas en el año de 1922; Carmen Flores actuó en el teatro Olimpia; Paquita Escribano primero en el Teatro Nacional y luego en el Nuevo Circo. Carmen Flores era castiza y cañí (de raza gitana) conforme diría cualquier cronista de la época. Cantó cosas como “De noche cuando me acuesto” o “Cruz de mayo”.Tenía voz suficiente como para que la escucharan fuera del teatro. Pero bueno es pensar que no era escasa la de la Escribano, y prueba suficiente es la de que cantaba en el Nuevo Circo en tablado puesto sobre la puerta de los toriles. Paquita cantaba cuplés como “Besos fríos” o “no me beses” y se atrevía con la osada letra de “Mi Hombre”. Ambas tenían en su repertorio canciones como “El Relicario”. La rivalidad entre Carmen y Paquita produjo pública controversia y los periódicos de la época traían abundantes correspondencia destinada a alabar y zaherir a una u otra de las artistas”.
Otra cupletista famosa fue Raquel Meller, una de las grandes cupletista de la “Belle Epoque”; se llamó Francisca Marques López, nacida el 10 de marzo de 1888 en Tarazona, Zaragoza y murió el 26 de julio de 1962 en Barcelona (España). Fue también una de las grandes interpretes de “El Relicario”, junto a Carmen Flores y Paquita Escribano. Creo que las tres, terminaron de enloquecer al Duque.
Comenta Guillermo José Schael que: el matrimonio de la Meller con el poeta Gómez Carrilo en el Teatro Olimpia fue un acontecimiento de singular relieve artístico y social. Reunió a las personalidades más destacadas del teatro y de las letras de su tiempo. Asisten además no pocos representativos de la aristrocracia española. Entre sus padrinos de boda figuró el Conde de Ramanones (y por supuesto el Duque de Rocanegras).
Sobre el “Relicario”, escribe Guillermo José Schael en su libro “Caracas La Ciudad que no vuelve” lo siguiente:
“No existe pianola sin los compases en su repertorio de tan alegre melodía. Diríase que todos los programas sociales bailables comienzan con este garboso pasodoble y cierran al compás de la inimitable “Alma Llanera” del maestro Pedro Elías Gutiérrez.
Letra completa de esta famosa canción.
I
“El día de San Eugenio
yendo hacia el Prado le conocí
era el torero de más tronío
y el más garboso de to Madrid…
Iba en calesa pidiendo guerra
y yo al mirarlo me estremecí
y él comprendiendo saltó del coche
y muy garboso se vino a mí
tiró el capote con gesto altivo
y muy mimoso me dijo así:
Estribillo
Pisa morena, pisa con garbo
Que un relicario, que un relicario me voy hacer
Con el trocito de mi capote
que haya pisado, que haya pisado tan lindo pié.
II
Un lunes abrileño
el toreaba y a verle fui.
Nunca lo hiciera aquella tarde
de sentimiento, creí morir.
Al dar un lance,
cayo en la arena;
se sintió herido
miró hacía mí.
Un relicario saco del pecho
y yo al instante reconocí
cuando el torero caía muerto
en su delirio decía así…
Estribillo
Continúa Aquiles:
En el homenaje popular que en 1924 fue objeto el Duque para proclamarlo “El Hombre de las Línea Perfectas”, fue Carmen Flores quién fungió como sacerdotisa encargada de consagrarle. La ceremonia, que respiraba un paganismo de caricatura, consistió en tender al Duque semidesnudo en un lecho de rosas y verterle champaña en su vientre para que Carmen bebiera del cuenco (concavidad) de su ombligo. Ahora bien, siguiendo a la Flores, de quien estaba inútilmente enamorado, había llegado por aquellos días a Caracas don Enrique de Borbón, personaje de la realeza española y primo del rey Alfonso XIII, a quien le pareció excesiva aquella confianza del Duque con su amada; por lo que en un ruidoso encuentro que ambos tuvieron en los salones de “La Francia”, le arrojó un guante a la cara del Duque y lo retó a duelo. Al parecer a última hora se acobardó el Borbón, y cuando el Duque y sus padrinos fueron en su busca en la explanada de El Calvario, ya don Enrique iba camino a Colombia, siempre en seguimiento de su evasiva Carmen.
En Caracas no ocurrían duelos desde los años románticos de 1850, cuando se libraron los últimos en los matorrales del lugar llamado La Matanza, donde hoy se encuentra el Nuevo Circo. Tampoco habían tenido los caraqueños desde la época de la colonia, muchas ocasiones de mirar de cerca de una persona de la nobleza; todo lo cual, sumado a la gran popularidad de que gozaba el Duque, le aseguró el esperado espectáculo del desafío una concurrencia digna de la mejor corrida de toros. Interpretada la fuga del Borbón como un triunfo por “forfeit” para su contendor, la enorme multitud de curiosos que se habían aglomerado en El Calvario para asistir al duelo, se echaron en hombro al Duque, y entre aclamaciones, aplausos y vivas a Venezuela lo trajeron cargado hasta la Plaza Bolívar.
