Esta crónica traerá saudades a los llamados eufemísticamente
“adultos contemporáneos” y servirá como referencia histórica para los más
jóvenes
Sabana Grande fue una
población alejada de Caracas y contaba con una vía principal llamada la calle
real. Fue sede del viejo hipódromo inmortalizado por un cuadro de Arturo
Michelena. Por su calle real pasaba el ferrocarril Caracas Petare y que los
muchachos del principio del siglo XX usaban para alcanzar los baños de Los Chorros.
Esta vía férrea debería continuar hasta los Valles del Tuy y de allí hacia los
llanos centrales y el occidente del país según su diseño original, la
culminación de la obra lleva más de un siglo de atraso. Llegó la bonanza
económica que nos trajo el petróleo y
con ella el crecimiento de la capital absorbió a las poblaciones aledañas como
Antímano, El Valle, Sabana Grande y Petare, dando origen a la llamada Gran
Caracas de nuestros días.
La época dorada de
Sabana Grande fueron los años setenta cuando se convirtió en el verdadero
centro de Caracas, desde la Plaza Venezuela salían y llegaban todos los caminos
y se erigía a su alrededor el más carismático de los edificios de la gran
ciudad con su icónica identificación POLAR destacada por enormes letras colocadas
en su tope. La estructura de acero y cristal del bello edificio revelaban la
bonanza económica del país. De la Plaza Venezuela comenzaba el este y el oeste,
el norte y el sur, era la piedra angular de la pujante y renovada capital
latinoamericana. Desde la Plaza Venezuela se veía el futuro hacia el este, el
oeste era el pasado y muy cerca de ella hacia el sur se levantaba majestuosa
la UNIVERSIDAD, la querida UCV como
matriz moldeadora del conocimiento de las nuevas generaciones.
Desde esa plaza central
y en sentido al oriente comenzaba Sabana Grande, con su maravillosa Gran
Avenida, donde se disputaban los locales emprendedores comerciantes, allí se
desarrollaron la desaparecida Librería Médica París, dirigida por Pierre
Paneyko, un francés que apostaba a la responsabilidad de los estudiantes de
medicina, abriéndoles créditos en la compra de textos de estudio. Una famosa
modista ofrecía sus magníficas confecciones bajo el nombre Ninna Ferrari, una
afamada firma de arquitectura americana Don Hatch y hasta el dancing y night
club Todo París, respaldado por el
afamado Jacques Charriére “Papillon”, mas falso que billete de tres, el mismo
delincuente fugado del penal francés de Cayena, que alcanzó la fama
internacional con el libro que escribió narrando todas sus aventuras y fue llevado
al cine con la actuación estelar de Steve Mc Queen y Dustin Hoffman.
La verdadera Sabana
Grande comenzaba en el Edificio Los Andes, el primer edificio levantado en el
este de la ciudad y terminaba en Chacaíto en el cine Broadway. El Gran Café era
el gran sitio de reuniones con amigos, allí se firmaban contratos, se
conspiraba y hasta había tiempo para una cita romántica, en la cercanía se
distinguía la tienda de Savoy con su venta de recortes de delicioso chocolate.
Siguiendo el recorrido, el recordado Tony’s de La Llave esperaba a las
enamoradas parejas para un piscolabis. Era notoria la zapatería Lucas de
Ladislao Blatnik, quien saltó a la fama internacional por tener amoríos con la
actriz Natalie Wood. Ya al lado del cine Broadway estaba Tony un zapatero
artesano quien me hizo mis zapatos a medida por más de 25 años y bajando a la
derecha estaba el restaurant que ofrecía la mejor sopa de cebolla para los
noctámbulos parranderos de esa segura Caracas. Vogue, Wilco y Adams, vistieron
por años a los caraqueños elegantes.
Sabana Grande era una
vía con tres canales de tráfico que se desplazaban de este a oeste y dos
canales laterales que servían de estacionamiento, allí abrían sus puertas la
flor y nata del comercio de la capital.
Alrededor de sabana Grande se desarrollaron
dos vías alternas en sentidos contrarios las Avenida Casanova y Solano López,
la primera de ellas que corre en sentido oeste este fue siempre la de menor
importancia y solo recuerdo al maravilloso restaurant Héctor’s que
increíblemente estaba en medio de la avenida y había que tomar un desvío para
no chocar con él. Este restaurant fue todo un hito en la gastronomía caraqueña,
su dueño era una especie de cartujo, un laico que dedicaba sus ganancias para
mantener obras sociales. Héctor siempre vestía un liquiliqui negro, era el gran
anfitrión y entregaba una rosa y una bella lisonja a toda dama que llegara a
sus dominios, su carta no estaba escrita y la recitaba con una con una voz
gutural. El mejor Martini del mundo lo hacía él y me enseñó a prepararlo.
