lunes, 9 de agosto de 2010

Los "Ataques del General José Antonio Páez"

ARCHIVOS VENEZOLANOS DE PSIQUIATRIA Y NEUROLOGIA
Dr Raúl Ramos Calles
CONFERENCIA*
Es un honor para las páginas de esta revista publicar esta excelente conferencia dictada por el eminente colega, Dr. Raúl Ramos Calles, Ex-Presidente de nuestra Sociedad y uno de los fundadores de los estudios universitarios de Psiquiatría de nuestro país.

Esta conferencia fue rescatada entre los papeles dejados por el autor a su muerte. Fue pronunciada en Barquisimeto, Edo.Lara, el 20-4-1991, en el seno de la V Jornadas Nacionales sobre epilepsia, organizada por la Sociedad Venezolana de Neurología.

Páez, el héroe casi mítico de nuestra
Independencia, cuyo poder e influencia gravitó
sobre Venezuela durante más de medio siglo,
era acometido frecuentemente por unas
"crisis" o "ataques", cuyo estudio, con miras a
un posible diagnóstico retrospectivo,
constituye el tema central de este trabajo que
hoy traigo a la consideración de ustedes.
Y ahora, como es lo acostumbrado en una
"Presentación de Caso", dejemos que el
propio "paciente" nos exponga su problema:
“Mas, antes de continuar, creo a propósito
hacer aquí mención de un hecho singular, y
que ha ejercido influencia en varios actos de
la historia de mi vida. Al principio de todo
combate, cuando sonaban los primeros tiros,
apoderábase de mí una violenta excitación
nerviosa que me impelía a lanzarme contra el
enemigo para recibir los primeros golpes, lo
que habría hecho siempre, si mis
compañeros, con grandes esfuerzos, no me
hubiesen contenido. Pues dicho ataque me
acometió antes de entrar en el combate de
Chire, cuando ya me había adelantado y
tenido un encuentro con la descubierta. Mis
compañeros, que forcejeaban por sujetarme a
la espalda del ejército, tuvieron que dejarme
para ir a ocupar aún puestos en las filas,
cuando oyeron las primeras descargas de los
realistas, y yo entonces, repuesto de la
dolencia, monté a caballo y advirtiendo el
movimiento de flanco de nuestros jinetes que
supuse trataban de huir, corrí hacia ellos y
poniéndome a la cabeza de mi escuadrón
grité sin consultar a nadie. “Frente y carguen”:
movimiento que fue inmediatamente
ejecutado. La caballería enemiga, observando
el movimiento de flanco de la nuestra, creyó
sin duda que huía y cargó; pero
inopinadamente le salimos al encuentro y la
pusimos en completa fuga... ".(1) Relata
seguidamente Páez su extraña conducta
después de la batalla, que termina con una
absurda y solitaria persecusión del enemigo:...
“Continué mi marcha por la falda más baja de
la montaña, que estaba cubierta de paja, sin
saber a punto fijo donde estaba y guiado
solamente por una fogata que veía en
lontananza... Cual si anduviera a tientas en
medio de tamaña incertidumbre y venciendo
mil dificultades, a eso de media noche bajé en
dirección al fuego... Sin saber la suerte que
había cabido a los nuestros y temeroso de
que hubiesen sido derrotados, resolví
dirigirme a un punto en donde habíamos
convenido reunirnos en caso de un desastre y
poco después de haberme puesto en marcha
oir la voz de "Quién Vive”... Dime entonces a
reconocer y fui recibido por mis compañeros
con bastante alegría, pues no contaban
conque hubiese escapado de la muerte"...
Recuérdese en primer lugar, que esto fue
escrito muchos años después de ocurridos los
acontecimientos y en segudo lugar la flagrante
contradicción cuando primero afirma "y la
pusimos en completa fuga", refiriéndose a las
fuerzas enemigas, para luego expresar "sin
saber la suerte que había cabido a los
nuestros y temeroso de que hubiesen sido
derrotados”, lo que nos hace pensar que
estuvo actuando dentro de las nebulosas
características de un "Estado Crepuscular”.