Un nuevo elemento, acaso el más bellamente fabuloso de todos, vino por el año 24 a enriquecerle al Duque la materia novelística de su vida. Con procedimiento semejante al que había usado para hacerle llegar el pergamino con sus títulos, el círculo de amigos, entre los que siempre andaba metida la mano de redactores de “Fantoches”, fechándola en la remotísima villa francesa de Metz, le hicieron llegar como escrita por una supuesta princesa cautiva, una declaración de amor, para cuya firma eligieron el nombre de un conocido medicamento recomendado contra la dispepsia: se llamaba Princesa Piperazine de Midy.
“Estimado Duque-decía la carta-: tiempo mucho ha que os amo en secreto como bien consta a mi almohada, a la que comunico todas las noches las inquietudes de mi corazón, y en especial a mi loro particular con quien paso mis horas de ocio conversando acerca de vos. Estáis ceñido a mi amantísimo corazón como presa en mi corsé lo está mi cintura. Permitidme contar desde hoy con vuestra mano. La mía, vuestra fue desde siempre. Besos vuestros pies, Piperazine de Midy, Princesa cautiva de Austracia”.
Si creyeron sus amigos sorprender la inocencia del Duque con la invención de semejante princesa, lo que lograron en realidad fue proporcionarle un tema para demostrar todo lo poeta que era. No sólo admitió la existencia de tan lejana y fabulosa enamorada, sino de tanto mencionarla, de brindar por ella en sus fiestas y de salir en su defensa cuando se le aludía sarcásticamente en los periódicos, llegó a infundirle vida, llegó a darle corporeidad en el folklore de Caracas, llegó a asociarla a su nombre, a su aventura y hasta a su tragedia como lo está a la figura de Don Quijote la imagen de Dulcinea.
En Así son las Cosas, Oscar Yánez relata: “En ocasión de haberle señalado al Duque que su “Dulcinea” tenía el mismo nombre que un remedio, él explicó con burla que la plebe no sabía de remedios; además ella remedia todos los males de mi corazón…”
Cuenta Aquiles Nazoa, que después de lo ocurrido con lo de la princesa Piperazine, el Duque se declaró Consorte de la Cautiva, y adoptando el título de la desposada se proclamó Príncipe de Austracia. Coincidió esta situación con el auge de Rodolfo Valentino y sus éxitos cinematográficos: “Cobra”,”Sangre y Arena”,”El Gaucho”,”El Hijo del Sheik” y “El Aguila Negra”-los cinco títulos de oro que envuelven el nombre de Valentino en un fulgor de leyenda- y poco a poco la ciudad se fue rindiendo a la fascinación de la nueva “divinidad viviente”. Las películas de Valentino cada tarde congregaban a sus idólatras en las vespertinas del Teatro Princesa, o en las friolentas intermediarias del Circo Metropolitano.
Esto causó un celo exagerado en el Duque, e hizo un intento casi angustioso por rescatar el sitial de fama que con tan desiguales armas le arrebatara el extranjero; y para completar la situación, los humoristas de “Fantoches” le propusieron hacer una comparación pública entre sus proporciones corporales y las que se conocían de Valentino. El Duque en un rapto de sumo exhibicionismo aceptó el reto. Posó medio desnudo para un famoso retrato de la Fotografía Manrique, cuya exhibición en las céntricas vitrinas de la Bota de Oro, resultó el más gozoso espectáculo que se había ofrecido a la Caracas de aquellos tiempos. En el teatro Olimpia, días más tarde se celebró el acto donde se efectuó las mediciones de su cuerpo y fueron realizadas por un competente grupo de operadores de cine; el Duque recobró su popularidad, más ésta no descansaba ya como en otros tiempos en el prestigio de su persona, sino en el apoyo que le prestaba la radiante actualidad de su émolo cinematográfico. Esto se prolongó hasta el 23 de agosto de 1926 cuando murió Rodolfo Valentino en la ciudad de Nueva York.
Para terminar la década de los veinte, el seis de diciembre de 1930, el Duque asistió invitado por un amigo latonero a una prueba de una maquina de vapor que éste había inventado, la maquina explotó e hirió al Duque en la frente y le produjo la pérdida de una pierna… El Duque murió el 17 de julio de 1938.
Su vida en la década de los veinte (1921-1930) coincidió con el humor, la sátira y las costumbres de la Caracas de esa época. No se burlaron de él, sino que todos vivieron y compartieron su necesaria locura.
Gerónimo AlbertoYerena Cabrera
yerena.geronimo@gmail.com
jueves, 1 de marzo de 2012
LUIS PÉREZ CARREÑO
HISTORIA DE LA OBSTETRICIA EN CARABOBO
Dr. Alberto Sosa Olavarría
Nació en Montalbán, Estado Carabobo, el 26 de julio de 1866, hijo de un discípulo de Vargas, el Dr. José María Pérez y de Doña Isabel Carreño, realiza sus estudios preuniversitarios en la ciudad de Valencia y luego se inscribe en la Ilustre Universidad de Caracas adquiriendo al final de sus estudios la condición de biborlado: Médico y Abogado. Sus compañeros de promoción fueron Samuel Eustaquio Niño, Emilio Conde Flores, Manuel Díaz Rodríguez, Elías Toro y Jesús Sanabria Bruzual. Su inclinación por el Arte Obstétrico se puso de manifiesto desde etapas tempranas de su carrera, llegado a Valencia se incorporó a la docencia en el Colegio de Primera Categoría para continuar luego en la Cátedra de Medicina Operatoria y Obstetricia de la Universidad de Valencia. Luego de una extraordinaria y fructífera labor como médico y como magistrado muere en el año de 1932. Compartimos al máximo el criterio expresado por el Dr. Fabián de Jesús Díaz, biógrafo de Pérez Carreño, que evocar el nombre de éste, enmarcándolo en el medio y en la época en que él actuara, es reactualizar la edad de oro de la Provincia Carabobeña.
