Ramón Peña
El sesgo militarista de nuestra historia, cultivado atávicamente desde la escuela y exacerbado groseramente estos últimos años, ha educado a los venezolanos en la creencia de que el heroísmo es una categoría exclusiva de los hombres de armas. Se ha hecho poco comprensible que algún coterráneo sea considerado prócer sin haber desenfundado un revolver. De allí, la importancia de rescatar y divulgar la memoria de quienes han sido esenciales en nuestra historia fuera de los campos de batalla. La publicación más reciente de la Biblioteca Biográfica Venezolana, iniciativa del diario El Nacional, está dedicada a la vida de uno de esos héroes sin uniforme, el doctor Arnoldo Gabaldón.
Este científico trujillano libró una memorable batalla por la vida contra un enemigo que diezmaba nuestra población: la malaria. Médico sanitarista y acucioso investigador, estudió en profundidad las características de esta endemia e ideó una innovadora cruzada para erradicar su agente transmisor, el mosquito anófeles. En las adversas condiciones sanitarias de la Venezuela de los años 30, emprendió una campaña multidisciplinaria, utilizando todos los recursos disponibles. Drenajes, rellenos de pozos, redes de distribución gratuita de Quinina, (único medicamento disponible), y finalmente, la aplicación masiva de DDT, un recién inventado insecticida residual, que convertía las paredes de los ranchos en trampas mortales para el vector de la enfermedad.
Con la obra de Gabaldón y sus cuadrillas de combatientes sanitarios, la tasa de mortalidad por la enfermedad se redujo de 164 fallecidos a menos de 20 por cada 100.000 habitantes.
En el país no hay estatuas que honren este nombre; quizás en muchas escuelas tampoco sea mencionado junto a los adalides militares que monopolizan las páginas de nuestra historia. Pero fue un venezolano que le devolvió la vida a nuestras casas muertas.
En pocas palabras
27/6/2011
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