Más adelante inserta una larga cita, precedida
del siguiente comentario: "Séame lícito copiar
aquí el testimonio de un escritor inglés, cuyo
nombre ignoro, aún; cuando dice que sirvió a
mis órdenes... El libro titulado: “Recollections
of a service of three years during the war-of
extermination in the Republic of Venezuela
and Colombia. London, 1828”. De dicha cita
extraemos el párrafo siguiente: "El modo de
batirse los llaneros consiste en dar repetidas
cargas con la mayor furia a lo más denso de
las filas enemigas, hasta que logran poner en
desorden la formación y entonces destrozan
cuanto ven en torno suyo. Al principio de
estos ataques, son tan violentos los esfuerzos
de Páez, que le acomete un vértigo y cae del
caballo, el cual está tan bien enseñado que se
detiene en el momento que siente que el
jinete se ha desprendido de su lomo; el
hombre queda en tierra hasta que algunos de
sus compañeros vienen a levantarlo. Llévanlo
entonces a retaguardia y el único medio de
hacerle recobrar el sentido es echarle encima
agua fría, o si se puede, sumergirlo
prontamente en ella, sacudiéndolo al mismo
tiempo".
Y para completar los datos aportados por el
propio “paciente”, léase a continuación su
dramático recuento de lo ocurrido en pleno
Campo de Carabobo, a raíz de la batalla que
aseguró nuestra definitiva independencia de
España y en la cual el propio Libertador le
confirió el rango de General en Jefe:
"Reforzado yo con trescientos hombres de
caballería que salieron por el camino real,
cargué con ellos al Barbastro y tuvo que rendir
armas: en seguida fuimos sobre Valencey que
iba poco distante de aquel otro regimiento y
que, apoyándose en la quebrada de
Carabobo, resistió la carga que le dimos. En
esta ocasión estuve yo a pique de no
sobrevivir a la victoria, pues habiendo sido
acometido repentinamente de aquel terrible
ataque que me privaba del sentido, me quedé
en el ardor de la carga entre un tropel de
enemigos y tal vez hubiera sido muerto, si el
comandante Antonio Martínez, de la caballería
de Morales, no me hubiera sacado de aquel
lugar. Tomó él las riendas de mi caballo y
montando en las ancas de éste a un teniente
de los patriotas llamado Alejandro Salazar
alias Guadalupe, para sostenerme sobre la
silla, ambos me pusieron en salvo entre los
míos". Y pone aquí esta nota a pie de página:
"Todavía estoy por saber el motivo que
moviera a Martínez para ejecutar aquel acto
inesperado y para mí providencial. El era
llanero de Calabozo, y siempre sirvió a los
españoles desde los tiempos de Boves, con
justa fama de ser una de sus más terribles
lanzas. Estuvo con nosotros la noche después
de la acción de Carabobo, pero no amaneció
en el campamento...”.
Siguiendo también una norma elemental en la
elaboración de una Historia Clínica, veamos
ahora qué dicen algunos de sus familiares
más allegados.
Su hijo Ramón Páez, naturalista y hombre de
una vasta cultura adquirida en Inglaterra y en
los Estados Unidos, comentando las
propiedades del Guaco (2), dice que la
ingestión de esta planta es eficaz contra el
“Mal de Rabia": "Si se administra
inmediatamente después que la persona ha
sido mordida por un perro rabioso", y en otra
parte de su obra: "El General Páez fue
salvado en su juventud, de este mortífero
azote de las regiones tropicales y guardó
después algunos malos efectos del virus en
su sistema, que se manifiestan por cierta
tendencia a graves manifestaciones
espasmódicas, especialmente ante la vista de
una culebra, lo que invariablemente le
produce violentas convulsiones".
En una carta de H. Nadal (3) dirigida desde
New York al Dr. José M. Francia, yerno de
Páez, leemos: “Ayer le dio Phelps una
comida: el General tomó pescado y le dio una
revolución que le acomete cuando come aquel
alimento...”.
Páez tenía la peregrina idea fóbica, de que la
carne de pescado se le convertía en carne de
culebra en el estómago, induciéndole una
crisis convulsiva.
Analicemos ahora datos obtenidos de otras
fuentes que nos parecen confiables. El Cnel.
O'Leary (4) apunta: “Enteramente iletrado,
ignoraba la teoría de la profesión que tanto
había practicado y desconocía hasta los más
sencillos términos del arte, pero aunque
hubiese recibido esmerada educación militar
nunca habría llegado a ser capitán
consumado, pues la menor contradicción o
emoción le producía fuertes convulsiones que
le privaban del sentido por el momento y eran
seguidas de debilidad física y moral.