La preponderancia que le diera a la Obstetricia en su fecundo proceder hipocrático se refleja en la publicación de dos excelentes trabajos titulados: “Higiene de la Mujer Embarazada”, el cual constaba de nueve fascículos correspondiendo a cada uno de los meses de la gestación, y en mayo de 1901 publica a través de la imprenta “Las Noticias” un fascículo de 16 páginas titulado “ÚTILES ADVERTENCIAS acerca de los partos”, con un prólogo del Dr. Eduardo Celis, catedrático jubilado de Anatomía de la Universidad de Valencia. En este documento, se pone en evidencia el profundo conocimiento que tuviera el Dr. Pérez Carreño de la obstetricia y de la trascendental importancia que le concedía a la madre y al feto en el vital trance del parto.
El propósito de la publicación era el de hacer llegar a los padres de familia unas “Útiles Advertencias” con el objeto de crear conciencia acerca de los cuidados necesarios a la embarazada y a la vez advertir de los inminentes riesgos y graves peligros a los que se expone la madre y su criatura al permitir que la asistencia sea prodigada por empíricos e ignorantes del arte obstétrico.
Señala el autor que “Nuestro ánimo es divulgar en la sociedad en que vivimos, los detalles, reglas y principios que hemos aprendido en el Arte de los partos, estudio a que nos hemos consagrado desde las aulas, a fin de que predomine la ciencia, porque estamos bien poseídos de que escasas serán las víctimas y nulo los desastres, cuando el esplendor de la verdad, haya sustituido a las sombras de la ignorancia”.
En ese importante documento, el autor deja expresa constancia de haber estado entre los primeros que en Venezuela protestaron contra el uso del cornezuelo de centeno durante el parto (EL DIARIO - Julio-1983), medicamento al cual atribuye y con sobradas razones, efectos mortales tanto para la madre como para el feto, al producir la “tetanización” del músculo uterino. La experiencia del autor al respecto queda expresada en el siguiente párrafo: “Tanta impresión dejaron en nuestro ánimo los desastres causados por la brutal e intempestiva administración del cornezuelo de centeno, y como estos hechos se repitieran, que publicamos el artículo citado a fin de que llevada a todas partes por medio de la prensa la noticia de sus efectos desastrosos, se guardasen de usarlo sin la autorización facultativa”... para continuar más adelante “El hecho, desgraciadamente frecuente, nos ha sugerido escribir estos consejos, para que padres y madres, penetrados de la verdad que encierran, no confíen tan ciegamente vidas que importa conservar, al aventurado recurso del empirismo”.
“Busquemos la Ciencia desde el primer momento, no incurramos más en llamar a última hora el que pudo habernos dado desde mucho tiempo antes la alegría; y que ahora, ya tarde va a intervenir para extraer un cadáver, atender a la madre, tanto tiempo debatida en inútiles esfuerzos y tentativas, y a la cual encuentra casi exánime, agotada y víctima de una infección de la que tal vez no salvará”.
Es contundente la posición del Dr. Pérez Carreño como obstetra. Combate firmemente el intrusismo inexperto en la atención de la parturienta y estimula a los futuros padres a buscar precozmente la ayuda del experto.
Impresionante el aquilatado juicio del maestro cuando señala: “El arte de los partos es hoy día matemático en sus indicaciones: se espera porque se debe esperar, se interviene porque es urgente intervenir; el tiempo que hay que esperar y el momento en que hay que intervenir no se confunden, uno y otro están señalados matemáticamente por el Arte: esperar minutos más de lo indicado es arriesgar la vida de la madre y el hijo. Por eso el arte debe presidir siempre la función de la maternidad”. Como exordio o bien como epifonema, debería encontrarse tan acertada e imperecedera sentencia, en los libros obstétricos actuales o en el material de apoyo que se entrega a nuestros alumnos al enseñarles la metodología de la atención del parto.
El concepto que tenía el Dr. Pérez Carreño de la asistencia obstétrica no difiere en modo alguno del paradigma perinatológico actual: actuar en función del bienestar integral tanto de la madre como de su hijo.
“¿Por qué conceder tan poco valor a la vida del niño?”, “que muera el niño pero que se salve la madre”, “¿Y por qué ha de morir el niño? Precisamente el arte interviene para salvar la vida de la criatura, y no para terminar un parto en el que se ha desesperado esperando.”...“Si el niño nace muerto ha pagado con la vida la negligencia o la ignorancia de los que debieron cuidar de su conservación”.
Sus orientaciones para el manejo del trabajo de parto continúan en plena vigencia, así leemos como ordena que “Durante el parto el médico está armado con la ciencia; de guardia siempre; asiste a los progresos del trabajo; palpa exteriormente sus adelantos, ausculta cada diez minutos el corazón del niño, (este precepto es importantísimo), practica nuevo aseo del canal genital, y alienta a la mujer inspirándole siempre fe y valor”.
