viernes, 28 de diciembre de 2012

EL ATENTADO



Por Carlos Alarico Gómez
El personal asignado a la residencia presidencial de “Los Núñez” comenzó a trabajar muy temprano aquel 24 de junio de 1960, al igual que su huésped principal. La mañana lucía espléndida en el sector de Altamira y antes de las siete de la mañana el presidente Rómulo Betancourt estaba dándole la bienvenida al coronel Ramón Armas Pérez, jefe de la Casa Militar, a quien invitó a tomar café mientras esperaban al general Josué López Henríquez -ministro de la Defensa-, que llegó minutos más tarde acompañado de su esposa Dora.
Juntos se sentaron a desayunar y aprovecharon para conversar ampliamente sobre el significado del 24 de junio de 1821, fecha en la que se llevó a efecto la Batalla de Carabobo que selló definitivamente la Independencia de Venezuela. A las nueve de la mañana se levantaron de la mesa y se dirigieron al estacionamiento donde los estaba esperando la caravana presidencial que los conduciría a la avenida Los Próceres, para presenciar el tradicional desfile del Ejército. Al salir de la casa se detuvieron para escuchar la banda militar que los esperaba para interpretar el coro y la primera estrofa del Himno Nacional en honor del primer magistrado, quien luego los saludó y subió al auto oficial. A su izquierda se sentó la señora López Henríquez, mientras que el ministro de la Defensa se ubicó al frente y adelante, al lado del chofer, lo hizo el jefe de la Casa Militar con una subametralladora Thompson entre sus piernas. 
Cuando observó que sus pasajeros estaban a bordo, el chofer Azael Valero encendió el motor y arrancó el auto, sin imaginarse que estaba emprendiendo un viaje sin escala hacia el infierno. La caravana presidencial la encabezaba una moto que conducía el mosca Félix Acosta, seguido de un auto integrado por la escolta, luego iba el automóvil presidencial y cerraba la comitiva un vehículo de la Casa Militar al mando del capitán Carlos López Porras. El conductor enrumbó el Cadillac hacia Los Próceres tomando por la autopista del Este y luego de sobrepasar Santa Mónica se acercó a su destino a través de la avenida Los Símbolos donde entró a las 9,20 de la mañana, pero no pudo avanzar más de doscientos metros. Un ruido inmenso estremeció el auto y lo expulsó del vehículo, haciéndolo caer sobre el pavimento convertido en una masa incandescente. Lo último que sintió antes de perder el sentido fueron varios balazos que entraron por distintas partes de su cuerpo, disparados inconscientemente por el coronel Ramón Armas Pérez, quien murió con el rostro totalmente desfigurado por las llamas. Juan Eduardo Rodríguez, un joven estudiante que se dirigía a Los Próceres a disfrutar del tradicional desfile que se iba a realizar, fue alcanzado por la onda explosiva y falleció al instante.
El cuerpo de escoltas actuó con gran agilidad y en pocos minutos logró romper las puertas del vehículo con cizallas y mandarrias. Tenían que salvar la vida del presidente. Tuvieron éxito, pero no pudieron evitar que  se quemara las manos al reaccionar instintivamente y tratara de abrir la puerta, a pesar del dolor que le producía el contacto de su piel con el acero ardiente del picaporte. La rapidez con que actuaron también salvó la vida del ministro de la Defensa y de su esposa, que aprovecharon la circunstancia para escapar de aquel sitio infernal, aunque no lograron impedir que sus cuerpos sufrieran profundas quemaduras.
           La poderosa bomba que impactó el vehículo estaba compuesta de dinamita y gelatina inflamable. Fue colocada en la maleta de un vehículo Oldsmobile estratégicamente ubicado cerca del lugar por donde pasaría la comitiva presidencial, de tal modo que cuando el vehículo presidencial penetró en el área marcada, Manuel Vicente Yánez Bustamante se quitó el sombrero para darle la señal convenida a Luis Cabrera Sifontes, quien de inmediato accionó el detonador de microondas que tenía en sus manos, provocando la fuerte explosión que estuvo a punto de causar la muerte del presidente.