Accidentes de esta naturaleza fueron
frecuentes en los combates en que
encontraba resistencia que no había
imaginado". Esto lo escribió O'Leary en 1818:
tres años más tarde era ascendido Páez a
General en Jefe.
El Capitán Vowell (5) refiriéndose a un
personaje que era conocido como Perucho
Godomar, dice: “Bajo su gran estolidez
aparente, Perucho ocultaba en realidad
mucha astucia y había sido promovido de
soldado raso a alferez, en recompensa de
muchas pruebas de intrepidez en el combate
y de modo especialísimo por el sereno valor
conque por dos veces había salvado la vida
de su jefe, en circunstancias en que éste se
veía circuido de enemigos, por entre los
cuales se había abierto paso, pero de quienes
no le era dable defenderse, a causa de esas
convulsiones que tanto padecía Páez".
Arístides Rojas (6) inserta en sus “Leyendas
Históricas” la más extensa crónica que he
encontrado sobre el particular, de la cual
copiaré solamente los párrafos que considero
más relevantes para este estudio. El autor
inicia así sus comentarios: “Es un hecho
conocido por las generaciones que se han
sucedido desde la guerra de independencia
de Venezuela, que Páez sufría, con más o
menos frecuencia de ataques nerviosos de
forma epiléptica, en una que otra ocasión, al
comienzo o fin de los choques terribles que
contra la caballería de López, de Morales, de
La Torre y de Morillo, libró en la pampa
venezolana".
En relación con lo ocurrido en la batalla de
Chire, que ya reseñamos, comenta: "La causa
inmediata de ese percance fue la siguiente:
estaba Páez listo cuando se le ocurre enviar
uno de sus ayudantes a retaguardia de su
cuerpo, con cierta orden. Al regreso del
ayudante, que fue rápido, tropieza éste en la
sabana con enorme culebra cazadora, a la
cual pincha por la cabeza. Al instante el
animal se enrosca en el asta de la lanza y la
abraza por completo. Quiere el jinete
deshacerse del animal, mas como no puede,
con él llega a la vanguardia, en los momentos
en que iba a librarse el célebre hecho de
armas que se conoce con el nombre de Chire.
El ayudante da a Páez cuenta de su cometido
y agrega: “Aquí está mi jefe, el primer
enemigo aprisionado en el campo de batalla”,
señalándole la culebra que contorneaba el
asta. Páez torna la mirada hacia el arma del
jinete y al instante es víctima del mal”.
"Cuando llega el momento de la célebre
acción del Yagual, (1816), en la cual figura
Páez como Jefe Supremo, el General
Urdaneta estaba a su lado en el momento de
comenzar la batalla, cuando Páez es víctima
de fuertes convulsiones".
Y más adelante: “Superior a estos incidentes
es la escena que, años más tarde tuvo Páez,
ya a los ochenta años de edad, por haber
asistido a la exhibición de enormes boas en el
museo de Barnum. Uno de sus amigos,
creyendo obsequiar al General, le invitó en
cierta tarde a que le acompañara al Museo,
donde iba a sorprenderlo con algo interesante.
Páez, al ver los animales, se siente
indispuesto y se retira; llega a su casa, ya a
hora de comer, se sienta a la mesa, cuando al
acto pide que le conduzcan a su dormitorio.
Como nunca se presentan las convulsiones y
de una manera tan alarmante, que el Doctor
Beales, célebre médico de New York, amigo
de Páez, es llamado al instante.
Sin perder el uso de la razón, Páez aseguraba
que muchas serpientes le estrangulaban el
cuello. A poco siente que le bajan y le oprimen
los pulmones y el corazón y en seguida la
región abdominal. Y a medida que la
imaginación creía sentir los animales en su
descenso de la cabeza a los pies, las
convulsiones se sucedían sin interrupción. El
Doctor Beales quedó mudo ante aquella
escena y no podía comprender cómo una
monomanía podía desarrollar en el sistema
nervioso tal intensidad de síntomas. Páez que
había revelado los diversos síntomas que
experimentaba, a proporción que los animales
imaginarios pasaban de una a otra región,
pedía a gritos que le salvaran en tan horrible
trance. El Doctor habla y hace varias
preguntas al paciente y éste le responde con
lucidez.
