viernes, 23 de mayo de 2008

"A llora pà El Valle"

Gerónimo Alberto Yerena Cabrera
Lucas Manzano ha sido uno de los cronistas que, a mi parecer, ha descrito con mayor entusiasmo y en forma insuperable, esta famosa expresión caraqueña que casi a diario seguimos oyendo en nuestra ciudad, así como en el resto del país e incluso estoy seguro que la hemos exportado….tuve el placer de conocer a Lucas Manzano, la mañana de un domingo, a principio de la década de los cincuenta; cuando este sui géneris personaje, gran cronista de la Capital, visitaba a su amigo el doctor Jesús Antonio Yerena, en su casa situada en la avenida Venezuela urbanización El Rosal quinta Aida.

Luego de revisar bibliografía sobre el tema, con el objeto de preparar un trabajo en donde narrara la historia de esta frase, llegue a la conclusión de que nada mejor podía hacer, que honrar a Lucas Manzano transcribiendo párrafos de su artículo: “A llorar a El Valle”, o como lo dice el pueblo “a llorar pa’ el Valle”. Este artículo lo presenta en su libro “Caracas de Mil y Pico”. Editorial Cultura, 1946 y como dice Pedro Sotillo, en el prólogo: “Lucas Manzano esclarece más de un punto y rectifica a más de uno de nuestro escritores de motivos históricos”.
Comienza Lucas Manzano así:
Rico en leyendas sentimentales y pintoresco por las coloraciones que le imprimen a su loada existencia las tradiciones vernáculas, este pueblo de “El Valle”, vecino a la ciudad capital, abusó como ningún otro villorrio caraqueño de una variada colección de nombres, impuesto por cada uno de aquellos que administraron su rebaño o se creyeron dueños y señores de sus destinos.
Pero ni los primeros ni los segundos merecerían epítetos denigrantes, a no ser que cada vez que se quiere hacer un chiste a costa de cualquier ciudadano que padezca privaciones, lo primero que nos viene a la boca es mandarlo “a llorar a El Valle”, frase despectiva con la cual despedimos al cliente, por la puerta grande. No dicen los maestros de la antigüedad si fue El Valle, al que los Fundadores de Santiago de León de Caracas eligieron como lacrimatorio para depositar los vasos en que vertían sus lágrimas los abuelos, cuando un deudo suyo emprendía viaje hacía la eternidad; pero, cada vez que se sufren penas por las cuales se impone llorar, es a El Valle adonde nos envían nuestros protectores.
No es por cierto inventiva de hoy, no, la leyenda viene desde el año de1555, cuando a la cabeza de 20 flecheros y un centenar de indígenas seleccionados por su madre, la celebre cacica doña Isabel, vino don Francisco Fajardo en compañía de sus hermanos por la parte materna y del portugués Cortez Rico. A El Valle, habitado por los indios “tumuses” llegaron y como de reformar se trataba, don Francisco Fajardo en premio a los servicios de Cortez Rico, hizo que se llamase aquel poblado “El Valle de Cortez”, nombre que llevó hasta el arribo de don Diego de Lozada, quien en recuerdo de haber pasado allí la Semana de Pasión sin contratiempos, mando a Cortez Rico a freír castañas y le puso por nombre El Valle de la Pascua.
Desde tan memorable fecha el remoquete de llorones no les abandonaba; más, no con la gravedad con que se intensificó a partir de diciembre de 1675, cuando por una broma del obispo don Fray Antonio González de Acuña, de gratísima memoria por su hombría de bien, éste sin intención aviesa hizo célebre la frase de “a llorar a El Valle”.
Era por entonces catequista de los indios tumuses que poblaban El Valle de la Pascua, fray Gregorio de Ibis, quien con el nunca bien recordado padre Trigueros, y cinco frailes más, vino a principios de 1674 a predicar los evangelios en los llanos de Caracas. Le asignaron a fray Gregorio la zona de El Valle para que ejerciese su apostolado, cuyo pueblo evangelizó; y fundo, además, la Capillita de El Calvario, que estuvo situada hasta 1896 en uno de los cerros cuya entrada tenía acceso por la Calle Real, y también otra ermita de horcones que prestaba los servicios del culto en el sitio en donde hoy está la Iglesia Parroquial. Desde entonces, el pueblo fue rebautizado con el nombre de Nuestra Señora de la Encarnación de El Valle de la Pascua.
Gobernaba la provincia el maestro de campo don Francisco Dávila Orejón y Gastón, quien dicho sea de paso, poco honor le hacía al último de sus apellidos ya que a la hora de gastar, Gastón no gastaba ni en el pienso (alimento seco que se le da al ganado) para su cabalgadura; no embargante lo cual don Francisco era bueno, caballeroso, gran señor y amigo de poner la fiesta cuando la oportunidad le decía: ¡ ábrete, Pancho!