Preconizaba la terminación artificial del parto ante la menor señal de que la vida materna o fetal corría peligro, sus brillantes descripciones de la aplicación del fórceps, recogidas por el Dr. Oscar Agüero en su incomparable historia del uso de ese instrumento en nuestro país, resultan harto demostrativas del dominio que sobre este extraordinario instrumento obstétrico poseía el Dr. Luis Pérez Carreño.
Las extremas medidas de antisepsia unidas a la ciencia y a la paciencia eran sus estandartes en la lucha contra la morbimortalidad materna y perinatal.
Considero un justo acto el transcribir para la historia de la Obstetricia en Carabobo el conjunto de normas propuestas por el Dr. Luis Pérez Carreño para ser aplicadas durante el embarazo, en el acto del parto, durante el puerperio. Juzgue el lector la vigencia de las mismas. Paradigma de esta normativa sólo la hemos encontrado en la “Cartilla de Partear” elaborada por el Sabio José María Vargas.
1. Durante el curso del embarazo asearse cada día las mamas con el agua boricada al 5 x 100.
2. Hacer examinar la orina por un facultativo durante los últimos tres meses del embarazo.
3. Durante los últimos quince días ponerse una inyección vaginal mañana y tarde con la solución de sublimado al 1 x 4.000.
4. Cada mañana después de la inyección, aseo de los órganos genitales externos con el agua hervida y el jabón sublimado.
5. La pieza donde ha de tener lugar el parto ha de estar libre de muebles innecesarios, cortinas, etc., etc. y debe ser cuidadosamente desinfectada.
6. Los cobertores de cama, vestidos interiores de la mujer y demás lienzos que hayan de usarse, han de estar hervidos previamente.
7. La mujer en el acto del parto ha de tener vacíos el recto y la vejiga.
8. Hecho el diagnóstico de la presentación, es inútil durante el trabajo molestar a la mujer con exámenes y tactos que sobre ser innecesarios, son perjudiciales. Debemos decir otro tanto de los esfuerzos inoportunos que se les invita a hacer y de las posiciones tan inverosímiles que se les obliga a tomar, puesto que no conducen sino a la extenuación y agotamiento de la mujer.
9. Durante los primeros dolores -período de dilatación- la mujer puede estar de pie, acostada o marchar, no debe abandonar la cama tan luego como se hayan derramado las aguas; dos horas después de perdidas dichas aguas y no terminare el parto, debe acudirse al médico, si éste no estuviere presente.
10. La placenta no debe quedar más de media hora dentro del útero; debe evitarse las tracciones bruscas del cordón y evitarse también extraerla con precipitación a fin de que no se rompan las membranas y queden restos de ellas dentro del útero.
11. Si el parto ha sido bien dirigido no hay necesidad de inyecciones vaginales; basta el aseo exterior con líquidos antisépticos, resguardando la entrada de la vagina con una capa de algodón aséptico.
12. El uso del cinturón o faja en las recién paridas es útil siempre y necesario a veces.
13. Nadie podrá tocar a la mujer recién parida sin haber sido previa y científicamente desinfectado.
14. La pieza ha de permanecer durante el día bien ventilada, abiertas puertas y ventanas; cerrada durante la noche, permitiendo siempre el cambio de la atmósfera ambiente, pero impidiendo que las corrientes directas de aire caigan sobre la mujer o el recién nacido.
15. Evitar la aglomeración de personas en la pieza de la parturienta y sacar fuera de ella todo lienzo sucio o cualquier otro objeto que pueda ser motivo de infección.
16. Inmediatamente después del parto la mujer debe reposar tranquila; no tomará nada, salvo indicación médica, porque las bebidas o pociones que se dan con la pretensión de limpiar el vientre o quitar entuertos, sobre ser ineficaces provocan a veces hemorragias y otros peligros. Del 4º al 6º día la madre podrá tomar una onza de aceite de castor en un vaso de leche caliente.
17. La recién parida debe permanecer en cama durante quince días por lo menos.
18. A la menor elevación de temperatura que se notare en la madre, acudir sin pérdida de tiempo al médico.
19. La alimentación de la recién parida debe ser sana, de fácil digestión y reparadora: Carne, pan, leche, legumbres, sopas. La cantidad de alimentos ingeridos cada vez, debe ser moderada, pudiéndose repetir a intervalos regulares, cada tres o cuatro horas. Las comidas abundantes producen casi fatalmente indigestiones, alteraciones en la calidad de la leche, con perjuicio de la salud de la madre y el niño.
Puede hacer uso del vino, cerveza, siempre en pequeñas cantidades, pues el alcohol que contienen estas bebidas son perjudiciales para el recién nacido.
No hay necesidad, en una palabra, de un régimen alimenticio especial; he aquí la regla: evitar los excesos en las comidas y bebidas y esperar que hayan sido digeridos los alimentos tomados antes de ingerir nuevas cantidades.
20. La mujer debe criar a su hijo, salvo contraindicación pronunciada únicamente por un facultativo.
21. El cordón no debe seccionarse tan luego como nace el niño pues que se priva a éste de algunos gramos de sangre que todavía debe recibir de la madre. Colóquese al niño en buena posición y espérese 15 minutos para hacer la sección.