La otra vía paralela
a Sabana Grande es la avenida que lleva el nombre del héroe paraguayo Solano
López y esta si ha dado lugar a buenas tascas y mejores restaurantes. Aún
recuerdo a la casita rodeada de árboles que era la sede del Banco de Venezuela,
en la intersección con la calle Negrín y que fue demolida para dar lugar a un
enorme edificio de unos 25 pisos. Esta avenida Solano siempre fue la cuna del
sibaritismo criollo y se distinguieron locales como el Franco’s, donde en la
barra vi emborracharse al actor Peter O´Toole y donde el famoso Engelbert
Humperdink me firmó un autógrafo en la factura que todavía conservo, increíblemente
la suma total no llegaba a 20 bolívares
(0,02 bolívares fuertes), considerando que en esa noche yo estaba dadivoso
porque quería impresionar a una joven que me había deslumbrado en nuestra
primera cita, su nombre era MARIBEL. Otros restaurantes emblemáticos fueron Il
Vecchio Mulino con su quijotesco molino de aspas y el recordado Coq D’Or en el pasaje Bolívar, con ese par de
españoles, Antonio y Bartolo, que nos enseñaron a comer la comida francesa en
sus escasas seis mesitas atendidas por el inigualable Pepeíllo, un andaluz más
loco que una cabra, aún se me hace agua la boca recordando su carta de batalla
que incluía los caracoles a la bourguignon, el coq au vin y la inolvidable tartaleta
de fresa coronada con mantecado. Una noche estando allí fui sorprendido con la
llegada del Presidente Betancourt y su esposa, quienes buscaron acomodo en esa
estrechez, como cualquiera otra pareja para disfrutar de las delicias de la
comida francesa, mientras en las calles los eternos izquierdistas equivocados
buscaban policías descuidados para dispararles a quemarropa en nombre de la revolución del
proletariado. Enseñanzas que nos dejó la convulsionada democracia venezolana
del puntofijismo.
En esas mesas de Mi
Tasca y El Caserío compartí la buena compañía de mis amigos, vibré ante la
intimidad del roce de la mano de una mujer amada y hasta derramé lágrimas por
amores que se alejaron.
Con los años todo eso
cambió pero persisten locales donde aún se puede disfrutar de un par de tragos
y donde se mantiene el buen yantar como
Urrutia (el restaurant sin nombre), La Huerta donde es imprescindible pedir su cordero
encendido acompañado de una buena copa
de vino y si deseamos conseguir la tradicional comida italiana, no hay quien
supere al Da Guido, continuidad del Da Emore de los setenta que mantiene su
carta inalterada desde sus comienzos hace más de cinco décadas y donde hoy se
siguen reuniendo escritores, poetas y buenos cañeros, atendidos por una
cuadrilla de mesoneros liderados por Ricardo que pronto se convierten en buenos
amigos, y donde hasta uno de ellos, un italiano con vocación de tenor suelta
repentinamente una aria de Verdi.
De los restaurantes
mencionados, el Coq Dór, Emore, Da Guido y Urrutia han querido expandirse en
otros locales, pero el tiempo ha confirmado que “segundas partes, nunca fueron
buenas”.
Voy a dejar este
artículo hasta aquí, porque ante tanto recuerdo gastronómico se me ha
despertado un apetito feroz, salgo hacia Sabana Grande para degustar una buena
vianda y con una copa en mis manos recordar aquellos maravillosos años setenta,
cuando vivíamos en un país donde nadie quería irse y en que cada día llegaban
cientos de extranjeros para aprender a hacer esta tierra suya, eran tiempos llenos
de juventud, de música de los Beatles y de mi Venezuela que ofrecía a todo el
mundo un futuro lleno de esperanzas.
"La sartén de plata", en la calle Acueducto a una cuadra de El Gran Café, también fue un sitio emblemático. Al igual que el apartamento de Manón, en los altos de El Gran Café, parte de la picaresca de la época.
ResponderEliminarEl artículo es un maravilloso recuerdo para quienes pateamos Sabana Grande desde niños.
ResponderEliminarUna sola corrección, .. muy importante: El ferrocarril no pasaba por la calle real sino por lo que hoy es la Avenida Libertador. El tren hacia el este partía de la Estación Santa Rosa (Edif. CANTV), seguía el trazado de la hoy avenida hasa chocar con los campos del Country Club. Antes atravesaba la Quebrada Chacaíto con un largo puente q era la delicia de los chicos de entoncas, sobre el barrio El Infiernito. Atravesaba el CCCC a través de un túnel y de allí llegaba a Chacao por el sur (mismo trazado de la avenida Libertador, luego seguía Petare, Guarenas, etc.
Ese tren hoy sería el gran desahogo de esta Caracas de Hoy.
Como corolario debo decir q los trenes eran escasos y en el entretiempo circulaban los tranvías. Bella aquella Caracas que ya nunca volverá. Saludos
Carlos Gondelles
Excelente relato!. Sabana Grande debió mantenerse como un lugar de esparcimiento y turismo con la respectiva seguridad. La calidad de vida de una ciudad es necesaria.
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