– General, le dice el Doctor, ¿me
conoce usted? ¿quién soy?.
– Sí: usted es el Doctor Beales, uno de
mis buenos amigos.
– Pues bien, como tal, le aseguro a
usted que no hay ninguna culebra en su
cuerpo.
"No había terminado de pronunciar la última
palabra cuando las convulsiones toman
creces, llenando de espanto a los
espectadores... “A poco todo desapareció, y
Páez continuó en perfecta salud"...
Pero consideramos que la más ilustrativa de
todas las versiones, es la siguiente cita del
Coronel Gustavo Hippisley (7):
“En la acción de Ortíz, Páez por orden de
Bolívar cubrió la retirada y una o dos cargas
bastaron para salvar la infantería de su total
aniquilamiento. Después de la última carga,
dada por él personalmente, fue víctima de un
acceso epiléptico y cayó al suelo echando
espuma por la boca. El Coronel English
presenció el hecho y me ha referido que, al
verlo en aquel estado, corrió hacia él, aunque
algunos de sus subalternos lo instaban a que
no se ocupara del General, asegurándole
"que pronto estaría bien"; “que a él a menudo
le ocurría aquello y que no se atrevían a
tocarlo hasta que no se le pasara
completamente”. El Coronel English, sin
embargo, se aproximó a Páez, le roció la cara
con agua y le hizo tragar algunas gotas, lo
que lo restableció inmediatamente. Al volver
en sí le dio las gracias, diciéndole que se
encontraba un poco cansado por el día de
fatiga, habiéndole dado muerte con su propia
lanza a treinta y nueve enemigos y al
atravesar al número cuarenta le acometió el
síncope. A su lado se hallaba la
ensangrentada lanza".
En el Diario de Sir Robert Ker Porter (8)
leemos esta nota correspondiente al día 12 de
junio de 1831: “Domingo 12. Oraciones casa
del Coronel Stopford. Oímos que el General
Páez ha estado muy mal en Calabozo. Sus
ocasionales indisposiciones son algo parecido
a la Epilepsia que le sobrevienen a causa de
cualquier excitación violenta o una gran
pasión...”.
Don Lisandro Alvarado (9) inserta estos
comentarios sobre los ataques de Páez: "Un
escritor inglés que militó con Páez en los
llanos de Venezuela escribe: "El General
Páez padece de ataques epilépticos cuando
se excita su sistema nervioso, y entonces sus
soldados lo sujetan durante el combate o
imediatamente después de él. “La causa de
estos ataques de gota coral deben ser
atribuidos a causas hereditarias, pues el
género de vida que llevó Páez desde niño fue
de lo más a propósito para aguerrir y
fortalecer su constitución. Se corrobora esto
con la obsesión que lo acompaña de creer
que al tragar carne de pescado se convertía,
una vez en el estómago, en carne de
serpiente, y por la impresión de terror y
espanto que la vista de un ofidio le causaba,
hasta producirle, aún a la edad de ochenta
años, un acceso de epilepsia imediatamente.
No es de extrañar que en estas condiciones,
tanto las causas determinantes del mal como
las obsesiones variasen hasta imitar bastante
bien un estado histero-epiléptico".
Antecedentes Familiares. Basándonos en
los datos aportados por el acucioso historiador
yaracuyano, Don Nicolás Perazo (10) y el
interesante Trabajo Académico del Prof. David
Fernández (11) elaboramos el árbol
geneológico de Páez que insertamos en esta
presentación. En todo caso, no encontramos
ningún indicio de epilepsia en su constelación
familiar.
Antecedentes Personales. Páez no
merciona ninguna enfermedad o traumatismo
que pudiera invocarse como posible etiología
de su mal. La versión anecdótica de la
mordedura de un perro rabioso y de una
serpiente venenosa, podría quizás explicar su
ofidofobia; pero en contra de esta hipótesis
está su gran amor a los perros y en especial a
su perrito “Pinky”, compañero de su vejez,
cuya muerte le causó una inmensa pena.
Las condiciones primitivas en que ocurrió su
nacimiento, en aquel apartado e inhóspito
rincón de Curpa, podría invocarse como
posible causalidad; pero Doña Violante
aparece como una multípara sana, que ya
había dado a luz felizmente, a nueve vástagos
y a una niña más, después de José Antonio,
lo que parece descartar esta posible etiología.