22. El hilo para la ligadura del cordón debe estar hervido en una solución boricada al 5%. La curación del ombligo debe hacerse simplemente con algodón aséptico. El uso de otras sustancias retarda su caída y producen ulceraciones de larga duración.
23. Rechazar el uso de aguas o purgantes que se hacen al niño con perjuicio del buen funcionamiento de órganos digestivos; basta ponerlo desde el primer momento al pecho, cosa útil para la madre y recién nacido.
24. Realizar al recién nacido dos veces al día por mañana y tarde una instilación en cada ojo de algunas gotas de solución bórica al 3%-Doleris. (Tratamiento profiláctico de la oftalmía de los recién nacidos.)
25. Mientras el niño no esté mamando debe permanecer en lecho separado de la madre.
26. Después de haber dado pecho al niño debe lavarse con solución de sublimado al 1 x 4000, y antes de darlo nuevamente, lavarlo con solución boricada al 3%.
27. Las alteraciones que se notaren en la salud del niño deben ser denunciadas al médico, sin pérdida de tiempo.
28. Durante el día el niño tomará el pecho cada dos horas, por la noche cada tres o cuatro horas; dándole en cada vez de un solo pecho. La duración de cada mamada es de un cuarto de hora a 20 minutos.
29. El niño puede ser bañado en agua tibia desde los ocho días; y la madre a los 30 o los 40 días, -según estado- en agua ídem.
30. El niño debe ser destetado entre los 15 a 18 meses. -Budín.
31. En caso de crianza artificial se puede recurrir al uso de la leche fresca de burra, cabra... en caso de que no pueda obtenerse fresca cada día como se requiera, se esteriliza pudiéndose conservar durante largo tiempo en buenas condiciones. Conviene hacer uso de la mezcla de leche procedente de varias vacas y no de una sola. “Ciertas vacas producen mucha manteca en tanto que otras producen poca; de igual manera sucede con la caseína; por otra parte está demostrado que la composición de la leche en la misma vaca varía mucho de un día a otro, en tanto que al contrario la leche mezclada de todas las vacas de un mismo establo varía poco.”
En las treinta y una normas o “advertencias” formuladas por el ilustre obstetra carabobeño, podemos observar la inequívoca condición del conocimiento actualizado para la época en que se desenvolvía este galeno. Destacan en ellas las normas de higiene de la glándula mamaria antes y durante la lactancia, los cuidados extremos en la limpieza de la pieza y los utensilios a utilizarse durante el parto, la deambulación materna durante el trabajo de parto siempre y cuando estuviesen íntegras las bolsas de las aguas, la proscripción de tactos a repetición, la ligadura tardía del cordón, la protección perineal durante el expulsivo y la tetada precoz, son medidas y sugerencias que hoy en día no tienen objeciones para ser aplicadas en los denominados partos de bajo riesgo.
La figura de Pérez Carreño como tocólogo se agiganta con la opinión que de él emitiera otro de los grandes en las lides cesiológicas venezolanas, el ilustrísimo Dr. Luis Razzetti, quien con motivo de la solicitud que ante él hiciera nuestro biografiado, de que leyera en su nombre y ante la Academia Nacional de Medicina un trabajo de su autoría y relacionado con el tratamiento del cordón umbilical. El texto de dicha opinión fue publicado en la Gaceta Médica de Caracas, XVIII, 15, 119, 1910 y señala: “El doctor Pérez Carreño es uno de los pocos médicos del interior que tienen la excelente costumbre de escribir y publicar el resultado de su experiencia personal, como lo demuestra el trabajo que voy a leer y en el cual comprueba el autor que estudia y raciocina con criterio propio”.
Dr. Luis Pérez arreño. Dibujo de la portada del libro de su biografíapor el Dr. Fabián Díaz.
El Dr. L. Pérez Carreño se inició en la educación superior en el Colegio de Primera Categoría, habiéndole sido asignada la Cátedra de Obstetricia y Medicina Operatoria, cargo que mantendría luego en la Universidad de Valencia. A cincuenta y dos alcanzaría el número de alumnos que pasaron por sus manos, siendo los últimos en titularse: Emiliano Azcúnez, Luis Ravelo Pérez, Luis Gonzaga Codecido y Jesús María Arcay Smith.
Compartió en su época de ejercicio profesional con los doctores Briceño Picón, Simón Marrero, Virgilio Herrera, Emiliano Azcúnez, Rafael Iturriza, Napoleón Araujo y Atilano Vizcarrondo.
Durante sus años de docencia, siempre se preocupó por exaltar las cualidades de quien fuera su maestro en obstetricia en la Universidad de Caracas, el doctor Simón Vaamonde Blesbois. Murió en Macuto el 7 de octubre de 1932 y sus restos reposan en el viejo cementerio de Valencia.
