jueves, 5 de febrero de 2009

La Alborada y el dictador como tabú



Simón Alberto Consalvi

Ido Cipriano Castro para Europa y consumado el golpe de Estado que lo despojó del poder, hubo un paréntesis de suspensos que hizo creer a los venezolanos que, en efecto, había caído una dictadura pendenciera y que se iniciaría una era de buen gobierno. Entre quienes así pensaron estuvieron cinco escritores muy jóvenes que decidieron editar una revista digna del amanecer de los tiempos, y como si quisieran retratar el momento la llamaron La Alborada.
El 31 de enero de 1909, a 65 días apenas del viaje de Castro y 41 del golpe de Estado, Julio Planchart, Henrique Soublette, Julio Horacio Rosales, Salustio González Rincones y Rómulo Gallegos se lanzaron a la gran aventura. Un siglo después, vale la pena dar una mirada a aquel momento de falsas, muy falsas expectativas porque a Castro lo había sustituido un hombre sombrío que llegó para gobernar hasta cuando la muerte puso fin a su absolutismo.
El primer ejemplar trae dos notas editoriales. Una es "Nuestra intención" y la otra se titula, quizás con algún escándalo, "Castro no es el mal".
La infección ha sido general, dicen. No es fácil imaginar que un hombre acostumbrado a medrar a costa de todo se decida a pensar que no se trata de él sino del país, y que no se ha reaccionado (contra Castro) para enriquecerlo a él. Lo que haya que hacerse, o se hace ahora, o no se hará nunca, coinciden los jóvenes con una consigna puesta en boga.
En "Castro no es el mal" se ahonda en el diagnóstico.
Castro, dicen, nos conturba el ánimo y nos obsesiona su recuerdo. "En la prensa con sus epigramas y caricaturas, en los corrillos públicos, en lo más íntimo de las conversaciones familiares, siempre flota con la sutilidad de un íncubo en una mala pesadilla ese recuerdo de pasado bochornoso". Pero con todo, Castro no es sino un accidente en la vida de la nación venezolana. Lo expresan con claridad y advierten los riesgos: "Los hombres no son sino accidentes, el mal está en otra parte, hay que ahondar, excavar con la piqueta del estudio hasta encontrarlo; hallarlo sería el bien supremo; una vez hallado podría aplicársele remedio conveniente. Castro no es el mal en sí, sino la consecuencia.

Fue ineludible, fatal; alguien diría providencial. Mas bien sabemos que ya la Providencia no se mezcla en los destinos de un pueblo. La ley anda arreglándolo todo sin conciencia, ciegamente, pero de manera imprescindible.
(...) ¿Para qué maldecir tanto a un hombre? ¿Para qué maldecir el pasado, si el porvenir, hay que decirlo con toda sinceridad, es oscuro?".
Los escritores de La Alborada no sucumben ante los espejismos; en el horizonte vislumbran nubes que perturban el paisaje y consideran prudente pintarlas con sus propios colores. De que "Castro no es el mal" se encargará de confirmarlo Juan Vicente Gómez cuando termine la luna de miel de 1909-1913 y se afiance en el poder, y ya no habrá más "alboradas" hasta el 17 de diciembre de 1935.
Cuando La Alborada sale a la calle, un mes y tantos días después de la caída de Castro, los barcos de guerra que Gómez había pedido a Estados Unidos todavía están anclados en aguas venezolanas. Fue Gallegos quien tuvo la percepción de lo que significaban y de lo que perseguían aquellos barcos. El delirio anticastrista y también el temor frenético al desterrado quizás contribuyeron a que la mayoría silenciara el episodio. Gallegos escribió: "Harto se ha ponderado el peligro que para las jóvenes nacionalidades suramericanas representa en el Norte el afán conquistador del yanqui, siempre en acecho, atisbando la oportunidad para adueñarse de nuestro territorio en nombre de una protección que no necesitamos, mientras el patriotismo aconseje la muerte como remedio extremo y mucho se ha hablado también de la unión suramericana como único remedio capaz de conjurar el peligro común".
El año de luna de miel de Juan Vicente Gómez, 1909, pronto desnudó la realidad.
La Alborada apenas sobrevivió del 31 de enero al 28 de marzo, cuando fue clausurada por orden superior. Si no estoy errado, fue el debut de la larga censura que predominó en Venezuela hasta 1935. La clausura suscita interrogantes.

En los textos de los jóvenes escritores predominaba lo teórico, no pertenecían al mundo político que jugaba en el ajedrez de la transición, no abogaban por un puesto en el banquete, ¿por qué fue clausurada La Alborada, y clausurada con tanto apremio? ¿Acaso porque uno de ellos acariciara la idea de fundar un partido político, o porque se atrevieron temerariamente a afirmar que "Castro no era el mal? Ninguno de los cinco tenía vínculos con el caudillo derrocado, la revista lo condenaba, al tiempo que advertía, sí, los riegos de que la dictadura o el dictador apenas cambiaran de nombre. Eso fue exactamente lo que sucedió.

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