Biotipología de Páez. Traemos a colación
este aspecto de la Constitución Física de
Páez, porque nuestro querido y recordado
amigo, el Maestro Gabriel Trómpiz escribió un
interesante trabajo sobra el particular, que
aparece inserto en "El Páez” de Vitelio Reyes
(12). Trómpiz, basándose en la tipología de
Sheldon y Stevens clasifica a Páez dentro del
grupo "Estático Somato-tónico", haciendo
algunas consideraciones sobre la mayor
incidencia de la Epilepsia en personas con
este tipo constitucional y su caracterología
correspondiente, siguiendo la misma línea de
la Biotipología Italiana y la más popularmente
conocida entre los psiquiatras de Kretschmer-
Jung, que relacionan la Epilepsia con la
constitución Atlética.
Al final de este trabajo haremos algunas
consideraciones sobre el caracter y la
personalidad de Páez, que constituyen uno de
los aspectos más interesantes de su perfil
biográfico.
DISCUSION DEL CASO
De lo hasta aquí expuesto resulta evidente
que Páez sufrió, a lo largo de su prolongada
existencia –83 años– unas crisis o ataques,
que le sobrevenían súbitamente,
desencadenadas generalmente por estímulos
emocionales, como la vista de una culebra
Ofidofobia; una excitación violenta: el fragor
de la batalla: como existen evidencias de que
le ocurrió en Chire, Ortiz y Carabobo; o alguna
situación de stress, como lo apunta Porter en
su Diario; o como le ocurrió ya anciano al
sufrir una fractura de la pierna en New York. A
veces parecía conservar un cierto grado de
conciencia; pero en otras, como la observada
por el Coronel English, hubo pérdida total del
conocimiento, convulsiones generalizadas y
espuma por la boca. Pasada la crisis quedaba
en un estado de debilidad general y en
ocasiones sufría una pérdida total o parcial del
uso de la palabra por tiempo indeterminado.
La pérdida del tono muscular era evidente,
puesto que se caía del caballo, siendo como
lo era un jinete consumado. Otro detalle que
llama la atención es su deambular sin rumbo,
corriendo graves peligros, como ocurrió
después de la batalla de Chire, con las
características propias de un Estado
Crepuscular Epilétpico.
En resumen: súbita pérdida del conocimiento,
convulsiones generalizadas, espuma por la
boca y recurrencia de estas crisis, sin ser la
consecuencia de una situación accidental –
traumática, tóxica o fébril–, con rápida y
pronta recuperación del conocimiento pasada
la crisis, son características fundamentales de
su cuadro clínico.
Con esta escueta sintomatología, quedarían
cubiertos los requisitos que la moderna
Epileptología exige para convalidar
clínicamente el diagnóstico de un síndrome
epiléptico, con crisis de gran mal, al paciente
que los presente recurrentemente; pero como
algunas de las crisis presentadas por Páez
ofrecen algunos rasgos atípicos,
consideramos necesario ahondar un poco
más en su análisis y ver, a la luz de los
conocimientos actuales en la materia y a
pesar de no poder contar con la presencia
física del paciente y no poderlo someter a los
exámenes que la moderna tecnología pone a
nuestra disposición, hasta dónde será posible
intentar un diagnóstico retrospectivo de su
terrible dolencia.
Como es bien sabido, lo que menos puede
ayudar en estos casos es la propia
declaración del paciente, por razones que
nadie podría expresar mejor que como lo ha
dicho el Dr. José Solanes (13): "Poco sabe el
paciente de lo que hace durante la crisis y no
mucho sabe de lo que siente. Un vacío se
abre en lo por él vivido. La nada se extiende
para él en la zona precisamente, en que los
demás, los que presencian el ataque,
perciben lo importante. Y cuando siente algo,
auras sensitivas o afectivas, recuerdos súbitos
y fugazmente suscitados en enigmáticas
reminiscencias lo que percibe, percibido sin
relación con lo que en el momento de la crisis
estaba viviendo, se le manifiesta como la
embolismática irrupción de lo misterioso en la
tranquila fluidez de lo vivido. El paciente se
enfrenta con un episodio de no-ser o de ser
distinto; en un instante determinado, se
convierte en alguien que por un tiempo deja
de ser o, si todavía es y siente, en alguien que
se percibe como cautivo de experiencias
nuevas e intrigantes ajenas a su vivir habitual
huérfanas de propósito y de sentido. El
síntoma principal le es pues perceptible tan
sólo en negativo; por la misma particularidad
de su afección, no puede participar en lo que
le constituye en persona afecta: los que le
rodean, saben más de su trastorno de lo que
él puede saber. Y recíprocamente, lo poco
que él sabe y lo que para él cuenta (los
fugaces fenómenos del aura o las misteriosas
vivencias de algunas epilepsias temporales),
poco cuenta para los demás, para quienes
ello queda en información tardía, mediata,
incorrecta e incompletamente comunicada. El
epiléptico asume la difícil posición de estar a
la vez marginado de sus síntomas y de estar
encerrado en ellos. No puede participar en lo
que para los demás le hace enfermo y no
puede hacer partícipes a los demás de lo que
para él es estar enfermo”.