Dr. Alberto Sosa Olavarría
Nació en Montalbán, Estado Carabobo, el 26 de julio de 1866, hijo de un discípulo de Vargas, el Dr. José María Pérez y de Doña Isabel Carreño, realiza sus estudios preuniversitarios en la ciudad de Valencia y luego se inscribe en la Ilustre Universidad de Caracas adquiriendo al final de sus estudios la condición de biborlado: Médico y Abogado. Sus compañeros de promoción fueron Samuel Eustaquio Niño, Emilio Conde Flores, Manuel Díaz Rodríguez, Elías Toro y Jesús Sanabria Bruzual. Su inclinación por el Arte Obstétrico se puso de manifiesto desde etapas tempranas de su carrera, llegado a Valencia se incorporó a la docencia en el Colegio de Primera Categoría para continuar luego en la Cátedra de Medicina Operatoria y Obstetricia de la Universidad de Valencia. Luego de una extraordinaria y fructífera labor como médico y como magistrado muere en el año de 1932. Compartimos al máximo el criterio expresado por el Dr. Fabián de Jesús Díaz, biógrafo de Pérez Carreño, que evocar el nombre de éste, enmarcándolo en el medio y en la época en que él actuara, es reactualizar la edad de oro de la Provincia Carabobeña.
La preponderancia que le diera a la Obstetricia en su fecundo proceder hipocrático se refleja en la publicación de dos excelentes trabajos titulados: “Higiene de la Mujer Embarazada”, el cual constaba de nueve fascículos correspondiendo a cada uno de los meses de la gestación, y en mayo de 1901 publica a través de la imprenta “Las Noticias” un fascículo de 16 páginas titulado “ÚTILES ADVERTENCIAS acerca de los partos”, con un prólogo del Dr. Eduardo Celis, catedrático jubilado de Anatomía de la Universidad de Valencia. En este documento, se pone en evidencia el profundo conocimiento que tuviera el Dr. Pérez Carreño de la obstetricia y de la trascendental importancia que le concedía a la madre y al feto en el vital trance del parto.
El propósito de la publicación era el de hacer llegar a los padres de familia unas “Útiles Advertencias” con el objeto de crear conciencia acerca de los cuidados necesarios a la embarazada y a la vez advertir de los inminentes riesgos y graves peligros a los que se expone la madre y su criatura al permitir que la asistencia sea prodigada por empíricos e ignorantes del arte obstétrico.
Señala el autor que “Nuestro ánimo es divulgar en la sociedad en que vivimos, los detalles, reglas y principios que hemos aprendido en el Arte de los partos, estudio a que nos hemos consagrado desde las aulas, a fin de que predomine la ciencia, porque estamos bien poseídos de que escasas serán las víctimas y nulo los desastres, cuando el esplendor de la verdad, haya sustituido a las sombras de la ignorancia”.
En ese importante documento, el autor deja expresa constancia de haber estado entre los primeros que en Venezuela protestaron contra el uso del cornezuelo de centeno durante el parto (EL DIARIO - Julio-1983), medicamento al cual atribuye y con sobradas razones, efectos mortales tanto para la madre como para el feto, al producir la “tetanización” del músculo uterino. La experiencia del autor al respecto queda expresada en el siguiente párrafo: “Tanta impresión dejaron en nuestro ánimo los desastres causados por la brutal e intempestiva administración del cornezuelo de centeno, y como estos hechos se repitieran, que publicamos el artículo citado a fin de que llevada a todas partes por medio de la prensa la noticia de sus efectos desastrosos, se guardasen de usarlo sin la autorización facultativa”... para continuar más adelante “El hecho, desgraciadamente frecuente, nos ha sugerido escribir estos consejos, para que padres y madres, penetrados de la verdad que encierran, no confíen tan ciegamente vidas que importa conservar, al aventurado recurso del empirismo”.
“Busquemos la Ciencia desde el primer momento, no incurramos más en llamar a última hora el que pudo habernos dado desde mucho tiempo antes la alegría; y que ahora, ya tarde va a intervenir para extraer un cadáver, atender a la madre, tanto tiempo debatida en inútiles esfuerzos y tentativas, y a la cual encuentra casi exánime, agotada y víctima de una infección de la que tal vez no salvará”.
Es contundente la posición del Dr. Pérez Carreño como obstetra. Combate firmemente el intrusismo inexperto en la atención de la parturienta y estimula a los futuros padres a buscar precozmente la ayuda del experto.
Impresionante el aquilatado juicio del maestro cuando señala: “El arte de los partos es hoy día matemático en sus indicaciones: se espera porque se debe esperar, se interviene porque es urgente intervenir; el tiempo que hay que esperar y el momento en que hay que intervenir no se confunden, uno y otro están señalados matemáticamente por el Arte: esperar minutos más de lo indicado es arriesgar la vida de la madre y el hijo. Por eso el arte debe presidir siempre la función de la maternidad”. Como exordio o bien como epifonema, debería encontrarse tan acertada e imperecedera sentencia, en los libros obstétricos actuales o en el material de apoyo que se entrega a nuestros alumnos al enseñarles la metodología de la atención del parto.
El concepto que tenía el Dr. Pérez Carreño de la asistencia obstétrica no difiere en modo alguno del paradigma perinatológico actual: actuar en función del bienestar integral tanto de la madre como de su hijo.
“¿Por qué conceder tan poco valor a la vida del niño?”, “que muera el niño pero que se salve la madre”, “¿Y por qué ha de morir el niño? Precisamente el arte interviene para salvar la vida de la criatura, y no para terminar un parto en el que se ha desesperado esperando.”...“Si el niño nace muerto ha pagado con la vida la negligencia o la ignorancia de los que debieron cuidar de su conservación”.
