domingo, 24 de agosto de 2014

Simón Bolívar y la medicina


David Chacón Rodríguez

Todos llevamos la Patria en el corazón,
y la libertad en el alma.

Antecedentes patológicos, hereditarios y personales:
Bolívar fue un hombre extraordinario, de valía integral, uno de esos seres  que dan luz al mundo y definen el camino de la historia. Lo más llamativo  de su empresa es el sacrificio de su vida para llevar a feliz término el designio de la libertad americana. 
En primer lugar debo exponer que El Libertador siempre profeso la duda como principio filosófico, lo que lo llevó a aplicar este método, ante las ciencias médicas y los galenos encargados de practicarlas.
Respecto a la concepción filosófica de su vida, Luis Perú de Lacroix[1], en el Diario de Bucaramanga recoge su testimonio con absoluta claridad, al efecto nos narra que estando almorzando el Libertador el día 17 de mayo de  1828 le confesó:

Después de algunos momentos de conversación sobre materias filosóficas, rodando sobre el sistema del alma, Su Excelencia dijo que los filósofos de la antigüedad habían divagado a todo su saber acerca de ella y que muchos modernos los habían imitado.
Yo, por mi parte, continuó, no gusto de entrar en tales metafísicas, que considero descansan en bases falsas: me basta saber y estar convencido de que el alma tiene la facultad de sentir, de decir, de recibir las impresiones de nuestros sentidos, pero que no tiene la facultad de pensar, porque no admito ideas innatas.
El hombre, digo, tiene un cuerpo material y una inteligencia representada por el cerebro igualmente material, y según el estado actual de la ciencia no se considera a la inteligencia sino como una secreción del cerebro: llámese, pues, este producto alma, inteligencia, espíritu, poco importa, ni hay que disputar al respecto; para mí la vida no es otra cosa sino el resultado de la unión de dos principios, a saber, de la contractilidad; que es una facultad del cuerpo material, y de la sensibilidad, que es una facultad del cerebro o de la inteligencia: cesa la vida cesa aquella unión: el cerebro muere con el cuerpo, y muerto el cerebro no hay más secreción de inteligencia: saque, pues, de allí cuáles deben ser mis opiniones en materia de Elíseo y de Ténaro o Tártaro y mis ideas sobre las ficciones sagradas que ocupan todavía tanto a los mortales[2].

De la misma manera hay que tener en cuenta que su vida discurrió de una manera anormal, entre fatigas y vigilias, en perennes choques contra la adversidad, sujeto a las frecuentes inclemencias y privaciones del medio físico, tales como los cambios de clima y de temperatura. Se la pasaba cabalgando incansablemente durante largas jornadas extenuantes, sometido a las irregularidades de carácter alimenticio, padeciendo sed, con descansos intermitentes. Si asociamos todo esto a las continuas descargas emocionales causadas por tantos esfuerzos físicos y mentales, encontramos las razones del deterioro de su robusta constitución.

Para poder  conocer con exactitud la actitud de Bolívar frente a la medicina y a los médicos, así como las alteraciones de su salud, hemos revisado la copiosa documentación que forma su epistolario el cual, sin duda, forma una autobiografía, seleccionando de ella la que tenga relación directa con su estado físico, para que sea el mismo quien la transmita y no quede sospecha de la claridad de sus relatos.
     Los primeros contactos de Bolívar con la enfermedad y la muerte datan de su nacimiento. Si revisamos los datos referidos a su niñez y juventud encontramos que:
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar[3] Palacios y Blanco nace el 24 de julio de 1783. Su bautismo se efectúa en la Santa Iglesia Catedral de Caracas, el 30 de julio, o sea seis días después de su nacimiento. Su confirmación se realizó el 11 de abril de 1790, en el Palacio Arzobispal de Caracas, o sea que le fue administrado el santo sacramento a los 6 años, 8 meses y 17 días de nacido.
Fue hijo del Coronel de las Milicias de Aragua, Don Juan Vicente Bolívar y Ponte. Cuando vino al mundo su padre tenía 56 años y su madre 23. En los retratos que se conocen un poco antes de fallecer, el 19 de enero de 1786, a la edad de 60 años,  aparece muy viejo y demacrado, enflaquecido y de tórax estrecho[4], o sea que a los 2 años, 5 meses y 26 días, el Libertador quedó huérfano de Padre, quien había contraído matrimonio con Doña María de la Concepción Palacios y Blanco de Bolívar[5], su madre, el 1º de diciembre de 1773[6]. Según relato de su tío Esteban, su madre fallece el 6 de julio de 1792, arrojando mucha sangre por la boca, continuando su gravedad hasta esta mañana a las once y media que Dios fue servido llevársela[7]. 
Su fallecimiento acaeció por una hemorragia pulmonar o hemoptisis, producto de la aguda crisis de tuberculosis que padecía.
Hay quienes afirman que el joven Simón sufrió en su niñez una primo infección tuberculosa que dejó como secuela el nódulo calcificado en el pulmón izquierdo[8], que halló al verificar su autopsia el Dr. Alejandro Próspero Révérend[9].
Todos estos hechos influyeron sobre el criterio y concepto que se formó de la medicina y sus oficiantes. 
Sobre el aspecto físico de su madre, la única referencia que se conoce la hace el propio Bolívar en una carta que dirige desde el Cuzco, a su tío Esteban Palacios[10], el 10 de julio de 1825. En ella le expresa de la manera más eufórica: 

Mi querido tío Esteban y buen padrino:
¡Con cuánto gozo ha resucitado Vd. ayer para mí!.
Ayer supe que vivía Ud., y que vivía en nuestra querida Patria. ¡Cuántos recuerdos se han aglomerado en un instante sobre mi mente!. Mi madre, mi buena madre, tan parecida a Ud., resucitó de la tumba, se ofreció a mi imagen; mi más tierna niñez, la confirmación y mi Padrino, se reunieron en un punto para decirme que Ud. era mi segundo padre.
Todos mis tíos, todos mis hermanos, mi abuelo, mis juegos infantiles, los regalos que Ud. me daba cuando era inocente. Todo vino en tropel a excitar mis primeras emociones, la efusión de una sensibilidad deliciosa.
Todo lo que tengo de humano se removió ayer en mí: llamo humano lo que está más en la naturaleza, lo que está más cerca de las primitivas impresiones. Ud., mi querido tío, me ha dado la más pura satisfacción, con haberse vuelto a sus hogares, a su familia, a su sobrino y a su patria.
Goce Ud., pues, como yo, de este placer verdadero; y viva entre los suyos el resto de los días que la Providencia le ha señalado, y para que una mano fraterna cierre sus párpados y lleve sus reliquias a reunirlas con las de los padres y hermanos que reposan en el suelo que nos vio nacer.
Mi querido tío, Ud. habrá sentido el sueño de Epiménides[11]: Ud. ha vuelto de entre los muertos a ver los estragos del tiempo inexorable de la guerra cruel de los hombres feroces. Ud. se encontrará en Caracas como un duende que viene de la otra vida y observará que nada es de lo que fue.
Ud. dejó una dilatada y hermosa familia: ella ha sido segada por una hoz sanguinaria; Ud. dejó una patria naciente que desenvolvía los primeros gérmenes de la creación y los primeros elementos de la sociedad; y Ud. lo encuentra todo en escombros: todo en memorias.
Los vivientes han desaparecido; las obras de los hombres, las cosas de Dios y hasta los campos han sentido el estrago formidable del estremecimiento de la naturaleza.
Ud. se preguntará a sí mismo, ¿dónde están mis padres, dónde mis hermanos, dónde mis sobrinos?
Los más felices fueron sepultados dentro del asilo de sus mansiones domésticas;  y los más desgraciados han cubierto los campos de Venezuela con sus huesos, después de haberlos regado con su sangre ¡por el solo delito de haber amado la justicia!
Los campos regados por el sudor de trescientos años, han sido agostados por una fatal combinación de los meteoros y de los crímenes. ¿Dónde está Caracas?, se preguntará Ud.
Caracas no existe; empero sus cenizas, sus monumentos, la tierra que la tuvo, ha quedado resplandeciente  de libertad; y está cubierta de la gloria del martirio. Este consuelo repara todas las pérdidas ¡a lo menos, este es el mío; y yo deseo que sea el de Ud.
He recomendado al Vicepresidente las virtudes y los talentos que yo he conocido en Ud. Mi recomendación ha sido tan ardiente, como la pasión que le profeso a mi tío. Dirija Ud. al poder ejecutivo sus miras, que ellas serán oídas.
Al mismo poder ejecutivo he suplicado mande entregar a la orden de Ud., cinco mil pesos en Caracas, para que pueda Ud. vivir mientras nos veamos, lo que será el año que viene.
Mi orden ha sido al Ministro de Hacienda, para que de Bogotá le manden a Ud. la correspondiente libranza.
Adiós, querido tío. Consuélese Ud. en su patria con los restos de sus parientes: ellos han sufrido mucho; pero les ha quedado la gloria de haber sufrido mucho por haber sido siempre fieles a su deber.
Nuestra familia se ha mostrado digna de pertenecernos, y su sangre se ha vengado por uno de sus miembros.
Yo he tenido esta fortuna.
Yo he recogido el fruto de todos los servicios de mis compatriotas, parientes y amigos. Yo los he representado a presencia de los hombres; y yo los representaré a presencia de la posteridad. Esta ha sido una dicha inaudita. La fortuna ha castigado a todos; tan sólo yo he recibido sus favores que las ofrezco a Ud. con la efusión más sincera de mi corazón.
Su sobrino
Simón[12].
Esta misiva, por la emotividad que manifiesta se le ha dado el nombre de la elegía del Cuzco, es una lamentación poética a sus antepasados y a sus amigos de Caracas.

De modo que Bolívar quedó huérfano de madre a los 8 años, 11 meses y 13 días.

El 3 de diciembre de 1793, muere Don Feliciano Palacios y Sojo, quien estaba a  cargo de la tutela de los muchachos. 
         Cuando nació, su madre no pudo amamantarlo por lo que tuvo que asumir su alimentación doña Inés Mancebo de Miyares y Quiroga[13], y la negra Hipólita. Su sincero agradecimiento a ésta última nodriza ocasional queda plasmado en una carta que desde el Cuzco envía a su hermana María Antonia, el 10 de julio de 1825. Allí le demuestra su gratitud diciendo:

Te mando una carta de mi madre Hipólita, para que le de todo lo que ella quiere, para que hagas por ella como si fuera tu madre, su leche ha alimentado mi vida y no he conocido otro padre que ella[14].

Cuando Simón Bolívar, Simoncito, como le decían sus familiares, consigue salir de Venezuela por primera vez, el 19 de enero de 1799, huérfano de padre y madre, se embarca  en el navío mercante San Ildefonso con la misión de completar y solidificar su imperfecta educación en España, a la usanza de los jóvenes ricos y de alcurnia social de la época, con apenas dieciséis años. En ese entonces era un joven vigoroso, saludable y robusto. El primer testimonio escrito que se conoce de ese viaje es una carta escrita con pésima ortografía y redacción, que dirige a su tío materno Pedro Palacios Blanco y Sojo[15] desde el Puerto de Veracruz, en México, donde la nave tuvo que  detenerse. Allí dice así textualmente:

Veracruz, 20 de marzo de 17(99).
 /Pedro Palacios y Blanco/

        Estimado tío mío:  Mi llegada a este puerto ha sido felismente, gracias a Dios:  pero nos hemos detenido aquí con el motibo de haber estado bloqueada La Abana, y ser preciso el pasar por allí; de sinco nabíos y once fragatas ingleces[16].  Después de haber gastado catorce días en la nabegasión entramos en dicho puerto el día dos de febrero con toda felicidad.  Hoi me han susedido tre(s) cosas que me an complasido mucho: la primera es el aber sabido que salía un barco para Maracaibo y que por este condudto podía escribir a usted mi situasión, y participarle mi biaje que ice a México en la inteligencia que usted con el Obispo lo habían tratado, pues me allé  haquí una carta para su sobrino el Oidor de allí recomendándome a él, siempre que hubiese alguna detención, la cual lo acredita esa que le entregará usted al Obispo que le manda su sobrino el Oidor, que fue en donde bibí los ocho días que estube en dicha ciudad.  Don Pedro Miguel de Hecheberría costeó el biaje, que fueron cuatrocientos pesos poco más o meno(s), de lo cual determinará usted, si se los paga aquí o allá a Don Juan Esteban de Hechesuría que es compañero  de este  Señor a quien  bine recomendado por Hechesuría, y siendo el condudto el Obispo.  Hoi a las once  de la mañana  llegué de México y nos bamos a la tarde para España y pienso que tocaremos  en la  Abana porque ya se quitó el bloqueo que estaba en ese puerto, y por esta razón a sido el tiempo mui corto para haserme más largo.  Vsted no estrañe la mala letra pues ya lo hago medianamente pues estoi fatigado del mobimiento del coche en que hacabo de llegar, y por ser mui a la ligera ([17]) la he puesto mui mala y me ocuren todas las espesies de un golpe.  Expresiones a mis ermanos y en particular a Juan Visente que ya lo estoi esperando, a mi amigo Don Manuel de Matos y en fin a todos a quien yo estimo.