Confieso que me siento tentado de continuar
citando estas extraordinarias apreciaciones de
mi apreciado y admirado amigo, el Dr.
Solanes, por el intenso y profundo contenido
filosófico y humanístico de su penetración en
ese complicado y misterioso mundo del
epiléptico, que es necesario tener muy en
cuenta para su cabal estudio y adecuado
tratamiento y que en el caso que aquí nos
ocupa tiene características muy especiales,
como lo señalaremos más adelante.
Esta ignorancia del propio paciente con
respecto a lo que realmente le acontece, en el
caso específico de Páez, simple idea de que
pudiera atribuirse a cobardía su reacción, era
suficiente motivo para que tratara de
mitificarla y atribuirle a su imperioso deseo de
lanzarse el primero al combate, lo que de
hecho hacía cuando no era por el ataque,
como lo demostrara en la “Toma de las
Flecheras”, en “Las Queseras del Medio” en la
propia acción de Carabobo, antes de caer
fulminado, por el mal y en tantos otros
episodios de su extraordinaria y heróica
carrera. El, por ejemplo, no menciona en
ningún momento su ofidofobia. Y uno se
pregunta, qué haría cuando se encontraba
con una culebra, lo que tenía que ocurrir
frecuentemente en el medio donde se
desarrolló gran parte de su vida.
En cuanto a la pregunta, de si un factor
emocional como ese, es capaz de
desencadenar una crisis epiléptica, la
respuesta es muy simple: SI, y no debería ser
necesario abundar en mayores explicaciones
sobre el particular; pero por razones que más
adelante se verán, creo necesario entrar en
algunas consideraciones sobre el particular.
Gavanach y McGoldrick (14) traen esta cita
muy pertinente al caso que nos ocupa:
“Durante la guerra se produjeron muchos
casos de epilepsia en los que el primer ataque
solía tener lugar al experimentarse la emoción
del combate y en otros tan sólo ante la
ansiedad de estar en una zona peligrosa”.
Pero son los Electro-Encefalo-Grafistas y
neurólogos en general, los que mejor conocen
el efecto desencadenante de factores
emocionales y de los factores “stressantes",
como la privación del sueño y tantos otros
estímulos utilizados a tal efecto, por lo cual
consideramos innecesario abundar en
mayores comentarios sobre el particular.
En cuanto a la crisis que sufriera en Yew York
a Ia vista de Ias boas, creo que ni Charcot
hubiera podido presentar, un caso más
demostrativo del cuadro clínico que él
denominó como Histero-Epilepsia, actualizado
por autores de reconocida solvencia y
fundamentados por estudios EEG practicados
durante la crisis, con resultados
absolutamente demostrativos de crisis
alternantes de tipo "funcional" y “orgánico",
para expresarlo en la antigua terminología
médica.
Así leemos en el sólido trabajo de Richard L.
Strub (15) y colaboradores: "Sin embargo,
como lo hemos mencionado en sección
previa, muchos pacientes tienen ambas crisis,
histéricas y verdaderas, en estos casos el
control es difícil y el médico se encuentra
frecuentemente muy inseguro en cuanto a la
frecuencia de las verdaderas crisis”. Y
continúan: "Igualmente se pueden encontrar
factores psicológicos precipitantes de las
crisis genuinas inducidas por "stress" ("Stress
Inducid”). Es suficiente apuntar que durante el
proceso de diagnóstico, el posible papel de
factores psicogenéticos, incluyendo crisis
histeroides, deben ser tomadas en cuenta.