Sus orientaciones para el manejo del trabajo de parto continúan en plena vigencia, así leemos como ordena que “Durante el parto el médico está armado con la ciencia; de guardia siempre; asiste a los progresos del trabajo; palpa exteriormente sus adelantos, ausculta cada diez minutos el corazón del niño, (este precepto es importantísimo), practica nuevo aseo del canal genital, y alienta a la mujer inspirándole siempre fe y valor”.
Preconizaba la terminación artificial del parto ante la menor señal de que la vida materna o fetal corría peligro, sus brillantes descripciones de la aplicación del fórceps, recogidas por el Dr. Oscar Agüero en su incomparable historia del uso de ese instrumento en nuestro país, resultan harto demostrativas del dominio que sobre este extraordinario instrumento obstétrico poseía el Dr. Luis Pérez Carreño.
Las extremas medidas de antisepsia unidas a la ciencia y a la paciencia eran sus estandartes en la lucha contra la morbimortalidad materna y perinatal.
Considero un justo acto el transcribir para la historia de la Obstetricia en Carabobo el conjunto de normas propuestas por el Dr. Luis Pérez Carreño para ser aplicadas durante el embarazo, en el acto del parto, durante el puerperio. Juzgue el lector la vigencia de las mismas. Paradigma de esta normativa sólo la hemos encontrado en la “Cartilla de Partear” elaborada por el Sabio José María Vargas.
1. Durante el curso del embarazo asearse cada día las mamas con el agua boricada al 5 x 100.
2. Hacer examinar la orina por un facultativo durante los últimos tres meses del embarazo.
3. Durante los últimos quince días ponerse una inyección vaginal mañana y tarde con la solución de sublimado al 1 x 4.000.
4. Cada mañana después de la inyección, aseo de los órganos genitales externos con el agua hervida y el jabón sublimado.
5. La pieza donde ha de tener lugar el parto ha de estar libre de muebles innecesarios, cortinas, etc., etc. y debe ser cuidadosamente desinfectada.
6. Los cobertores de cama, vestidos interiores de la mujer y demás lienzos que hayan de usarse, han de estar hervidos previamente.
7. La mujer en el acto del parto ha de tener vacíos el recto y la vejiga.
8. Hecho el diagnóstico de la presentación, es inútil durante el trabajo molestar a la mujer con exámenes y tactos que sobre ser innecesarios, son perjudiciales. Debemos decir otro tanto de los esfuerzos inoportunos que se les invita a hacer y de las posiciones tan inverosímiles que se les obliga a tomar, puesto que no conducen sino a la extenuación y agotamiento de la mujer.
9. Durante los primeros dolores -período de dilatación- la mujer puede estar de pie, acostada o marchar, no debe abandonar la cama tan luego como se hayan derramado las aguas; dos horas después de perdidas dichas aguas y no terminare el parto, debe acudirse al médico, si éste no estuviere presente.
10. La placenta no debe quedar más de media hora dentro del útero; debe evitarse las tracciones bruscas del cordón y evitarse también extraerla con precipitación a fin de que no se rompan las membranas y queden restos de ellas dentro del útero.
11. Si el parto ha sido bien dirigido no hay necesidad de inyecciones vaginales; basta el aseo exterior con líquidos antisépticos, resguardando la entrada de la vagina con una capa de algodón aséptico.
12. El uso del cinturón o faja en las recién paridas es útil siempre y necesario a veces.
13. Nadie podrá tocar a la mujer recién parida sin haber sido previa y científicamente desinfectado.
14. La pieza ha de permanecer durante el día bien ventilada, abiertas puertas y ventanas; cerrada durante la noche, permitiendo siempre el cambio de la atmósfera ambiente, pero impidiendo que las corrientes directas de aire caigan sobre la mujer o el recién nacido.
15. Evitar la aglomeración de personas en la pieza de la parturienta y sacar fuera de ella todo lienzo sucio o cualquier otro objeto que pueda ser motivo de infección.
16. Inmediatamente después del parto la mujer debe reposar tranquila; no tomará nada, salvo indicación médica, porque las bebidas o pociones que se dan con la pretensión de limpiar el vientre o quitar entuertos, sobre ser ineficaces provocan a veces hemorragias y otros peligros. Del 4º al 6º día la madre podrá tomar una onza de aceite de castor en un vaso de leche caliente.
17. La recién parida debe permanecer en cama durante quince días por lo menos.
18. A la menor elevación de temperatura que se notare en la madre, acudir sin pérdida de tiempo al médico.
19. La alimentación de la recién parida debe ser sana, de fácil digestión y reparadora: Carne, pan, leche, legumbres, sopas. La cantidad de alimentos ingeridos cada vez, debe ser moderada, pudiéndose repetir a intervalos regulares, cada tres o cuatro horas. Las comidas abundantes producen casi fatalmente indigestiones, alteraciones en la calidad de la leche, con perjuicio de la salud de la madre y el niño.
Puede hacer uso del vino, cerveza, siempre en pequeñas cantidades, pues el alcohol que contienen estas bebidas son perjudiciales para el recién nacido.