              Su más atento serbidor y su  yjo.

Simón Bolívar.

           Yo me dessenbarque en la casa de don José Donato de Austrea el marío de la[18] Basterra quien me mandó recado en cuando llegué aquí me fuese a su casa y con mucha instancia y me daba por razón que no había fonda en este puerto[19].

Como puede verse en el texto, su educación difiere bastante de las personas cultas de la época, no debemos olvidar que para ese entonces la Real Academia de la Lengua no había fijado normas sobre esta materia. Sin embargo, en ella se aprecia que Bolívar empezó a corregir la carta superponiendo un once en la palabra onse; lo mismo hizo con catorse, y donde escribió dentramos, tachó la d inicial, dejando entonces entramos.

         Al llegar a Madrid, con ese ardor juvenil que lo caracterizaba, Bolívar se enamora apasionadamente de la joven María Teresa Josefa Antonia Joaquina Rodríguez del Toro y Alayza[20]. La noticia de su conquista la da a su tío materno, Pedro Palacios Blanco en carta fechada en Madrid, el 30 de septiembre de 1800. En ella dice:
Por haberme apasionado de una señorita de las más bellas circunstancias y recomendables prendas, como es mi señora doña Teresa Toro, hija de un paisano y aun pariente, he determinado contraer alianza con dicha señorita para evitar la falta que puedo causar si fallezco sin sucesión; pues haciendo tan justa liga, quiera Dios darme algún hijo que sirva de apoyo a mis hermanos y de auxilio a mis tíos[21].

Por ser demasiado joven para el matrimonio, la unión  fue discretamente aplazada. El padre de la futura esposa le aconseja esperar y la envía a Bilbao, esperando  que el idilio se disuelva. Ella se distancia en su correspondencia, y él, al sentirla en lejanía por su escasa actividad epistolar, aspirando su exacta reciprocidad sentimental, el 4 de diciembre (de 1801?) le escribe:
Amable hechizo del alma mía: En el correo pasado escribí a usted el feliz escrito que tuvo mi importuna impertinencia, en que pidiesen a usted, y cuyos efectos ya sabrá usted con placer, pues considero que aunque no haya eso de amor por lo menos humanidad no deja de haber en el benévolo corazón de usted y asiendo asi usted debe complacerse de ver que me allo casi en el camino de alcanzar la dicha que con mayor ancia deseo, y cuya pérdida me sería mas costoso que la muerte misma.
Apreciable Teresa: No deje usted de escribirme todo cuanto haya por que si he de hablar con verdad, no tendré momento tranquilo, hasta que no sepa como padre ha tomado la de mi tio, pues el deseo todo se lo teme.
El Marques de Ustáriz me preguntó si habia escrito a usted  y yo no pude menos que decirle que si.
Escribo a padre en este, dándole noticias de los ríos.
De quien será de usted mientras viva y quizá aunque muera
S.B. (rubricado).

Luego, con leve ironía, expresa:
P.D. No prodigue usted tanto sus cartas, pr. Qe. Ya no tengo dinero conqe. Sacarlas, de tantas qe. Vienen en todos los correos[22].

A pesar de todos los inconvenientes, Bolívar, el hombre de las dificultades, poco tiempo después, el 30 de marzo de 1802, obtiene las licencias necesarias, y se casa el 26 de mayo de ese año en la primitiva iglesia parroquial de San José[23]. En ese momento ella contaba con 20 años, 7 meses y 11 días de edad y su recién esposo  cumplía 18 años, 10 meses y 2 días de edad.

La luna de miel la hacen en  Bilbao y se hospedan en la vieja casona de sus ascendientes. Llenos de ilusiones como toda pareja los recién desposados desde el puerto de La Coruña regresan a Venezuela y  llegan a La Guaira el 12 de julio, después de 27 días de travesía. A su arribo escribe a su padre expresándose con ternura sobre su esposo y emite frases de recuerdo a su familia.
Después de llegar a Caracas se alojan en la casa del vínculo, en la esquina de Las Gradillas y después de una corta estadía, parten para San Mateo donde fijan su residencia en la casa grande del ingenio de los Bolívar.
Lamentablemente, el 22 de enero de 1803, a los 7 meses y 27 días de casados, el joven Bolívar queda viudo. La vida de su esposa se extinguió en Caracas, por la terrible enfermedad tropical de la fiebre amarilla, llamada también maligna (paludismo). No dejó descendencia.
Una vez más, lleno de resignación cristiana, Bolívar deposita en el Panteón de su familia, en la Capilla de la Trinidad de la Catedral de Caracas, los restos mortales de su idolatrado amor.
En resumen, Simón Bolívar quedó huérfano de padre a los 2 años, 5 meses y 26 días; huérfano de madre a la edad de 8 años,  11 meses y 13 días; y,  viudo a los 19 años, 5 meses y 29 días, o sea que no había cumplido los 20 años, cuando se le murieron sus seres más queridos, quedando completamente huérfano del cariño hogareño, lo cual transformó por completo su vida futura, que de no suceder, posiblemente jamás Bolívar hubiese sido el Libertador de América, ni el héroe  de mayor fama mundial de esa época.
Bolívar jamás olvidó a su María Teresa, su delicioso tormento, su encantadora pena de amor. Sobre ella una vez le refirió a Tomás Cipriano Mosquera:

Yo contemplaba a mi mujer como una emanación del Ser Supremo que le dio la vida: el Cielo creyó que le pertenecía, y me la arrebató porque no era creada para la tierra[24].

Tuvo que ser un golpe muy duro para el joven Bolívar esta separación tan inesperada; más tarde, hablando de este suceso con Perú de Lacroix, el 10 de mayo de 1828 le dijo: 
     Yo no tenía 18 cuando lo hice en Madrid, y enviudé en 1801 no teniendo todavía 19 años; quise mucho a mi mujer y a su muerte me hizo jurar no volver a casarme; he cumplido mi palabra. Miren ustedes lo que son las cosas: si no hubiera enviudado, quizás mi vida hubiera sido otra; no sería el General Bolívar, ni el Libertador, aunque convengo en que mi genio no era para ser alcalde de San Mateo. Ni Colombia, ni el Perú, le repliqué, ni toda la América del Sur estuvieran libres, si V.E. no hubiese tomado a su cargo la noble e inmensa empresa de su independencia. - No digo eso, prosiguió S.E., porque yo no he sido el único autor de la revolución y porque durante la crisis revolucionaria y la larga contienda entre las tropas españolas y las patriotas no hubiera dejado de aparecer algún caudillo, si yo no me hubiera presentado y la atmósfera de mi fortuna no hubiese como impedido el acrecentamiento de otros, manteniéndoles siempre en una esfera inferior a la mía. Dejemos a los supersticiosos creer que la providencia es la que me ha enviado o destinado para redimir a Colombia y que me tenía reservado para esto; las circunstancias, ni genio, ni carácter, mis pasiones, fue lo que me puso en el camino: mi ambición, mi constancia y la fogosidad de mi imaginación me lo hicieron seguir y me han mantenido en él. Oigan esto: huérfano a la edad de dieciséis años, y rico, me fui a Europa, después de haber visto a Méjico y la ciudad de La Habana: fue entonces cuando, en Madrid, bien enamorado, me casé con la sobrina del viejo Marqués del Toro, Teresa Toro y Alaiza: volví de Europa para Caracas en año de 1801 con mi esposa, y les aseguro que entonces mi cabeza sólo estaba llena de vapores del más violento amor y no de ideas políticas, porque éstas no habían todavía tocado mi imaginación: muerta mi mujer y desolado yo con aquella pérdida precoz e inesperada, volví para España, y de Madrid pasé a Francia y después a Italia: ya entonces iba tomando algún interés en los negocios públicos, la política me interesaba, me ocupaba y seguía los variados movimientos. Vi en París, en el último mes del año de 1804, el coronamiento de Napoleón: aquel acto o función magnífica me entusiasmo, pero menos su pompa que los sentimientos de amor que un inmenso pueblo manifestaba al héroe francés; aquella efusión general de todos los corazones, aquel libre y espontáneo movimiento popular excitado por las glorias, las heroicas hazañas de Napoleón, vitoreado, en aquel momento, por más de un millón de individuos, me pareció ser, para el que obtenía aquellos sentimientos, el último grado de aspiración del hombre. La corona que se puso Napoleón en la cabeza la miré como una cosa miserable y de estilo gótico: lo que me pareció grande fue la aclamación universal y el interés que inspiraba su persona. Esto, lo confieso, me hizo pensar en la esclavitud de mi país y en la gloria que cabría al que lo libertase; pero cuán lejos me hallaba de imaginar que tal fortuna me aguardaba! Más tarde, sí, empecé a lisonjearme con que algún día pudiera yo cooperar a su libertad, pero no con que haría el primer papel en tan grande acontecimiento. Sin la muerte de mi mujer no hubiera hecho mi segundo viaje a Europa, y es de creer que en Caracas o San Mateo no me habrían nacido las ideas que me vinieron en mis viajes, y en América no hubiera logrado la experiencia ni hecho el estudio del mundo, de los hombres y de las cosas que tanto me ha servido en todo el curso de mi carrera política. La muerte de mi mujer me puso muy temprano en el camino de la política; me hizo seguir después el carro de Marte en lugar de habérmelas con el arado de Ceres: vean, pues, ustedes si influyó o no sobre mi suerte[25].

La inesperada muerte de su esposa desquició por completo al rico hacendado de Aragua.  A fin de hallar alguna distracción a su soledad y a su duelo, a fines de 1803 volvió a Europa; ni Madrid y París, con sus placeres, ni las resplandecientes glorias y la pompa de Bonaparte, aliviaron sin embargo, su tedio y misantropía.  El recuerdo de Simón Rodríguez[26], su antiguo maestro pareció ofrecerle entonces un rayo de esperanza, y marchó a Viena en su busca.  Por cierto que Don Simón había dejado para entonces aún el apellido materno de Rodríguez muy prosaico, sin duda, para pasearlo por Europa.  Y se denominaba brillantemente Simón Robinson. Aunque el consuelo en Viena no fue muy íntimo, provocó al menos que el maestro buscara, a su vez, el discípulo en París, y que juntos emprendieran en buena parte a pie, el camino hacia las rientes campiñas de Italia y los graves monumentos de la ciudad eterna[27].
Esta época es la más extensa de la vida del Libertador. Hay algunos acontecimientos de estos años que con frecuencia se suelen traer para demostrar la poca fe de Simón Bolívar y su indisposición para las cosas espirituales.
Allí Bolívar llevó una intensa vida social, y disfrutó los placeres que brindaba la gran ciudad. Tuvo amores con una dama francesa que se decía su prima, Fanny Du Villars, cuyo salón frecuentaba, y al cual acudían políticos, militares, diplomáticos, científicos, negociantes y hermosas mujeres.
Agotado el cuerpo por los excesos constantes, quemado el espíritu por la fiebre alta de la adolescencia, Bolívar narra sus andanzas y pesares de esa época  a su  amiga la señora Teresa de Laisneys de Tristán. Se cree que fue hecha en París, en 1804? Como en esta carta íntima y dramática nos da una visión confidencial de esta etapa romántica y sublime de su vida, he juzgado conveniente reproducir su traducción íntegramente a continuación. Al respecto le dice:

Escuchad, puesto que queréis saberlo:
Usted, recordará lo triste que me hallaba cuando os dejé para reunirme con el señor Rodríguez en Viena. Yo esperaba mucho del trato de mi amigo, con el compañero de mi infancia, del confidente de todas  mis alegrías y mis penas, del mentor, cuyos consejos y consuelos han tenido siempre para mi tanto imperio. ¡Ay! en esta circunstancias, fue estéril su amistad. El señor Rodríguez sólo sentía amor a las ciencias.  Mis lágrimas lo afectaron, porque él me quería sinceramente, pero no las comprende. Lo hallé muy ocupado con un gabinete de física y química que formaba un señor alemán, y en el cual estas ciencias debían demostrarse públicamente por el señor Rodríguez. Apenas le veo  una hora al día.  Cuando me reúno con él, me decía de prisa: mi amigo, diviértete, reúnete con los jóvenes  de tu edad, vete al espectáculo, en fin, es preciso distraerte y este es el sólo medio que hay para que te cures. Yo  comprendo entonces que le falta alguna cosa a este hombre, el más sabio el más virtuoso, y sin que haya duda el más extraordinario que se puede encontrar. Pronto caí en un estado de tal consunción que los médicos declararon que iba a morir. Era lo que yo deseaba. Una noche que estaba muy malo, Rodríguez me despierta con mi médico: ambos hablaban en alemán. Yo no comprendía una palabra de lo que ellos decían; pero, por su acento, por su fisonomía, conocía que su  conversación era muy animada. El médico, después de haberme examinado cuidadosamente varias veces se marchó.  Tenía todo mi conocimiento y, aunque muy débil podía sostener todavía una conversación. Rodríguez se sentó cerca de mi. Me habló con esa bondad afectuosa que me ha manifestado siempre en todas las circunstancias más graves de mi vida; me reconviene con dulzura y me hace conocer que es una locura el abandonarme y quererme morir en la mitad del camino. Me hizo comprender  que el amor no era todo en la vida de un hombre, y que podía ser muy feliz dedicándome a la ciencia o entregándome a la ambición: ud. sabe  con que encanto persuasivo habla este hombre; aunque diga los  sofismas más absurdos, cree uno que tiene razón. Me persuade, como lo hace siempre que quiere. Viéndome entonces un poco mejor, me deja,  pero al día siguiente me hace parecidas exhortaciones. La noche siguiente, exaltó mi imaginación con todo lo que yo podría hacer, de hermoso, de grande,  sea por las ciencias, sea por la libertad de los pueblos, le dije: Sí, sin duda, yo siento que podría lanzarme en las brillantes carreras que ud. me  presentáis, pero para ello es preciso que yo fuese rico: sin medios de ejecución no se alcanza nada; y lejos de ser rico, soy pobre, y estoy enfermo y abatido. ¡Ah! Rodríguez, prefiero morir!…, y le tendí la mano para suplicarle que me dejara morir tranquilo. Un cambio se vio en la fisonomía de Rodríguez; una revolución súbita: quedó por un instante indeciso, como un hombre que vacila acerca del partido que debe tomar. En este instante, eleva los ojos y las manos hacia el cielo, exclamando con una voz inspirada: ¡Está salvo! Se acercó a mí, tomó mis manos desfallecientes, las aprieta con la suyas que tiemblan y están bañadas en sudor, y enseguida me dice, con un acento sumamente afectuoso que no conocía: ¿Así mi amigo, si tu fueras rico, consentirías en vivir. Quedé irresoluto, no sabía lo que esto significaba. Respondo: Si, ¡Ah! Exclama él, nosotros estamos salvos… ¿el oro sirve, pues, para alguna cosa? ¡Pues bien!, ¡Simón Bolívar, eres rico! ¡Tienes actualmente cuatro millones!… No te describiré, querida Teresa, la impresión que me hicieron estas palabras, ¡Tienes actualmente cuatro millones…! A pesar de ser tan extensa y difusa como es nuestra lengua española, es, como todas las demás,impotente para explicar semejantes emociones. Los hombres las experimentan pocas veces. Sus palabras corresponden a las sensaciones ordinarias de este mundo; las que yo sentía eran sobrehumanas; estoy admirado de  que mi organismo las haya podido resistir.
Me detengo: la memoria que yo acabo de evocar me abruma. ¡Oh!  ¡cuán lejos están las riquezas de dar los goces que ellas hacen esperar!… Estoy bañado en sudor, y más fatigado que nunca  después de mis largas marchas con Rodríguez. Me voy a bañar: Iré a buscarla después de cenar para ir al teatro francés.  Pongo esta condición que no me preguntareis nada relativo a esta carta, comprometiéndome a continuarla después del espectáculo.


Simón Bolívar


Rodríguez no me había engañado: yo tenía realmente cuatro millones[28]. Este hombre extraño, caprichoso, sin orden en sus propios negocios, que se endeudaba con todo el mundo sin pagar a nadie, hallándose muchas veces reducido a carecer de las cosas más necesarias, este hombre ha cuidado y manejado la fortuna que mi padre me ha dejando con tanta habilidad como integridad, y la ha aumentado en un tercio. Sólo ha gastado en mi persona veinte y ocho mil francos durante los ocho años que yo he estado  bajo su tutela. Ciertamente, él ha debido cuidarla mucho. A decir verdad, la manera como me hacia viajar era muy económica; él no ha pagado más deudas que las que contraje con mis sastres, pues la que es relativa a mi instrucción es muy pequeña respecto a que él era mi maestro universal.
Rodríguez pensaba hacer nacer en mí la pasión a las conquistas intelectuales que regirán como esclavas a las de los sentidos. Espantado el imperio que sobre mí tomó mi primer amor, y de los dolorosos sentimientos que me condujeron a la puerta de la tumba, se lisonjeaba de que se desarrollaría mi antigua dedicación a las ciencias, pues tenía medios para hacer descubrimientos, siendo la celebridad y la fama el único objeto de mis pensamientos. ¡Ay! El sabio Rodríguez se engañaba: me juzgaba por él mismo. Acababa de cumplir los veinte y un años, difícilmente podía él ocultarme por más tiempo mi fortuna; pero me lo habría hecho conocer gradualmente, y de eso estoy seguro, si las circunstancias no le hubiesen obligado a hacérmela conocer de una vez. Yo no había deseado las riquezas: ella se me presentaban inesperadamente sin buscarlas; sin estar preparado para resistir a  la seducción de su goce. Yo  me abandono enteramente a ella. Nosotros somos los juguetes de  la fortuna; a esta grande divinidad del Universo, la única que yo reconozco, es a quien deben atribuir precisamente nuestros vicios y nuestras virtudes.
Si ella no hubiese puesto un inmenso caudal en mi camino, servidor celoso de las ciencias, amigo entusiasta de la libertad, la gloria hubiese sido el único objeto de mi pensamiento, el único fin de mi vida. Los placeres ni siquiera me han cautivado, sino de una manera superficial. La exaltación ha sido breve, pues el hastío la ha seguido muy de cerca. Dice ud. también  que  yo me inclino menos a los placeres que al fausto. Convengo en ello porque me parece, que el fausto tiene un falso aire de gloria.
Rodríguez no aprobaba el uso que yo hacía de mi fortuna: le parecía que era mejor gastarla en instrumentos de física y en experimentos químicos; así es que no cesa de vituperar los gastos que él llama necedades frívolas. Desde entonces, me atreveré a confesarlo, desde entonces sus reconvenciones me molestaban y decidí abandonar Viena para librarme de ellas. Me dirigí a Londres, donde gasté ciento cincuenta mil francos en tres meses. Me fui después a Madrid donde sostuve un tren de príncipe. Hice lo mismo en Lisboa. En fin, por todas partes ostenté el mayor lujo y prodigo el oro a la simple apariencia de los placeres, pero en todos estos placeres permanecí indiferente.
Hastiado de todas las grandes ciudades que he visitado, vuelvo a París con la esperanza de hallar tal vez aquello que no he encontrado en ninguna parte, un género de vida que me convenga. Pero Teresa, yo no soy un hombre como todos los demás y París no es el lugar que puede poner término a la vaga incertidumbre que me atormenta. Sólo hace tres semanas que he llegado aquí y estoy aburrido.

He aquí mi querida amiga, todo cuanto tenía que decirle acerca del tiempo pasado; respecto al presente, no existe para mí, es un vacío completo donde ni un solo deseo puede nacer, y que no deja ninguna huella grabada en mi memoria. Será el desierto de mi vida. Apenas tengo un ligero capricho en mi mente, lo satisfago al instante y lo que yo he creído desear, cuando lo poseo, sólo es un objeto de disgusto. ¿Los continuos cambios que son el fruto de la casualidad, reanimarán acaso mi vida? Lo ignoro; pero si no sucede esto, volveré a caer en el estado de consunción de que  me había  sacado Rodríguez al anunciarme que yo tenía mis cuatro millones. Sin embargo, no crea Ud. que me rompo la cabeza en vanas conjeturas sobre el porvenir. Únicamente los locos se ocupan de estas quiméricas combinaciones. Sólo se pueden someter al cálculo las cosas cuyos datos son totalmente conocidos; entonces el juicio, como en las matemáticas, puede formarse de una manera exacta.
¿Qué pensara Ud. de mi? Dígamelo con franqueza, (Yo pienso que hay pocos hombres que sean corregibles); y como es siempre útil el conocerse y saber lo que uno puede esperar de sí mismo, yo me considero feliz cuando la casualidad me presente un amigo que me pueda servir de espejo.
Adiós, yo iré a cenar mañana con Ud.
Simón Bolívar[29].

En esta carta, Bolívar hace un examen general de su errante realidad. Demuestra su crisis moral y física que lo postró en la cama por la manera violenta con que se  entregó a los placeres, en busca del lenitivo por el cual, hasta entonces había disculpado su inquietud por la angustia, el dolor y la pasión malograda que le había causado la muerte prematura de su esposa y su necesidad de olvidarla. Esta crisis le produjo una misantropía pasajera y representó el primer dolor que perturbó su euritmia orgánica.
De acuerdo a su contenido, podía pensarse que en esta época, el organismo sufrió una impregnación bacilar, el despertar de una primo-infección, que se volvió inactivo por el triunfo de sus defensas orgánicas.
         Aunque estas referencias puedan juzgarse como minuciosidades, las refiero porque nos permiten conocer los sentimientos afectuosos, que siempre influyeron y signaron su corazón.
         Una vez superada la crisis, se dedica a recorrer a Europa, y en la primavera de 1804 parte para Francia. Asiste a la coronación de Napoleón como Emperador. Desde ese momento se decepciona de él, lo tilda de tirano y deja de ser un agradable y admirado recuerdo. Luego continúa su viaje por Italia en compañía de su maestro Simón Rodríguez, quien le recomendó hacer la travesía a pie para que restableciera su salud y se convenciera que era capaz de realizar esfuerzos mayores.
De Turín siguió a Milán, Venecia, Florencia y Roma. En esta capital va al monte sagrado.  Allí se inspira y pronuncia su famoso juramento de libertar a su patria o morir por ella. Desde este momento, esta idea ocupó su corazón convirtiéndose en su razón de vida.
Una vez en Caracas, a pesar de su inexperiencia emprende los preparativos de su obra  por la independencia hasta lograr la revolución del 19 de abril.
En ese momento el país era un completo desastre, las rentas estaban en desorden y el papel moneda desvalorizado, faltaban armas y municiones, las tropas desalentadas. Los patriotas al sentirse perdidos, le entregan el mando a Miranda, quien consciente de su responsabilidad, pronuncia estas significativas palabras: Se me encarga de presidir los funerales de Venezuela, pero yo no puedo negar a la patria mis servicios en las calamitosas circunstancias en que la han colocado los hombres y los elementos[30]. Becerra toma éste fragmento de un escrito, que en 1861 hiciera Don José Manuel Vega, antiguo cirujano ayudante en el ejército de Miranda, para refutar los juicios emitidos al respecto por el historiador Felipe Larrazábal. 
Cuando llega el Precursor el 27 de abril de 1812 es destinado a comandar la plaza de Puerto Cabello y llega a tomar posesión el 4 de mayo. Allí para colmo de males, Bolívar, gracias al desacatamiento de las órdenes impartidas y a la traición del Francisco Fernández Vinoni[31], a la 1 de la tarde del martes 30 de junio de 1812, pierde la mejor guarnición, la plaza y el castillo San Felipe de Puerto Cabello, donde se encontraban almacenados los víveres y 1700 quintales de pólvora, junto con la artillería y municiones de esta plaza, indispensables para contener el poder de los realistas.
Apenado, por la caída de la llamada primera república, desde esa ciudad se dirige al generalísimo Miranda, notificándole que:
Lleno de una especie de vergüenza, me tomo la confianza de dirigir a Usted, el adjunto parte[32], apenas es una sombra de lo que realmente ha sucedido, mi cabeza, mi corazón no están por nada. Así suplico a Usted, me permita un intervalo de poquísimos días para ver si logro reponer mi espíritu en su temple ordinario. Después de haber perdido la última y mejor plaza del Estado ¿cómo no he de estar alocado, mi general? ¡de gracia no me obligue Usted a verle la cara!, yo no soy culpable, pero soy desgraciado y basta…[33].
Luego, en otra misiva de la misma fecha continúa su relato y le dice a Miranda:
Ahora que son las 3 de la mañana, os repito como un oficial indigno de serlo, con la guarnición y los presos se ha sublevado en el Castillo de San Felipe y han roto un fuego desde la 1 de la tarde sobre esta plaza: en el Castillo están casi todos los víveres y municiones y sólo hay fuera diez y seis mil cartuchos[34].