Adicionalmente, cuando se están manejando
pacientes con una epilepsia bien
documentada, las variables psicológicas son
también importantes como conducta
concomitante de los desórdenes de la crisis
en sí misma o como factores funcionales
precipitantes de la crisis. Glaser nos ha
provisto recientemente con una interesante
revisión histórica de la histeria y de la
epilepsia".
En la revisión presentada por la "Comisión
para la Clasificación y Terminología de la Liga
Internacional Contra la Epilepsia" (15) en el
año de 1985, encontramos algunas
consideraciones que creemos pertinente
comentar. En la Exposición de Motivos
leemos. “La presente Comisión realiza, que
ninguna clasificación internacional sería
aceptada si se canoniza algún punto de vista”.
"Porque la ciencia es esencialmente pluralista,
una clasificación científicamente válida, tiene
que reflejar ese pluralismo”.
Encomiable posición que contrasta con
aquella afirmación del eminente epileptólogo
catalán L. Oller Daurella, cuando afirma que él
defendía el Diccionario de Epilepsia “a capa y
espada”, afirmación que me sonó más a
Torquemada que a Galileo”.
Y en cuanto a la clasificación en sí misma
dicen: “Los términos “idiopática” y
“sintomática” que son casi sinónimos exactos
de “primaria” y “secundaria” en su significado
internacional han sido preferidos en esta
clasificación por su claridad”. Y en cuanto al
caso específico que hoy nos ocupa, esta
interesante observación: “Algunos síndromes
desafían cualquier clasificación como
sintomáticas e idiopáticas, porque pueden
haber casos que son ambas cosas,
idiopáticas y sintomáticas en este síndrome o
porque haya una evidencia insuficiente para
su ubicación definitiva”. “En esta Clasificación
proponemos una categoría de síndromes
especiales. Esto permite el manejo de datos
de pacientes con características específicas
que identifican la calidad de su epilepsia. Por
ejemplo pacientes con crisis parciales con
complejo músico-genético”.
Y posteriormente encontramos la descripción
de estos síndromes especiales con tres tipos:
Convulsiones Febriles, Epilepsias
caracterizadas por el factor precipitante
específico (epilepsias reflejas) y el Síndrome
de Kokewnikow.
Pasamos a describir el segundo grupo: “En
las formas simples las crisis son precipitadas
por estímulos sensitivos simples (ej. “light
flashes”). La intensidad del estímulo es
decisiva, la latencia, de la respuesta corta
(segundos o menos) y la anticipación mental
del estímulo, sin efecto. En las formas
complejas, el mecanismo detonante es más
elaborado (ej. la vista de la propia mano, oir
una cierta pieza musical). El patrón específico
del estímulo no su intensidad, es el factor
decisivo. La latencia de la respuesta es más
larga (minutos) y la anticipación mental del
estímulo, aún en sueños, puede ser efectiva”.
Hechas estas disquisiciones, nos atrevemos a
concluir que Páez sufrió a lo largo de su vida,
de un síndrome epileptideo, con crisis
ocasionales de un mal, clasificable como una
epilepisia idiopática generalizada, en las
cuales factores emocionales (estress y
ofidofobia) constituían un evidente factor
desencadenante revistiendo algunas de estas
crisis el carácter de la llamada Histero-
Epilepsia de Charcot.
En cuanto a una posible localización,
sabemos que esto es imposible sin contar con
la presencia física del paciente y la posibilidad
de practicarle un examen neurológico
exhaustivo, incluyendo un
electroencefalograma continuo y
computarizado, un TAC e incluso una
Resonancia Magnética Nuclear.
Es Posible que algunas de sus crisis hayan
tenido las características de crisis automáticas
y el rico componente emocional podría
orientarnos a pensar en una epilepsia
temporal; pero ya esto caería en el campo de
una mera especulación sin base científica
para demostrarlo.
Caracterología y Personalidad de Páez.
“En un hombre de noble apariencia –a pesar
de no ser alto– de aspecto agradable y
expresivo, con ojos brillantes y agudos” según
Porter. (8)
“A la cabeza de su Estado Mayor, se dirigió
Páez a la Catedral. Era otro hombre: las botas
de montar, el uniforme soberbio,
resplandeciente de condecoraciones, el
penacho ondeante sobre su sombrero
galoneado, le daban el aspecto de un Mariscal
de Francia. Marchaba gallardamente diez
pasos delante de su comitiva. “Nunca he visto
figura militar más hermosa”. Y comenta
Augusto Mijares (17): “Martín-Maillefer había
visto de cerca a varios Mariscales de
Napoleón, y también a jefes militares de
excepcional gallardía, como La Fayette, a
quien menciona con agradecimiento. Es,
pues, realmente sorprendente esa
supremacía que le concede a Páez.