No hay necesidad, en una palabra, de un régimen alimenticio especial; he aquí la regla: evitar los excesos en las comidas y bebidas y esperar que hayan sido digeridos los alimentos tomados antes de ingerir nuevas cantidades.
20. La mujer debe criar a su hijo, salvo contraindicación pronunciada únicamente por un facultativo.
21. El cordón no debe seccionarse tan luego como nace el niño pues que se priva a éste de algunos gramos de sangre que todavía debe recibir de la madre. Colóquese al niño en buena posición y espérese 15 minutos para hacer la sección.
22. El hilo para la ligadura del cordón debe estar hervido en una solución boricada al 5%. La curación del ombligo debe hacerse simplemente con algodón aséptico. El uso de otras sustancias retarda su caída y producen ulceraciones de larga duración.
23. Rechazar el uso de aguas o purgantes que se hacen al niño con perjuicio del buen funcionamiento de órganos digestivos; basta ponerlo desde el primer momento al pecho, cosa útil para la madre y recién nacido.
24. Realizar al recién nacido dos veces al día por mañana y tarde una instilación en cada ojo de algunas gotas de solución bórica al 3%-Doleris. (Tratamiento profiláctico de la oftalmía de los recién nacidos.)
25. Mientras el niño no esté mamando debe permanecer en lecho separado de la madre.
26. Después de haber dado pecho al niño debe lavarse con solución de sublimado al 1 x 4000, y antes de darlo nuevamente, lavarlo con solución boricada al 3%.
27. Las alteraciones que se notaren en la salud del niño deben ser denunciadas al médico, sin pérdida de tiempo.
28. Durante el día el niño tomará el pecho cada dos horas, por la noche cada tres o cuatro horas; dándole en cada vez de un solo pecho. La duración de cada mamada es de un cuarto de hora a 20 minutos.
29. El niño puede ser bañado en agua tibia desde los ocho días; y la madre a los 30 o los 40 días, -según estado- en agua ídem.
30. El niño debe ser destetado entre los 15 a 18 meses. -Budín.
31. En caso de crianza artificial se puede recurrir al uso de la leche fresca de burra, cabra... en caso de que no pueda obtenerse fresca cada día como se requiera, se esteriliza pudiéndose conservar durante largo tiempo en buenas condiciones. Conviene hacer uso de la mezcla de leche procedente de varias vacas y no de una sola. “Ciertas vacas producen mucha manteca en tanto que otras producen poca; de igual manera sucede con la caseína; por otra parte está demostrado que la composición de la leche en la misma vaca varía mucho de un día a otro, en tanto que al contrario la leche mezclada de todas las vacas de un mismo establo varía poco.”
En las treinta y una normas o “advertencias” formuladas por el ilustre obstetra carabobeño, podemos observar la inequívoca condición del conocimiento actualizado para la época en que se desenvolvía este galeno. Destacan en ellas las normas de higiene de la glándula mamaria antes y durante la lactancia, los cuidados extremos en la limpieza de la pieza y los utensilios a utilizarse durante el parto, la deambulación materna durante el trabajo de parto siempre y cuando estuviesen íntegras las bolsas de las aguas, la proscripción de tactos a repetición, la ligadura tardía del cordón, la protección perineal durante el expulsivo y la tetada precoz, son medidas y sugerencias que hoy en día no tienen objeciones para ser aplicadas en los denominados partos de bajo riesgo.
La figura de Pérez Carreño como tocólogo se agiganta con la opinión que de él emitiera otro de los grandes en las lides cesiológicas venezolanas, el ilustrísimo Dr. Luis Razzetti, quien con motivo de la solicitud que ante él hiciera nuestro biografiado, de que leyera en su nombre y ante la Academia Nacional de Medicina un trabajo de su autoría y relacionado con el tratamiento del cordón umbilical. El texto de dicha opinión fue publicado en la Gaceta Médica de Caracas, XVIII, 15, 119, 1910 y señala: “El doctor Pérez Carreño es uno de los pocos médicos del interior que tienen la excelente costumbre de escribir y publicar el resultado de su experiencia personal, como lo demuestra el trabajo que voy a leer y en el cual comprueba el autor que estudia y raciocina con criterio propio”.
Dr. Luis Pérez arreño. Dibujo de la portada del libro de su biografíapor el Dr. Fabián Díaz.
El Dr. L. Pérez Carreño se inició en la educación superior en el Colegio de Primera Categoría, habiéndole sido asignada la Cátedra de Obstetricia y Medicina Operatoria, cargo que mantendría luego en la Universidad de Valencia. A cincuenta y dos alcanzaría el número de alumnos que pasaron por sus manos, siendo los últimos en titularse: Emiliano Azcúnez, Luis Ravelo Pérez, Luis Gonzaga Codecido y Jesús María Arcay Smith.
Compartió en su época de ejercicio profesional con los doctores Briceño Picón, Simón Marrero, Virgilio Herrera, Emiliano Azcúnez, Rafael Iturriza, Napoleón Araujo y Atilano Vizcarrondo.
Durante sus años de docencia, siempre se preocupó por exaltar las cualidades de quien fuera su maestro en obstetricia en la Universidad de Caracas, el doctor Simón Vaamonde Blesbois. Murió en Macuto el 7 de octubre de 1932 y sus restos reposan en el viejo cementerio de Valencia.
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