Orgulloso de su acción, desde el Castillo de San Felipe de Puerto Cabello,  el 3 de julio de 1812, Francisco Fernández Vinoni  le escribe a Su Excelencia el Mayor general Hodgson, Gobernador de la Isla de Trinidad, diciéndole:
Tengo el honor de informar a V.E., que en 30 de junio  último (con la ayuda e algunos leales súbditos estacionados en el mismo) izé la Bandera Española en este Castillo y proclamé a nuestro Augusto Monarca Fernando 7º;  habiéndosenos incorporado también la Batería de Punta Brava y las del Fuerte del Vigía (o puesto de Señales). Para impedir sin embargo la escasez de provisiones que podamos experimentar resolví despachar a don Jacinto Iztueta para traer con la mayor rapidez posible a vuestra Isla algunas galletas, bacalao, carne salada, y espero que V.E., tendrá  a bien ayudarlo en todo aquello que pueda estar en vuestro poder y estar seguro de mi gratitud y que por mi parte protegeré al comercio Británico siguiendo el ejemplo de la Madre Patria y cuya causa considera la gran Nación Británica como suya propia[35].

A consecuencia de su desgraciada suerte Bolívar piensa por primera vez en suicidarse. Era tanto su sentimiento de culpa que el 14 de julio le envía a Miranda el parte oficial de la pérdida de Puerto Cabello y al final le dice:
En cuanto a mí, yo he cumplido con mi deber; y aunque se ha perdido la plaza de Puerto Cabello, yo soy inculpable, y he salvado mi honor; ¡ojalá no hubiera salvado mi vida, y la hubiera dejado bajo los escombros de una ciudad que debió ser el último asilo de la libertad y la gloria de Venezuela!
Cuando Miranda recibe el domingo 5 de julio de 1812 la fatal noticia, exclamó en francés su célebre frase: Venezuela est blessée au coeur (Venezuela está herida en el corazón).
Ante esta lamentable situación, el Consejo Federal le aconseja proponer un rechazado armisticio que se transformó en capitulación.
Una vez que Miranda concluye el sábado 25 de julio de 1812, la llamada Capitulación de San Mateo[36], se fue a La Guaira[37] con intención de ir a Nueva Granada para organizar de acuerdo con Nariño, otra expedición sobre Venezuela, pero los patriotas perturbados, al no entender su proceder, lo inculparon de traición y en la noche del 30 de julio, al ver que Miranda se iba le dijeron que era mejor embarcarse en la mañana porque había mal tiempo. Creyendo Miranda en sus compañeros aceptó esta petición y se fue a dormir a la casa de la factoría (antigua sede de la Compañía Guipuzcoana) después de la cena de despedida que le habían ofrecido. De esta manera, Miranda, sin saberlo, cayó en la trampa urdida por un grupo de patriotas liderizados por Simón Bolívar, Juan Paz del Castillo, José Mires de Azagra, Manuel Cortes, Manuel Montilla, Rafael Chatillón, Miguel Carabaño, Rafael Castillo y José Landaeta, quienes lo entregaron al General español Monteverde[38]. Al conocer la actitud de sus amigos, el Precursor, lleno de honda pesadumbre, profirió esta famosa expresión que resume la tragedia del pueblo venezolano y la mitad de su historia: ¡Bochinche... Bochinche!..., esta gente no es capaz sino de Bochinche!. De esta manera se consuma el primer golpe de Estado en Venezuela.
Como contraprestación de esta entrega, Bolívar, acogiéndose a la violada capitulación por la cual él había calificado a Miranda de traidor, obtuvo de Monteverde el permiso y el pasaporte para embarcarse a Curazao con todos sus bienes[39] en consideración al gran servicio a la causa realista en la entrega de Miranda. Llama la atención que ninguno de sus compañeros se halla referido a este significativo acontecimiento. ¿Por qué tanto silencio? ¿Cuáles serían las verdaderas razones de la entrega?
Este pequeño episodio tiene a mi juicio gran trascendencia pues, sin entrar a discutir los móviles que lo inspiraron, nos permite esclarecer la participación del Libertador Simón Bolívar en la entrega del generalísimo

Una vez hecha esta esclarecedora y necesaria aclaratoria, continuaremos ahora  con el estudio de la relación médico-paciente la cual, por su correspondencia sabemos que fue muy compleja.
Desde muy joven Bolívar siempre manifestó su apatía por la medicina hipocrática, incluyendo a sus oficiantes, los médicos.
Para formarnos una visión integral del tema abordado, apreciaremos ahora la descripción que consigna a su memorialista de la villa bumanguesa, el día 13 de mayo de  1828, donde le cuenta:
A las siete de la mañana entré en el aposento del Libertador, que estaba en su cama tomando una taza de té. Me dijo Su Excelencia  que tenía el estómago algo cargado y un gran dolor de cabeza. A poco rato entró su médico, el Dr. Moor, muy apresurado, riéndose Su Excelencia  de su apuro. El doctor recetó un vomitivo con tártaro emético y el Libertador dijo que no lo tomaría; entonces el médico aconsejó que continuara con el té y se retiró.
Este doctor, dijo Su Excelencia  está siempre con sus remedios, sabiendo que yo no quiero drogas de botica; pero los médicos son como los Obispos: aquéllos siempre dan recetas y éstos siempre echan bendiciones, aunque las personas a quienes las dan no las quieran o se burlen de ellas. El Dr. Moor está enorgullecido de ser mi médico y le parece que esta colocación aumenta su ciencia: creo que efectivamente necesita de ese apoyo. Es buen hombre y conmigo de una timidez que perjudicaría a sus conocimientos y luces aun cuando tuviese las de Hipócrates. La dignidad doctoral que ostenta algunas veces es un ropaje ajeno de que se reviste y que le sienta muy mal. Está engañado si piensa que tengo fe en la ciencia que profesa, en la suya y en sus recetas: se las pido, a ratos, para salvar su amor propio y no desairarlo; en una palabra, mi médico es para mí un mueble de aparato, de lujo y no de utilidad; lo mismo ocurría con mi capellán, que he hecho regresar.
¡Qué exactitud y qué fuerza de colorido en ese retrato! ¡Qué crítica tan justa y tan concisa! El Dr. Moor, como dice Su Excelencia, es un buen hombre; es médico, como se ve, del Libertador y, además, cirujano, y tiene el empleo de primer comandante con grado de Coronel; es inglés de nacimiento. Su Excelencia  discurre muy raras veces con él y el doctor nunca se mezcla en las conversaciones de la mesa ni de las tertulias.

El día 14 de mayo de  1828 continúa su relato y expresa:
El Libertador amaneció bueno y, al momento de sentarnos a la mesa para  almorzar, me dijo: Ya ve usted, Coronel, que sin el emético del doctor me he puesto bueno y quizás si lo hubiera tomado estaría ahora con los humores revueltos y con una fuerte calentura.

A pesar de ser un hombre acostumbrado a mandar y nunca a obedecer, el Libertador fue diáfano y prolijo en la manifestación de sus padecimientos físicos y de sus torturas morales para formar un cuadro clínico que le permitía realizar su autodiagnóstico y en base a él auto-recetarse.
Como algo curiosos daremos a conocer una auto-receta en la que ordena dos preparaciones:
La primera es un linimento: medicamento compuesto con aceite de comer y extracto de Saturno, que es un subacetato de plomo, usado contra las quemaduras; y la segunda, una infusión de té y flor de saúco, empleada en medicina como diaforético y resolutivo. Al final de la misma agrega estas palabras: Para mí, Bolívar[40].

Hay que tener en cuenta que a través de su epistolario se pone en evidencia que Bolívar poseía una innata rebeldía a todo lo que significaba sumisión, por eso le costaba cumplir las órdenes de los galenos. Como demostración citaremos algunas referencias que la historia ha preservado para que nosotros pudiéramos conocerlo a plenitud. Veamos una pequeña muestra a continuación:
En carta que envía al General Santander desde Pativilca, el 7 de enero de 1824, le hace saber:

Lo peor es que el mal se ha entablado y los síntomas no indican su fin. Es una complicación de irritación interna y de reumatismo, de calentura y de un poco de mal de orina, de vómitos y dolor cólico. Todo esto hace un conjunto que me ha tenido desesperado y aflige todavía mucho. Ya no puedo hacer un esfuerzo sin padecer infinito[41].

Desde Cartagena el 25 de septiembre de 1830, el Libertador se dirige al Señor Estanislao Vergara, y le dice:
      No puedo menos de confesar a ud., que aborrezca mortalmente el mando porque mis servicios no han sido felices, porque mi natural es contrario a la vida sedentaria, porque carezco de conocimientos, porque estoy cansado y porque estoy enfermo[42].

La lucha final por su propia existencia la marcó el vía crucis que recorrió desde que salió de Bogotá, el 8 de mayo de 1830, para recorrer Facatativa, Honda, Mompos, Cartagena, Soledad, Barranquilla y Sabanilla hasta culminar en Santa Marta.

Encontrándose en Turbaco, el 2 de octubre de 1830 le escribe al General Urdaneta:
Yo he venido aquí de Cartagena un poco malo, atacado de los nervios, de la bilis y del reumatismo. No es creíble el estado en que se encuentra mi naturaleza. Está casi agotada y no me queda esperanza de restablecerme enteramente en ninguna parte y de ningún modo. Sólo un clima como el de Ocaña puede servirme como alivio; pues la tierra caliente me mata y en la fría no me va bien; la experiencia me lo ha enseñado así[43].

Cuando llega a Soledad, el 16 de octubre de 1830 le comunica al General Rafael Urdaneta Faría:

     Mi querido general y amigo:
Me tiene Ud. aquí detenido a causa de mi salud que se ha deteriorado mucho, porque los males de que adolezco se han complicado de una manera muy penosa. Yo sufría antes bilis y contracción de nervios, y ahora he resucitado mi antiguo reumatismo; así es que cada remedio, o cada precaución que tomo para impedir el progreso de una de las enfermedades, perjudica a la otra fuertemente. Es inútil detallar la serie de estas menudencias; siendo lo peor de todo que ni un médico regular ni tampoco el clima me conviene. Yo conozco, y los profesores me lo han aconsejado, que debo navegar unos días en el mar para remover mis humores biliosos y limpiar mi estómago por medio del mareo, lo que es para mí un remedio infalible, ya que no puedo vencer la repugnancia de tomar remedios por la boca. Todavía no he llegado a tragar una gota de medicina a pesar de la gravedad de mis males; al mismo tiempo mi reumatismo se opone a que vaya a percibir las humedades y los fríos de esas sierras heladas que se encuentran desde Ocaña, al paso que mis nervios sufren extraordinariamente de este inmenso calor; de suerte que, con mucho dolor, suelo menearme y darme un paseo en la casa, sin poder subir una escalera por lo mucho que sufro. También ha de saber Ud. que mi debilidad ha llegado a tal extremo que el menor airecito me constipa y que tengo que estar cubierto de lana de la cabeza los pies. Mi bilis se ha convertido en atrabilis, lo que ha insuflado poderosamente en mi genio y carácter. Todo esto mi querido general, me imposibilita volver al gobierno, o más bien de cumplir lo que había prometido a los pueblos de ayudarlos con todas mis fuerzas, pues no tengo ninguna que emplear ni esperanzas de recobrarlas. Bien persuadido  de esta verdad, y no queriendo engañar a nadie, y mucho menos a Ud., tengo la pena de asegurarle que, no pudiendo servir más, he resuelto decididamente tratar sólo de cuidar mi salud, o más bien mi esqueleto viviente.
Espero que dentro de ocho días estaré un poco mejor para poder seguir a Santa Marta a tomar aires mejores y buenos baños; si allí no recibo mejoría, quien sabe lo que hago, pues no tengo un médico que me aconseje, ni una persona digna de ser oída en esta materia de salud; quien sabe si yo me estoy matando por no hacerme nada, y siguiendo un régimen errado[44]!