Después de auxiliar a los heridos la escolta los llevó de urgencia al Hospital Clínico Universitario, donde los estaban esperando los médicos Víctor Brito, Joel Valencia Parpacén, Carlos Gil Yépez, José Ochoa y Alfonzo Benzecri, pero tan pronto comenzaron a aplicarle los primeros auxilios Betancourt exigió que lo trasladaran a Miraflores, pero los médicos no le obedecieron.  Le explicaron la situación en que se hallaba y el paciente comprendió la realidad de la situación en que se hallaba, pero tan pronto salió de la acción de los sedantes ordenó de nuevo que lo condujeran al Palacio. Sabía que era perentorio que se dirigiera al país. Por lo tanto, los médicos lo dieron de alta tan pronto observaron que se encontraba en posesión de sus facultades mentales y fue entonces cuando la Casa Militar pudo trasladarlo a Miraflores, adonde llegó faltando un cuarto de hora para la medianoche de aquel terrible 24 de junio. La guardia que lo recibió se quedó asombrada de su aspecto. Tenía las manos cubiertas por gasas y el rostro visiblemente alterado.
En el Palacio se encontraban aguardándolo las altas autoridades nacionales, incluyendo los  miembros del Estado Mayor, con quienes analizó la situación. Lo más importante era tranquilizar al país y en tal sentido resolvió grabar un mensaje para explicar lo ocurrido y demostrar que estaba vivo y en pleno ejercicio del poder. Quería evitar los rumores que circulaban y que mantenían en zozobra al pueblo venezolano, que estaba temeroso de que se pudiera repetir una tragedia similar a la acontecida en 1950. En su mensaje a la nación el presidente expresó:
-Conciudadanos: No me cabe la menor duda de que en el atentado de ayer tiene metida su mano ensangrentada la dictadura dominicana. Existe una conjunción de esfuerzos entre los desplazados del 23 de enero y esa satrapía, para impedir que Venezuela marche hacia el logro de su destino final. Esa dictadura vive su hora preagónica y estos son los postreros coletazos de un animal prehistórico, incompatible con el siglo XX.
         El mensaje fue transmitido por radio y televisión. Los medios impresos dedicaron sus primeras páginas a relatar aquellos dramáticos hechos en los que el presidente de Venezuela estuvo a punto de morir. El ministro del Interior, Luis Augusto Dubuc, dirigió las investigaciones y en pocas horas le informó al país que la Dirección General de Policía (Digepol), dirigida por Óscar Zamora Conde,  había procedido a la detención de los implicados, entre los que estaba el experto en explosivos Luis Cabrera Sifontes, quien fue el encargado de colocar la bomba en la maleta del Oldsmobile usado para el atentado y el que maniobró el detonador. También se anunció la detención del capitán Carlos Chávez, propietario de la empresa Ransa (Rutas Aéreas Nacionales) quien aportó un avión de su propiedad en el que fueron trasladados los explosivos desde Santo Domingo. Los otros cómplices fueron Eduardo Morales Luengo, Juan Manuel Sanoja (piloto de Ransa), Manuel Vicente Yánez Bustamante (quien aportó el Oldsmobile), Lorenzo Mercado, Luis Álvarez Veitía y Juvenal Zabala. La indagatoria policial determinó que el atentado fue financiado por el generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, por cuya razón Venezuela acudió ante la OEA a denunciar el crimen y aportar los elementos probatorios de su acusación. Los indicios y pruebas fueron levantados por expertos venezolanos dirigidos por los doctores Rodolfo Plaza Márquez  y José Luis Gutiérrez, quienes contaron con el apoyo de los inspectores Stanley Barret y Everett Lane de Scotland Yard; y de los inspectores Darío Aliaga y René Vergara, del Servicio Secreto de la Policía Chilena . Las evidencias recolectadas contra el dictador Rafael Leonidas Trujillo fueron tan abrumadoras que al ser presentadas en la OEA la mayoría de los países miembros acordaron sanciones diplomáticas contra la República Dominicana y retiraron a sus embajadores. La opinión pública occidental se escandalizó con el atentado y mostró apoyo al gobierno democrático de Rómulo Betancourt.
El 30 de mayo de 1961 el dictador Rafael Leonidas Trujillo fue asesinado en las calles de Ciudad Trujillo (hoy Santo Domingo) por un grupo de oficiales opositores a su régimen, que se había instalado desde 1930.

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