El arribo a Caracas de fray Antonio González de Acuña, se reputa como unos de los acontecimientos en que los caraqueños echaron el resto. Con decir a ustedes que hasta el capitán Ladrón de Guevara, quien poseía el penco de mayor belleza que conocieron los caraqueños de aquellos tiempos, tuvo el Obispo, el singular honor de echarle la pierna, a pesar del estribillo que recitaba el Capitán cuando decía: “Mi caballo, mi litera y mi mujer no lo monta sino yo…”
Nueve de septiembre de 1674 marcaba el calendario cuando se publicó por bando, que haría su entrada en la ciudad el día 13 su Señoría Ilustrísima. El maestro de ceremonias de la Metropolitana que por entonces lo era don Pedro Lozano, informo al Ilustre Ayuntamiento, acerca de tan magno suceso. Cundía los preparativos y el escribano Fernando Aguado de Páramo, leía la carta en que se daba la noticia en la Plaza Mayor, donde por voz de pregonero anunciaban los regocijos que dispondría la ciudad en honor del Prelado. Para no perder tiempo se despacharon comisiones que trabajasen del campo, buenos toros para las corridas y caballos para las carreras; en tanto se haría desyerbar la Plaza Mayor para que estuviese digna del personaje y adornar las calles por donde había de hacer su entrada el jefe del rebaño. Además de los actos acostumbrados en aquellos casos, sonaría las guitarras y los “Diablitos de El Valle de la Pascua” bailarían “La Llora”- algo muy parecido a lo que vemos en las películas de indios y vaqueros- cerrando con ese acto las demostraciones permitidas hasta el toque de ánimas. (En este último párrafo, Lucas Manzano enuncia en forma brillante el “quid” del relato, como apreciaremos más adelante).
Al día siguiente se cumplió el programa, y fue entonces cuando ojos humanos vieron desfilar repantigado (arrellanarse y extenderse) en el asiento de lujosa silla de mano, pintada de verde perico con arabesco dorados y tapizada de damasco rojo, al Ilustrísimo, llevado por dos esclavos vestidos de hopalandas moradas. Así llego su señoría a las puertas del ayuntamiento, precedido de dos maceros (el que lleva la maza- insignia- delante de los cuerpos o personas autorizadas que usan esta señal de dignidad) y un ujier (portero, sirviente).
Tomaron asiento su señoría el Obispo y el Gobernador, teniendo a su diestra sentados, los alcaldes don Juan de Brizuela y el capitán don José Rengifo Pimentel y, los regidores por orden de antigüedad. En frases llenas de mansedumbre, el Obispo manifestó su gratitud por la manera de cómo lo habían recibido en la ciudad y dijo que sería a un tiempo pastor y un siervo de su rebaño. Luego que concluyó la visita, la escolta le hizo compañía hasta el Palacio Episcopal situado en el ángulo suroeste de las esquina de Las Gradillas.
Meses después el “Ilustrísimo Señor Obispo” excursionaba hacia El Valle en el caballo rucio del capitán Ladrón de Guevara, enjaezado (poner los adornos de cintas a los caballos), el caballo, no el Ladrón; las ancas del penco iban cubiertas con gualdrapa de terciopelo de color morado y las armas del señor Obispo grabadas en las puntas de la gualdrapa.
A continuación: como relata el famoso Lucas Manzano, la relación de fray Gregorio de Ibis y el obispo fray Antonio González de Acuña con el famoso dicho caraqueño “a llorar pa’ El Valle”.
Refiere Lucas Manzano que cierta mañana, cuando el prior del Convento de San Francisco visitaba al Obispo, con el propósito de invitarlo a una solemnidad, halló al padre Ibis, quién con idéntico fin solicitaba del Prelado su Pastoral visita a El Valle, con el propósito de que bautizase los indígenas tornados a la civilización. Como le hablase el Padre Ibis reiteradamente del baile de “La Llora” que harían en honor suyo los Diablitos de El Valle, el Prelado exclamó: dirigiéndose al prior de San Francisco – Hermano: aplace usted lo suyo para más lueguito, porque ahora vamos “a llorar a El Valle”…
Desde entonces hasta nuestros días se hizo popular la frase repetida por todos cuando para calmar un anhelo, o enrumbar un extraviado lo mandamos con armas o sin ellas “a llorar pa’ El Valle”.
Tendré el placer de citar nuevamente a don Lucas Manzano y al pueblo de El Valle con ocasión de mi próxima entrega sobre Crónica de Caracas, en relación a la historia de El Valle.

Gerónimo Alberto Yerena Cabrera
Yerena.cabrera@gmail.com
Bibliografía revisada
.- Todos los libros de Don Lucas Manzano.
.- Historia de Venezuela por Guillermo Morón.
.- Nomenclatura Caraqueña. Rafael Valery S.
.- La Ciudad de los Techos Rojos. Enrique Bernardo Núnez.

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