El 31 de octubre de 1830, desde Soledad,  le escribe al General Urdaneta y le vuelve a demostrar su diátesis psíquica y le refiere su mal  estado de  salud diciendo:
Más hay un punto sobre el cual no podemos acordar, pues es imposible se opone a todo: mi salud. Se ha deteriorado tanto que realmente he llegado a creer que moriría; con este motivo tuve que llamar al médico del lugar para ver si me hacía algún remedio, aunque no tengo la menor confianza en su capacidad y voluntad; pero, el pobre, me ha levantado de la cama, dándome una fuerza facticia, pero dejando las cosas como estaban, porque no hay buen medicamento para quien no lo toma, pues ésta es mi mayor enfermedad y lo peor que es irremediable; porque prefiero la muerte a las medicinas: ni aún la coacción del dolor, me persuade, pues le tengo una repugnancia que no puedo vencer[45].

Desde esta última ciudad, el 6 de noviembre de 1830 le manifiesta al General Urdaneta:
Mi mal se va complicando y mi flaqueza es tal que hoy mismo me he dado una caída formidable, cayendo de mis propios pies sin saber cómo y medio muerto. Por fortuna no fue más que un buen vahido que me dejó medio aturdido, más esto siempre prueba lo que dije antes, que estoy muy débil[46].

Ese mismo día le escribe a su amigo el Señor Estanislao Vergara y le comunica:
Mis males se han calmado un poco, aunque tengo que guardar el mayor régimen en la dieta, ejercicio y demás; voy recobrando por grado mis fuerzas[47].

Yo creo todo perdido para siempre, y la patria y mis amigos sumergidos en un piélago de calamidades. Si no hubiera más que un sacrificio que hacer y que éste fuera el de mi vida, mi felicidad o mi honor… créame Vd., no titubearía; pero estoy convencido que este sacrificio sería inútil, porque nada puede un hombre contra un mundo entero; y porque soy incapaz de hacer la felicidad de mi país me deniego a mandarlo. Hay más aún, los tiranos de mi país me lo han quitado y yo estoy proscripto; así yo no tengo patria a quien hacer el sacrificio. Perdóneme Vd., mi querido amigo, la molestia que le doy con esta declaración, la he debido al general Urdaneta y a Vd., por eso me he detenido en hacerla, pues un desengaño vale más que mil ilusiones. Póngame a los pies de su señora y mande Vd., a quien lo ama de corazón.


Otra nueva manifestación de su incredulidad por los médicos la conseguimos en la misiva que desde Barranquilla le envía el 16 de noviembre, al General Urdaneta:
     Mi salud marcha regularmente, es decir marcha su camino, pues yo no le pongo término por causa de mi repugnancia a las medicinas y porque este clima me mata. Ya no tengo dieta, porque era el único medio de no morirme de debilidad, mas en nada he ganado. Pienso embarcarme en una goleta que vendrá muy pronto a Sabanilla. Arrojaré bilis y me debilitaré más[48].

El 23 desde  ese mismo lugar, mes y año, le expresa al General Mariano Montilla:
     Mis males van de peor en peor, ya no puedo con mi vida, ni la flaqueza puede llegar a más. El médico me ha dicho  que pida un buque para ir a Santa Marta o Cartagena, pues no responde de mi vida dentro de poco. Y así estoy resuelto a irme a cualquier parte y, por lo mismo, si Ud., me manda buque me iré para allá. ¡Pero cómo llegaré! Daré compasión a mis enemigos. Es el sentimiento menos agradable que un hombre puede inspirar a sus contrarios[49].

Al día siguiente le cuenta al General Justo Briceño:   
         Siento comunicar a Ud., que mi salud sigue en malísimo estado, tanto que el médico que me atiende me ha aconsejado irme de aquí, porque el no responde por mi vida si me quedo. Esto me ha determinado as embarcarme por mar para Santa Marta o Cartagena, adoptando este medida como el único recurso que me queda para ver si me mejoro. Si por este medio no lo logro, ya no me queda más esperanza que irme como pueda a algún país frío donde pueda llegar, pues ya no me atrevo (ni pueda aunque hiciera el mayor esfuerzo) a hacer una marcha de dos días por tierra. Crea Ud., que no le exagero cuando le aseguro que para subir y bajar una pequeña escalera me causa tanta fatiga como me hubiera costado en otro tiempo subir el cerro más pendiente. Sólo los que me han visto pueden tener una idea del estado de flaqueza y debilidad en que estoy[50].

El 26 le cuenta al General Urdaneta:
Estoy resuelto a irme a cualquiera parte por no morirme aquí. Creo que los aires del mar me harán provecho y que debo irme a un temperamento donde pueda recobrar mi salud, sea donde fuere, pues es peor quedarme para seguir sufriendo los achaques que hace dos meses estoy padeciendo, y morirme cuando más tarde dentro de un par de meses que duraré cuando más. En Jamaica hay excelentes temperamentos y allá es donde pienso irme; si me mejoro volveré y si no lograré a lo menos no padecer tanto. Ruego a Ud., pues, que me mande un pasaporte, aunque puede suceder que llegue tarde, ya estoy casi todo el día en la cama por la debilidad, el apetito se disminuye y la tos o irritación del pecho va de peor en peor. Si sigo así dentro de poco no sé que será de mí y por consiguiente no puedo aguardar[51].

El 4 de diciembre desde Santa Marta le dice al General Diego Ibarra:
He recibido tu apreciable carta que me ha sido muy satisfactoria y siento no poderla contestar con extensión por hallarme muy postrado por mis males. Estos me han hecho sufrir por algún tiempo, y después de haber hecho todo lo posible para curarme, hasta embarcarme en la mar, me hallo en el mismo estado y sin esperanza de curarme en algún país frío[52].

Ese mismo día le dice su situación al General Pedro Briceño Méndez:
   Mis males no permiten contestar la apreciable de Ud., como yo deseara: los que me han visto podrán decir a Ud., el estado ñeque me hallo. Hace ya algunos meses que mis padecimientos se han agravado bastante, reduciéndome al fin a un estado en que ya no me es posible atender otra cosa que mi salud, y aun así ignoro el término de mis sufrimientos, pues tengo poca esperanza de un pronto restablecimiento. El clima ha sido la causa principal de mi postración y como éste no es fácil variarlo, por las dificultades que tengo para trasportarme a otros lugares, creo con toda ingenuidad que mis achaques durarán algún tiempo[53]. 

En víspera de la muerte de Bolívar, su edecán, Luis Perú de Lacroix, le escribe desde Cartagena, el 18 de diciembre de 1830, un dramático relato a doña Manuela Sáenz Aispurú, la dama quiteña que el Libertador amó apasionadamente. Al respecto le dice: 
         Mi respetada y desgraciada Señora:
He prometido escribir a usted y de hablarle con verdad; para cumplir con este encargo y empezar por darle la más fatal noticia.
Llegué a Santa Marta el día 12, y al mismo momento me fui para la hacienda de San Pedro donde se halla el Libertador. Su Excelencia estaba ya en un estado cruel y peligroso de enfermedad; pues desde el día 10 había hecho el testamento y dado una proclama a los pueblos en la que se está despidiendo para el sepulcro.
Permanecí en San Pedro hasta el día dieciséis, que me marché para esta ciudad (Cartagena), dejando a su Excelencia en un estado de agonía, que hacía llorar a todos los amigos que lo rodeaban.
A su lado estaban los generales Montilla, Silva, Portocarrero, Carreño, Infante y yo; y los coroneles Cruz, Paredes, Wilson, capitanes Ibarra, teniente Fernando Bolívar y algunos otros amigos.
Sí mi desgraciada Señora, el grande hombre estaba para quitar esta tierra de la ingratitud y pasar a la mansión de los muertos, a tomar asiento en el templo de la posteridad y de la inmortalidad, al lado de los hombres que más han figurado en esta tierra de miseria.
Lo repito a usted, con el sentimiento del más vivo dolor, con el corazón lleno de amargura y de heridas: dejé al Libertador el día dieciséis ya en los brazos de la muerte; en una agonía tranquila, pero que no podía durar mucho. Por momentos estoy aguardando la fatal noticia, y mientras tanto, lleno de agitación, de tristeza lloro ya la muerte del Padre de la Patria, del infeliz y grande Bolívar, matado por la perversidad y por la ingratitud de los que todo le debían, que todo habían recibido de su generosidad.
Tal es la triste y fatal noticia que me veo en la dura necesidad de dar a usted.
Ojalá el Cielo, más justo que los hombres, echase una ojeada sobre la pobre Colombia; viese la necesidad que hay de devolverle a Bolívar e hiciese el milagro de sacarlo del sepulcro en que casi lo he dejado.
Permítame usted, mi respetable Señora, de llorar con usted la pérdida inmensa que ya habremos hecho, y habrá sufrido toda la República; y prepárese usted a recibir la última y fatal noticia.
Soy de usted admirador y apasionado amigo, y también su atento servidor que sus manos besa.
(Fdo.) Luis Perú de Lacroix[54].


Después de sacrificar su salud y su fortuna para asegurar la libertad y felicidad de su patria, el desenlace final se consuma el 17 de diciembre de 1830. Su última hora la describe el Dr. Révérend de manera conmovedora y solemne:

  Llegó por fin el día enlutado, el 17 de diciembre de 1830, en que iba a terminar su vida el ilustre caudillo Colombiano, el Gran Bolívar. Eran las nueve de la mañana cuando me preguntó el general Montilla por el estado del Libertador. Le contesté que a mi parecer no pasaría del día. .-Es que yo recibí una esquela diciéndome que el Señor Obispo está algo malo, y quisiera que usted fuera a verle.-Disponga usted, mi general.- ¿Y el moribundo aguantará hasta que usted esté de vuelta?- Creo que sí, con tal que no haya demoras en esta diligencia.- Entonces aquí está el mismo caballo del Libertador. A todo escape ida y vuelta; ya usted sabe, no hay momento que perder.- En efecto, cuando volví, conocí que se iba aproximando la hora fatal. Me senté en la cabecera, teniendo en mi mano la del Libertador, que ya no hablaba sino de un modo confuso. Sus facciones expresaban una perfecta serenidad; ningún dolor o seña de padecimiento se reflejaba sobre su noble rostro. Cuando advertí que ya la respiración se ponía estertorosa, el pulso de trémolo casi insensible y que la muerte era inminente, me asomé a la puerta del aposento, y llamando a los generales, edecanes y los demás que componían el séquito de Bolívar: -Señores, exclamé, si queréis presenciar los últimos momentos y postrer aliento del Libertador, ya es tiempo. Inmediatamente fue rodeado el lecho del ilustre enfermo, y a pocos minutos exhaló su último suspiro Simón Bolívar, el ilustre Campeón de la libertas sud-americana, cuya defunción cubrió de luto a su patria, también pintado cuando en su proclama el general Ignacio Luque exclamaba: Ya murió el Sol de Colombia[55].