Qué contraste con esta descripción de Mauz
(18) del hábito corporal del epiléptico: “En un
rostro amorfo, ancho, sin estructura,
descubrimos dos ojos, que no van dirigidos
activamente hacia lo que les rodea, en
coordinación vivaz con una fina inervación del
resto de la mímica, sino por el contrario,
adhiriéndose pasivamente a una persona u
objeto del mundo circundante. Con eso resulta
aquella mirada animal, fiel y apacible que ya
describió Dostojewski”.
Fuerza hercúlea, notable agilidad física y
mental. Extraordinaria capacidad de
adaptación tanto al medio físico como al
ambiente social. Afán y voluntad de
superación que le permite alternar con sus
llaneros primitivos y semisalvajes, para
después no hacer mal papel cuando el
Emperador Napoleón III lo distingue con el
honor de sentarlo al lado de la Emperatriz
Eugenia en la ceremonia del bautizo del
Delfín, habiendo ya podido leer en francés
original a Voltaire, Rousseau y haber
traducido y comentado escritos militares de
Napoleón. Llega a hablar fluidamente el inglés
y cambia su cuatro serenatero por el chelo,
que al parecer logra ejecutar con cierto
virtuosismo, así como a cantar áreas
operáticas y a componer algunas piezas
musicales, sin dejar de ser un imbatible
contrapunteador en las fiestas llaneras. Su
excelente memoria, que conserva a través de
los años, le permite complementar con
acusiosidad los datos aportados en su
Autobiografía. Gran y grato conversador, lo
convierten en centro de atención en las
veladas propiciadas por sus gentiles
anfitriones –la familia Carranza– en Buenos
Aires y siendo ya un anciano, conserva sus
dotes de gran bailador y deleita con su
excelente voz de tenor a sus contertulios, sin
descuidar los negocios que lo llevaron a la
Argentina con el propósito de superar su
precaria situación económica. Y nos haríamos
interminables si tratáramos de enumerar los
rasgos caracterológicos de Páez, bien
conocidos además por todos los venezolanos,
de manera que si hemos traído a colación
este punto, ha sido, en primer lugar en
atención al trabajo y mencionado del Maestro
Trómpiz y muy especialmente porque Páez
constituye la más evidente antítesis de la tan
comentada supuesta personalidad epiléptica,
que tantas páginas ocupó en los clásicos
tratados de Psiquiatría.
Sé muy bien que en anteriores Jornadas
realizadas aquí en Barquisimeto este tema fue
exhaustivamente estudiado y analizado y que
la Sociedad Venezolana de Neurología aceptó
y se acogió a las normas del Diccionario de
Epilepsia elaborado por Gastaut y
colaboradores.
Finalmente quiero repetir lo que dije en 1987
en Reunión Científica de la Sociedad
Venezolana de Psiquiatría: que para las
actividades de la Liga Venezolana Contra la
Epilepsia, la figura de Páez, héroe casi mítico
de nuestra Historia Patria, puede servir de
ejemplo y aliento para las víctimas de esta
terrible afección, que en la vida de este
hombre extraordinario deben encontrar una
prueba inequívoca de todo lo que puede ser
capaz de realizar un epiléptico y ahora con
mayor razón, con todos los recursos
diagnósticos y terapéuticos a nuestro alcance.

BIBLIOGRAFIA
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OTRAS FUENTES:

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Revisada por los Drs. Nazareno Campagnucci y
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Gerstle de Pasquet, Dra. Edith. Trastornos del
Lenguaje en Pacientes Epilépticos. III Jornadas
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Alfonzo Vaz, Carlos. Páez y Argentina. Talleres de
la Escuela Técnica Popular Don Bosco. Caracas,
1975.

*Cortesia del Dr Rafael Arteaga Romero, médico pediatra,tataranieto del "Ciudadano Esclarecido" General en Jefe José Antonio Páez, fundador de la República de Venezuela

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