Después de procedió a realizar su autopsia cuyo contenido es el siguiente:
El 17 de Diciembre de 1830 a las 4 de la tarde, en presencia de los señores Generales beneméritos Mariano Montilla y José Laurencio Silba, habiéndose hecho la inspección del cadáver en una de las salas de la habitación de San Pedro, en donde falleció S. E. el General Bolívar, ofreció los caracteres siguientes:
HABITUD DEL CUERPO.---- Cadáver a los dos tercios de marasmo, descoloramiento universal, tumefacción en la región del sacro, músculos muy poco descoloridos, consistencia natural.
CABEZA.---- Los vasos de la arachnóides en su mitad posterior ligeramente inyectados, las desigualdades y circunvoluciones del cerebro recubiertas por una materia pardusca de consistencia y transparencia gelatinosa, un poco serosa semiroja bajo la dura-mater: el resto del cerebro y cerebelo no ofrecieron en su sustancia ningún patológico.
PECHO.---- De los dos lados posterior y superior estaban adheridas las pleuras costales por producción semimembranosas: endurecimiento en los dos tercios superiores de cada pulmón; el derecho casi desorganizado presento un manantial abierto de color de las heces del vino, jaspeado de algunos tubérculos de diferentes tamaños no muy blandos; el izquierdo, aunque menos desorganizado, ofreció la misma afección tuberculosa, dividiéndolo con el escalpelo. Se descubrió una concentración calcárea y regularmente angulosa del tamaño de una pequeña avellana. Abierto el resto de los pulmones con el instrumento, derramó un moco pardusco que por la presión se hizo espumoso. El corazón no ofreció nada particular, aunque bañado en un líquido ligeramente verdoso contenido en el pericardio.
ABDOMEN.---- El estomago, dilatado por un licor amarillento de que estaban fuertemente impregnadas sus paredes, no presentó sin embargo ninguna lesión ni flogosis: los intestinos delgados estaban ligeramente meteorizados: la vejiga, enteramente vacía y pegada bajo el pubis, no ofreció ningún carácter patológico. El hígado, de un volumen considerable, estaba un poco escoriado en su superficie convexa; la vejiga de la hiel muy extendida; las glándulas  mesentéricas obstruida; el vaso y los riñones en buen estado. Las viseras del abdomen en General no sufrían lesiones graves. Según este examen, es fácil reconocer que la enfermedad de que ha muerto S. E. el Libertador era en su principio un catarro pulmonar, que habiendo sido descuidado, pasó al estado crónico, y consecutivamente degenero en tisis tuberculosa. Fue pues esta afección morbífica la que condujo al sepulcro al General Bolívar, pues no deben considerarse causas secundarias las diferentes complicaciones que sobrevinieron en los últimos días de su enfermedad, tales como la arachnóides y la neurosis de la digestión, cuyo signo principal era un hipo casi continuo; y ¿quién no sabe por otra parte que casi siempre se encuentra alguna irritación local extraña al pecho en la tisis con degeneración del parénquima pulmonar? Si se atiende a la rapidez la enfermedad en su marcha, y a los signos patológicos observados sobre el órgano de la respiración, naturalmente es de creerse que las causas naturales influyeron en los procesos de esta afección. No hay duda que agentes físicos ocasionaron primitivamente el catarro del pulmón, tanto más cuando que la constitución individual favorecía el desarrollo de esta enfermedad, que la falta de cuidado la hizo más grave; que el viaje por mar, que emprendió el Libertador con el fin de mejorar su salud. Le condujo al contrario a un estado de consunción deplorable, no se puede contestar; pero también debe confesarse que afecciones morales vivas y punzantes como debían ser las que afligían continuamente el alma del General. Contribuyeron poderosamente a imprimir en la enfermedad un carácter de rapidez de su desarrollo, y de gravedad en las complicaciones, que hicieron infructuosos los socorros del arte. Debe observarse a favor de esta aserción que el Libertador, cuando el mal estaba en su principio, se mostró muy indiferente a su estado, y se denegó a admitir los cuidados de un médico: S. E., el mismo lo ha confesado: era cabalmente en el tiempo en que sus enemigos le hartaban de disgustos, y que estaba más expuesto a los ultrajes de aquellos a que sus beneficios habían hecho ingratos. S. E. llego a Santa Marta, bajo auspicios mucho más favorables, con la esperanza de un porvenir mucho más provechoso para la patria, en que veía brillantes defensores que le rodeaban. La naturaleza conservadora retornó sus derechos; entonces pidió con ansia los socorros de la medicina. Pero ¡ah!¡ya no era tiempo! El sepulcro estaba abierto aguardando la ilustre víctima, y hubiera sido necesario haber un milagro para impedirle descender a él.
San Pedro, Diciembre 17 de 1830 a las ocho de la noche 
Alejandro Próspero Révérend.
Es copia: J. A. Cepeda, secretario.
Es copia: Cartagena, Enero 12 de 1831, Calcaño, secretario[56].

Hay que tener en cuenta que Réverénd se ajustó al momento científico y a las circunstancias que le tocó vivir. Su actuación se ajustó a lo que tenía. Prueba de ello es la descripción que él mismo hace de la manera y los recursos que contó para embalsamar al Libertador. Las penurias que pasó para actuar las narra así:

Acabada la autopsia fue menester proceder a su embalsamamiento, por desgracia estaba enfermo el único boticario que había en la ciudad. Muy escasas fueron, si no faltaron, las preparaciones que se usan en semejante caso hallándome sólo para practicar esta operación. Se me hizo muy laboriosa la tarea, máxime cuando se me había limitado un corto tiempo, y que este trabajo se hacía de noche. Así es que no se concluyó cuando era ya de día[57].

Tras la muerte de el Libertador, Révérend fue objeto de críticas y censuras, por no haberlo curado; aún más, se comentó que con sus prescripciones se había precipitado su muerte, incluso pusieron en duda su extracción universitaria. Así pagaba la ingratitud y la malidecencia humana al hombre que dijo No tengo más título que el de haber sido el último médico de Simón Bolívar, el Genio de América. De esta manera agradecían su voluntario sacrificio y atento cuidado, lleno de piedad y lealtad. Desgraciadamente,  ellos se olvidaron que en aquella época, según el criterio del Dr, Paul Diepgen[58], desde el año de 1796 se había organizado de nuevo la escuela médica de París con doce cátedras. Alcanzando pronto la mayor importancia. A la conclusión de los estudios seguían los exámenes que versaban sobre los puntos más importantes de la enseñanza. Sin embargo, estos exámenes no eran exigidos por las leyes y, en general, todo médico podía, si quería practicar la profesión. Además de los doctores, fue creada la institución de los denominados Officiers de Santé, a los que se les exigía, menos en instrucción y examen.

Ahora explicaré brevemente que cuando Bolívar murió había sido nombrado Embajador de Bolivia ante la Santa Sede.

El Libertador conmovido por el tropel de tristes acontecimientos que han ocurrido y que estaban ocurriendo en Colombia, los cuales la tienen inmersa en una guerra civil, el 7 de mayo de 1830, escribe desde Bogotá, al General Santa Cruz expresándole:

Mi estimado Presidente:
           Hace tres días que dejé la presidencia de la República, y mañana parto para Cartagena con ánimo de salir fuera del país, o quedar en él, según las circunstancias, aunque estoy bien resuelto a no volver a mandar más...[59].

           Al saber el General Santa Cruz la resolución de Bolívar de marcharse a Europa, quiso dar al Libertador una prueba contundente del gran afecto que él y el pueblo boliviano le profesaban. Fue así como desde Chuquisaca (Sucre), le escribe el 15 de octubre de 1830, en términos realmente nobles manifestándole con la mayor sinceridad posible su deseo de nombrarlo su Ministro Plenipotenciario ante la Santa Sede, en estos términos:

        Excelentísimo Señor:
El presidente de la república boliviana tiene la honra de saludar a nombre de su nación al jefe de la Libertad Americana, y al Fundador de su Patria. Instruido de vuestra separación de América, no puede prescindir de seguiros con su corazón, y transmitiros los sentimientos más puros de gratitud  y  respeto que afectan al pueblo boliviano, constante siempre en amaros y en recordar los beneficios que os debe.
Llenando los más vehementes deseos de vuestro corazón, habéis dejado de mandar a Colombia, y os alejáis de América, resistiéndoos a las súplicas reiteradas de los pueblos, porque habéis querido pensar ya en vuestra gloria y decidir la gran cuestión que sin duda se ha ventilado, largo tiempo, ante el tribunal del mundo entero. Habéis vencido, señor, y vuestra gloria, superior a la de todos los hombres libres, se presentará ya como el sol que nadie deja de ver, y vuestros mismos opositores encontrarán en vuestra ausencia el convencimiento y tal vez el arrepentimiento tardío de exaltaciones que nos priven del mejor apoyo de la libertad americana.
De hoy en adelante nadie osará culparos de ambición, ridículo pretexto con que algunos intentaban oscurecer vuestra gloria, y aún la nuestra; puesto que las glorias del nuevo mundo están vinculadas a las de su primero y más insigne capitán. Conservaréis ileso el título de Libertador, que os ha sido siempre más estimado que todas las coronas de la tierra.
El continente de Colón conservará el legado de virtud que su Libertador le ha dejado; y no olvidará la lección que acaba de darle el defensor de la libertad en favor de la especie humana.
Bolivia, que tiene el orgullo de llevar vuestro nombre, se felicita por el triunfo que ha conseguido sobre la calumnia el ilustre americano que supo conducir los estandartes de la justicia desde el Orinoco al Potosí y dejar la tierra de sus victorias, para hacerse más inmortal.
El Libertador ha comunicado a los americanos su pasión por la independencia, su amor por la libertad, su desprecio por la ambición; y al viejo mundo, asombrado de su conducta, juzgará de lo que son capaces los hombres que él ha doctrinado en los campos de la victoria y en la escuela de la moderación.
El Presidente de Bolivia, muy convencido de los heroicos esfuerzos del Libertador por la felicidad americana, y persuadido de que es el representante natural de sus repúblicas en Europa, cree que nadie trabajará allí con celo más ardiente por su bien, como el mismo que, arrancándolas de un coloniaje humillante, pudo colocarlas en el rango que justamente ocupan.  Bolivia le debe más particularmente su existencia política como nación, un empeño entusiasta por su conservación, y el cordial título de Hija con que la saludó el día que América fue absolutamente emancipada. He aquí, señor, los títulos de confianza que tiene para esperar que sus intereses públicos serán conducidos en Europa con el pulso y la sabiduría bien probados en veinte años de acierto, administrando tres repúblicas. Por esto ha creído muy oportuno el Presidente de Bolivia, aprovechando de vuestra mansión allí, encargaros los negocios del pueblo que manda, cerca de la Santa Sede, y nombraros su ministro plenipotenciario en la capital del orbe cristiano[60], como lo veréis por las credenciales adjuntas.
Sería excusado rogar al Libertador que admita un encargo que le confía Bolivia. Basta expresarle que cuando los bolivianos supieron su retiro de América, se pronunciaron unánimemente porque él fuese su representante cerca de cualquier gobierno de Europa; y el presidente de Bolivia cumple un  deber muy satisfactorio, haciéndole saber que ésta es la voluntad del pueblo boliviano. No hay que olvidar, señor, que Bolivia exige este servicio del general Bolívar. Esta indicación es bastante para hacer concebir ideas ventajosas y esperar resultados favorables.
    La Santa Sede es a quien debe y quiere dirigirse preferentemente el gobierno boliviano, porque es ante ella que tienen asuntos más urgentes que conciliar, para satisfacer las necesidades de un pueblo católico por excelencia, y tranquilizar conciencias alarmadas por algunos de los mismos acontecimientos que nuestra revolución ha motivado, y por la falta de comunicación con la cabeza visible de la iglesia. Encontraréis también adjuntas las principales instrucciones que contienen los objetos de las primeras y más esenciales inteligencias que deben entablarse con el santo padre.
Al haceros esta importante confianza, quisiera el presidente de Bolivia, acompañarla de una demostración que, probando la intensidad del afecto boliviano, os pusiese también en estado de presentaros en Europa con todo el lucimiento y brillo que debe seguir al Libertador de un mundo; pero valga, al menos, la misma comisión por una prueba de la tierna memoria con que os acompañan los bolivianos al otro lado del Océano, lisonjeándose de que no rechazaréis la manifestación de su confianza que desde el centro de América os hace uno de los pueblos que os deben su libertad y su existencia política.
Aceptad, señor, los sentimientos más cordiales de gratitud y amor con que os saluda unánimemente el pueblo colombiano, y la particular afección de un compañero y constante amigo vuestro.
Dada, firmada y refrendada por el Ministro de Relaciones Exteriores en el Palacio de gobierno en  Chuquisaca a 15 de octubre de 1830.

Andrés  Santa Cruz.


El Ministro de Estado en el despacho de relaciones exteriores, Mariano Enrique Calvo[61].
          
En  esta comunicación en forma de decreto, el General Andrés de Santa Cruz trata de persuadirlo para que acepte este encargo, argumentando las razones que podían llegar a la susceptibilidad del Libertador, cuando la calumnia y la infamia empezaban a cavar el sepulcro del grande hombre. Anexo a esta extensa y humana misiva, el General Santa Cruz incluía las cartas credenciales del nuevo diplomático, así como, las principales instrucciones relativas a las funciones que iba a desempeñar el Libertador. Lamentablemente, no existe hasta ahora referencia alguna de que el Libertador haya recibido esta carta. Sin embargo, como lo demuestra su testamento, Bolivia siempre estuvo presente en su corazón.
La noticia del deceso del Libertador debió llegar con mucho retraso a Bolivia, pues con fecha 2 y 14 de febrero del año 1831, el General Andrés de Santa Cruz le dirige dos hermosas misivas en la que le transmite los peligros que amenazan la independencia de Bolivia y la integridad de Colombia por la avaricia, insensatez e ingratitud de los conductores del pueblo peruano (Gamarra y La Fuente) quienes violan alegremente los pactos de Jirón y Guayaquil, olvidando que Bolivia es una república independiente y por lo tanto no debe ser su aliada contra Colombia.
Igualmente le manifiesta su resolución inmutable de mantenerse digno de la Patria de Bolívar, sosteniendo a todo trance el honor y el orgullo del hermoso nombre que distingue a su patria.




[1] General de brigada que sirvió en el ejército de Venezuela y Colombia en la Guerra de Independencia. Su cercanía a Bolívar lo convirtió en uno de los testigos oculares más célebres del Libertador. Su nombre completo era Louis Gabriel Jean Michel Perou de LaCroix Massier. Nació el 14 de septiembre de 1780 en Montélimar, Francia. Sus padres eran Jean Baptiste Lorence Agricol Perou y Jeanne Massier. Estudió en una escuela militar en Brienne-le-Château y luego fue admitido en la École Royale Militaire de París. Vivió y sirvió en Nápoles bajo el reinado de Joachim Murat, entre 1810 y 1812. Al empezar la Campaña de Rusia, en 1812, fue enviado a Inglaterra para espiar las actividades y planes de Luis XVIII. En enero de 1825 contrae matrimonio en Tunja con Dolores Mutis. En 1828, de abril a junio, entrevista al Libertador en Bucaramanga; donde recoge los recuerdos, notas y conversaciones con Bolívar. Sus escritos que llevan por nombre Diario de Bucaramanga, fueron publicados parcialmente, por primera vez, con otro título, en París en 1870.
El diario francés El Siglo del 18 de febrero de 1837 informó su suicidio mientras el periódico caraqueño El Liberal del 9 de mayo de ese mismo año, reproduce algunos de los escritos que legó al diario francés.

[2] Diario de Bucaramanga: vida pública y privada del Libertador Simón Bolívar. 3ª edición sin mutilaciones / Luis Perú de Lacroix; prólogo, José Agustín Catalá.- Caracas, Venezuela: Talleres Tipográficos de Miguel Ángel García e hijo. El Centauro Ediciones, 2003. 219 p.;19 cm. Incluye Índice, p. 205-216. ISBN.: 980-263-079-9. La parte desaparecida del Diario va desde el 1º de abril al 1º de mayo de 1828. La parte conservada abarca desde el 2 de mayo al 26 de junio de 1828.
[3] En eúscaro significa pradera de molino.
[4] Méndez S., Martín.: El Libertador si padeció de tuberculosis.
En: Revista de la Sociedad Bolivariana de Venezuela.-Caracas. t. XX. Nº 67. 1931. p. 346-363.
[5] Hija de Feliciano Palacios y Gil de Arratia y Francisca Blanco Infante y Herrera.
[6] En su testamento figura como fecha del matrimonio, el 30 de noviembre, esta discrepancia es atribuible a una falta de comprobación del Escribano.
[7] Pereyra, Carlos (1871-1942).: La juventud legendaria de Bolívar / Carlos Pereyra.- Madrid: M. Aguilar, 1932. 523 p.; 20 cm. Véase: p. 67.
[8] Esta concreción fosfática calcárea se conserva en el Museo Bolivariano. Se encuentra colocada en un medallón de oro de unos 25 mm de altura, 22 de anchura y 9 de espesor. Fue donada por Révérend al gobierno nacional presidido por el Ilustre Americano Regenerador de Venezuela, General Antonio Guzmán Blanco. En agradecimiento por tan noble gesto, el 20 de abril de 1874 se le expidió el Diploma de Ilustre Prócer de la Independencia con una asignación mensual de 460 pesos,  y el 11 de septiembre de ese mismo año se le confirió la distinción de la medalla del Busto del Libertador Simón Bolívar, el hijo ilustre de Caracas y Libertador de Venezuela, de Colombia, del Ecuador, del Perú y de Bolivia, verdadero héroe y fundador de la Independencia Sur-Americana. Véase: Archivo General de la Nación. Caracas. Sección Interior y Justicia. Tomo DCCCLXXXII, fol. 83., y Gaceta de los Museos Nacionales. Caracas. Tomo 1, Nº 12. 24 de junio de 1913. p. 18.
[9] Nació en Falaise, pequeña ciudad de la Normandía, en Francia, el 14 de noviembre de 1796. Falleció en Santa Marta, Colombia, el  jueves, 1º de diciembre de 1881, a la edad de 85 años. Fueron sus padres el Coronel Felipe de Révérend y su esposa María de Révérend. Realizó sus estudios en el liceo de la ciudad de Caen, capital de Calvados. Se casó en Santa Marta el 25 de mayo de 1847 con doña Victoria Panage de Ruz, viuda de José Victorino Salcedo. Tuvo un hijo, José Alejandro que falleció a temprana edad. Asistió al Libertador desde el 1º hasta el 17 de diciembre de 1830, brindándole su ciencia y su consagración en la desesperada lucha que tenía el Libertador con su enfermedad. Escribió: La última enfermedad, los últimos momentos y los funerales de Simón Bolívar, Libertador de Colombia y del Perú/ por su médico de cabecera el Dr. A. P. Reverend. París: Imprenta Hispano-Americana de Cosson y Compañía. 1866. 89 p. De ella hay varias reediciones: La agonía, la muerte y los funerales del Libertador en 1830 y la exhumación de sus restos en 1842: La última enfermedad, los últimos momentos y los funerales de Simón Bolívar / por su médico de cabecera el Dr. A. P. Reverend...; reproducciones y adiciones de Jorge Wills Pradilla.- Bogotá: [Minerva], 1930. 123 p., 12 lám.; 20 cm.; Hay una  2ª ed. Bogotá: Ediciones Incunables, 1983. Ese mismo año la Dirección de Relaciones Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela hizo una nueva edición con prólogo: Estudio preliminar del Dr. Blas Bruni Celli. Véase además: Conde Jahn, Franz.: Aclaratoria sobre la personalidad médica del Dr. Alejandro Próspero Reverend y sobre su discutida extracción universitaria.- Caracas: Italgráfica, 1964. 7 p.; 28 cm. Es tirada aparte de Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Caracas, nº 184, 1963. Allí se da a conocer los aspectos clínicos, emotivos y anecdóticos de su fallecimiento.
[10] Tío materno de Bolívar que durante los años de la Independencia residió en España y regresó después de la Batalla de Ayacucho.
[11] Epiménides de Cnosos, en Creta, fue un legendario poeta, filósofo y profeta  del siglo VI a. C. Se dice de él que durmió durante cincuenta y siete años en una cueva cretense, bendecida por Zeus, y que luego despertó dotado con la virtud de poder profetizar lo que iba a ocurrir. (Plinio, lib. VII, cap. LII). Murió a la edad de 157 años según dice Flegón en el libro De los que vivieron mucho. Los cretenses dicen que falleció a los 299 años, pero Jenófanes Colofón afirma que a los 154. Su obra fue escrita en verso. Fue famoso por la paradoja que lleva su nombre. Sobre su vida véase: San Pablo, Actos de los Apóstoles, cap. XVII, .v. 23, y  Pausanias, lib. I, cap. I, y lib. V, cap. XIV.




[12] En: Bolívar, Simón (1783-1830).: Obras completas / Simón Bolívar; compilación y notas de Vicente Lecuna; con la colaboración de Esther Barret de Nazariz. 2ª ed. La Habana: Lex, 1950. 3 v.: il, 1 h. de lám.; 21 cm. La lám. está en color y es retr. del autor. Lecuna, Vicente (1870-1954). Contenido completo: I. Cartas del Libertador comprendidas en el período de 20 de marzo de 1799 a 8 de mayo de 1824. 990 p.; .- II. Cartas del Libertador comprendidas en el período de 8 de mayo de 1824 a 19 de septiembre de 1828. 1001 p.; .- III. Cartas del Libertador comprendidas en el período de 21 de septiembre de 1828 a 8 de diciembre de 1830. Testamento, Discursos, Proclamas, artículo de periódicos. 912 p. D.L.: TF 977-1975. Incluye epílogo: Espíritu del Libertador, compuesto por Mariano Sánchez Roca: El hombre, el estadista, el guerrero, el patriota, el político. Véase: t. II. Doc. 903. p. 165-166. El original pertenece al Sr. Ricardo Palacios. Fue publicada además en: O'Leary, Daniel Florencio (1800-1854).: Memorias del General O'Leary. Edición facsimilar del original de la primera edición con motivo de la celebración del Sesquicentenario de la muerte de Simón Bolívar, Padre de la Patria.- [Caracas]: Ministerio de la Defensa, Venezuela, 1981.- Barcelona, España: Grafesa. 34 v.:lám. col. y n., map. pleg.; 24 cm. Contenido completo: v. I-XII: Correspondencia de hombres notables con el Libertador.- v. XIII-XXVI: Documentos.- v. XXVII-XXVIII: t. primero y segundo: Narración.- v. XXIX-XXXI: Cartas del Libertador.- v. XXXII: t. tercero: apéndice.- v. XXXIII-XXXIV: Índice de los documentos contenidos en las Memorias del General Daniel Florencio O'Leary / elaborado por Manuel Pérez Vila. D.L.: B 22027-1981. Véase: t. XXX. p. 90-92.
[13] Su esposo, Fernando Miyares Pérez y Bernal fue Comandante Político y Militar de la provincia de Barinas (1786-1798); Fundador de San Fernando de Apure; Gobernador y Comandante General de la provincia de Maracaibo (1799-1810; 1810-1814), y Gobernador y Capitán General de la provincia de Venezuela (1810-1812).
[14] Carta dirigida desde Veracruz a su tío Pedro Palacios Blanco, quien se hallaba en Caracas. Le refiere su visita a la ciudad de México, en el curso de su viaje a España. En: Bolívar, Simón (1783-1830): Obras completas / Simón Bolívar. Véase: t. II. 1947. Documento 902. p. 164, y en Escritos del libertador. Prólogo Cristóbal L. Mendoza/ Simón Bolívar.- Caracas: Editorial Arte. Sociedad Bolivariana de Venezuela, 1964-1973. 2 v.;24 cm. Véase: t. II. Documentos particulares I. 1967. Documento 902. p. 164.
[15] 1769-1811.
[16] En anteriores publicaciones se había transcrito siempre: inglecas, pero es claro que Bolívar modificó la penúltima letra, transformándola en una e por la cual debe leerse ingleces.
[17] Testado: pues ya me boi a enbarcar.
[18] Hay una palabra ilegible tachada.
[19] Sociedad Bolivariana de Venezuela. Escritos del Libertador. II. Documentos Particulares I. Prólogo por Cristóbal L. Mendoza. Caracas: Editorial Arte, Cuatricentenario de la ciudad de Caracas. 1967. Fue reproducida por el Doctor Vicente Lecuna en Cartas del Libertador. Corregidas conforme a los originales. Mandadas a publicar por el Gobierno de Venezuela presidido por el General Juan Vicente Gómez. Tomo I. 1799-1817. Caracas. Litografía y Tipografía del Comercio. 1929. p. 4-5. El original pertenecía al Señor Rafael Palacios (Introducción, p. xiii).
[20] Nació en Madrid, el 15 de mayo de 1781. Falleció  en Caracas, 22 de enero de 1803. Era  hija de Bernardo Nicolás Rodríguez del Toro y Ascanio y de Benita de Alaiza y Medrano, oriunda de Valladolid, España. Su padre era colactáneo del tercer Marqués del Toro, Sebastián Rodríguez del Toro y Ascanio. Tuvo dos hermanos Antonia María y Manuela María. Su madre era hermana del Marqués de Inicio y Conde de Rebolledo.
[21] Carta a su tío Pedro Palacios Blanco, desde Madrid, en la que participa su decisión de contraer matrimonio con doña Teresa Toro y le ruega formalmente pedirle su mano. En: Escritos del Libertador. t. II. Documento 2. p. 95. El original reposa en el Archivo del Libertador, Vol. 171. fol. 257 rº y vº.
[22] El original se encuentra en  el Archivo de la Real Academia de la Historia, en Madrid. Lo copiamos del Legado General San Román, Mss. Cª 5ª, Nº 29.
[23] Capitulaciones Matrimoniales otorgadas entre los señores don Bernardo Rodríguez del Toro y Ascanio y doña María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza, su hija, y don Pedro Rodríguez del Toro, su tío, como apoderado del Señor Don Simón de Bolívar y Palacios. Otorgados en Madrid, el 3 de mayo de 1802. Se trata de un contrato matrimonial con separación de bienes, donde se especifica la dote que don Bernardo le daba a su hija, y las arras que le ofrecía su futuro esposo. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Tomo XXXV. Nº 139. Julio-Septiembre de 1952. p. 258-259. El original se conserva en el Archivo Histórico de Protocolos. Madrid. Protocolo Nº. 22.614, fol. 145 y ss. Véase además Nectario María Hermano: Primitiva iglesia de San José en donde se casó Simón Bolívar. Madrid. Imprenta Juan Bravo, 3. 1968. 23 p.; facsíms.; láms., plan., grab.; retr.; 28 cm. Incluye: Acta matrimonial de Simón Bolívar con María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza. Edición ordenada y costeada por la Sociedad Bolivariana de Sevilla. DL M 14406-1968. Bolívar, Simón (1783-1830).
[24] Mosquera, Tomás Cipriano de, 1798-1878.: Memoria sobre la vida del general Simón Bolívar, libertador de Colombia, Perú y Bolivia por el General Tomás Cipriano de Mosquera.-
1°era entrega. Introducción Siro Fébres Cordero.  (p. I-IX).- Mérida: Talleres Gráficos de la Editorial Venezolana. C.A. 1988. Edición patrocinada por Cementos Caribe. C.A. Es una edición facsimilar de la primera parte de la obra Memoria sobre la vida del general Simón Bolívar, libertador de Colombia, Perú y Bolivia por el General Tomás Cipriano de Mosquera publicada por la imprenta de S.W. Benedict, New York. 1853. Véase: p. 10. El nombre completo del autor era Tomás Cipriano Ignacio María de Mosquera y Figueroa Arboleda Salazar, Prieto de Tovar, Vergara, Silva, Hurtado de Mendoza, Urrutia y Guzmán. Nació en Popayán, el 26 de septiembre de 1798. Falleció en la misma ciudad, el 6 de octubre de 1878, a la edad de 80 años.

[25] Perú de Lacroix, Luis, (1780-1837).: Op. Cit. Véase: p. 61-67. y en: Simón Bolívar La Esperanza del Universo. Introducción, selección, notas y cronología de J. L. Salcedo Bastardo. Prólogo de Arturo Uslar Pietri. UNESCO. Publicado en 1983 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. p. 26.
[26] Nació expósito en Caracas, el 28 de octubre de 1769. En 1794, presenta al Ayuntamiento sus Reflexiones sobre los defectos que vician la Escuela de Primera de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento, donde hace un planteamiento crítico sobre la enseñanza colonial. Al poco tiempo se cambió el nombre por el de Samuel Robinson. Luego viaja a Estados Unidos donde reside hasta fines de 1800. Al año siguiente va a París y allí traduce La Atala de Chateaubriand. En esa ciudad se encontrará de nuevo con Bolívar en 1804 y de allí parten juntos en abril del año siguiente, a un viaje que los lleva por Lyon y Chamberri para luego atravesar Los Alpes y entrar en Italia a Milán, Venecia (en este lugar presencian la coronación de Napoleón como Rey de Italia), Ferrara, Bolonia, Florencia y Roma, donde el 15 de agosto hace su famoso juramento en pro de la Independencia. En 1824, realiza en Bogotá la primera fundación de una escuela-taller. En su paso por el Ecuador, presenta en Quito un Plan de colonización para el oriente de Ecuador y en Ibarra, funda la Sociedad de Socorros Mutuos . En noviembre de 1825. Bolívar lo nombra Director de Enseñanza Pública, Ciencias Físicas, Matemática y de Artes y Director General de minas, Agricultura y Caminos Públicos de la República Boliviana. En 1828, publica el Pródromo de la obra Sociedades Americanas en 1828. En 1830 aparece su libro El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por un amigo de la causa social, el cual es un alegato en favor de Bolívar. En septiembre de ese año, sale a la luz su ensayo científico Observaciones sobre el terremoto de Vinconcaya, donde hace un análisis de la conservación de la naturaleza, la economía y la sociedad. En 1834, publica su libro Luces y Virtudes Sociales, donde da a conocer su concepto sobre las escuelas primarias, puntualizando la diferencia entre instruir y educar. Seguidamente edita el Informe sobre Concepción después del terremoto de febrero de 1835. En Valparaiso el año 1838 publica varios artículos en El Mercurio. En 1849 publica en el periódico El Neogranadino de Bogotá su Extracto sucinto de mi obra sobre la educación Republicana, y dos años después entrega al Colegio de San Vicente Consejos de un amigo dados al Colegio de Latacunga. Murió en Amotape (Perú) el 28 de febrero de 1854.
[27] Véase: Leturia Pedro de, S. J. Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica. Volumen II.
[28] El monto real de su fortuna ascendía en ese entonces a unos 150.000 pesos, la cual fue aumentada posteriormente por la herencia de su hermano. En: Lecuna, Vicente.: Cartas del Libertador. Caracas. Tomo X, 1930. p. 395.
[29] Simón Bolívar. Obras Completas. Ministerio de Educación Nacional de los Estados Unidos de Venezuela. Compilación y notas de Vicente Lecuna, con la colaboración de la señorita Esther Barret de Nazaris. Vol. 1. Cartas del Libertador comprendidas en el período de 20 de marzo de 1799 a 31 de diciembre de 1826. Doc. Nº 12. p. 20-24. En el periódico Le Voleur, de París, su hija, Flora Tristán las publicó en un artículo titulado Lettres de Bolívar (Cartas de Bolívar).  Arístides Rojas la copió de La Patria, Bogotá, en 1872, por el señor Quijano Otero, quien la tomó del nº 1º del Faro Militar correspondiente al mes de julio de 1845, publicado bajo los auspicios del Gobierno del Perú y éste a su vez lo transcribió del periódico Debates Políticos y Literarios de París.
[30] Becerra, Ricardo (Bogotá – Colombia: 24-10-1836 – Puerto España - Isla de Trinidad: 4-4-1905): Ensayo histórico documentado de la vida de Don Francisco de Miranda. General de los ejércitos de la Primera República Francesa y Generalísimo de los de Venezuela. Caracas (Venezuela): Imprenta Colón.- 1896. 2 volúmenes. t.1.; cxxxiv 225 p.; t.2.; 553 p. Retrs. Incluye notas adicionales y fe  de erratas (p. 529- 541). Véase: t. II. p. 280.
[31] Como recompensa a esta acción, el 11 de julio de 1812, es nombrado para la Capitanía de Milicias y Comandancia del Resguardo del Yaracuy. Véase: AGN. Caracas. La Colonia. Gobernación y Capitanía General. Correspondencia año 1812. Tomo CCXX. Folio 27 y 27 vto.
[32] Memorias del General O’Leary. t. XIII p. 44-51.
[33] Ibidem.
[34] Ibid.  p. 53.
[35] W.O. 1/111.- Curacao.- 1812.- Fols 329-330.- Vol. 1st.- C.O.T. Gobernador Hodgson. En: Documentos relativos a la Independencia. Copiados y traducidos en el Record Office de Londres por el doctor Carlos Urdaneta Carrillo. Año de 1811-1812. Fol. 444.
[36] Las condiciones allí expuestas eran decorosas, se respetarían las propiedades, nadie sería preso ni juzgado, se daría pasaporte a quienes desearan salir del país, los prisioneros obtendrían su libertad.
[37] Cuando llega, entrega en custodia al comerciante George Robertson los 22.000 pesos que traía para lograr la reconquista. Este dinero ha dado motivo a falsas imputaciones e intrincados litígios que llegaron al Tribunal Superior de Londres, causando además, serios disgustos a Monteverde y a Hodgson, el  Gobernador de Curazao.
[38] Sobre la entrega de Miranda, véase: la carta que escribe Antonio Leleux a Nicholas Vansittart, donde explica de manera clara, objetiva y documentada la historia de estos sucesos. Public Record Office (Londres). F.O. 72/140, 334-335.
[39] A.G.I. Sección Audiencia de Caracas, legajo 437-A: Carta Nº 7 que envía Don Domingo de Monteverde, Comandante General del Ejército de Su Majestad en Venezuela al Secretario de Estado, poniendo en consideración los servicios hechos por Don Simón de Bolívar, Miguel Peña y el de Don Manuel María de las Casas en la prisión de Francisco de Miranda, pidiendo lo que expresa. Fechada en Caracas, el miércoles 26 de agosto de 1812.
[40] Fue encontrada por Ricardo C. Palma y publicada por el Dr. Ángel Francisco Brice en su trabajo El Libertador y la medicina. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia.-Caracas. Nº 176. 1961. p. 564-573.
[41] Bolívar, Simón.: Obras Completas. t. 1. 1947. Documento Nº 719. p. 864-866.
[42] Ibíd. t. 3. 1947. Documento Nº 2,280. p. 464.
[43] Ibíd. Documento Nº 2.282, p. 467.
[44] Ibíd. Documento 2.286. p. 473-476.
[45] Ibíd. Documento 2.297. p. 486.
[46] Ibíd. Documento 2.304. p. 496-498.
[47] Ibíd. Documento 2.303. p. 496.
[48] Ibíd. Documento 2.318. p. 511.
[49] Ibíd. Documento 2.323. p. 514.
[50] Ibíd. Documento 2.325. p. 515-516.
[51] Ibíd. Documento 2.328. p. 517-518.
[52] Ibíd. Documento 2.330. p. 519.
[53] Ibíd. Documento 2.331. p. 519-520.
[54] El original se encuentra en la Latin American mss. Colombia. Manuscripts Departament, Lilly Library Indiana University. Bloomington, Indiana. Fue publicada en: Sáez, Manuela.: Manuela Sáenz: Epistolario 1829-1853/ Manuela Sáenz; Estudio y selección del Dr. Jorge Villalba F., S.J.- Quito: Impresora Nacional C. Ltda. Banco Central del Ecuador, 1986. 232 p: ill.;22 cm. (Colección Epistolarios; 1).  Investigación del Archivo e Juan José Flores de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Quito. Véase: p. 185,
[55] Révérend: Op. Cit. p. 34-35.
[56] Ibíd. p. 20-22.
[57] Ibidem.
[58] Diepgen, Paul.: Historia de la Medicina / Traducido de la segunda edición alemana por... E. García del Real (1870-1946).- Barcelona: Labor, 1925. 2 v.;19 cm. (Colección Labor: biblioteca de Iniciación Cultural. Sección quinta; 25-26 y 51-52). Contenido completo: 1. Edad Antigua - Edad Media 2. Edad moderna - Edad contemporánea.; Diepgen, Paul.: Historia de la Medicina / por el Dr. Med y Phil. Paul Diepgen... Traducción de la tercera edición alemana por el Dr. E. García del Real (1870-1946). 2ª ed. española, amp. y rev. 1932. [S.l.: s.n., 1932]. X, 1 h., 435 p.; 23 cm.
[59] Bolívar, Simón.: Obras Completas. t. III. 1947. Documento Nº 2240. p. 420. Fue publicada también por el Señor Luis S. Crespo en El Diario de La Paz, Bolivia, el 7 de mayo de 1926.
[60] El resaltado es nuestro.
[61] Andrés de Santa Cruz, carta y credenciales al Libertador para que represente a Bolivia cerca de la Santa Sede. El Iris de La Paz (Bolivia), del 15 de septiembre de 1830. Tomo 1, nº 66. Fue publicada además por Rubén Vargas Ugarte, S.J.: El Episcopado en los tiempos de la emancipación Sudamericana. En: Revista Estudios de Buenos Aires. Nº 41, Agosto de 1930. p. 162-163; Pedro Leturia, S.J.: Bolívar y León XII.- Caracas: Editorial Sur América de Parra León Hermanos. 1931. p. 179-181; Armando Rojas (Editor):  Bolívar y A(ndrés) Santa Cruz, Epistolario.- Caracas. Oficina Central de Información. Dirección de Publicaciones. 1975. p. 130-132. Chacón Rodríguez, David R.: Bolívar murió siendo Embajador de Bolivia ante la Santa Sede. En: Últimas Noticias. Caracas. Nº. 22.930, jueves, 24 de julio de 1997, y en Suplemento Cultural de Últimas Noticias. Caracas, 14 de diciembre de 1997. p. 12. Alfonzo Vaz, Alfonso de Jesús: Bolívar católico / Alfonso de Jesús Alfonzo Vaz. Presentación: Mons. Ignacio Antonio Velasco García, Arzobispo de Caracas. Prólogo: J.L. Salcedo Bastardo. Estudio introductorio y cronología: David R. Chacón Rodríguez y Daniel Chacón Zambrano.-[Caracas]: Fundación Hermano Nectario María, CONAC, [1999]. 145 p.: il.; 28 cm. Alberto Filippi: Bolívar y la Santa Sede.- Caracas: Editorial Arte. 1996. Documento 47. p. 187-189 y también en Bolívar y Europa en las crónicas, el pensamiento político y la historiografía. Vol. I. Siglo XIX. Investigación dirigida por Alberto Filippi. Prólogo de J.L.Salcedo Bastardo. Ediciones de la Presidencia de la República, Comité Ejecutivo del Bicentenario de Simón Bolívar. Doc. 195. p. 658.

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